domingo, 18 de octubre de 2015

50 años de Sínodo. Papa: amar y servir al mundo, caminando juntos, como el Señor espera de su Iglesia

Mientras se encuentra en pleno desarrollo la XIV Asamblea General  Ordinaria, conmemorar el cinquantesimo aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos es para nosotros motivo de alegría, de alabanza y de agradecimiento al Señor. Desde el Concilio Vaticano II a la actual Asamblea sinodal sobre la familia, hemos experimentado de manera poco a poco más intensa la necesidad y la belleza de "caminar juntos".
En esta alegre circunstancia deseo dirigir un cordial saludo a Su Eminencia el Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General, con el Sub-Secretario Su Excelencia Monseñor Fabio Fabene, los Oficiales, los Consultores y los otros Colaboradores de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. Junto a ellos, saludo y agradezco por su presencia a los Padres sinodales y a los otros Participantes a la Asamblea en curso, así como a todos los presentes en esta Aula.
En este momento también queremos recordar a aquellos que, en el transcurso de cincuenta años, han trabajado  al servicio del Sínodo, comenzando por los Secretarios Generales que se han alternado:  los Cardenales Władysław Rubin, Jozef Tomko, Jan Pieter Schotte y el Arzobispo Nikola Eterović.  Aprovecho esta ocasión para expresar de corazón mi gratitud a todos cuantos, vivos o difuntos, han contribuido con un compromiso generoso y competente al desarrollo de la actividad sinodal.
Desde el inicio de mi ministerio como Obispo de Roma he intentado valorizar el Sínodo, que constituye una de las herencias más preciosas de la última reunión conciliar. Para el Beato Pablo VI, el Sínodo de los  Obispos debía volver a proponer la imagen del Concilio ecuménico y reflexionar sobre su espíritu y el método. El mismo Pontífice anunciaba que el organismo sinodal «con el pasar del tiempo podrá ser mayormente perfeccionado». A él hacia eco, veinte años más tarde, San Juan Pablo II, cuando afirmaba que «tal vez este instrumento podrá aun ser mejorado. Quizás la colegial responsabilidad pastoral puede expresarse en el Sínodo aún más plenamente» . Finalmente, en el 2006, Benedicto XVI aprobaba algunas variaciones al Ordo Synodi Episcoporum, también a la luz de las disposiciones del Código de Derecho Canónico y del Código de los Cánones de las Iglesias orientales, promulgados en el interin .
Debemos proseguir por este camino. El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el potenciamiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio
Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra “Sínodo”. Caminar juntos – Laicos, Pastores, Obispo de Roma – es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica.
Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los Bautizados llamados a “formar una casa espiritual y un sacerdocio santo”, el Concilio Vaticano II proclama que “la totalidad de los Fieles, teniendo la unción que viene del Santo (Cfr. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse en creer, y manifiesta esta propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el Pueblo, cuando desde los Obispos hasta el último de los Fieles laicos muestra su consenso universal en cosas de fe y moral”.
En la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium he subrayado como “el Pueblo de Dios es santo en razón de esta unción que lo hace infalible in credendo”, agregando que “todo Bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización y sería inadecuado pensar a un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados en el cual el resto del Pueblo fiel sería solamente receptivo de sus acciones”. El sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens ed Ecclesia dicens, ya que también la Grey posee un “instinto” propio para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia.
Ha sido esta convicción a guiarme cuando he deseado que el Pueblo de Dios viniera consultado en la preparación de la doble cita sinodal sobre la familia. Ciertamente, una consultación de este tipo en ningún modo podría bastar para escuchar el sensus fidei. Pero, ¿cómo sería posible hablar de la familia sin interpelar las familias, escuchando sus alegrías y sus esperanzas, sus dolores y sus angustias? Por medio de las respuestas de los dos cuestionarios enviados a las Iglesia particulares, hemos tenido la posibilidad de escuchar al menos algunas de ellas en relación a las cuestiones que tocan muy de cerca y sobre el cual tienen mucho que decir.
Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia que escuchar “es más que oír”. Es una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio Episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14,17), para conocer lo que Él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7).
El Sínodo de los Obispos es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha llevado a todos los niveles de la vida de la Iglesia. El camino sinodal inicia escuchando al Pueblo, que “también participa en la función profética de Cristo”, según un principio querido en la Iglesia del primer milenio: “Quod omnes tangit ab ómnibus tractari debet”. El camino del Sínodo prosigue escuchando a los Pastores. Por medio de los Padres sinodales, los Obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, que debe saber distinguir atentamente de los flujos muchas veces cambiantes de la opinión pública. A la vigilia del Sínodo del año pasado afirmaba: “da el Espíritu Santo para que los Padres sinodales pidan, sobre todo, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta sentir junto con Él el grito del Pueblo, escucha del Pueblo, hasta respirar la voluntad a la cual Dios nos llama”. Además, el camino sinodal culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como “Pastor y Doctor de todos los cristianos”: no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la fides totius Ecclesiae, “garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la tradición de la Iglesia”.
El hecho que el Sínodo actué siempre cum Petro et sub Petro – por lo tanto no sólo cum Petro, sino también sub Petro – no es una limitación de la libertad, sino una garantía de la unidad. De hecho el Papa es por voluntad del Señor, “el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad tanto de Obispos cuanto de la multitud de los Fieles”. A esto se une el concepto de ““jerarchica communio”, usado por el Concilio Vaticano II: Los Obispos están unidos al Obispo de Roma por el vínculo de la comunión episcopal (cum Petro) y al mismo tiempo están jerárquicamente sometidos a él como jefe del Colegio (sub Petro)
El carácter sinodal, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico. Si comprendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, “Iglesia y Sínodo son sinónimos”  –  porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” de la Grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de a Cristo Señor  –  entendemos también que en su interior nadie puede ser “elevado” por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno “se abaje” para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.
Jesús ha constituido la Iglesia poniendo en su cumbre al Colegio apostólico, en el que el apóstol Pedro es la “roca” (Cfr. Mt 16, 18), aquel que debe “confirmar” a los hermanos en la fe (Cfr. Lc 22, 32). Pero en esta Iglesia, como en una pirámide dada vuelta, la cima se encuentra por debajo de la base. Por esto quienes ejercen la autoridad se llaman “ministros”: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la Grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi, vicario de Jesús, quien en la última cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (Cfr. Jn 13, 1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei.
¡Jamás lo olvidemos! Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: “Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo” (Mt 20, 25-27).
Entre ustedes no será así: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico.
En una Iglesia sinodal, Sínodo de los Obispos es sólo la más evidente manifestación de un dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales.
El primer nivel de ejercicio de la sinodalidad se realiza en las Iglesias particulares. Después de haber citado la noble institución del Sínodo diocesano, en el cual Presbíteros y Laicos están llamados a colaborar con el Obispo para el bien de toda la comunidad eclesial, el Código de derecho canónico dedica amplio espacio a aquellos que usualmente se llaman los “organismos de comunión” de la Iglesia particular: el Consejo presbiteral, el Colegio de los Consultores, el Capítulo de los Canónigos y el Consejo pastoral. Solamente en la medida en la cual estos organismos permanecen conectados con lo “bajo” y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal: tales instrumentos, que algunas veces proceden con cansancio, deben ser valorizados como ocasión de escucha y de participación.
El segundo nivel es aquel de las Provincias y de las Regiones Eclesiásticas, de los Consejos Particulares y, en modo especial, de las Conferencias Episcopales. Debemos reflexionar para realizar todavía más, a través de estos organismos, las instancias intermedias de la colegialidad, quizás integrando y actualizando algunos aspectos del antiguo orden eclesiástico. El auspicio del Consejo de que tales organismos puedan contribuir a acrecentar el espíritu de la colegialidad episcopal todavía no se ha realizado plenamente. En una Iglesia sinodal, como ya  afirmé, “no es oportuno que el Papa sustituya a los Episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, advierto la necesidad de proceder a una saludable descentralización”.
El último nivel es aquel de la Iglesia universal. Aquí el Sínodo de los Obispos, representando al episcopado católico, se transforma en expresión de la colegialidad episcopal al interno de una Iglesia toda sinodal. Eso manifiesta la collegialitas affectiva, la cual puede volverse en algunas circunstancias “efectiva”, que une a los Obispos entre ellos y con el Papa, en el cuidado por el Pueblo de Dios.
El compromiso de edificar una Iglesia sinodal – misión a la cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía – está grávido de implicaciones ecuménicas. Por esta razón, hablando con una delegación del Patriarcado de Constantinopla, he reiterado recientemente la convicción de que "el atento examen sobre cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside ofrecerá una aportación significativa al progreso de las relaciones entre nuestras Iglesias".
Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado Petrino recibirá mayor luz. El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como Bautizado entre los Bautizados y dentro del Colegio episcopal como Obispo entre los Obispos, llamado a la vez, como Sucesor del apóstol Pedro- a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en el amor a todas las iglesias.
Mientras reitero la necesidad y la urgencia de pensar a «una conversión del papado», de buen grado repito las palabras de mi predecesor el Papa Juan Pablo II: "Como Obispo de Roma soy consciente [...], que la comunión plena y visible de todas las Comunidades, en las que gracias a la fidelidad de Dios habita su Espíritu, es el deseo ardiente de Cristo. Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva".
Nuestra mirada se extiende también a la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un emblema levantado entre las naciones (cfr. Is 11, 12) en un mundo que – aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de la cosa pública – a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder. Como Iglesia que "camina junto" a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.
(Traducción del italiano: María Fernanda Bernasconi, Raúl Cabrera, María Cecilia Mutual, Griselda Mutual, Renato Martinez)


QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR, VENGA SOBRE NOSOTROS


Del Salmo 32:

 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Nuestra alma espera en el Señor;
Él es nuestro auxilio y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en Él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.

 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

EN LAS MANOS DE DIOS


Suele ser normal, al principio de curso, hacer proyectos, marcar objetivos, programar acciones para evaluar resultados. Y cuando cumplimos los objetivos y realizamos las actividades programadas nos sentimos satisfechos.
Es bueno, mientras no se escucha la voz interior, seguir la disciplina de un posible programa, pero hay realidades que no son fruto de la realización de un proyecto, sino de la obediencia al plan que Dios revela de diversas maneras, bien con mociones interiores, en los acontecimientos, bien con una sorprendente providencia que conduce como de la mano. El profeta afirma: “Lo que el Señor quiere prosperará por su mano” (Is 52,13). A la vez que trabajamos en los distintos objetivos, esta experiencia debe darnos confianza y sensibilidad para averiguar lo que Dios quiere.
Es natural que al ver realizados nuestros deseos sintamos alegría, pero no siempre lo que Dios quiere pasa por el éxito mundano. Con frecuencia la voluntad divina se manifiesta en la paradoja de la Cruz. “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).
El autor de la carta a los Hebreos nos invita a poner nuestros ojos en el Trono de gracia -“Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Hbr 4, 16), que no es, como podría parecer, la sede lujosa, sino la Cruz de Cristo.
El creyente no desea otra cosa que colaborar con el plan divino, y cuando pone su afán en diversas tareas, siempre debe condicionar el esfuerzo a la coincidencia con la gracia, para no hacer del seguimiento evangélico, o de la evangelización un proyecto pretencioso. El salmista recomienda la actitud adecuada: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo” (Sal 32).
Este planteamiento choca con el que tenían los discípulos de Jesús, cuando discutían por los primeros puestos, y en ello cifraban el logro o el fracaso. ¡Cuantas veces los éxitos nos llevan a un personalismo inadecuado! El Maestro les indica la participación necesaria en su Cáliz, que no es otro que el dar la vida por amor a los demás.
Todo proyecto que busque la realización personal, aunque sea honesto, puede caer en el error de los Zebedeos, cuando le pidieron a Jesús: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Mientras que los que buscan el plan de Dios, no pretenden otra cosa que entregar la vida.
Ángel Moreno de Buenafuente


Nada de eso entre vosotros

Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una súplica sino una ridícula ambición: «Queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.
Jesús parece sorprendido. «No sabéis lo que pedís». No le han entendido nada. Con paciencia grande los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones.La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes?
El hecho es tan grave que Jesús «los reúne» para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, «jefes de los pueblos» y «grandes» de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, «vosotros nada de eso».
Entre sus seguidores, todo ha de ser diferente: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande sino más insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor de Jesús.
En la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». Este es el mejor y más admirable resumen de lo que fue él: servicio a todos.

José Antonio Pagola

Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó:
«¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.
Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.
Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
Palabra del Señor.