El amor de Cristo llena nuestros
corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, Él nos envía por los
caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra.
Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un
mandato que es siempre nuevo.
Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer, y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo». El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios. (…)
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, cada vez más, en las manos de un amor que se experimenta cada vez con más fuerza porque tiene su origen en Dios.
(Benedicto XVI, homilía en Madrid el 21 de agosto de 2011)
Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer, y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo». El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios. (…)
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, cada vez más, en las manos de un amor que se experimenta cada vez con más fuerza porque tiene su origen en Dios.
(Benedicto XVI, homilía en Madrid el 21 de agosto de 2011)
Fuente: News.va