El tiempo del Adviento nos invita a releer y escuchar a los
profetas. Estos profetas que anuncian la «consolación de Israel», la
misericordia de Dios, la cercanía y liberación del Señor. Así lo proclamará el
mismo Simeón, el anciano que acogió al niño Jesús cuando fue «presentado» en el
templo cuarenta días después de su nacimiento (Lc 2,25: “Y
he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo
y piadoso, y esperaba la consolación de Israel;”). «Esperar la consolación», confiar en la
misericordia de Dios encarnada en Jesús, forma parte de la verdadera esperanza
cristiana.
José Luis Sicre en su libro Con los pobres de la tierra afirma
que “los profetas no pretendían que los estudiásemos, sino que
escuchásemos su voz y la pusiéramos en práctica”1.
Aprovechemos estos conocimientos y acercamientos a los textos
proféticos para preguntarnos en este tiempo de Adviento cuál
es la salvación que esperamos y si confiamos en la misericordia del Señor.
¿Qué
deseamos en este tiempo de Adviento para nuestra Jerusalén, la que tiene
nombres más actuales: mi vida, mi comunidad cristiana, mi entorno inmediato, la
Iglesia? ¿Qué realidades aspectos de nuestra vida son páramo y desierto,
auténtica esterilidad que requieren una mirada misericordiosa para renacer?
¿Cuáles son las esclavitudes cuyo final nos anuncia Dios?
Estas son algunas de las
preguntas que podemos hacernos con la escucha y acogida de estos textos.
Nuestro anuncio en estos días ha de seguir proclamando cómo la
presencia de Dios en nuestras vidas, en nuestras comunidades y parroquias, en
nuestra sociedad tiene la fuerza amorosa de signos de misericordia: de
transformar la apatía en utopía, el cansancio en promesa, el individualismo en
fraternidad, la oscuridad en un nuevo acontecer, el temor en esperanza. Porque
“Dios con amor eterno se compadece”, y continúa transformando, amando,
generando vida. Y nosotros hemos de seguir siendo cristianos que mantienen la
Esperanza en ese amor misericordioso de Dios capaz de crear y engendrar.
El adviento es vendar viejas heridas y hacer que
brille de alegría los rostros de los pobres, de los marginados, los que sufren,
sobre todo de aquellos que se retuercen bajo el peso misterioso del dolor y de
la angustia. un reto de esperanzas para
llenar los corazones afligidos, Nuestros signos, en este tiempo litúrgico, han
de ser portadores de vida, manifestación de la misericordia. Nuestra corona de
Adviento ha de iluminar cada semana alguna oscuridad, disipar algún temor,
presentar algún signo de misericordia, que cada día de manera sencilla se
perciba en nuestro mundo e ilumine nuestro camino en el encuentro con el Señor:
la mano que se ofrece, la palabra que conforta, la fe que reza, la acción solidaria,
la vida que se gasta….
Nuestras palabras de estos días, homilías, reuniones,
conversaciones, diálogos tendrían que transformar la esterilidad en fecundidad
de esperanza, de ilusiones, de paz, de luz, de vida, de impulsos
misericordiosos; tendrían que ayudar a valorar lo positivo y la belleza de la
Promesa, para suscitar esperanzas y deseo de abrirse al acontecimiento del
encuentro misericordioso con el Señor.
También podemos nosotros anunciar en este tiempo de Adviento, como
lo hicieron cada uno de los profetas en su tiempo, que el Señor que viene,
no es un futuro, vendrá, ni un pasado terminado, vino, sino un
presente, viene de manera continuada y su espíritu permanece en
nosotros.
Este anuncio será creíble con la construcción de caminos de
misericordia, senderos para el encuentro, rutas para la paz, itinerarios donde
fluyan la justicia y el amor, donde brote la salvación. Proclamar, anunciar la
dicha de un diálogo al borde de todas las vías que llevan al Señor de la vida,
al Dios del amor y la misericordia.
Todo ello porque siguen resonando en nosotros la palabra del
Señor:
“mi amor
de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá
dice el
Señor, que tiene compasión de ti” (Is 54,10)
“Pero
aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y
perdona.” (Dn 9,9)
“que la
misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión;” (Lam(Lam 3,22)
Me casaré contigo para
siempre, me casaré contigo en justicia y derecho, en amor y compasión” (Os
2,21).
Lorenzo de Santos, doctor en Teología.