domingo, 22 de junio de 2014

La medida del amor de Dios es amar sin medida: el Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días: en Italia y en muchos otros países se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo -se utiliza a menudo el nombre latino: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.

El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el "pan de vida", impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, en la que afirmó: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. (Jn 06:51). Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos con el prójimo que demuestran la postura de partir la vida por los demás.

Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos de acuerdo con el Evangelio. En primer lugar, la docilidad a la Palabra de Dios, después la hermandad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desesperados, de acoger a los excluidos. De este modo, la Eucaristía hace madurar en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es decir, sin medida.
¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y entonces llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman, y esto no es fácil, ¿eh? Amar a quienes no nos ama... ¡No es fácil! Porque si sabemos que una persona no nos quiere, también tenemos nosotros el deseo de no quererla. Pues no. ¡Hemos de amar incluso a los que no nos aman! Oponernos al mal con el bien, a perdonar, a compartir, a acoger a los demás. Gracias a Jesús y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en "pan partido" para nuestros hermanos. ¡Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría! La alegría de convertirse en don, de devolver el gran don que recibimos por primera vez, sin nuestro mérito.
Es hermoso esto: ¡nuestra vida se convierte en don! Esto es imitar a Jesús. Yo quisiera recordar estas dos cosas. En primer lugar, la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, recibiendo la Eucaristía, se hace don. Tal como fue la vida de Jesús. No olviden estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida. Y siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra vida un don.
Jesús, el Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado con Ella, con amor inefable, lo siguió fielmente hasta la Cruz y la Resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, para que sea el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración.
ER - RV

Después del rezo Marianao del Ángelus el Santo Padre dedicó saludos a fieles de diferentes partes del mundo e hizo un llamamiento contra la tortura.

Queridos hermanos y hermanas:
El 26 de junio próximo se celebrará el Día de las Naciones Unidas por las Víctimas de la Tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de cada forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para cooperar a su abolición y apoyar a las víctimas y sus familias. ¡Torturar a las personas es un pecado mortal! ¡Un pecado muy grave!
Extiendo mi saludo a todos ustedes, ¡romanos y peregrinos!

«¡OH BANQUETE PRECIOSO Y ADMIRABLE!» por santo Tomás de Aquino



El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ... por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. [...]

Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

De News.Va

CORPUS CRHISTI

                                              Domingo. Fiesta de la Eucaristía A: Jn 6, 51-59.
La Eucaristía es el centro y la cumbre de nuestra fe. Siempre que los cristianos nos reunimos en la Eucaristía celebramos un gran misterio, la entrega de Jesucristo a su Padre para nuestra redención. La Eucaristía es también poder recibir como alimento espiritual el mismo Cuerpo de Jesús; y es también sentir la presencia real de Jesús entre nosotros. Esta presencia es lo que celebramos principalmente en esta fiesta del Corpus, o “del Cuerpo y la Sangre de Jesús”.
Durante los primeros siglos del cristianismo Jesús en la Eucaristía, después de la misa, se guardaba de una manera privada. Se hacía para que sirviera de viático  a los enfermos. Por el año mil o poco antes hubo varios herejes que decían que Jesús no estaba realmente presente en la Eucaristía después de la misa, sino sólo en símbolo. Desde entonces la Iglesia fomentó la adoración privada y solemne, haciendo sagrarios hermosos y custodias para la adoración, hasta que por fin se instituyó esta fiesta del Corpus, precisamente para fomentar la adoración eucarística.
La ocasión fue un famoso milagro. Siempre ha habido milagros que han confirmado esta verdad, muchas veces ocasionados por dudas de fe o por sacrilegios. Era el año 1264 cuando un sacerdote, que dudaba de la presencia eucarística de Jesús, fue a Roma, a la tumba del apóstol san Pedro, a pedir robustecimiento de su fe. Al pasar por Bolsena y celebrar la misa, la Sagrada Forma comenzó a destilar sangre hasta quedar completamente mojado el corporal. El papa Urbano VI, que estaba en Orvieto, ciudad cercana, cuando comprobó el milagro, instituyó la fiesta del Corpus y encargó los himnos de la fiesta a Sto. Tomás de Aquino. Los hizo hermosos como el “Tantum ergo”. Aquellos corporales se conservan aún en la catedral de Orvieto.
La Eucaristía no es sólo para que adoremos a Jesucristo, sino para que nos sirva de alimento espiritual. Hoy en el evangelio se nos recuerdan aquellas palabras de Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Los judíos no lo entendían. Tampoco hoy los que no tienen fe entienden que Jesús ha venido del cielo para saciar los anhelos del corazón, el hambre que otros panes no lo pueden hacer como es el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder. Jesús, con sus palabras y gestos, con su propuesta del Reino y la Alianza, da pleno sentido a la existencia humana.
Algo muy importante en la Eucaristía, como nos señala san Pablo en la segunda lectura de hoy, es el ser signo y compromiso de unidad. El comer el Cuerpo de Cristo expresa el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega a los hermanos por Cristo. Por eso la comunión no es un rito o una devoción individual, sino que tiende a la unidad y universalidad, porque al comulgar “formamos un solo cuerpo”. Al comer dignamente el pan de la Eucaristía nos alimentamos del mismo Dios. Por eso, como fruto, debemos vivir más como Dios, que es misericordioso, solidario, paciente, entregado. Los alimentos, por ser organismos inferiores a nosotros, se transforman en nuestro cuerpo; pero Jesús, “el pan de vida”, por ser superior, hace que nosotros nos podamos transformar en El.
Donde hay pan partido y compartido, hay mucho de Dios. Dios quiso valerse del pan para significar su amor a los hombres. Por todo ello hoy es día de la caridad. Si se comulga dignamente y uno busca asemejarse a Cristo, tiene que estar uno dispuesto a dejarse comer en el servicio a los hermanos. De una persona que es buena se suele decir que es tan buena como el pan, porque el pan se deja comer, y nos fortalece y nos hace crecer. Que esta fiesta del Corpus nos aumente nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Que cada vez que entremos en una iglesia, donde está el Santísimo, nuestra fe nos impulse a una sentida y piadosa adoración, acrecentada hoy si le acompañamos en la procesión, y que crezca con el alimento de la comunión, que nos impulse a ser fermento de unidad en la Iglesia.