sábado, 11 de abril de 2015

"¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida!”, con Francisco iniciamos el Año de la Misericordia

La tarde del sábado 11 de abril, víspera del II Domingo de Pascua, el Santo Padre Francisco convocó oficialmente el Jubileo Extraordinario de la Misericordia con la publicación de la Bula "Misericordiae vultus".  Al ingreso de la Basílica de San Pedro, el Obispo de Roma entregó la Bula a los cuatro cardenales arciprestes de las basílicas papales de Roma: el Cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el Cardenal Agostino Vallini, arcipreste de la Basílica de San Juan de Letrán, el Cardenal James Michael Harvey, arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros, el Cardenal Santos Abril y Castelló, arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor.  Con la lectura de algunos extractos del documento oficial de convocatoria del Año Santo extraordinario a cargo del Regente de la Casa Pontificia, Mons. Leonardo Sapienza, Protonotario Apostólico, se dio inicio a la celebración de las Primeras Vísperas del Domingo de la Divina Misericordia.

EXTRACTOS DE LO LEÍDO POR MONS. SAPIENZA, EN PRESENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico de misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona1 revela la misericordia de Dios.

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado.

Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.

Sal 117,1 y 14-15.16-18.19-21 

Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia. 
El Señor es mi fuerza y mi energía, 
él es mi salvación. 
Escuchad: hay cantos de victoria 
en las tiendas de los justos.
Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
La diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.
No he de morir, viviré 
para contar las hazañas del Señor. 
Me castigó, me castigó el Señor, 
pero no me entregó a la muerte.
Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Abridme las puertas del triunfo, 
y entraré para dar gracias al Señor. 
Esta es la puerta del Señor: 
los vencedores entrarán por ella. 
Te doy gracias porque me escuchaste 
y fuiste mi salvación.
Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.

"Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."


Evangelio según San Marcos 16,9-15.

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.

Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.

Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.

Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.

En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.

Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."

Teresa de Jesús en el día de la mujer

La valoración peyorativa de la mujer no era algo propio del siglo XVI. En siglos anteriores, el
ambiente misógino ya se había fraguado paulatinamente. Evidenciamos abundantes documentos que así lo manifiestan. Aquí citaré solo uno; me refiero al El Decreto de Graciano del 1140, en él se lee lo siguiente:
“Las mujeres deberán quedar sujetas a los varones. El orden natural para la humanidad es que las mujeres sirvan a los varones y los niños a sus padres, pues es justo que lo inferior sirva a lo superior. La imagen de Dios está en el varón y es única. La autoridad de la mujer es nula; que en toda cuestión se someta al dominio del varón. No puede enseñar, ser testigo, dar garantías, sentarse en un juicio”¹.
            En tiempos de Teresa, muchos personajes se proyectarán en la misma línea antifeminista. De algunos de ellos, nuestra santa llegó incluso a leer sus libros. Autores contemporáneos con esta visión son: Hernando de Talavera, Francisco de Osuna, Tomás Cayetano de Vio (el famoso cardenal Cayetano),  Melchor Cano y hasta fray Luis de León con su  “Manual de la perfecta casada”. De igual manera, estará imbuido de este mismo espíritu Domingo Báñez, aunque con Teresa hace una excepción.
            Teresa será una profetisa de un sano feminismo, pero a diferencia de algunas corrientes modernas feministas a ultranza, su fundamento será la dimensión espiritual, es decir, cuando ella navega hondamente en las profundidades de su ser es cuando cae en la cuenta de que el ser humano (hombre y mujer) posee una dignidad inabarcable: “veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces; ¡cuántos más debe haber!” (4M 2,5), por lo tanto, su feminismo no es que sea solo de carácter espiritual, pero sí encuentra allí su fundamento.
            Nuestra mística hace un irónico eco de las posiciones machistas que mantenían sesgado el acceso a la oración de las mujeres: ”no es para mujeres, que les podrían venir ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han menester esas delicadezas”, “basta el paternóster y avemaría”.”(CV 21,2). Estos pensadores llegaban a la lamentable conclusión  de que para las mujeres: “no es vuestro de enseñar”. (CV 20,6). Asumiendo críticamente que por la condición femenina  no se pueden hacer mayores cosas en el servicio de Dios (Cfr. CV 1,2), define su postura audaz: “hemos de ser predicadoras de obras, ya que el Apóstol y nuestra inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras”. (CV 15,6).
            Teresa piensa que la mujer de su tiempo no era muy escuchada o tomada en cuenta, y sobre todo por la “iglesia” institución, a la cual ella tanto amaba. Su crítica goza de realismo veraz; el siguiente texto es de una valentía sin precedente alguno en la espiritualidad de su tiempo:
“¿no basta, Señor, que nos tienen el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa.
Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (CE 4,1)²
            Entresacamos cosas fundamentales: las mujeres son testigos de  algunas verdades que se lloran en secreto.  Los hombres no les comprenden, pues “no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”.  De la misma manera propone el no desvalorizar los “ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres.” El argumento teológico que arguye la Santa es el siguiente:
“Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos.” (Ib.).
            Estos textos fueron rápidamente censurados para la segunda redacción, de Camino de Perfección,  pero el grito teresiano ha quedado expresado clara y celosamente guardado en la primera redacción, pues al fin y al cabo: “mujeres eran otras y han hecho cosas heroicas por amor de vos.” (V 21,5).
            Según la santa abulense –si bien es cierto que la naturaleza femenina se puede prestar en algunas ocasiones para desvíos espirituales: “téngase aviso que la flaqueza natural es muy flaca, en especial en las mujeres, y en este camino de oración se muestra más.”  (F 8,6; Cfr. F 4,2; 4M 3,11; 6M 4,9)- también es el mismo Espíritu de Dios el que va haciendo que las mujeres se conviertan en maestras de la vida interior, y esto a merced de sus vivencias íntimas con el Señor. De igual manera, está segura nuestra mística madre  de otro dato y es el que las mujeres avanzan más fácilmente en la vida del Espíritu:
“y hay muchas más (mujeres) que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas a favor de las mujeres.” (V 40,8).
            Sería un trabajo arduo abordar aquí  todos los aportes teresianos a favor de  la mujer, pues su pluma delineó esta temática desde distintos ángulos, ejemplos: la estima exagerada de tener hijos (F 20,3); mientras se lamenta de su situación de mujer, enseña a los “hombres de tomo, de letras, de entendimiento” (V 11,14; 40,8); sabe también que hay hombres ignorantes (F 5,2), etc. Por tanto, nuestro intento es tan solo referir aquí cómo la experiencia de Dios es dignificante para la condición femenina; “cuanto más orantes, más defensores de la dignidad femenina”, esa  podría ser una máxima teresiana.
    Finlmente, recordemos que el Papa Pío XI negó la concesión del Doctorado  de Teresa de Jesús en razón de sexo. Sin embargo,  Pablo VI, más en sintonía  con los tiempos modernos la declara doctora³, lo cual se convierte en un  hito significativo, con vientos más favorables para la condición femenina en la iglesia; es al menos un comienzo prometedor.


Fray Oswaldo Escobar, ocd
Superior Provincial de América Central 

PASIÓN DE CRISTO. De las Catequesis de Cirilo de Jerusalén



«Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro. Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo.

Pues, así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche. Porque, así como de noche no vemos nada y, en cambio, de día lo percibimos todo, del mismo modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en cambio, al emergeros pareció encontraros en pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis nuevos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre. [...]

No hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera. Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. 

¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».

News.Va

¿Te cuesta creer en la Resurrección? La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón, no se pueden contener


Los primeros testigos de la Resurrección fueron mujeres. Al amanecer, van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron al primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc. 16,1). Esto es seguido por un encuentro con un mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6.). Las mujeres se sienten impulsadas por el amor y saben cómo acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten; no lo retienen para sí mismas, sino que lo transmiten. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena su corazón, no se pueden contener.

Esto también debería suceder en nuestras vidas: ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte! ¡Tengamos el valor de "salir" para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado!

¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta certeza? No es solo para nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a los demás, compartirlo con los demás. Es nuestro propio testimonio.


En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble.


En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo que sucedió: las mujeres son las primeras testigos.


Esto nos dice que Dios no escoge según los criterios humanos: los primeros testigos del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde; los primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Y esto es hermoso. ¡Y esto es un poco la misión de las madres, de las mujeres! Dar testimonio a sus hijos, a sus nietos, que Jesús está vivo, que es la vida, que resucitó.


¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para Dios cuenta el corazón, el cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como niños que se confían.

Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro, porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y profunda del amor.
A los Apóstoles y a los discípulos les resulta más difícil creer. A las mujeres no. Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y sentir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se confiesa con la boca y con el corazón, con la palabra y con el amor.
Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una condición nueva.
Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado transforma, da nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. Incluso para nosotros, hay muchos indicios de que el Señor resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.

Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a través de nosotros en el mundo, los signos de la muerte den paso a los signos de la vida.

Autor: Papa Francisco. Fuente: Catholic net