domingo, 23 de noviembre de 2014

Monseñor Carlos Osoro: La alegría de una evangelización misionera

En su carta semanal, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, afirma: “¡Qué alegría vivir conociendo y dando a conocer a Jesucristo! Sintamos la alegría de vivir, conscientes siempre, como miembros vivos de la Iglesia que somos, de que sabemos, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que solamente Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a todas las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, el sentido de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza”. Son preguntas que “están en el corazón y en la vida de todos los hombres, en todas las latitudes de la tierra, unas veces conscientes en la vida de los hombres y otras no. Pero el no tener respuestas para las mismas, o pasar de hacernos tales preguntas, es síntoma de una grave enfermedad, como es ‘la falta de alegría’. Algo sucede en el corazón del hombre, pero de una manera especial lo experimentamos y constatamos en nuestra realidad histórica, pues esas preguntas a las cuales aludía están en el corazón de todo ser humano, están arraigadas y laten en lo más humano de todas las culturas. Es cierto que a veces unos ni se las hacen, otros no tienen respuesta, pero, cuando no hay alegría en lo profundo del corazón del hombre, hay desesperanza, desilusión, miedos, cerrazón, exclusiones, no deseos de encuentro. Por eso, sabiendo esto, y viendo cómo queda el ser humano cuando padece la falta de alegría, ¡cómo no vamos los cristianos a salir a anunciar a quien cura, alienta, abre el corazón, nos abre a la vida, nos abre a los otros, a todos sin excepción! Jesucristo es la alegría, por ello, ‘la alegría de una evangelización misionera’”. 

“Hemos de despertar y dejarnos sorprender por Jesucristo, asegura. Él nos introduce en la profundidad de la historia de los hombres de hoy y, de una manera clara, nos invita a vivir y protagonizar un gran impulso misionero. Es una gracia que Él nos regala en esta hora y requiere de nosotros una respuesta: salir al encuentro de todas las personas, de las familias, de todos sin excepción, para comunicarles y compartir de primera mano ese don maravilloso del encuentro con Cristo. Ir al corazón de todos los hombres desde el centro, que es Jesucristo, supone habernos encontrado con Él, haberle dejado que conquiste nuestro corazón y provoque en nuestra vida la alegría del encuentro con Él, que llena nuestra vidas de sentido, de valentía, de renovación, de creatividad, de verdad, de amor y de esperanza”. “Los cristianos, añade, no nos podemos quedar en una espera pasiva”, sino que “el Señor nos urge a acudir en todas las direcciones para decir a todos los hombres que la última palabra, la primera y las del intermedio no las tiene más que Jesucristo. Ni la tiene el mal ni la muerte. La tiene quien ha triunfado sobre todo, también de la muerte, Jesucristo. Por ello, la Iglesia tiene que asumir el compromiso de multiplicar los discípulos misioneros”. 


Para desarrollar la dimensión misionera de la vida de Jesucristo, dice que hemos de hacer que nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias, “se conviertan en centros de irradiación de la vida de Cristo” y nos hagan “vivir desde el centro hacia todos los caminos donde están los hombres”. Esa irradiación “se hace asumiendo dos dimensiones: la interioridad y la alteridad, es decir, desde un encuentro con el Señor tan fuerte que nos lleve a dar la vida por los otros, que nos impulse a salir y a darnos”. Por ello “en nuestras comunidades tienen que ser habituales estas expresiones: abrir puertas, crear ámbitos de encuentro, salir a los lugares de donde no viene nadie, salir allí donde hay esclavitudes fruto de no conocer al Señor y regalar la vida a ‘algo’ no a Él. Eliminar fatigas, desilusiones, acomodaciones que nos adormecen”. 
Para Mons. Osoro, “tenemos un imperativo en la Iglesia: hacer en estos momentos una reflexión teológica pastoral seria y profunda, realizada sobre la vida diaria de la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a través de la historia. Hemos de quitar prejuicios y descubrir que la pastoral no solamente es un arte, ni un conjunto de exhortaciones, de experiencia y métodos. Hemos de ser valientes para hacer un discurso teológico sobre la acción evangelizadora de la Iglesia, que tiene una manifestación científica y práctica de la teología”. Y manifiesta su deseo de que “en nuestras comunidades tengamos los ojos y el corazón de Jesucristo, miradas de fe a todo y a todos, con el corazón que está ocupado por el Señor y totalmente impregnado de su amor. Todo ello nos dará unos principios que nos ayudarán a hacer proyectos evangelizadores, que alcanzan toda nuestra vida y buscan alcanzar las vidas de quienes nos encontremos en el camino”. 

“Todos estamos llamados a vivir la alegría misionera de evangelizar: siendo hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y también hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia, en definitiva discípulos misioneros de Jesucristo, que son Luz del mundo”, concluye.

PAPA FRANCISCO: LOS HAMBRIENTOS PIDEN DIGNIDAD, NO LIMOSNA



Queridos amigos, el Papa Francisco intervino ayer con un discurso en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición de la FAO, en la que participan los representantes de más de 190 países; delegados de las agencias de las Naciones Unidas, de organizaciones intergubernamentales, de la sociedad civil y el sector privado; además de los ministros de agricultura y sanidad de más de 100 países.

Les ofrecemos algunos pasajes del discurso del Papa:

"Vivimos en una época en la que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido. Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente". 

"Este es el cuadro del mundo, en el que se han de reconocer los límites de planteamientos basados en la soberanía de cada uno de los Estados, entendida como absoluta, y en los intereses nacionales, condicionados frecuentemente por reducidos grupos de poder". 

"El derecho a la alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto real, es decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición. Hoy día se habla mucho de derechos, olvidando con frecuencia los deberes; tal vez nos hemos preocupado demasiado poco de los que pasan hambre". 

"Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y por la «preminencia de la ganancia», que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera". 

"Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle, y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base sana. Nos pide dignidad, no limosna".

"Estos criterios no pueden permanecer en el limbo de la teoría. Las personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia; no sólo la justicia legal, sino también la contributiva y la distributiva". 

"Por tanto, los planes de desarrollo y la labor de las organizaciones internacionales deberían tener en cuenta el deseo, tan frecuente entre la gente común, de ver que se respetan en todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y, en nuestro caso, la persona con hambre. La primera preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen del alimento diario y han dejado de pensar en la vida, en las relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por la supervivencia". 

"El santo Papa Juan Pablo II, en la inauguración en esta sala de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en 1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la «paradoja de la abundancia»: hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja. Por desgracia, esta «paradoja» sigue siendo actual". 

"Otro reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad. Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo". 

"En efecto, la solidaridad es la actitud que hace a las personas capaces de salir al encuentro del otro y fundar sus relaciones mutuas en ese sentimiento de hermandad que va más allá de las diferencias y los límites, e impulsa a buscar juntos el bien común".

"También a los Estados, concebidos como una comunidad de personas y de pueblos, se les pide que actúen de común acuerdo, que estén dispuestos a ayudarse unos a otros mediante los principios y normas que el derecho internacional pone a su disposición". 

"Una fuente inagotable de inspiración es la ley natural, inscrita en el corazón humano, que habla un lenguaje que todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables entre sí. Como las personas, también los Estados y las instituciones internacionales están llamados a acoger y cultivar estos valores: amor, justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de diálogo y escucha recíproca. De este modo, el objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible".

"Cada mujer, hombre, niño, anciano, debe poder contar en todas partes con estas garantías. Y es deber de todo Estado, atento al bienestar de sus ciudadanos, suscribirlas sin reservas, y preocuparse de su aplicación. Esto requiere perseverancia y apoyo". 

"La Iglesia Católica trata de ofrecer también en este campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de los pobres, de los necesitados, en todas las partes del planeta; en esta misma línea se mueve la implicación activa de la Santa Sede en las organizaciones internacionales y con sus múltiples documentos y declaraciones". 

"Se pretende de este modo contribuir a identificar y asumir los criterios que debe cumplir el desarrollo de un sistema internacional ecuánime. Son criterios que, en el plano ético, se basan en pilares como la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad; al mismo tiempo, en el campo jurídico, estos mismos criterios incluyen la relación entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida y a una existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de compartir la riqueza económica del mundo".

"Si se cree en el principio de la unidad de la familia humana, fundado en la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los seres humanos, ninguna forma de presión política o económica que se sirva de la disponibilidad de alimentos puede ser aceptable". 

"Pienso también en nuestra hermana y madre tierra, en el planeta, si somos libres de presiones políticas y económicas para cuidarlo... Cuidar a la hermana tierra, la madre tierra para que no responda con la destrucción". 

"Al compartir estas reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al Dios rico en misericordia, que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se ponen al servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos concretos de cercanía". 

"Ruego también para que la comunidad internacional sepa escuchar el llamado de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la vida en el planeta. Gracias".


Papa: Cristo Rey Pastor lleno de amor, verdad, vida, justicia y paz

La liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo. La bella oración del Prefacio nos recuerda que su reino es «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz». Las lecturas que hemos escuchado nos muestran como Jesús ha realizado su reino; como lo realiza en el devenir de la historia; y que nos pide a nosotros.
Sobre todo, como Jesús ha realizado el reino:lo ha hecho con la cercanía y ternura hacia nosotros. Él es el Pastor, del cual nos ha hablado el profeta Ezequiel en la primera lectura (cfr. 34,11-12.15-17). Todo este pasaje esta tejido por verbos que indican la atención y el amor del Pastor a su rebaño: buscar, vigilar, reunir, llevar al pasto, hacer reposar, buscar la oveja perdida, encontrar la que se había perdido, vendar las heridas, sanar a la enferma, cuidarlas, pastorear. Todas estas actitudes se han hecho realidad en Jesucristo: Él es verdaderamente el “gran Pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas” (cfr. Eb 13,20; 1Pt 2,25).
Y cuantos en la Iglesia estamos llamados a ser pastores, no podemos  separarnos de este modelo, si no queremos convertirnos en mercenarios. Al respecto, el pueblo de Dios posee un olfato infalible en reconocer los buenos pastores y distinguirlos de los mercenarios.
Después de su victoria, es decir después de su Resurrección, ¿cómo Jesús lleva adelante su reino? El apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, dice: «Es necesario que Él reine hasta que no haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (15,25). Es el Padre que poco a poco ha puesto todo bajo el Hijo, y al mismo tiempo el Hijo pone todo bajo el Padre, y al final también Él mismo. Jesús no es un rey a la manera de este mundo: para Él reinar no es mandar, sino obedecer al Padre, entregarse a Él, para que se cumpla su diseño de amor y de salvación. De este modo existe plena reciprocidad entre el Padre y el Hijo. Por lo tanto el tiempo del reino de Cristo es el largo tiempo de la sumisión de todo al Hijo y de la entrega de todo al Padre. «El último enemigo en ser vencido será la muerte» (1 Cor 15,26). Y al final, cuando todo será puesto bajo la majestad de Jesús, y todo, también Jesús mismo, será puesto bajo el Padre, Dios será todo en todos (cfr. 1 Cor 15, 28).
El Evangelio nos dice que cosa nos pide el reino de Jesús a nosotros: nos recuerda que la cercanía y la ternura son la regla de vida también para nosotros, y sobre esto seremos juzgados. Este será el protocolo de nuestro juicio. Es la gran parábola del juicio final de Mateo 25. El Rey dice: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme» (25,34-36). Los justos le preguntaran: ¿cuándo hicimos todo esto? Y Él responderá: «En verdad les digo: que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25,40).
La salvación no comienza en la confesión de la soberanía de Cristo, sino en la imitación de las obras de misericordia mediante las cuales Él ha realizado el Reino. Quien las cumple demuestra de haber acogido la realiza de Jesús, porque ha hecho espacio en su corazón a la caridad de Dios. Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor, sobre la proximidad y sobre la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el reino de Dios, nuestra ubicación de una o de otra parte. Jesús, con su victoria, nos ha abierto su reino, pero está en cada uno de nosotros entrar o no, ya a partir de esta vida – el Reino inicia ahora – haciéndonos  concretamente prójimo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si verdaderamente amamos a este hermano o aquella hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más precioso que tenemos, es decir ¡Jesús mismo y su Evangelio!
Hoy la Iglesia nos pone delante como modelos los nuevos Santos que, mediante las obras de generosa dedicación a Dios y a los hermanos, han servido, cada uno en su propio ámbito, el reino de Dios y se han convertido en herederos. Cada uno de ellos ha respondido con extraordinaria creatividad al mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Se han dedicado sin reparo al servicio de los últimos, asistiendo a los indigentes, a los enfermos, a los ancianos, a los peregrinos. Su predilección por los pequeños y por los pobres era el reflejo y la medida del amor incondicional a Dios. De hecho, han buscado y descubierto la caridad en la relación fuerte y personal con Dios, de la cual surge el verdadero amor por el prójimo. Por eso, en la hora del juicio, han escuchado esta dulce invitación: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo» (Mt 25,34).
Con el rito de canonización, una vez más hemos confesado el misterio del reino de Dios y honorado a Cristo Rey, Pastor lleno de amor por su grey. Que los nuevos Santos, con su ejemplo y su intercesión, hagan crecer en nosotros la alegría de caminar en la vía del Evangelio, la decisión de asumirlo como la brújula de nuestra vida. Sigamos sus huellas, imitemos su fe y su caridad, para que también nuestra esperanza se llene de inmortalidad. No nos dejemos distraer por otros intereses terrenos y pasajeros. Y nos guie en el camino hacia el reino de los Cielos la Madre, Reina de todos los Santos.
 (Traducción del italiano, Renato Martinez - Radio Vaticano)

VENGAN CONMIGO A GOZAR DE LA FIESTA

El conteo del tiempo es una cuenta regresiva porque terminará. Y con el reloj del tiempo metido hasta en nuestra carne, todo tiene fecha de vencimiento. Y al final del tiempo hay un juicio definitivo sobre el amor con el pobre hambriento, sin trabajo, salud ni educación, desnudo, enfermo, sin techo o encarcelado.
Al inicio de tu vida y la mía está Dios que en la ternura de su amor nos creo para amar y al final de tu tiempo y el mío está también Dios para juzgar nuestra vida sobre el amor. Para esa misión nos dio los talentos necesarios y libertad suficiente para alcanzar la meta. ¿Qué gusto tendría recibir el trofeo del abrazo de Dios todopoderoso en amor, sin ningún trabajo, lucha, sacrificio de nuestra parte?, ¿Estoy ganando el pan del amor con el sudor de mi frente?
El Juicio concluyente donde se sabe si ganamos o perdimos el abrazo de Jesús que nos curará de todo mal y nos hará pasar a la fiesta de la vida plena en el amor sin fin, tiene como criterio el amor al pobre, porque el Hijo de Dios hecho hombre se esconde en la carne del prójimo que sufre. ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, sin techo, carcelado?, preguntan aquellos a los que Jesús aparta de sí.
Por eso, que alegría cuando el Jesús, Juez supremo y rey de amor nos llame y nos diga: vengan conmigo a gozar de la fiesta sin de la vida plena en el amor, porque era yo aquel herido a quienes Uds. abrazaron, ahora quiero abrazarlos yo.
Por el  jesuita Guillermo Ortiz

EL PAPA: TODOS LOS CRISTIANOS ESTÁN LLAMADOS A SER MISIONEROS, NO SOLO UNOS POCOS

Pensando especialmente en los misioneros y los catequistas -sin olvidar que todos nosotros debemos anunciar la Palabra a quienes tenemos más cerca-, les ofrecemos el discurso del Papa Francisco:
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy se levantaron temprano, ¿eh? ¿A qué hora? ¡A las 4! ¡Un poco exagerado! Felicitaciones al coro. ¡Muy bien! ¡Gracias! Los recibo con gusto en ocasión del Congreso Misionero Nacional de la Iglesia en Italia.
El programa de su congreso se inspira en lo que el Señor le dijo al profeta Jonás: “Ve a Nínive, la gran ciudad”. Pero Jonás inicialmente huye. Se fue a España, por el contrario. Tiene miedo de ir a aquella gran ciudad, más preocupado por juzgar que por la misión que se le confía. Pero luego va a Nínive y todo cambia: Dios muestra su misericordia y la ciudad se convierte. La misericordia cambia la historia de los individuos e incluso de los pueblos.
Como dice el apóstol Santiago: “Los misericordiosos no tienen por qué temer al juicio” (Santiago 2, 13). La invitación a Jonás, hoy la sienten dirigida a ustedes. Y esto es importante. Cada generación está llamada a ser misionera. Llevar lo que tenemos dentro, aquello que el Señor nos ha dado. ¡Esto desde el inicio!
Recordamos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor y después de que hablaron con Él esa tarde, ¡salieron entusiastas! Lo primero que hicieron Andrés y Juan fue misionar. Fueron a a decir a sus hermanos y amigos: “¡Hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!”. Inmediatamente después del encuentro con el Señor, inmediatamente después, sucede esto.
En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium hablé de la “Iglesia en salida”. Una Iglesia misionera ha de ser “en salida”, no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para hacer proselitismo, sino para decir lo que tenemos y que queremos compartir, pero sin forzar, a todos sin distinción.
El espíritu de la misión 'ad gentes' debe convertirse en el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrar a todos y proclamar la alegría del Evangelio.
Y las iglesias particulares en Italia han hecho mucho. Cada mañana en la misa en Santa Marta encuentro uno, dos, tres que vienen desde lejos: “Yo hace muchos años que trabajo en la Amazonía, que trabajo en África, que trabajo...” Tantos sacerdotes, muchas monjas, muchos laicos 'fidei donum'. Ustedes tienen esto en la sangre, ¿eh? Es una gracia de Dios. Deben conservarla, hacerla crecer y darla en legado a las nuevas generaciones de cristianos.
Una vez vino un anciano sacerdote, era un poco... se veía que el pobrecillo era muy anciano y un poco enfermo: “¿Cómo está usted?” “Desde hace 60 años estoy en el Amazonas”. Es grande esto: dejar todo. Repito una cosa que me dijo un cardenal brasileño: “Cuando voy a la Amazonía – porque él tiene la tarea de visitar las diócesis de la Amazonía - voy al cementerio a ver las tumbas de los misioneros. Son muchos. Y pienso: ‘¡Éstos podrían ser canonizados ahora!’” Eh, es la Iglesia; ¡son ustedes! ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Les pido que se comprometan con pasión para mantener vivo este espíritu. Veo con alegría junto con los obispos y los sacerdotes, muchos laicos. La misión es tarea de todos los cristianos, no sólo algunos. ¡Ah! También es la tarea de los niños, ¿eh? En las obras misionales pontificias, los pequeños gestos de los niños educan a la misión. Nuestra vocación cristiana nos pide ser portadores de este espíritu misionero para que se produzca una verdadera “conversión misionera” de toda la Iglesia, como he auspiciado en la 'Evangelii gaudium'.
Los exhorto a no dejarse robar la esperanza y el sueño de cambiar el mundo con el Evangelio, con la levadura del Evangelio, comenzando desde las periferias humanas y existenciales.
Salir significa superar la tentación de hablar entre nosotros olvidando los muchos que esperan de nosotros una palabra de misericordia, consuelo y esperanza. El Evangelio de Jesús se realiza en la historia. Jesús mismo era un hombre de la periferia, de aquella Galilea lejana de los centros de poder del Imperio Romano y de Jerusalén.
Encontró pobres, enfermos, endemoniados, pecadores, prostitutas, reuniendo a su alrededor un pequeño número de discípulos y algunas mujeres que lo escuchaban y lo servían. Sin embargo, su palabra fue el inicio de un punto de inflexión en la historia, el comienzo de una revolución espiritual y humana, la buena noticia de un Señor muerto y resucitado por nosotros. Y este tesoro, nosotros queremos compartirlo.
Queridos hermanos y hermanas, los animo a intensificar el espíritu misionero y el entusiasmo de la misión y a mantener alto su compromiso en las diócesis, en los Institutos misioneros, en las Comunidades, Movimientos y Asociaciones, en el espíritu de la 'Evangelii gaudium', sin desanimarse en las dificultades, que nunca faltan y – subrayo una cosa - empezando por los niños.
En la catequesis los niños deben recibir la catequesis misionera. A partir de los niños. A veces, también en la Iglesia somos tomados por el pesimismo, que arriesga con privar del anuncio del Evangelio a muchos hombres y mujeres. ¡Vayamos hacia adelante con esperanza!
Los muchos misioneros mártires de la fe y de la caridad nos muestran que la victoria está sólo en el amor y en una vida dedicada al Señor y a los demás, a partir de los pobres. Los pobres son compañeros de viaje de una Iglesia en salida, porque son los primeros que ella encuentra. Los pobres son también sus evangelizadores, porque les indican aquellas periferias donde el Evangelio debe aún ser proclamado y vivido.
Salir es no permanecer indiferentes ante la miseria, la guerra, la violencia de nuestras ciudades, el abandono de los ancianos, el anonimato de tantas personas necesitadas y a la distancia de los pequeños. Salir y no tolerar que en nuestras ciudades cristianas haya muchos niños que no sepan cómo hacerse la señal de la cruz. Esto es salir.
Salir es ser agentes de paz, aquella “paz” que el Señor nos da cada día y que el mundo tanto necesita. Los misioneros nunca renuncian al sueño de la paz, incluso cuando viven en las dificultades y en las persecuciones, que hoy vuelven a sentirse con fuerza. He encontrado en días pasados a los obispos de Oriente Medio, también párrocos- dos - de las ciudades más, más afectadas por la guerra de Oriente Medio, estaban alegres en el servir a estas personas. Sufrían por lo que estaban pasando, pero tenían la alegría del Evangelio.
Que el Señor haga crecer en ustedes la pasión por la misión y pueda hacerlos testigos de su amor y su misericordia. Y que la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, los proteja y los haga fuertes en la tarea a ustedes encomendada. Pero también yo debo ser misionero y les pido, por favor, que recen por mí y de corazón los bendigo".

(Traducción del italiano de Griselda Mutual, Radio Vaticano).

Papa: conversión y misión, paciencia y amor, testimonios de Cristo en la humanidad herida

Participar en la misión de Cristo, que nos precede y acompaña en la evangelización. Ante los desafíos de hoy - como la vida, la familia, la paz, la pobreza, la libertad religiosa y de educación, en un mundo que olvida a Dios y se centra en el consumo -  renovar siempre el «primer amor», con valentía evangélica y perseverando en el carisma original, «respetar la libertad de las personas» y «buscar siempre la comunión», son las tres sugerencias - para el camino de fe y de vida eclesial - que señaló el Papa Francisco, este sábado a los participantes en el III Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales y nuevas comunidades, que «ya han aportado tantos frutos a la Iglesia y al mundo entero» y que podrán brindar otros «aún más grandes, con la ayuda del Espíritu Santo, que suscita y renueva siempre dones y carismas, y la intercesión de María que «no cesa de socorrer y acompañar a sus hijos».
A los congresistas de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, llegados de tantas partes del mundo, para reflexionar sobre el tema «La alegría del Evangelio: una alegría misionera» - inspirado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Obispo de Roma -  en la primera sugerencia dedicada a los carismas - les recordó la importancia de preservar el carisma original, renovando «el primer amor», afianzados en la acción del Espíritu Santo, sin permanecer encerrados en esquemas estériles:
«La novedad de sus experiencias no consiste en los métodos y en las formas, aunque son importantes, sino en la disposición para responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es esta valentía evangélica que permitió el nacimiento de sus movimientos y nuevas comunidades. Si las formas y métodos se defienden por sí mismas, se vuelven ideológicos, alejados de la realidad que está en continua evolución; cerrados a las novedades del Espíritu, acabarán sofocando el carisma mismo que los ha generado. Es necesario volver siempre a la fuente de los carismas y así podrán volver a encontrar el impulso para afrontar los desafíos de hoy».
Reflexionando sobre cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, en particular a los jóvenes, el Papa Francisco destacó la paciencia  el amor como hace el Señor con cada uno de nosotros, en el respeto de la libertad de las personas:
«Formamos parte de una humanidad herida, donde todas las agencias educativas, en
especial la más importante, la familia, tiene graves dificultades casi en todo el mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tiene dificultades en cumplir sus propias opciones, porque tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a los demás las decisiones importantes de la vida. Hay que resistir a la tentación de sustituirse con la libertad de las personas, de dirigirlas sin esperar que maduren realmente. Cada persona tiene su tiempo: camina a modo suyo y esto es lo que debemos acompañar. Un progreso moral o espiritual obtenido sobre la inmadurez de la gente es un éxito aparente, destinado a naufragar. Pocos, acompañando siempre sin ser teatreros y sin hacer show. Por lo contrario, la educación cristiana requiere un acompañamiento paciente, que sabe esperar los tiempos de cada uno, como hace con cada uno de nosotros el Señor; la paciencia es la única senda para amar de verdad y llevar a las personas a una relación sincera con el Señor».
«Otra indicación que no hay que olvidar es que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión»,  «es la gracia suprema que Jesús nos conquistó en la cruz, la gracia que el resucitado pide para nosotros incesantemente. «Para que el mundo crea que Jesús es el Señor tiene que ver la comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencias, por cualquier causa que sea, ¿cómo se puede evangelizar? subrayó el Santo Padre recordando la comunión de los carismas al servicio de la Santa Madre Iglesia Jerárquica y la misión:
«La verdadera comunión no puede existir en un movimiento o en una nueva comunidad si no se integra en la comunión más grande que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cfr Exhort ap Evangelii Gaudium, 234-237) y la parte tiene sentido en relación a todo. Además, la comunión consiste también en afrontar juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de educación. En particular, los movimientos y las comunidades están llamados a colaborar para contribuir a curar las heridas producidas por una mentalidad globalizada que pone en el centro el consumo, olvidando a Dios y los valores esenciales de la existencia». (CdM – RV)