lunes, 2 de junio de 2014

No pongamos impedimentos a la acción del Espíritu Santo, exhorta el Papa Francisco

Durante la Misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco recordó que es el Espíritu Santo el que actualiza a la Iglesia y la impulsa más allá de los límites, por ello, exhortó a no ponerle impedimentos sino más bien ser dóciles a su acción.
El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios en la Iglesia. Es el que hace que la Iglesia ande, el que hace que la Iglesia camine. Cada vez más, más allá de los límites, hacia adelante. El Espíritu Santo con sus dones guía a la Iglesia”, expresó el Papa al reflexionar sobre uno de los pasajes de los Hechos de los Apóstoles.
Una comunidad de paganos –recordó el Papa- acoge el anuncio del Evangelio y Pedro es testigo ocular de la bajada del Espíritu Santo sobre ellos, pero primero duda en tener contacto con lo que siempre había creído “impuro”. Y luego recibe duras críticas de parte de los cristianos de Jerusalén, escandalizados por el hecho de que su jefe había comido con unos “no circuncisos” y hasta los había bautizado. Un momento de crisis interna, que el Papa recuerda con un matiz de ironía.
“Algo que no se podía ni pensar.... Si mañana llegara una expedición de marcianos, por ejemplo, y algunos de ellos vinieran donde nosotros, digo marcianos ¿no?... Verdes, con esa nariz larga y las orejas grandes, como los pintan los niños... Y uno dijera: ‘Pero, yo quiero el bautismo’. ¿Qué pasaría?”, preguntó Francisco.


El Santo Padre señaló que el Espíritu sopla donde quiere, pero una de las tentaciones más recurrentes de quien tiene fe es la de ponerle trabas en el camino y de desviarlo hacia una dirección, en lugar que hacia otra. Una tentación que no faltaba tampoco en los albores de la Iglesia.
Sin embargo, explicó el Papa, Pedro comprende su error cuando una visión le ilumina una verdad fundamental: nadie puede llamar “profano” lo que ha sido purificado por Dios. Al narrar estos hechos a la muchedumbre que lo critica, el Apóstol los tranquilizó con esta afirmación: ¿Si por lo tanto Dios les ha dado el mismo don que nos dio a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, quién soy yo para poner impedimentos a Dios?
“Cuando el Señor nos indica el camino ¿quiénes somos nosotros para decir: ‘¡No Señor, no es prudente! No, hagamos así...? Y Pedro en esa primera diócesis – la primera diócesis fue Antioquía – toma esa decisión: ¿Quién soy yo para poner impedimentos?’”, expresó el Papa.
Según informó Radio Vaticana, el Santo Padre indicó que esta es una bella palabra “para los obispos, los sacerdotes y también para los cristianos. Pero ¿quiénes somos para cerrar puertas? En la Iglesia antigua, incluso hoy, está el ministerio del hostiario. Y ¿qué hacia el hostiario? Abría la puerta, recibía a la gente, la hacía pasar. Pero ¡nunca fue el ministerio del que cierra la puerta!”
Dios ha dejado la guía de la Iglesia “en manos del Espíritu Santo”, que nos enseñará todo y  “hará que nos acordemos de lo que Jesús nos ha enseñado”
“No se puede comprender la Iglesia de Jesús sin este Paráclito, que el Señor nos envía para ello. Y cumple estas opciones impensables ¡pero impensables! Para usar una palabra de San Juan XXIII: es precisamente el Espíritu Santo el que actualiza la Iglesia: verdaderamente la actualiza y hace que vaya adelante. Y nosotros los cristianos debemos pedir al Señor la gracia de la docilidad al Espíritu Santo. La docilidad a este Espíritu, que nos habla en el corazón, nos habla en las circunstancias de la vida, nos habla en la vida eclesial en las comunidades cristianas, nos habla siempre”, concluyó el Papa.



Partir, como Jesús regresa al Padre y como envía a sus discípulos a partir hacia el mundo, Francisco en la oración del Regina Coeli en la Ascensión

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al Cielo, que se produjo cuarenta días después de la Pascua. Los Hechos de los Apóstoles relatan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (Cfr. Hch 1, 2.9). 


En cambio, el Evangelio de Mateo, refiere el mandato de Jesús a los discípulos: la invitación a ir, a partir para anunciar a todos su mensaje de salvación (Cfr. Mt 28, 16-20). “Ir”, o mejor, “partir” se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo.
Jesús parte, asciende al Cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Hizo su trabajo, y regresa al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre.
 

Él mismo había dicho, que se habría ido para prepararnos un lugar en el Cielo.
Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre. ¡Está cerca de todos nosotros! También hoy, está aquí con nosotros en la Plaza. ¡El Señor está con nosotros! ¿Ustedes creen esto?


Digámoslo juntos: ¡El Señor está con nosotros! Todos: ¡El Señor está con nosotros! Otra vez: ¡El Señor está con nosotros!
Y Jesús, cuando va al Cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Pensaron en esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús lleva al Padre? Sus llagas. Este es el regalo que Jesús lleva al Padre. Su cuerpo es bellísimo, sin las heridas de la flagelación, no, todo hermoso, pero, ha conservado las llagas. Y cuando va al Padre, le dice al Padre: Mira Padre, éste es el precio del perdón que tú das. Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús, nos perdona siempre. No porque nosotros somos buenos, no. Porque Él ha pagado por nosotros. Mirando las llagas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso, más grande, ¡eh! Y este es el gran trabajo que hace Jesús hoy en el Cielo. Hacer ver al Padre el precio del perdón, sus llagas. ¡Qué cosa bella esta eh! No tengas miedo de pedir perdón. Él siempre perdona. ¡No tengas miedo! Porque Él mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado, y lo perdona.
Jesús también está presente mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19).
Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, una comunidad “en partida”. Es más: la Iglesia ha nacido “en salida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Pero no bastan. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz.
 


Y así vamos a decir a la gente quién es Jesús. Pero yo no quisiera que ustedes se olviden del regalo que Jesús ha llevado al Padre. ¿Cuál es el regalo? Las llagas. Así. Porque con estas llagas hace ver al Padre el precio de su perdón.
Junto a Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).