lunes, 11 de agosto de 2014

Santa Clara de Asís. Catequesis de Benedicto XVI, AUDIENCIA GENERAL, 15 de septiembre de 2010

Una de las santas más queridas es sin duda santa Clara de Asís, que vivió en el siglo XIII, contemporánea de san Francisco. Su testimonio nos muestra cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo para la renovación de la Iglesia. [...]

Clara nació en 1193, en el seno de una familia aristocrática y rica. Renunció a la nobleza y a la riqueza para vivir humilde y pobre, adoptando la forma de vida que proponía Francisco de Asís.
Después de pasar algunos meses en otras comunidades monásticas, resistiendo a las presiones de sus familiares, que inicialmente no aprobaron su elección, Clara se estableció con sus primeras compañeras en la iglesia de san Damián, donde los frailes menores habían arreglado un pequeño convento para ellas. En aquel monasterio vivió más de cuarenta años, hasta su muerte, acontecida en 1253. [...]
Jaime de Vitry captó con perspicacia un rasgo característico de la espiritualidad franciscana al que Clara fue muy sensible: la radicalidad de la pobreza, unida a la confianza total en la Providencia divina. Por este motivo, ella actuó con gran determinación, obteniendo del Papa Gregorio IX o, probablemente, ya del Papa Inocencio III, el llamado Privilegium paupertatis(cf. FF, 3279).
Al respecto, conviene recordar que Clara fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que compuso una Regla escrita, sometida a la aprobación del Papa, para que el carisma de Francisco de Asís se conservara en todas las comunidades femeninas que ya se iban fundando en gran número en su tiempo y que deseaban inspirarse en el ejemplo de Francisco y de Clara. [...] En el convento de san Damián Clara practicó de modo heroico las virtudes que deberían distinguir a todo cristiano: la humildad, el espíritu de piedad y de penitencia, y la caridad.

A Dios se le descubre en el silencio

Me parece tan actual el relato de Elías que leemos en la primera lectura de hoy... vino un huracán con un fuerte viento... luego un terremoto... luego un fuego... pero el Señor no estaba en ninguno de ellos... al final vino una brisa tenue y allí Elías encontró al Señor... la misma enseñanza la encontramos en el Evangelio... Jesús que se aparta solo al monte, para orar en el silencio de la noche...

No confundamos la emociones con la presencia de Dios... las emociones nos excitan los sentidos y nos hacen sentir “bonito”... pero a ÉL se le descubre en el silencio... silencio exterior y silencio interior... donde lo único que se escucha es la Voz de Dios hablándole a nuestro corazón...

Fuente: Tengo sed de Ti

«¡Señor, haz que haya paz en nuestros días!» Inquebrantable ruego del Papa Francisco ante tanta sangre inocente en Irak y Gaza


¡Todo esto ofende gravemente a Dios y a la humanidad! No al odio y a la guerra en nombre de Dios, exclamó con consternación el Sucesor de Pedro, refiriéndose a los crímenes que se perpetran, en especial a la muerte de tantos niños y al sufrimiento de las víctimas indefensas de la cruel sinrazón de la violencia, que no se vence con más violencia. En el domingo en el que al unísono con el Obispo de Roma, como pidió él mismo, los corazones de los católicos del mundo junto con los de todas las personas de buena voluntad, elevan una oración especial, el Papa Bergoglio volvió a pronunciar un apremiante llamamiento. Abrazando a las poblaciones golpeadas, apelando a la comunidad internacional y recordando la misión de su Enviado Personal, Card. Filoni, que viaja este lunes, el Santo Padre recordó también a las víctimas del Ébola y pidió que se le acompañe con la oración en su Viaje a Corea:

Queridos hermanos y hermanas
nos dejan pasmados y consternados las noticias que llegan de Irak: miles de personas, entre ellos tantos cristianos, expulsados de sus hogares de una manera brutal; niños que mueren de sed y de hambre durante la fuga; mujeres secuestradas; personas masacradas; violencias de todo tipo; destrucción por todas partes, de casas, de patrimonios religiosos, históricos y culturales. ¡Todo esto ofende gravemente a Dios y a la humanidad. ¡No se odia en nombre de Dios! ¡No se hace la guerra en nombre de Dios!

Todos nosotros pensando en esta situación, en esta gente, recemos en silencio...
Agradezco a los que, con valentía, están brindando socorro a estos hermanos y hermanas, y confío en que una solución política eficaz a nivel internacional y local pueda detener estos crímenes y restaurar el derecho. Para asegura mejor mi cercanía a esas queridas poblaciones he nombrado como mi Enviado Personal, que mañana viajará desde Roma a Irak al Cardenal Fernando Filoni.

También en Gaza, después de una tregua se ha reanudado la guerra que se cobra víctimas inocentes - niños - y no hace más que empeorar el conflicto entre israelíes y palestinos.

Oremos juntos al Dios de la paz, por intercesión de la Virgen María: Dona la paz, Señor, a nuestros días, y haz que seamos constructores de justicia y de paz.
¡Reina de la paz, ruega por nosotros!
Oremos también por las víctimas del virus "Ébola" y por aquellos que están luchando para detenerlo».


Con sus saludos a todos los peregrinos y fieles romanos, el Papa recordó que desde el próximo miércoles hasta el lunes, 18 va a realizar un Viaje Apostólico a Corea, y pidió ¡por favor, acompáñenme con la oración!
(CdM - RV)

Pedro comienza a hundirse en el momento que deja de mirar a Jesús y se deja envolver por las adversidades, el Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
 
¡Buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago. 

Después de la multiplicación de los panes y de los peces, Él invita a los discípulos a subirse en una barca y a esperarlo en la otra orilla, mientras Él despide a la gente y luego se retira a rezar en la montaña hasta la noche. 

Mientras tanto en el lago se desata una fuerte tormenta, y es ahí, en medio de la tormenta que Jesús llega a la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando lo ven, los discípulos se asustan, piensan que es un fantasma, pero Él los tranquiliza: “¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” Pedro, con su típico impulso, le pide casi una prueba: “Señor, si eres tú, ordéname de ir hacia ti caminado sobre las aguas”; y Jesús le dice: “¡Ven!”. 

Pedro baja de la barca y se pone a caminar sobre las aguas; pero el fuerte viento lo embiste y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo saca.
 

Esta narración es una bella imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: “¡Ven!”, él reconoce el eco del primer encuentro sobre la orilla de ese mismo lago, y luego, una vez más, deja la barca y va hacia el maestro. ¡Y camina sobre las aguas! 

La respuesta confiada y rápida a la llamada del Señor hace realizar siempre cosas extraordinarias. Pero, Jesús mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, fe en Él, fe en su palabra, fe en su voz. 

En cambio, Pedro comienza a hundirse en el momento que deja de mirar a Jesús y se deja envolver por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor esta siempre ahí, y cuando Pedro lo llama, Jesús lo salva del peligro. 

En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, es descrita nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y todavía victoriosa, la fe del cristiano camina al encuentro del Señor resucitado, en medio de las tormentas y los peligros del mundo.
También es muy importante la escena final. “apenas subieron en la barca, el viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se prostraron delante de Él, diciendo: “¡de verdad tu eres el Hijo de Dios!”. 

En la barca están todos los discípulos, acomunados por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, “de la poca fe”. Pero cuando sobre aquella barca sube Jesús, el clima cambia en seguida: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos los pequeños y atemorizados se hacen grandes en el momento en el cual se arrojan de rodillas y reconocen en su maestro que es el Hijo de Dios. 

Cuantas veces también a nosotros nos sucede lo mismo, sin Jesús, lejos de Jesús nos sentimos temerosos, inadecuados a tal punto de pensar que no podemos salir adelante, ¡falta la fe!. Pero Jesús está siempre con nosotros, tal vez escondido, pero siempre presente y listo para socorrernos.
Esta es una imagen clara de la Iglesia: una barca que debe afrontar la tormenta y a veces parece que va a ser hundida. 

Lo que la salva no es la calidad o el valor de sus hombres, sino la fe, que le permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre al lado, que nos tiene de la mano para alejarnos del peligro. Todos nosotros estamos sobre esta barca, y aquí nos sentimos seguros no obstante nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, ¡adorar a Jesús!, el único Señor de nuestra vida. A esto nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos con confianza.
(RM-RV)