domingo, 17 de febrero de 2013

Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis

A menudo, en nuestra oración, nos encontramos ante el silencio de Dios, experimentamos una especie de abandono, nos parece que Dios no escucha y no responde. Pero este silencio de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia.

El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha, incluso en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad.

Jesús asegura a los discípulos y a cada uno de nosotros que Dios conoce bien nuestras necesidades en cualquier momento de nuestra vida.

Él enseña a los discípulos: "Cuándo recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis" (Mateo, 6, 7-8).

Un corazón atento, silencioso, abierto es más importante que muchas palabras. Dios nos conoce en la intimidad, más que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe ser suficiente.

Benedicto XVI

¡Gracias por todo, Santo Padre!


El testimonio del Papa también nos alienta y conmueve, pero sobre todo nos abre a la esperanza. 

Él no hace otra cosa sino buscar ser fiel al Señor Jesús que lo llamó como Pedro a remar mar adentro, y esta decisión manifiesta en su humildad, realismo y su amor por la Iglesia. En última instancia no deja de ser el testigo de la fe, que abraza la Cruz de Cristo, ofreciéndonos ahora el servicio de la oración y el sufrimiento escondido. Con ello nos da una lección de honestidad y libertad, que de una personalidad como la suya podíamos esperar. 

La enseñanza que nos deja, con la firmeza de maestro, es de una admirable amplitud de horizontes: la confianza absoluta en Jesucristo, la claridad en la visión de los rasgos de nuestra cultura, la valoración del patrimonio del que somos herederos y el horizonte definitivo de nuestra existencia en el amor de Dios. Dios es amor, nos recordó en su primera encíclica y el consejo de creer en la caridad que genera caridad, en su último mensaje para la cuaresma. 

Unámonos en oración por él y pidamos al Espíritu Santo que asista a los cardenales en la elección del próximo representante de Cristo en la tierra. 


"Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor." (Benedicto XVI 19 de abril de 2005)

Fuente: Catholic.net

La Cuaresma nos orienta hacia la vida eterna


Adán fue expulsado del Paraíso terrenal, símbolo de la comunión con Dios; ahora, para volver a esta comunión y por consiguiente a la verdadera vida, la vida eterna, hay que atravesar el desierto, la prueba de la fe. No solos, sino con Jesús. Él —como siempre— nos ha precedido y ya ha vencido el combate contra el espíritu del mal. Este es el sentido de la Cuaresma, tiempo litúrgico que cada año nos invita a renovar la opción de seguir a Cristo por el camino de la humildad para participar en su victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

Desde esta perspectiva se comprende también el signo penitencial de la ceniza, que se impone en la cabeza de cuantos inician con buena voluntad el itinerario cuaresmal. Es esencialmente un gesto de humildad, que significa: reconozco lo que soy, una criatura frágil, hecha de tierra y destinada a la tierra, pero hecha también a imagen de Dios y destinada a él. Polvo, sí, pero amado, plasmado por su amor, animado por su soplo vital, capaz de reconocer su voz y de responderle; libre y, por esto, capaz también de desobedecerle, cediendo a la tentación del orgullo y de la autosuficiencia.
 
He aquí el pecado, enfermedad mortal que pronto entró a contaminar la tierra bendita que es el ser humano. Creado a imagen del Santo y del Justo, el hombre perdió su inocencia y ahora sólo puede volver a ser justo gracias a la justicia de Dios, la justicia del amor que —como escribe san Pablo— "se ha manifestado por medio de la fe en Cristo" (Rm 3, 22).
 
 La segunda lectura, el llamamiento de san Pablo a dejarse reconciliar con Dios (cf. 2 Co 5, 20), contiene uno de los célebres pasajes paulinos que reconduce toda la reflexión sobre la justicia hacia el misterio de Cristo. Escribe san Pablo: "Al que no había pecado —o sea, a su Hijo hecho hombre—, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que viniéramos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21). En el corazón de Cristo, esto es, en el centro de su Persona divino-humana, se jugó en términos decisivos y definitivos todo el drama de la libertad. Dios llevó hasta las consecuencias extremas su plan de salvación, permaneciendo fiel a su amor aun a costa de entregar a su Hijo unigénito a la muerte, y una muerte de cruz.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma ensancha nuestro horizonte, nos orienta hacia la vida eterna. En esta tierra estamos de peregrinación, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro", dice la carta a los Hebreos (Hb 13, 14). La Cuaresma permite comprender la relatividad de los bienes de esta tierra y así nos hace capaces para afrontar las renuncias necesarias, nos hace libres para hacer el bien. Abramos la tierra a la luz del cielo, a la presencia de Dios entre nosotros. Amén.
 

Benedicto XVI