En
su carta semanal, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, afirma:
“¡Qué alegría vivir conociendo y dando a conocer a Jesucristo! Sintamos la
alegría de vivir, conscientes siempre, como miembros vivos de la Iglesia que
somos, de que sabemos, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la
fe, que solamente Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y
satisfactoria a todas las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la
vida, el sentido de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza”. Son
preguntas que “están en el corazón y en la vida de todos los hombres, en todas
las latitudes de la tierra, unas veces conscientes en la vida de los hombres y
otras no. Pero el no tener respuestas para las mismas, o pasar de hacernos
tales preguntas, es síntoma de una grave enfermedad, como es ‘la falta de
alegría’. Algo sucede en el corazón del hombre, pero de una manera especial lo
experimentamos y constatamos en nuestra realidad histórica, pues esas preguntas
a las cuales aludía están en el corazón de todo ser humano, están arraigadas y
laten en lo más humano de todas las culturas. Es cierto que a veces unos ni se
las hacen, otros no tienen respuesta, pero, cuando no hay alegría en lo
profundo del corazón del hombre, hay desesperanza, desilusión, miedos,
cerrazón, exclusiones, no deseos de encuentro. Por eso, sabiendo esto, y viendo
cómo queda el ser humano cuando padece la falta de alegría, ¡cómo no vamos los
cristianos a salir a anunciar a quien cura, alienta, abre el corazón, nos abre
a la vida, nos abre a los otros, a todos sin excepción! Jesucristo es la
alegría, por ello, ‘la alegría de una evangelización misionera’”.
“Hemos de despertar y dejarnos sorprender por Jesucristo, asegura. Él nos introduce en la profundidad de la historia de los hombres de hoy y, de una manera clara, nos invita a vivir y protagonizar un gran impulso misionero. Es una gracia que Él nos regala en esta hora y requiere de nosotros una respuesta: salir al encuentro de todas las personas, de las familias, de todos sin excepción, para comunicarles y compartir de primera mano ese don maravilloso del encuentro con Cristo. Ir al corazón de todos los hombres desde el centro, que es Jesucristo, supone habernos encontrado con Él, haberle dejado que conquiste nuestro corazón y provoque en nuestra vida la alegría del encuentro con Él, que llena nuestra vidas de sentido, de valentía, de renovación, de creatividad, de verdad, de amor y de esperanza”. “Los cristianos, añade, no nos podemos quedar en una espera pasiva”, sino que “el Señor nos urge a acudir en todas las direcciones para decir a todos los hombres que la última palabra, la primera y las del intermedio no las tiene más que Jesucristo. Ni la tiene el mal ni la muerte. La tiene quien ha triunfado sobre todo, también de la muerte, Jesucristo. Por ello, la Iglesia tiene que asumir el compromiso de multiplicar los discípulos misioneros”.
“Hemos de despertar y dejarnos sorprender por Jesucristo, asegura. Él nos introduce en la profundidad de la historia de los hombres de hoy y, de una manera clara, nos invita a vivir y protagonizar un gran impulso misionero. Es una gracia que Él nos regala en esta hora y requiere de nosotros una respuesta: salir al encuentro de todas las personas, de las familias, de todos sin excepción, para comunicarles y compartir de primera mano ese don maravilloso del encuentro con Cristo. Ir al corazón de todos los hombres desde el centro, que es Jesucristo, supone habernos encontrado con Él, haberle dejado que conquiste nuestro corazón y provoque en nuestra vida la alegría del encuentro con Él, que llena nuestra vidas de sentido, de valentía, de renovación, de creatividad, de verdad, de amor y de esperanza”. “Los cristianos, añade, no nos podemos quedar en una espera pasiva”, sino que “el Señor nos urge a acudir en todas las direcciones para decir a todos los hombres que la última palabra, la primera y las del intermedio no las tiene más que Jesucristo. Ni la tiene el mal ni la muerte. La tiene quien ha triunfado sobre todo, también de la muerte, Jesucristo. Por ello, la Iglesia tiene que asumir el compromiso de multiplicar los discípulos misioneros”.
Para desarrollar la dimensión misionera de la vida de Jesucristo, dice que hemos de hacer que nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias, “se conviertan en centros de irradiación de la vida de Cristo” y nos hagan “vivir desde el centro hacia todos los caminos donde están los hombres”. Esa irradiación “se hace asumiendo dos dimensiones: la interioridad y la alteridad, es decir, desde un encuentro con el Señor tan fuerte que nos lleve a dar la vida por los otros, que nos impulse a salir y a darnos”. Por ello “en nuestras comunidades tienen que ser habituales estas expresiones: abrir puertas, crear ámbitos de encuentro, salir a los lugares de donde no viene nadie, salir allí donde hay esclavitudes fruto de no conocer al Señor y regalar la vida a ‘algo’ no a Él. Eliminar fatigas, desilusiones, acomodaciones que nos adormecen”.
Para Mons. Osoro, “tenemos un imperativo en la Iglesia: hacer en estos momentos una reflexión teológica pastoral seria y profunda, realizada sobre la vida diaria de la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a través de la historia. Hemos de quitar prejuicios y descubrir que la pastoral no solamente es un arte, ni un conjunto de exhortaciones, de experiencia y métodos. Hemos de ser valientes para hacer un discurso teológico sobre la acción evangelizadora de la Iglesia, que tiene una manifestación científica y práctica de la teología”. Y manifiesta su deseo de que “en nuestras comunidades tengamos los ojos y el corazón de Jesucristo, miradas de fe a todo y a todos, con el corazón que está ocupado por el Señor y totalmente impregnado de su amor. Todo ello nos dará unos principios que nos ayudarán a hacer proyectos evangelizadores, que alcanzan toda nuestra vida y buscan alcanzar las vidas de quienes nos encontremos en el camino”.
“Todos estamos llamados a vivir la alegría misionera de evangelizar: siendo hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y también hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia, en definitiva discípulos misioneros de Jesucristo, que son Luz del mundo”, concluye.