martes, 9 de septiembre de 2014

MIRAR CON FE AL CRUCIFICADO

Jn 3, 13-17
La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?

Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.


Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.


 José Antonio Pagola

PAPA FRANCISCO: JESÚS ESTÁ AHORA ANTE EL PADRE REZANDO POR TI

Durante la homilía de esta mañana en la Misa celebrada la casa de Santa Marta, el Papa Francisco reflexionó acerca de tres acciones del Señor que relata el Evangelio de hoy.
La primera es la oración. Jesús “transcurre toda la noche rezando a Dios”. Jesús “reza por nosotros. Parece un poco extraño que Él, que ha venido a salvarnos, que tiene el poder, rece al Padre. Y lo hace con frecuencia”. Porque Jesús “es el gran intercesor”:

“Él está ante el Padre en este momento, rezando por nosotros. ¡Y esto debe darnos valor! Porque en los momentos difíciles, de dificultad o de necesidad y de tantas cosas, hemos de pensar: ‘Tú, Señor, estás rezando por mí. Reza por mí. ¡Jesús reza por mí al Padre!’. Es su trabajo de hoy: rezar por nosotros, por su Iglesia".
"Nosotros olvidamos frecuentemente esto, que Jesús reza por nosotros. Ésta es nuestra fuerza: decir al Padre ‘si Tú, Padre, no nos miras, mira a tu Hijo que reza por nosotros’. Desde el primer momento Jesús reza: ha rezado cuando estaba en la Tierra y sigue rezando ahora por cada uno de nosotros, por toda la Iglesia”.
Después de la oración, Jesús elige a los doce Apóstoles. El Señor lo dice claramente: “No han sido ustedes los que me han elegido a mí. ¡Soy yo quien los ha elegido a ustedes!”. “Este segundo momento – afirmó el Papa – nos da coraje: ‘¡Yo soy elegido, yo soy una elección del Señor! En el día del Bautismo, Él me ha elegido’. Y Pablo, pensando en esto decía: ‘Él me eligió a mí desde el seno de mi madre’”.
Por tanto, nosotros los cristianos, hemos sido elegidos: “¡Estas son las cosas del amor! El amor no mira si uno tiene rostro feo o rostro bello: ¡ama! Y Jesús hace lo mismo: ama y elige con amor. ¡Y elige a todos! Él, en la lista, no tiene a nadie importante según los criterios del mundo: hay gente común. Pero todos tenemos algo que nos asemeja: que todos somos pecadores".
"Jesús ha elegido a los pecadores. Elige a los pecadores. Y ésta es la acusación que le hacen los doctores de la ley, los escribas: ‘Éste va a comer con los pecadores, habla con las prostitutas….’. ¡Jesús llama a todos! ¿Recordamos la parábola de las bodas del hijo, cuando los invitados no quisieron asistir al banquete? ¿Qué hizo el dueño de la casa? Envió a sus siervos: ‘¡Vayan y traigan a todos a casa! Buenos y malos’, dice el Evangelio. ¡Jesús ha elegido a todos!”.
Jesús – prosiguió el Papa Francisco – también eligió a Judas Iscariote, “que se convirtió en el traidor… Un gran pecador. Pero fue elegido por Jesús”.
En tercer lugar, Jesús está cerca de la gente. Muchísimas personas van “a escucharlo y a ser curados de sus enfermedades. Toda la muchedumbre trataba de tocarlo” porque “de Él salía una fuerza que curaba a todos”. Jesús está en medio de su pueblo:
“No es un profesor, un maestro, un místico que se aleja de la gente y habla desde la cátedra, desde allí. ¡No! Está en medio de la gente; se deja tocar; deja que la gente le pida. Así es Jesús: cercano a la gente".
"Y esta cercanía no es una cosa nueva para Él: lo subraya con su modo de actuar, pero es algo que viene de la primera elección de Dios por su pueblo. Dios dice a su pueblo: ‘Piensen, ¿qué pueblo tiene un Dios tan cercano como Yo lo estoy con ustedes?’. La cercanía de Dios con su pueblo es la cercanía de Jesús con la gente”.
“Así es nuestro Maestro, así es nuestro Señor – concluyó el Papa–. Reza, elige a la gente y no tiene vergüenza de estar cerca de la gente. Y esto nos da confianza en Él. Nos encomendamos a Él porque reza, porque nos ha elegido y porque está cerca de nosotros”.
Fuente: News:va

LA DICHA DEL REINO DE CRISTO. Del sermón de san León Magno, papa, sobre las bienaventuranzas

Después de hablar de la pobreza, que tanta felicidad proporciona, siguió el Señor diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Queridísimos hermanos, el llanto al que está vinculado un consuelo eterno es distinto de la aflicción de este mundo. Los lamentos que se escuchan en este mundo no hacen dichoso a nadie. 
Es muy distinta la razón de ser de los gemidos de los santos, la causa que produce lágrimas dichosas. La santa tristeza deplora el pecado, el ajeno y el propio
Y la amargura no es motivada por la manera de actuar de la justicia divina, sino por la maldad humana. Y, en este sentido, más hay que deplorar la actitud del que obra mal que la situación del que tiene que sufrir por causa del malvado, porque al injusto su malicia le hunde en el castigo, en cambio, al justo su paciencia lo lleva a la gloria.

Sigue el Señor:

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. [...] Porque la tierra prometida a los sufridos, en cuya posesión han de entrar los mansos, es la carne de los santos. Esta carne vivió en humillación, por eso mereció una resurrección que la transforma y la reviste de inmortalidad gloriosa, sin temer nada que pueda contrariar al espíritu, sabiendo que van a estar siempre de común acuerdo. Porque entonces el hombre exterior será la posesión pacífica e inadmisible del hombre interior.

Y, así, los sufridos heredarán en perpetua paz y sin mengua alguna la tierra prometida, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Entonces
lo que fue riesgo será premio, y lo que fue gravoso se convertirá en honroso.

De: News.va

Como María, dejemos que Dios camine con nosotros, dijo el Papa en la Fiesta de la Natividad de la Virgen

Viendo la historia de María, preguntémonos si dejamos que Dios camine con nosotros. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta en la Fiesta de la Natividad de la Virgen. El Pontífice subrayó que Dios está “en las cosas grandes”, pero también en las pequeñas, y añadió que tiene la “paciencia” de caminar con nosotros, incluso si somos pecadores.
El Papa Francisco ofreció su meditación sobre la Creación y el camino que Dios hace con nosotros en la historia. Cuando leemos el libro del Génesis – observó – “corremos el riesgo de pensar que Dios haya sido un mago” que hacía las cosas “con la barita mágica”. Pero advirtió que “no ha sido así”, porque Dios ha hechos las cosas y las ha dejado ir con las leyes internas, interiores, que Él ha dado a cada una, para que se desarrollaran, para que llegaran a la plenitud. Y añadió que el Señor “a las cosas del universo les ha dado autonomía, pero no independencia”:

“¡Porque Dios no es mago, es creador! Y cuando en el sexto día, de aquel relato, llega la creación del hombre da otra autonomía, algo diversa, pero no independiente: una autonomía que es la libertad. Y dice al hombre que vaya adelante en la historia, lo hace responsable de la creación, también para que domine la creación, para que la lleve adelante y para llegar así a la plenitud de los tiempos. ¿Y cuál era la plenitud de los tiempos? Lo que Él tenía en el corazón: la llegada de su Hijo. Porque Dios – hemos oído a Pablo – nos ha predestinado, a todos, a ser conformes a la imagen del Hijo”.
 


Y éste – afirmó el Papa – “es el camino de la humanidad, es el camino del hombre. Dios quería que nosotros fuéramos como su Hijo y que su Hijo fuera como nosotros”. De este modo Francisco dirigió un pensamiento al pasaje del Evangelio del día que narra la genealogía de Jesús. En “este elenco – dijo – están los santos y también los pecadores, pero la historia va adelante porque Dios ha querido que los hombres fuéramos libres”. Y si es verdad que cuando el hombre “usó mal su libertad, Dios lo echó del Paraíso” también es verdad que “le hizo una promesa y el hombre salió del Paraíso con esperanza. Pecador, ¡pero con esperanzas!”. Y reafirmó que los hombres no recorren su camino solos, sino que Dios camina con nosotros. Porque Dios hizo una opción: optó por el tiempo, no por el momento. Es el Dios del tiempo, es el Dios de la historia, es el Dios que camina con sus hijos”. Y esto hasta la “plenitud de los tiempos” cuando su Hijo se hace hombre.
 

Dios – afirmó también el Papa – “camina con justos y pecadores”. Camina “con todos, para llegar al encuentro, al encuentro definitivo del hombre con Él”. También recordó que el Evangelio termina con esta historia de siglos “en una casa pequeña, en una localidad pequeña” con José y María. 
“El Dios de la gran historia – destacó – y también de la pequeña historia, está allí, porque quiere caminar con cada uno”.
Francisco citó asimismo a Santo Tomás, cuando afirma: “No se asusten de las cosas grandes, pero tengan también en cuenta las pequeñas, porque esto es divino”. “Y así es Dios – dijo el Papa – está en las cosas grandes”, pero también en las pequeñas:

“El Señor que camina con Dios es también el Señor de la paciencia. La paciencia de Dios. La paciencia que ha tenido con todas estas generaciones. Con todas estas personas que han vivido su historia de gracia y de pecado. Dios es paciente. Dios camina con nosotros, porque Él quiere que todos nosotros lleguemos a ser conformes a la imagen de su Hijo. Y desde el momento en que nos ha dado la libertad en la creación  no la independencia – hasta hoy sigue caminando”.
 

Francisco también afirmó que de este modo, “llegamos a María”. Hoy – dijo el Papa – “estamos en la antecámara de esta historia: el nacimiento de la Virgen”. Y “pedimos en la oración que el Señor nos de unidad para caminar juntos y paz en el corazón. Es la gracia de hoy”:

“Hoy podemos ver a la Virgen, pequeñita, santa, sin pecado, pura, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: ‘¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?’. Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor. Esta pregunta nos hará bien hoy. ‘¿Dejo que Dios tenga paciencia conmigo?’. Y así, viendo esta historia grande y también esta pequeña localidad, podemos alabar al Señor y pedirle humildemente que nos de la paz, esa paz del corazón que sólo Él nos puede dar. Que sólo nos da cuando dejamos que Él camine con nosotros”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).