Dios
hizo al hombre a imagen suya, del polvo del suelo y del aliento divino. Todo
ser humano guarda en su interior la semejanza con su Creador. Por el bautismo,
se nos regala el don del Espíritu, que nos permite invocar a nuestro Hacedor
como Padre.
El
Espíritu del Señor se derrama sobre el corazón de los fieles con el don de
Sabiduría, y va haciendo Amigos de Dios y profetas. De muchas maneras se
manifiesta en las criaturas la fuerza de lo alto, en algunos casos con dones
especiales.
Una prueba de que el don es del Espíritu es si se manifiesta con
humildad. De aquí la oración del salmista: “Preserva a tu siervo de la
arrogancia, para que no me domine” (Sal 18). Porque cabe el riesgo de engreírse
por los dones que no vienen de nosotros, sino que nos los ha dado Dios para
servicio de los demás.
Las lecturas de este domingo nos sorprenden con la revelación de la acción del
Espíritu, no solo sobre quienes oficialmente se presentan como ministros
ordenados, sino sobre el pueblo de Dios, y no solo sobre quienes están bautizados,
sino sobre todas las personas de buena voluntad.
Jesús,
dice a los apóstoles ante su alarma al enterarse de que personas que no son del
grupo de los discípulos oficialmente manifiestan dones especiales: -«No se lo
impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal
de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 38-43).
Algo
semejante sucedió en tiempo de Moisés, cuando reposó el Espíritu de profecía
sobre los que estaban en la tienda del encuentro, y también sobre quienes no
estaban. Alguno pensaba que eso no debía consentirse, pero Moisés respondió:
-«¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y
recibiera el espíritu del Señor!» (Núm 11, 27-29).
Demasiadas
veces quienes pertenecemos a la Iglesia podemos reaccionar a la manera de los
discípulos, como si tuviéramos el monopolio del Espíritu. En los tiempos
apostólicos, san Pedro se sorprendió de que personas no bautizadas actuasen sin
embargo movidas por el Espíritu Santo.
Curiosamente,
cuando Israel estuvo deportado y vivió el exilio de Babilona, fueron reyes
paganos los que decidieron restaurar el templo de Jerusalén y posibilitar el
retorno de los israelitas.
Por
la enseñanza que hoy nos ofrece el mensaje revelado, debemos abrirnos a la
esperanza, porque la Iglesia la dirige el Espíritu del Señor. El axioma
evangélico: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”, nos debe
infundir ánimo, porque hay muchas personas de buena voluntad, generosas,
serviciales, solidarias, buenas, que manifiestan, aunque no lo sepan, la
presencia del Espíritu en ellas.
Juan Moreno de Buenafuente