
Esto también debería suceder en nuestras vidas: ¡Sintamos la alegría
de ser cristianos! ¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal
y la muerte! ¡Tengamos el valor de "salir" para llevar esta alegría y
esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es
nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado!
¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta certeza? No es solo para
nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a los demás, compartirlo con los
demás. Es nuestro propio testimonio.
En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección
se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se
debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no
podían dar un testimonio fiable, creíble.
En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel
primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de
la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el
contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al testimonio de las
mujeres. Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo que sucedió: las
mujeres son las primeras testigos.

¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para Dios cuenta el corazón, el
cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como niños que se confían.
Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y
en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la
apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro,
porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y
profunda del amor.
A los Apóstoles y a los discípulos les resulta más difícil creer.
A las mujeres no. Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía;
Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También
en nuestro camino de fe es importante saber y sentir que Dios nos ama, no tener
miedo de amarlo: la fe se confiesa con la boca y con el corazón, con la palabra
y con el amor.
Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace
presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha
vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una condición nueva.
Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus
ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado transforma, da nuevo vigor a
la fe, un fundamento inquebrantable. Incluso para nosotros, hay muchos indicios
de que el Señor resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía
y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del
Resucitado.
Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar
por su fuerza, para que también a través de nosotros en el mundo, los signos de
la muerte den paso a los signos de la vida.
Autor: Papa Francisco. Fuente: Catholic net
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