Jesús invita al joven rico a ir mucho más allá de la
satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, y le dice: «¡Ven y
sígueme!». La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor, y
sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: «Jesús invita a sus
discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con
una confianza sin reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación
y emprenden, con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y
resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible,
consiste en no ponerse ellos mismos en el centro, sino en optar por ir
contracorriente viviendo según el Evangelio»
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, también vosotros,
queridos amigos, acoged con alegría la invitación al seguimiento, para vivir
intensamente y con fruto en este mundo. En efecto, con el bautismo, Él llama a
cada uno a seguirle con acciones concretas, a amarlo sobre todas las cosas y a
servirle en los hermanos. El joven rico, desgraciadamente, no acogió la
invitación de Jesús y se fue triste. No tuvo el valor de desprenderse de los
bienes materiales para encontrar el bien más grande que le ofrecía Jesús.
La tristeza del joven rico del evangelio es la que nace en el corazón de
cada uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de tomar la opción
justa. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Jesús nunca se cansa de dirigir su mirada de amor y de llamar a ser sus
discípulos, pero a algunos les propone una opción más radical.
También invito, a quienes sienten la vocación al matrimonio, a acogerla con
fe, comprometiéndose a poner bases sólidas para vivir un amor grande, fiel y
abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la
Iglesia.
«¿Qué haré para heredar la vida eterna?».
Pero, ¿qué es la «vida eterna» de la que habla el joven rico? Nos contesta
Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, afirma: «volveré a veros y se
alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn
16,22). Son palabras que indican una propuesta rebosante de felicidad sin fin,
del gozo de ser colmados por el amor divino para siempre.
Plantearse el futuro definitivo que nos espera a cada uno de nosotros da
sentido pleno a la existencia, porque orienta el proyecto de vida hacia
horizontes no limitados y pasajeros, sino amplios y profundos, que llevan a
amar el mundo, que tanto ha amado Dios, a dedicarse a su desarrollo, pero
siempre con la libertad y el gozo que nacen de la fe y de la esperanza.
Estamos llamados a la eternidad. Dios nos ha creado para estar con Él, para
siempre. Esto os ayudará a dar un sentido pleno a vuestras opciones y a dar
calidad a vuestra existencia.
Extraído de una homilía de Benedicto XVI (28 de marzo de 2010)