martes, 13 de junio de 2017

¿Recibe la Iglesia Católica 11.000 millones del Estado? Respuesta categórica de la Iglesia: "Es falso"


La Iglesia no recibe dinero del Estado. El dinero de la casilla de la Renta es el 0,7% de los impuestos de aquellos que la marcan libremente. Estos datos son de acceso público, los notifica el Ministerio de Hacienda y se difunden desde la página de la Conferencia Episcopal y de Xtantos. En los últimos años el importe obtenido oscila en torno a los 250 millones de euros.
Solo con hacer algunas búsquedas podemos encontrar informaciones falsas sobre miles de millones de
Ante el rumor que certifican muchos medios de comunicación de que la Iglesia recibe 11.000 millones de euros del Estado hay que ser categórico: es falso.
¿Tiene la Iglesia otras asignaciones del Estado?
No. La Iglesia no tiene ninguna asignación del Estado. Incluso la X de la Iglesia en la declaración de la renta no es una asignación de Estado, sino del contribuyente. Si nadie marcara la X, la Iglesia no recibiría ningún dinero.
¿De dónde sale la cifra de los 11.000 millones de euros que la Iglesia recibe del Estado?
Las asociaciones que han dado este titular han imputado a la Iglesia como institución ingresos que no le corresponden. Por ejemplo, ¿Recibe Cáritas o Manos Unidas subvenciones del Estado? Sí, para el desempeño de su labor asistencial. ¿Es eso un ingreso para la Iglesia? No. ¿A dónde se destinan los fondos de esas subvenciones? Como en cualquier otro caso al desarrollo de la actividad que contemple dicha subvención a partir de proyectos concretos. ¿Recibiría Cáritas esa subvención si no fuera una ONG de la Iglesia? Sí.
Esta misma lógica injusta la han aplicado a los conciertos de colegios y hospitales, residencias de ancianos, restauración del patrimonio, programas de atención de todo tipo... Cada una de estas actividades gestionadas por personas que de alguna manera pertenecen a la Iglesia, reciben en libre concurrencia, transparencia y publicidad las ayudas o subvenciones que el Estado destina al desarrollo de sus actividades. Exactamente del mismo modo que si no tuvieran vinculación con la Iglesia. Ese dinero no lo recibe la Iglesia en abstracto sino que se reciben para el desempeño y desarrollo de esas acciones concretas y que, además, suponen un grandísimo beneficio para toda la sociedad.
(Conferencia Episcopal Española)

Tanto amó Dios al mundo



En esta solemnidad la liturgia nos anima a alabar a Dios por sus obras en favor nuestro y, ante todo, por cómo es Él. Se nos invita a contemplar lo más íntimo de Dios, que es la unidad en la trinidad, máxima comunión de vida y de amor.
El acceso a Dios a través de su Palabra y de su obra
Lo primero que viene a la cabeza a muchos cuando llega el momento de pensar en la Trinidad es que estamos ante una realidad que parece fundamental en la fe cristiana, pero que, al mismo tiempo, es uno de los elementos más complicados de comprender racionalmente. Sin embargo, un acercamiento a lo que la Palabra de Dios nos presenta hoy puede resultar iluminador, no solo para saber algo sobre Dios, sino también para comprender con mayor hondura al hombre, creado a imagen y semejanza de ese Dios trino.
Toda la Sagrada Escritura nos habla de Dios. Él mismo se nos revela a través de su Palabra y se manifiesta como creador del universo y salvador de los hombres. En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Éxodo, escuchamos algo fundamental acerca de la esencia de Dios. En ese pasaje ocurre algo excepcional: Dios pronuncia su propio nombre en presencia de Moisés: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6). A través de estas palabras descubrimos que el nombre de Dios es compasión, misericordia, clemencia y lealtad.
Pero para comprender a Dios es oportuno acudir también a su modo de obrar en la historia. Dice el primer versículo del Evangelio que «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna». La primera afirmación es, por lo tanto, referente al inmenso amor de Dios con el hombre. El mismo san Juan se refiere a Dios como Amor (1Jn 4, 8). Sabemos que, para que exista el amor, ha de haber una relación con alguien. Y para que exista esa relación, ha de haber una apertura. Por consiguiente, si Dios ama con tanta fuerza, su búsqueda por el hombre y su apertura hacia él es máxima. Así nos lo revela la historia de la salvación. Frente a la imagen de un Dios tremendamente distante con el hombre, encerrado en sí mismo y autosuficiente, la Escritura pone ante nosotros a un Dios que es ante todo vida que tiende a comunicarse y busca constantemente establecer el máximo vínculo con el hombre, sin menoscabar por ello su naturaleza divina. Así lo muestran las palabras como compasivomisericordioso o rico en clemencia, del libro del Éxodo. El que da el amor no pierde nada, sino todo lo contrario. Y Dios ha mostrado su amor en modo máximo entregando a su Hijo único para que nosotros tengamos vida eterna. En esta entrega de Dios por medio de su Hijo interviene toda la Trinidad: el Padre, que nos da lo que más ama; el Hijo, que se abaja entregándose por nosotros; el Espíritu Santo, que es precisamente el vínculo firme y duradero de amor entre el Padre y el Hijo, y que se nos da en plenitud.
Conocer a Dios y al hombre
Ciertamente, estamos ante imágenes y conceptos de una gran belleza. Sin embargo, llegados a este punto, corremos el riesgo de pensar que estos razonamientos, pensados y elaborados a lo largo de siglos en la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, poco tienen que ver con nuestras situaciones y problemas reales cotidianos. Sin embargo, acceder algo al conocimiento de Dios implica desvelar también el misterio del hombre. Así pues, si afirmamos que Dios es unidad en relación, la persona humana, creada a su imagen y semejanza, es un espejo de esa manera de ser. Esto quiere decir que estamos llamados a entrar en relación con otras personas y a amar a los demás. Y en concreto a vivir la misericordia, la clemencia y la lealtad. Asimismo, observamos que si Jesús es Hijo, en constante relación con el Padre, también nosotros necesitamos tener al Dios Padre como referencia y orientación última de nuestro ser y actuar. La comprensión cristiana de Dios uno y trino tiene consecuencias igualmente para la dimensión social del hombre. Frente al individualismo y la autosuficiencia, el saber que Dios es relación y que ha inscrito en nosotros un deseo de apertura hacia los demás nos permite entender que solo viviremos en plenitud si permanecemos en comunión con los demás.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

El día que la Virgen anunció la muerte próxima de los pastorcitos Francisco y Jacinta



«Quiero que recéis el rosario y aprendáis a leer», anunció la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos el 13 de junio de 1917, hace 100 años. También anunció que «pronto» se llevaría a Francisco y Jacinta al cielo. «¿Quedo aquí solita?», preguntó Lucía. «No hija. Yo nunca te dejaré», respondió la Señora
Lucía dos Santos y los santos Francisco y Jacinta Marto llevaban un mes esperando que llegara el 13 de junio de 1917. La Señora, que se les había aparecido el 13 de mayo en Cova de Iría, les había dicho que volvería ese día.
A pesar de las primeras incomprensiones y en particular de los intentos de la madre de Lucía de que la niña se desdijera de lo que había contado, ese día esperaban junto a los pastorcitos, en el campo, unas 50 o 60 personas.
«Después de rezar el rosario –contó Lucía años después en sus memorias– vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba, y que llamábamos relámpago, y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina, todo como en mayo».
Los espectadores notaron que mientras los pastorcitos dialogaban con la Virgen, la luz del sol se oscureció. Otros dijeron que la copa de la encina, cubierta de brotes, pareció curvarse como bajo un peso, un poco antes de que Lucía hablara.
«– ¿Usted qué es lo que me quiere? – pregunté –continúa el relato–.
– Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.
Pedí la cura para un enfermo.
– Si se convierte, se curará durante el año.
– Quería pedirle que nos llevara para el Cielo.
– Sí; Jacinta y Francisco me los llevo en breve. Pero tú quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. [A quien la abrace, promete la salvación; y serán queridas de Dios estas almas, como flores puestas por Mi adornando su Trono].
– ¿Quedo aquí solita? – pregunté, con pena.
– No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios.
Fue en el momento en el que dijo estas últimas palabras cuando abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de esa luz que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se esparcía sobre la tierra. Enfrente de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora, estaba un corazón rodeado de espinas que parecían estar clavadas. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que quería reparación.»
Alfa y Omega

13 de junio: san Antonio de Padua, confesor y doctor de la Iglesia


Es el popularísimo santo que se ha sabido granjear la simpatía del pueblo cristiano; no solo las mozas casaderas le miran con ojos suplicantes, también quienes han perdido objetos cuyo uso se precisa elevan preces para que él los haga encontradizos, y su intercesión llega a extenderse ya a cualquier necesidad. Es que su polifacética y rica vida da para eso y mucho más; si te interesa puedes seguir leyendo. La biografía más antigua es Assidua. Los datos que se dan sobre su nacimiento e infancia son de lo más impreciso. Por conjeturas, llega uno solo a la aproximación que deja unos márgenes entre el 1188 al 1195. Nació en Lisboa, cerca de la catedral, y lo bautizaron al octavo día, con el nombre de Hernando. Dice el relator que el primogénito siempre estuvo adornado de una bondad natural y que mostraba inclinación a una piedad acentuada, llamando la atención el cariño a la Virgen María; Surio se desvive en poner de relieve su compasión por los pobres. Todo lo aprendió en la escuela de la catedral, porque no había muchas posibilidades más en aquel tiempo. ¡Ah, otra cosa digna de resaltar! Tuvo unas tentaciones terribles, muy por encima de lo corriente; pero se sabe que –con la gracia de Dios– puso los medios que estaban a su alcance para rechazarlas y no ceder.
Ingresó en el convento de San Vicente de Fora, donde estuvo dos años. Luego, cuando tenía diecisiete, pasó a Coimbra; allí trabajó duramente, rezó a gusto y estudió mucha teología; sobre todo, mostró preferencia por la Sagrada Escritura; pero en el relato de su vida se da a entender que en el monasterio no había buen ambiente, con una vida monacal repleta de intrigas y defecciones que rompían el modo clásico de un convento ideal. Los tiempos no estaban para muchas bromas, porque tanto el prior, como el convento, la diócesis y el mismo reino estaban en entredicho. Le dieron el encargo de hospedero; este encargo le valió que pudiera tener contactos con los franciscanos del eremitorio de San Antonio de Olivares, de Coimbra; incluso estuvo presente, y recibió los cuerpos –considerados como reliquias– de los primeros mártires franciscanos de Marruecos, cuya visión le removió por dentro y le llevó a desear morir así por Jesucristo; como los frailes menores venían con frecuencia a pedir limosna al monasterio, les fue abriendo poco a poco el corazón hasta llegar a exponerles su deseo de cambio con tal de que lo destinaran a tierras de infieles.
La razón de que Hernando se llame Antonio viene por su entrada en el eremitorio que lo había de mandar en 1220 a Marruecos ya como franciscano. No hubo demasiada suerte; todo el invierno tuvo que pasarlo en cama muy enfermo y, cuando lo repatriaban para que recuperara fuerzas, una tempestad lo lleva a Sicilia; allí lo recibieron en el convento de Mesina que, por aquellos días, se preparaba para asistir al capítulo convocado por el fundador. Se vio a Antonio en Asís el 20 de mayo de 1221; se puso a disposición y lo mandaron al eremitorio de Monte Paolo, en busca de una ansiadísima soledad; todo el día lo pasaba en la cueva con el alimento de solo un trozo de pan y un vaso de agua; para regresar por la noche al eremitorio, era tal su debilidad que necesitaba la ayuda de otro fraile en quien pudiera apoyarse.
Le mandaron predicar un sermón ante franciscanos y dominicos en el 1221, sustituyendo fortuitamente a un predicador en Forli; el impacto que causaron sus palabras fue de tamaño real. Inmediatamente el superior se dio cuenta de que estaba desperdiciando una lumbrera en aquellos tiempos de tanta herejía y tan necesitados de doctrina. Por eso lo mandó a predicar por la Romaña, infectada de herejes cátaros; en Rímini, como los herejes no escuchaban la predicación de la sana doctrina, tuvo que recurrir al milagro; se puso a predicar a los peces, y todos los que quisieron pudieron verlos sacando las agallas del agua y escuchar con quietud y orden la predicación de aquel frailecillo franciscano.
Francisco de Asís, el fundador, lo nombró profesor de teología para sus frailes santos, pero incultos; con ello, se presenta a Antonio como el primer profesor de la orden franciscana, que hasta entonces, para servir al Señor, solo había pretendido atender al corazón, dejando de lado la cabeza.
Pero hay otra faceta más en el amplísimo abanico de líneas en la vida de Antonio. El papa tocó a rebato por el acoso de la herejía albigense en Francia; quiso convocar a todos los capaces por santidad y ciencia para que contribuyeran a extirpar aquella especie de cáncer. Por eso fue Antonio a Montpelier, a Toulouse, Le Puy, Bouges y Limoges; dicen que armonizó siempre la clara doctrina con la bondad de la persuasión.
Elegido ministro general de los franciscanos en el capítulo de Asís reunido por fray Elías el 30 de mayo de 1227. Después tuvo que pisar Galicia y Sevilla, residiendo en Lisboa.
También se puso a escribir por mandato del cardenal de Ostia que le encomendó poner en papel sermones para todas las fiestas, los santos y los domingos del año; para eso se encerró en el convento de Arcella, en Padua. Le dio tiempo, además, para comentar el Salterio y redactar otros opúsculos.
Hacía bien eso de predicar; además era su hobby. Quiso predicar los cuarenta días de la cuaresma, encontrándose hidrópico. Aquello fue un espectáculo con la gente amontonándose después de los sermones, queriendo cortar un pedazo de su pobre hábito; hubo que tomar medidas por razones de seguridad física y de orden público, haciendo que saliera escoltado al finalizar cada intervención.
Su última casa estuvo en Camposampiero, gozando de la frondosidad de los árboles, del piar de los pájaros y de la brisa fresca; fue la oportunidad de dar rienda suelta a su exquisito amor a la naturaleza –criatura de Dios– tan propio del buen sentir franciscano.
Recibió los sacramentos al empeorar su enfermedad. Tuvo un éxtasis y cantó a la Virgen. Así se murió el 13 de junio de 1231.
La aclamación popular de su santidad no hubo tiempo, ni fuerza, ni ganas de pararla. Y no digamos nada sobre los milagros probados junto a su sepulcro. Tanto que el papa Gregorio IX lo canonizó antes de que pasara un año desde su muerte.
Pío XII lo nombró doctor de la Iglesia el 16 de enero de 1946.
Con razón se le invoca tanto, ¿no? A un santo que resucita muertos, cura enfermedades, goza de bilocación, habla a los peces, convierte herejes, aligera a los ricos a favor de los pobres, busca novios, habla con sencillez al Niño Jesús –una imagen de san Antonio que no lleve al Niño no es de san Antonio– y ayuda a encontrar las cosas perdidas, bien vale la pena acudir a él y cobijarse bajo su influencia. ¿Que no te lo crees? ¡Inténtalo!
Archimadrid.org

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 13-18, POR EL PAPA FRANCISCO




En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.

Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo

Los cristianos, nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. 
Pero si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.

Ángelus, Domingo 9 de febrero de 2014

Vosotros sois la luz del mundo


Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor.

Papa: El consuelo es un don de Dios y un servicio a los demás

 El consuelo es un don de Dios y un servicio a los deSanto Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa MartaFrancisco añadió que para experimentar el consuelo hay que tener un corazón abierto, es decir, el corazón de los pobres de espíritu, y no el corazón cerrado de los injustos.
más. De modo que nadie puede consolarse a sí mismo autónomamente, puesto que de lo contrario termina mirándose al espejo. Es el concepto que transmitió el
El Papa Bergoglio reflexionó acerca del significado del consuelo al que se refiere San Pablo. Y dijo que su primera característica es el hecho de no ser “autónomo”:
“La experiencia del consuelo, que es una experiencia espiritual, siempre tiene necesidad de una alteridad para ser plena: nadie puede consolarse a sí mismo, nadie. Y quien trata de hacerlo, termina mirándose al espejo, se mira al espejo, trata de alterarse a sí mismo, de aparecer. Se consuela con estas cosas cerradas que no lo dejan crecer y el aire que respira es ese aire narcisista de la autorreferencialidad. Éste es el consuelo falseado que no deja crecer. Y esto no es el consuelo, porque está cerrado, le falta una alteridad”.
En el Evangelio – recordó el Papa – se encuentra a tanta gente así. Por ejemplo, los Doctores de la Ley, “llenos de su propia suficiencia”, el rico Epulón que vivía de fiesta en fiesta pensando que así se sentía consolado, o el que mejor expresa esta actitud que corresponde a la oración del fariseo ante el altar que dice: “Te doy gracias, porque no soy como los demás”. “Este se miraba al espejo – notó Francisco –, “miraba su propia alma falseada de ideologías y agradecía al Señor”. Por tanto, Jesús hace ver esta posibilidad de ser gente que con este modo de vivir “jamás llegará a la plenitud, al máximo a la ‘ampulosidad’”, es decir, a la vanagloria.
El consuelo, para que sea verdadero, tiene necesidad de una alteridad. Ante todo se recibe porque “es Dios quien consuela”, quien da este “don”. Después, el verdadero consuelo madura también en otra alteridad, la de consolar a los demás. “El consuelo es un estado de paso del don recibido al servicio donado”, explicó el Santo Padre:
“El consuelo verdadero tiene esta doble alteridad: es don y servicio. Y así, si yo dejo entrar el consuelo del Señor como don es porque tengo necesidad de ser consolado. Estoy  necesitado: para ser consolado es necesario reconocer que se está necesitado. Sólo así el Señor viene, nos consuela y nos da la misión de consolar a los demás. Y no es fácil tener el corazón abierto para recibir el don y hacer el servicio, las dos alteridades que hacen posible el consuelo”.
Por lo tanto – dijo el Papa – se necesita un corazón abierto y para serlo se debe tener “un corazón feliz”. Y precisamente el Evangelio del día, de las Bienaventuranzas, dice “quiénes son los felices, quiénes son los bienaventurados”:
“Los pobres, el corazón se abre con una actitud de pobreza, de pobreza de espíritu. Los que saben llorar, los mansos, la mansedumbre del corazón; los hambrientos de justicia, los que luchan por la justicia; los que son misericordiosos, los que tienen misericordia a los demás; los puros de corazón; los agentes de paz y los que son perseguidos por la justicia, por el amor a la justicia. Así el corazón se abre y el Señor viene con el don del consuelo y la misión de consolar a los demás”.
En cambio son “cerrados” los que se sienten “ricos de espíritu, es decir, “suficientes”, “los que no tienen necesidad de llorar porque se sienten justos”, los violentos que no saben qué es la mansedumbre, los injustos que realizan injusticias, los que carecen de misericordia, y que jamás tienen necesidad de perdonar porque no sienten que deban ser perdonados, “aquellos sucios de corazón”, los “operadores de guerras” y no de paz y aquellos que jamás son criticados o perseguidos porque no les importa de las injusticias hacia las demás personas. “Estos  – dijo el Papa al concluir – tienen un corazón cerrado”: no son felices porque no puede, obtener el don del consuelo para después dárselo a los demás.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)