Decenas de miles de refugiados
cristianos llegaron a Siria entre 2007 y 2010 procedentes de Irak. Monseñor
Antonie Audo era el único obispo de rito caldeo –el mayoritario en el país
vecino–, y por eso se hizo cargo de su asistencia. Cuando en 2011 estalló la
guerra en Siria, ese bagaje le permitió poner a punto Cáritas Siria para
enfrentarse a la mayor crisis de su historia. «De un día para otro, hubo que
formar a los voluntarios y trabajadores en asistencia humanitaria. No era
suficiente con tener caridad en el corazón, hacía falta profesionalización»,
cuenta a Alfa y Omega durante su estancia en Madrid, que visitó la pasada
semana invitado por la Fundación Promoción Social de la Cultura.
Cáritas llega a las zonas bajo
control del Gobierno sirio y asiste a unas 300 mil personas con cestas de
comida, alojamiento, medicinas o educación. «El 80 % de los sirios vive en la
pobreza severa, y con la inflación resulta imposible acceder a bienes básicos»,
asegura el obispo de Alepo, la segunda ciudad del país, si bien su mitad oeste
resulta inaccesible por encontrarse bajo control de grupos islamistas, que han
obligado a huir de sus casas a los cristianos y a muchos vecinos musulmanes.
La ONG de la Iglesia no solo
presta una ayuda humanitaria preciosa en tiempos de guerra, también construye
ciudadanía en Siria, «por encima de las diferencias étnicas o religiosas». «No
hacemos distinción en la ayuda», asegura Audo. «Eso sorprende a los musulmanes,
porque, en su mentalidad, solo es posible ayudar a los del propio grupo. Está
habiendo testimonios muy positivos. Hace poco, saliendo de Obispado, un
musulmán viejo y muy pobre estaba sentado en el suelo, muy sucio… Cuando me
vio, saltó y empezó a señalarme, gritando, como si fuera un profeta: “Ahora
sabemos quiénes son los cristianos. Ahora sabemos que son un pueblo verdadero.
Son oro puro, no son falsos”. Yo estaba muy sorprendido». «Cuando la guerra
termine –prosigue el obispo–, los cristianos vamos a tener una misión
importante de ayudar a reconciliarse a las comunidades enfrentadas: a sunitas
con chiítas y alauitas. Nosotros no tenemos problema con nadie».
Pero también es necesario frenar
la desmoralización entre los cristianos, a menudo entre dos fuegos y blanco
preferente de los radicales. De los más de 250.000 que había en Aleppo antes
del conflicto, hoy quedan solo unos 50 mil, los que no han podido o no han
querido emigrar. «Muchos sacerdotes y familias están dando un testimonio
heroico, pero otros están muy desanimados. La situación es difícil. Yo no le
puedo decir a un padre de familia: “no os vayáis”. No culpabilizo a nadie por
marcharse, aunque, si me preguntan, les explico que Europa no es el paraíso.
Pero entiendo que quieran viajar».
En medio de multitud de dramas
humanos –añade el obispo–, «muchas veces me preguntan: “¿dónde está Dios?’
“¿Qué hace por nosotros?”. En momentos así, no sirve hacer homilías. Yo me
limito a estar con ellos, a rezar, a intentar consolar».
Ricardo Benjumea
Fuente: Alfa y Omega