«Según todos los evangelistas, la confesión de Simón sucedió en un momento decisivo dela vida de Jesús, cuando, después de la predicación en Galilea, se dirige decididamente a Jerusalén para cumplir, con la muerte en la cruz y la resurrección, su misión salvífica.
Los discípulos se ven implicados en esta decisión: Jesús los invita a hacer una opción que los llevará a distinguirse de la multitud, para convertirse en la comunidad de los creyentes en él, en su "familia", el inicio de la Iglesia.
Hay dos modos de "ver" y de "conocer" a Jesús: uno, el de la multitud, más superficial; el otro, el de los discípulos, más penetrante y auténtico. Con la doble pregunta: "¿Qué dice la gente?", "¿qué decís vosotros de mí?, Jesús invita a los discípulos a tomar conciencia de esta perspectiva diversa. La gente piensa que Jesús es un profeta. Esto no es falso, pero no basta; es inadecuado. En efecto, hay que ir hasta el fondo; es preciso reconocer la singularidad de la persona de Jesús de Nazaret, su novedad.
También hoy sucede lo mismo: muchos se acercan a Jesús, por decirlo así, desde fuera. Grandes estudiosos reconocen su talla espiritual y moral y su influjo en la historia de la humanidad, comparándolo a Buda, Confucio, Sócrates y a otros sabios y grandes personajes de la historia. Pero no llegan a reconocerlo en su unicidad. Viene a la memoria lo que Jesús dijo a Felipe durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? (Jn 14, 9).
A menudo Jesús es considerado también como uno de los grandes fundadores de religiones, de los que cada uno puede tomar algo para formarse una convicción propia. Por tanto, como entonces, también hoy la "gente" tiene opiniones diversas sobre Jesús.
Y como entonces, también a nosotros,discípulos de hoy, Jesús nos repite su pregunta: "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Queremos hacer nuestra la respuesta de san Pedro. Según el evangelio de san Marcos, dijo: "Tú eres el Cristo" (Mc 8, 29); en san Lucas, la afirmación es: "El Cristo de Dios" (Lc 9, 20); en san Mateo: ”Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16); por último, en san Juan: "Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 69). Todas esas respuestas son exactas y valen también para nosotros». (Benedicto XVI, Homilía del 29 de junio de 2007).