martes, 18 de octubre de 2016

Más de 18 millones de peregrinos han acudido a Roma durante el Año de la Misericordia


Todavía restan el consistorio y los jubileos de presos y personas sin hogar
El Jubileo extraordinario de la Misericordiaconvocado por el papa Francisco, con la bula Misericordiae Vultus en abril del año pasado, concluirá el próximo 20 de noviembre en el Vaticano y se calcula que los peregrinos que habrán visitado la Ciudad eterna en el Año Jubilar serán unos 20 millones.
En la web iubilaeummisericordiae.va del Consejo pontificio para la Nueva Evagelización, se indica hasta el momento la participación de 18.176.359 personas al Jubileo de Roma, o sea quienes se registraron en los eventos jubilares o pasaron por la Puerta Santa.
Este es el número de peregrinos que llegaron a Roma, a pesar de que en casi todas las diócesis del mundo se abrió una Puerta santa, para permitir ganar las indulgencias del Jubileo sin tener necesidad de ir obligatoriamente a la Ciudad Eterna.
Quedan aún dos audiencias jubilares, la próxima este miércoles 22 de octubre; además el domingo 6 de noviembre queda en programa el Jubileo de los encarcelados, y del 11al 13 noviembre será el jubileo de las personas sin hogar que concluirá con la misa del Papa .
El mismo domingo 13 de noviembre se cierran las puertas santas de las tres basílicas pontificias: San Juan de Letrán, Santa María La Mayor y San Pablo extramuros, con sus respectivas ceremonias presididas por los cardenales Agostino Vallini, Santos Abril y Castelló y James Michael Harvey, respectivamente, como legados pontificios.
El domingo 20 de noviembre, día de Cristo Rey, es el cierre del Año Santo y el papa Francisco presidirá la celebración con el Colegio cardenalicio y los nuevos cardenales elevados el día anterior en un consistorio. Así Francisco, junto a los obispos y sacerdotes presidirá el rito de clausura de la Puerta Santa.

(RD/Agencias)

COMENTARIO DE BENEDICTO XVI AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (10,1-9):




Como Jesús, los mensajeros de paz de su reino deben ponerse en camino, deben responder a su invitación. Deben ir, pero no con el poder de la guerra o con la fuerza del poder. 

En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado Jesús envía a setenta y dos discípulos a la gran mies que es el mundo, invitándolos a rogar al Señor de la mies que no falten nunca obreros a su mies. Pero no los envía con medios poderosos, sino «como corderos en medio de lobos» (v. 3), sin bolsa, ni alforja, ni sandalias (cf. v. 4). 

San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta: «Mientras seamos corderos, venceremos e, incluso si estamos rodeados por numerosos lobos, lograremos vencerlos. Pero si nos convertimos en lobos, seremos vencidos, porque estaremos privados de la ayuda del pastor». 

Los cristianos no deben nunca ceder a la tentación de convertirse en lobos entre los lobos; el reino de paz de Cristo no se extiende con el poder, con la fuerza, con la violencia, sino con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, incluso hacia los enemigos. Jesús no vence al mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la cruz, que es la verdadera garantía de la victoria. 

Y para quien quiere ser discípulo del Señor, su enviado, esto tiene como consecuencia el estar preparado también a la pasión y al martirio, a perder la propia vida por Él, para que en el mundo triunfen el bien, el amor, la paz. Esta es la condición para poder decir, entrando en cada realidad: «Paz a esta casa» (Lc 10, 5).

Delante de la basílica de San Pedro hay dos grandes estatuas de san Pedro y san Pablo, fácilmente identificables: san Pedro tiene en la mano las llaves, san Pablo en cambio sostiene una espada. 

Quien no conoce la historia de este último podría pensar que se trata de un gran caudillo que guió grandes ejércitos y con la espada sometió pueblos y naciones, procurándose fama y riqueza con la sangre de los demás. En cambio, es exactamente lo contrario: la espada que tiene entre las manos es el instrumento con el que mataron a Pablo, con el que sufrió el martirio y derramó su propia sangre. 

Su batalla no fue la de la violencia, de la guerra, sino la del martirio por Cristo. Su única arma fue precisamente el anuncio de «Jesucristo, y este crucificado» (1 Co 2, 2). Su predicación no se basó en «persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu» (v. 4). 

Dedicó su vida a llevar el mensaje de reconciliación y de paz del Evangelio, gastando sus energías para hacerlo resonar hasta los confines de la tierra. Esta fue su fuerza: no buscó una vida tranquila, cómoda, alejada de las dificultades, de las contrariedades, sino que se gastó por el Evangelio, se entregó sin reservas, y así se convirtió en el gran mensajero de la paz y de la reconciliación de Cristo. 

La espada que san Pablo tiene en sus manos remite también al poder de la verdad, que a menudo puede herir, puede hacer mal. El Apóstol fue fiel a esta verdad hasta el final, fue su servidor, sufrió por ella, entregó su vida por ella. 

Esta misma lógica es válida también para nosotros, si queremos ser portadores del reino de paz anunciado por el profeta Zacarías y realizado por Cristo: debemos estar dispuestos a pagar en persona, a sufrir en primera persona la incomprensión, el rechazo, la persecución. No es la espada del conquistador la que construye la paz, sino la espada de quien sufre, de quien sabe donar la propia vida.

Queridos hermanos y hermanas, como cristianos queremos invocar de Dios el don de la paz, queremos pedirle que nos haga instrumentos de su paz en un mundo todavía desgarrado por el odio, las divisiones, los egoísmos, las guerras (...) para que el rencor ceda el paso al perdón, la división a la reconciliación, el odio al amor, la violencia a la mansedumbre, y en el mundo reine la paz. Amén”.
(De la catequesis de Benedicto XVI el 26-10-2011)

EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA DE VOSOTROS



Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-9):

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él.

Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. 

¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. 

Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. 

Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios."»

Palabra del Señor



Lo que tú puedes hacer para sentir la presencia de Dios




Jesús hoy me anima a orar sin desfallecer y les explica a sus discípulos cómo hacerlo: “Cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Orar sin desesperanza. Orar a pesar del desánimo. Orar sin dejar un momento de vivir en la presencia de Dios. Es el camino de vida que Dios me invita a seguir.

Decía el padre José Kentenich hablando de la oración: “He aquí una tragedia tan común en nuestros días: nos quejamos de no poder orar y nos olvidamos que ello en gran parte se debe a que estamos muy distraídos a lo largo del día. Si estuve toda la jornada volcado y disperso en varias actividades, cuando quiera ponerme en oración no podré decir sin más ni más: – A partir de este momento se acabaron las distracciones, ahora voy a recogerme para hacer oración. Si nuestra vida cotidiana no reza con nosotros, no lograremos rezar en los momentos de oración[1].

Quiero que mi vida cotidiana sea oración. Rezar en cualquier momento. Es difícil que viva a Dios cada momento del camino si no he cuidado mi relación de amor con Él en momentos largos reservados sólo para Él.

Sólo en unión con Jesús puedo reflejar su rostro: “Debemos llegar a ser una señal de Dios totalmente original, tal como lo es el niño. Y esto lo alcanzaremos a través de un permanente y respetuoso estar en la presencia de Dios, en la permanente relación de amor con Dios[2]. Vivir en Dios. Perseverar en el amor a Dios. Este es el camino.

Hay un libro muy conocido, El peregrino ruso. Este peregrino quiere ser fiel a la petición de Jesús e inicia un camino de conversión. Quiere rezar cada día, en todo momento, así no le quedará tiempo para apartarse de Dios. “Reza y haz lo que quieras” se convierte en la máxima de su vida.
Si estoy unido a Dios en la oración, todo lo que salga de mis labios, todo lo que anide en mi corazón, será de Dios. Pero para ello tengo queperseverar.

Sin el ejercicio de la oración no llego al hábito: “La oración puede ser árida y distraída, pero continua e incesante, de este modo se convertirá en hábito, transformándose en algo natural, convirtiéndose en pura, luminosa, apasionada y digna”[3].

El tiempo que invierto en la oración es lo que depende sólo de mí. Puedo orar más tiempo. Aunque no pueda forzar con mi voluntad la intimidad con Jesús: La frecuencia de la oración depende únicamente de nuestra voluntad, mientras que la pureza, el fervor y la perfección de la oración son dones de la gracia”[4]Eso es una gracia que Dios me da.

Decía la Madre Teresa: La oración me permite estar unida a Jesús las veinticuatro horas del día. Para vivir en Él, con Él y para Él. Si creemos, amaremos y si amamos, serviremos. El silencio de la lengua nos ayuda a hablarle a Dios”.

Quiero cuidar más mi vida de oración. A veces me distraigo, me dejo llevar y me desanimo. Quiero orar sin desanimarme. Orar sin desfallecer. Es la clave en mi camino de santidad. Vivir en la presencia de Jesús cada hora del día.

Que las jaculatorias me mantengan en su presencia en cada momento. ¿Cuál es esa jaculatoria, esa frase, esa imagen que repito sin cesar en mi corazón? Me habla de Dios, me habla de mí.

Al acercarme más a Dios, me conozco con más profundidad. Al ahondar en mi identidad, me encuentro más con Dios. Como leía el otro día: “No hay encuentro con Dios que no sea simultáneamente un encuentro con uno mismo. Tampoco puede haber experiencia con uno mismo que no brinde simultáneamente un creciente conocimiento de Dios”[5].

En Dios me reflejo con mayor nitidez. En la soledad me encuentro conmigo mismo y con Dios. Es el camino de santidad que Dios me ofrece. Mirarme en las aguas de su mar hondo para saber mejor quién soy yo. Ahondar en los mares de mi alma para descansar en Dios. Esa es la oración que deseo en mi vida.
Aleiteia

La Universidad de Navarra lanza una edición digital de la Biblia


La Facultad de Teología de la Universidad de Navarra ha lanzado la versión digital de la denominada ‘Biblia de la Universidad de Navarra’, publicada por EUNSA, que ya se había editado en papel entre 1997 y 2004. Se trata de una edición comentada y de fácil navegación que, en su fase de lanzamiento, puede adquirirse por 2’99 € desde cualquier dispositivo móvil, también en versión para Latinoamérica.
El decano de la Facultad de Teología, Juan Chapa, explica que esta edición digital nace con el objetivo de “hacer llegar la Palabra de Dios a un gran número de personas”, secundando el deseo del Papa Francisco de que se pueda llevar la Biblia en un teléfono móvil o en una tableta, pues “lo importante es leer la palabra de Dios, por todos los medios, y recibirla con el corazón abierto”, como dice el Pontífice.
En este sentido, indica el comunicado de prensa, el decano de Teología destaca la importancia de adaptar la Biblia al formato digital cuando “hoy, según las encuestas, ocho de cada diez jóvenes utilizan su smartphone para leer”. Asimismo, hace hincapié en el valor de la edición latinoamericana, por ser una “novedad editorial” y por “el elevado número de lectores hispanohablantes de la edición impresa en castellano, tanto en América Latina como en Estados Unidos, donde, además, la edición inglesa conocida como The Navarre Bible ha tenido una gran difusión”.    
La edición digital recoge las 6.600 páginas de los cinco volúmenes en un archivo de entre 6 y 10 megabytes de fácil navegación, gracias a un “índice rápido” y otro “índice analítico”, que se seguirá actualizando y mejorando, y que permiten acceder de forma sencilla a cualquier parte del texto bíblico.
Todo ello presentado en un diseño “elegante y sobrio”, tal y como señala el decano de la Facultad de Teología: “Respeta el carácter de la edición impresa. No es una aplicación, sino un libro digital con un índice similar al de la edición original y sus apéndices”.
Por otro lado, se precisa que “el texto castellano de la Biblia se ha traducido a partir de los textos originales”. Además –añaden– se complementa con un conjunto de comentarios y referencias cruzadas que permiten entender el mensaje central de cada pasaje.
En total dispone de 38.700 enlaces internos. De este modo, del tamaño total del archivo, un tercio corresponde al texto traducido original y algo más de dos tercios son comentarios, índices, introducciones y mapas. La nueva edición está accesible a partir del 17 de octubre en tres plataformas: iTunes iBooks, Google Play Books y Amazon Kindle.

18 de octubre: san Lucas, el evangelista de la misericordia y la alegría


Según un texto del siglo II, «Lucas, natural de Antioquía de Siria, médico de profesión, fue discípulo de los Apóstoles, y luego siguió a Pablo hasta su martirio. Después de haber servido al Señor lealmente, célibe, sin hijos, murió a los 84 años en Beocia, lleno del Espíritu Santo. Estando ya escritos los evangelios, el de Mateo en Judea y el de Marcos en Italia, Lucas, movido por el Espíritu Santo, compuso su evangelio entero en tierras de Acaya; y en el prólogo afirma que antes del suyo habían sido escritos otros evangelios, y que era necesario proporcionar a los creyentes venidos de la gentilidad una narración exacta de la historia de la salvación, para que no fuesen seducidos por las mitologías judías, ni, engañados por las vanas fantasías heréticas, se apartasen de la verdad… Y después, Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles».
Lucas recibió la fe alrededor del año 40. No conoció a Jesús en vida pero supo recoger fielmente el testimonio de los testigos directos de la vida del Señor. Su Evangelio es el único que narra la infancia de Jesús y es en el que más se trata sobre la Virgen María.
El evangelista era griego, convirtiéndose así en el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Sus padres eran paganos de Antioquía. Sus escritos se dirigen sobre todo a los gentiles. San Pablo lo define como «el médico querido» y cuando Pablo está en la prisión en Roma escribe a Timoteo diciéndole que «Lucas solo queda conmigo».
El Evangelio de Lucas es conocido como el Evangelio de la misericordia. Es él quien escribe sobre la oveja perdida, el dracma perdido, el hijo pródigo, el Buen Samaritano… También se dice que el de Lucas es el Evangelio de la alegría. Sólo dos veces, en toda la obra de Lucas, se habla de tristeza: ésta de los discípulos en Getsemaní, que no señalan los otros evangelistas, y la del joven rico, que rechazando a Jesús se fue, no simplemente triste como dicen Mateo y Marcos, sino muy triste. Una mujer del pueblo -nos dice Lucas- prorrumpe en alabanzas al Señor: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te alimentaron!» Y Jesús la corrige: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Esta proclamación del gozo de la salvación tiene el sello propio de Lucas, que asimismo recoge las palabras de Isabel cuando es visitada por María: «¡Dichosa tú, que has creído!» En la dicha de María, modelo ejemplar de la Iglesia entera, está la dicha de todos los discípulos de su Hijo.
Según la tradición Lucas murió mártir en Acaya, colgado de un árbol. Sus reliquias se encuentran en la Basílica de Santa Justina, Padua, Italia.
José Calderero @jcalderero
Alfa y Omega