miércoles, 2 de mayo de 2012

En la Resurrección de Cristo hemos resucitado todos


Que el anuncio pascual llegue a todos los pueblos de la tierra,  y que toda persona de buena voluntad, se sienta protagonista en este día en que actuó el Señor, el día de su Pascua, en el que la Iglesia, con gozosa emoción, proclama que el Señor ha resucitado realmente.

Este grito que sale del corazón de los discípulos, en el primer día después del sábado, ha recorrido los siglos, y ahora, en este preciso momento de la historia, vuelve a animar las esperanzas de la humanidad con la certeza inmutable de la resurrección de Cristo, Redentor del hombre.

Hoy es el día que este grito me interpela a mí, y que en este preciso momento me llena de alegría, paz y felicidad. Cristo verdaderamente me ha resucitado. Se nota fácilmente quiénes siguen aJesús Resucitado:

Tienen un encanto especial.

Son alegres y acogedores.

No se dan importancia ni buscan aplauso o recompensa de cualquier tipo.

Están siempre dispuestos a aceptar los trabajos más duros o más humildes.

Son sinceros y responsables.

No tienen miedo, o saben vencer el miedo.

No se echan para atrás.

Son colaboradores, participativos, imaginativos.

Siempre son personas de esperanza, positivas.

Y son especialmente amistosas y pacificadoras, cálidas y cercanas, personas de toda confianza.

Viven o se esfuerzan por vivir las Bienaventuranzas.

No aman la riqueza por encima de todo, son austeras, sin apegos, saben compartir, incluso de lo que necesitan. Hacen opción por los pobres y se esfuerzan por ser pobres de espíritu.

No cultivan el orgullo ni se creen superiores.

No envidian ni se comparan.

Son humildes, vacías de sí mismas. Es la pobreza interior, la más difícil. Por eso son personas sufridas, llenas de paciencia y mansedumbre.

No se sienten ofendidas, porque no viven para sí.

No son indiferentes ante los demás, sino sensibles y compasivas.

Saben llorar con los que lloran, perfectas consoladoras. Otros lloran por los golpes que reciben, porque la vida les trata mal. ¡Cuántas lágrimas amargas e inocentes! No se rebelan ni odian ni se desesperan, pero lloran.

No toleran la injusticia, aunque sea al más pequeño. Luchan por un mundo solidario, en que todos consigan su dignidad y sus derechos. Sueñan con un mundo nuevo, con la civilización del amor.

No son duras inquisidoras, sino comprensivas y compasivas. Tienen entrañas de misericordia. Saben perdonar, estar cercanas,volcarse sobre las miserias humanas. Se conmueven ante cualquier sufrimiento, como Dios.

No aman la impureza o la mentira. Tienen el corazón limpio. Son libres, no les esclavizan los vicios. Son auténticas, transparentes, verdaderas. Se lavan con agua de arrepentimiento, reconocen su fallo o su error.

No utilizan la violencia, sólo para sí mismas; pero irradian la paz, y la crean, la defienden. Para todos, personas amigas del diálogo y promotoras de reconciliación y del perdón.

No se acobardan a la hora de defender al oprimido; lo defienden siempre, aún a riesgo de ser criticadas y perseguidas. Son profetas de la libertad y la justicia, y por eso, tantas veces son mártires.

¿Me reflejo en alguno de estos rasgos?
P. Dennis Doren

Me conformo con reflejarme en alguno de estos rasgos, desde luego no en la mayoría, todavía tengo mucho que aprender, mucho que amar y mucha ayuda de Dios, ya que lo poco que consigo es gracias a Él.
MEMM
   

RECEMOS POR NUEVAS VOCACIONES


El papa ha aludido a la celebración eucarística en la que he ordenado a nueve presbíteros nuevos para la diócesis de Roma. 

"Estrechémonos espiritualmente en torno a estos nuevos sacerdotes y recemos para que acojan plenamente la gracia del sacramento que los ha conformado con Cristo Sacerdote y Pastor. Y recemos para que todos los jóvenes estén atentos a la voz de Dios que habla interiomente a su corazón y los llama a desprenderse de todo para que le sirvan", ha pedido. Ha recordado que a este objetivo está dedicada la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de hoy. 

"El Señor llama siempre, pero muchas veces no lo escuchamos. Estamos distraídos por muchas cosas, por otras voces más superficiales; y después tenemos miedo de escuchar la voz del Señor, porque pensamos que puede cortarnos la libertad", subrayó. 

"En realidad --añadió--, cada uno de nosotros es fruto del amor: ciertamente, del amor de los padres, pero, más profundamente, del amor de Dios". 

Ha pedido rezar por la iglesia, por cada comunidad local, "para que sea como un jardín regado, donde pueden germinar y crecer todas las semillas de la vocación que Dios siembra en abundancia". 
BENEDICTO XVI