Ahora que termina Noviembre, el mes de los
fieles difuntos, se me ha ocurrido ofrecer una interesante catequesis acerca de
un tema que nos interesa mucho a todos: ¿Qué será de nosotros después de la
muerte?
Lo original es que nuestro catequista no será otro que Platón, el primer gran
filósofo de la Antigüedad. Como sabemos, este discípulo de Sócrates no tuvo
ningún contacto con el judaísmo, ni conocía la doctrina de Cristo (nació 430
años antes) relativa a la vida post mortem. Sorprendentemente, si leemos dos de sus obras: Fedón
(F) y Gorgias (G), encontramos una descripción del más allá tremendamente
similar a la que nos ha transmitido la Iglesia.
En primer lugar, Platón afirma que tras el fallecimiento, las almas de los hombres
mantienen el mismo estado que tenían en vida y son llevadas a un juicio: “La
muerte, según yo creo, no es más que la separación de dos cosas, el alma y el
cuerpo. Cuando se han separado la una de la otra, conserva cada una de ellas,
en cierto modo, el mismo estado que cuando el hombre estaba en vida.(G 524a)”.
“Una vez que los finados llegan al lugar a que conduce cada uno su genio, son
antes que nada sometidos a juicio, tanto lo que vivieron bien santamente como
los que no” (F113c)”.
En dicho juicio, hay dos posibles resultados finales: la vida eterna o la
condenación eterna. Platón lo refleja con uno de sus famosos mitos: “Aún ahora
continúa entre los dioses, una ley acerca de los hombres según la cual el que
ha pasado la vida justa y piadosamente debe ir, después de muerto, a las Islas
de los Bienaventurados y residir allí en la mayor felicidad, libre de todo mal;
pero el que ha sido injusto e impío debe ir a la cárcel de la expiación y del
castigo, que llaman Tártaro (G 522d)”.
Ya tenemos perfilado el cielo y el infierno. Descripciones más detalladas nos
muestran más semejanzas con la visión cristiana del cielo:
“ Los que se
estiman que se han distinguido por su piadoso vivir son los que (…), llegan
arriba a la pura morada y se establecen sobre la tierra. Y entre éstos, los que
se han purificado de un modo suficiente por la filosofía (…) llegan a moradas
aún más bellas que éstas, que no es fácil describir. (F114b)”; y del
infierno; “Los que por el contrario, se estima que no tienen remedio por causa
de la gravedad de sus yerros, bien porque hayan cometido muchos y grandes robos
sacrílegos, u homicidios injustos e ilegales en gran número, o cuantos demás
delitos hay del mismo género a ésos el destino que les corresponde les arroja
al Tártaro, de donde no salen jamás. (F113d)”.
Pero la cosa no termina aquí, los cristianos creemos que aquellos que no mueren
perfectamente purificados pasan al Purgatorio, donde sufrirán penas temporales
antes de pasar al cielo. Veamos, como describe Platón esta realidad: “Los que
se estiman que han vivido en el término medio se encaminan (…) a la laguna,
donde moran purificándose; y mediante la expiación de sus delitos, si alguno ha
delinquido en algo, son absueltos” (F113c)”. “Los que sacan provecho de sufrir
un castigo impuesto por los dioses o por los hombres son los que han cometido
delitos que admiten curación; a pesar de ello, este provecho no lo alcanzan más
que por medio de sufrimientos y dolores, aquí y en el Hades, porque de otro
modo no es posible curarse de la injusticia. (G 524a)”.
Quedaría la duda de si Platón creía verdaderamente en esto, o lo cuenta
como si fuera un bello relato. El comienzo no deja lugar a dudas:
“Escucha, pues, como dicen, un precioso relato que tú, según opino,
considerarás un mito, pero que yo creo un relato verdadero, pues lo que voy a
decir de acuerdo a ella: “Por todas estas cosas que hemos expuesto, es menester
poner de nuestra parte todo para tener participación durante la vida en la
virtud y en la sabiduría, pues es hermoso el galardón y grande la esperanza.
(F114b)”.
¿Qué explicación existe para tan magna casualidad? Pues sencillamente que no es
casualidad. Los dogmas sobre el cielo, el infierno y el purgatorio no son ideas
arbitrarias que nos creemos sólo por que lo dice la Biblia; son verdades
que concuerdan con nuestra manera espontánea de pensar. Que un filosofo griego
llegase a la misma conclusión, es coherente con el hecho de que Revelación y
fe confirman y elevan verdades que ya Dios ha puesto dentro de nosotros.
La razón y la fe no se contradicen; mas bien se reclaman mutuamente. Por eso,
con estos ejemplos nos percatamos de que la razón humana tiene razón, y puede
alcanzar por si sóla algunas de las verdades que serán posteriormente
reveladas.
En definitiva, la doctrina sobre un juicio después de la muerte no es para el
hombre como un “meteorito” sin lógica alguna; sino que encaja con nuestra
manera de percibir nuestra existencia, porque el ser humano siempre ha intuido
como diría Máximo en la película “Gladiator”, que “lo hacemos en esta vida,
tiene su reflejo en la eternidad”.
José Luis Retegui García. Seminario Conciliar de Madrid