Algunos titulares con los que se ha
informado de las conclusiones del Sínodo son un buen reflejo de la ideología
del informador. El Sínodo no es una batalla entre buenos y malos, los buenos
supuestamente los más conservadores y los malos los más abiertos. En el Sínodo
ha ocurrido algo parecido a lo que ocurrió durante el Concilio Vaticano II. En
el aula conciliar pronto quedaron de manifiesto dos tendencias, que se conocen
como la mayoría (en este caso renovadora) y la minoría conciliar. También en el
Sínodo han aparecido dos tendencias, cosa bastante normal en todo grupo humano.
El mismo Papa en su discurso final del Sínodo constató que lo que a unos
Obispos les parece “normal”, a otros les resulta “extraño”; lo que unos
consideran “violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto
obvio e intangible en otra”.
Ya decía Tomás de Aquino que la
experiencia influye en la vivencia de la esperanza. Podemos añadir: y en la
vivencia y comprensión de la fe. Y mucho más en las conclusiones que de la fe
se derivan. De ahí que sea difícil, y cuanto más delicada es la materia, mas
difícil es ofrecer soluciones concretas válidas para todos. Lo concreto vale
para cada uno. Por eso el Papa, en su discurso, añadió que los “verdaderos
defensores de la doctrina no son los que defienden la letra, sino el espíritu,
no las ideas, sino la persona, no las fórmulas sino la gratuidad del amor de
Dios y su perdón”. Cuando las fórmulas y la doctrina se convierten en arma
arrojadiza o en elemento excluyente y condenatorio, dejan de ser católicas.
Lo que el Sínodo ha ofrecido al Papa
son unas conclusiones muy matizadas. Que dan pié a distintas soluciones. Hay
afirmaciones que suenan bastante bien. Por ejemplo, eso de dejar sentado que en
los divorciados vueltos a casar, “el Espíritu derrama sus dones y carismas para
el bien de todos”. O que las personas que se encuentran en esta situación deben
hacer un camino para integrarse más plenamente en la vida de la Iglesia. Del
documento puede deducirse que el momento de esta integración deben decidirlo
ellos en su “fuero interno”. El fuero interno es la conciencia. Y cada uno
puede preguntarse qué significa una integración “plena” en la vida de la
Iglesia.
Como ocurrió con el Vaticano II, las
conclusiones del Sínodo son un texto de compromiso, pero un compromiso que da
pasos adelante y permite avanzar. Así son las cosas en la Iglesia y así son las
cosas en materia doctrinal. Hay que actuar con cuidado para que todos puedan
sentirse dentro y en comunión con los demás. Benedicto XVI, en un famoso
discurso sobre la hermenéutica conciliar, no dijo que había que interpretar el
Concilio a la luz de la tradición. El mismo Concilio es tradición. Lo que
Benedicto XVI proponía era un equilibrio entre continuidad y alteridad. Estas
fueron sus palabras: “Precisamente en este conjunto de continuidad y
discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera
reforma”.
Nihil Obstat