domingo, 17 de julio de 2011

Oración a la Virgen del Carmen

Oración a la Virgen del Carmen
Súplica para tiempos difíciles

"Tengo mil dificultades:
ayúdame.
De los enemigos del alma:
sálvame.
En mis desaciertos:
ilumíname.
En mis dudas y penas:
confórtame.
En mis enfermedades:
fortaléceme.
Cuando me desprecien:
anímame.
En las tentaciones:
defiéndeme.
En horas difíciles:
consuélame.
Con tu corazón maternal:
ámame.
Con tu inmenso poder:
protégeme.
Y en tus brazos al expirar:
recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén."

Dos nuevos mensajes. Pan, vino y agua en la Eucaristía

Tenemos dos nuevos mensajes entrados por el formulario, uno es de Paz que nos comenta:

Me ha encantado leer este Blog,.... seguiré visitándoos.
Muchas gracias Paz, encantados de servirte de ayuda. Hasta una próxima vez

Otro mensaje es de José Antonio: Deseo adentrarme más en los elementos de la Santa Cena; copa, vino y agua. Gracias vivo en san José Costa Rica.

José Antonio, gracias por visitarnos y por tu pregunta. La respuesta que yo creo la mejor se encuentra en le Catecismo de la Iglesia Católica y nos dice los siguiente:

En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación de Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de El, hasta su retomo glorioso, lo que El hizo la víspera de su pasión: “Tomó pan...”, “tomó el cáliz lleno de vino...”.

Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104, 13-15), fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que “ofreció pan y vino” (Gn 14, 18), una prefiguración de su propia ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8, 3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El “cáliz de bendición” (1 Co 10, 16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf Mt 14, l3- 21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14, 25) convertido en sangre de Cristo.
Y el agua:
No se echa agua en el vino para “rebajar” el vino, entre otras cosas porque un vino “rebajado” ya no es vino-vino, y además, porque sólo se echan unas pocas gotas. La razón es únicamente simbólica. Las gotas de vino son un símbolo de nosotros mismos. El sacerdote, mientras echa el agua en el cáliz, dice: “El agua unida al vino sean signo de nuestra participación en la vida divina de Aquél que quiso compartir con nosotros nuestra condición humana”. Es decir: igual que las gotas de agua se mezclan con el vino para fundirse con el cáliz, también nosotros, cuando comulgamos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, nos mezclamos con Él. Y en la Eucaristía ofrecemos al Padre a su mismo Hijo Jesús, unido a nosotros. Nosotros mismos nos ofrecemos al Padre con Él.
Cristo tomó nuestra condición humana, le “prestamos” nuestra humanidad, y ahora le pedimos que nos “preste” su divinidad. Hay un “intercambio”, como decían los Padres de la Iglesia. Dios se ha hecho Hombre, para que el Hombre se haga Dios (San Agustín). Y este “intercambio” está simbolizado en la mezcla del agua y el vino.
La costumbre de echar agua en el cáliz es muy antigua, y ya san Justino, un Padre de la Iglesia del siglo II, da testimonio de que en la liturgia eucarística en Palestina se presentaba pan, vino y agua.
Espero que la respuesta sea lo que querías, en caso contrario, vuelve a hacernos la pregunta pero concretando más lo que necesitas saber.