VER
En nuestra
diócesis, hemos realizado la asamblea anual, con participación de 263 personas,
laicos, religiosas y sacerdotes. El objetivo fue concluir la actualización del
Plan Diocesano de Pastoral. El anterior, era del año 2004. Tuvimos que ponerlo
al día, pues en Chiapas ha habido muchos cambios sociales, políticos,
económicos, educativos, ecológicos y religiosos, que son un reto a la pastoral
evangelizadora, litúrgica y social.
Desde que llegué a
esta Iglesia, en mayo del 2000, decreté la validez del III Sínodo Diocesano,
elaborado en tiempos de mi predecesor, Don Samuel Ruiz García, porque lo
consideré un camino conforme al Evangelio y a la doctrina y praxis de la
Iglesia. Nos marca las líneas fundamentales por las que hemos optado. Son como
los pilares, u horcones, que nos sostienen y nos dan identidad. Queremos ser
una Iglesia autóctona, liberadora, evangelizadora, servidora, en comunión y
bajo la guía del Espíritu Santo.
La vida no se
detiene y no podemos anclarnos en el pasado, sino responder a lo que el tiempo
actual reclama. El nuevo Plan Pastoral nos orienta en el camino a seguir en los
años venideros. Cuando suceda el cambio de obispo diocesano, se harán las
adecuaciones necesarias, pero hay ruta, hay historia, hay vida. El Espíritu no
deja a su Iglesia.
PENSAR
El Papa Francisco,
en su Exhortación La alegría del Evangelio, dice: “La alegría del
Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con
Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza,
del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría. Quiero invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa
alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”
(1).
“El gran riesgo del
mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza
de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se
clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de
una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la
vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (2).
“La vida se acrecienta
dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. Los que más disfrutan
de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la
misión de comunicar vida a los demás. Cuando la Iglesia convoca a la tarea
evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo
de la realización personal: La vida se alcanza y madura a medida que se la
entrega para dar vida a los otros… Recobremos y acrecentemos el fervor, la
dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar
entre lágrimas. Ojalá el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a
través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (10).
“Cristo es el
Evangelio eterno. Su riqueza y su hermosura son inagotables. Él siempre puede,
con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad. Aunque atraviese
épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece.
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales
pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina.
Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del
Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión,
signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo
actual” (11).
ACTUAR
Que el Espíritu
Santo nos ayude a estar con el corazón muy cercano a nuestro pueblo, para
vibrar con sus dolores y esperanzas, y muy a los pies del Sagrario, para ser
servidores de vida en Cristo.
Felipe
Arizmendi Esquivel