miércoles, 20 de abril de 2016

La sinceridad de nuestro arrepentimiento suscita en Dios su perdón incondicional

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy queremos detenernos en un aspecto de la misericordia bien representado en el pasaje del Evangelio de Lucas que hemos escuchado. Se trata de un hecho sucedido a Jesús mientras era huésped de un fariseo de nombre Simón. Ellos habían querido invitar a Jesús a su casa porque había escuchado hablar bien de Él como un gran profeta. Y mientras estaban sentados almorzando, entra una mujer conocida por todos en la ciudad como una pecadora. Ésta, sin decir una palabra, se pone a los pies de Jesús y rompe en llanto; sus lágrimas lavan los pies de Jesús y ella los seca con sus cabellos, luego los besa y los unge con un aceite perfumado que ha traído consigo.
Resalta la confrontación entre las dos figuras: aquella de Simón, el celoso servidor de la ley, y aquella de la anónima mujer pecadora. Mientras el primero juzga a los demás por las apariencias, la segunda con sus gestos expresa con sinceridad su corazón. Simón, no obstante habiendo invitado a Jesús, no quiere comprometerse ni involucrar su vida con el Maestro; la mujer, al contrario, se abandona plenamente a Él con amor y con veneración.
El fariseo no concibe que Jesús se deja “contaminar” – entre comillas ¡Eh! – por los pecadores. Así pensaban ellos, ¡eh! Él piensa que si fuera realmente un profeta debería reconocerlos y tenerlos lejos para no ser contaminado, como si fueran leprosos. Esta actitud es típica de un cierto modo de entender la religión, y está motivada por el hecho que Dios y el pecado se oponen radicalmente. Pero la Palabra de Dios enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no es necesario hacer compromisos, mientras los pecadores – es decir, ¡todos nosotros! – somos como enfermos, que necesitan ser curados, y para curarse es necesario que el médico los vea, los visite, los toque. ¡Y naturalmente el enfermo, para ser sanado, debe reconocer tener necesidad del médico!
Entre el fariseo y la mujer pecadora, Jesús se pone de parte de ésta última. Libre de prejuicios que impiden a la misericordia expresarse, el Maestro la deja hacer. Él, el Santo de Dios, se deja tocar por ella sin temer ser contaminado. Jesús es libre, libre porque es cercano a Dios que es Padre misericordioso. Y esta cercanía a Dios, Padre misericordioso, da a Jesús la libertad. Al contrario, entrando en relación con la pecadora, Jesús pone fin a aquella condición de aislamiento al cual el juicio despiadado del fariseo y de sus conciudadanos – los cuales la explotaban, ¡eh! – la condenaban: «Tus pecados te son perdonados» (v. 48). La mujer ahora puede “ir en paz”. El Señor ha visto la sinceridad de su fe y de su conversión; por eso delante a todos proclama: «Tu fe te ha salvado, vete en paz» (v. 50). De una parte aquella hipocresía del doctor de la ley, de otra parte la sinceridad, la humildad y la fe de la mujer. Todos nosotros somos pecadores, pero tantas veces caemos en la tentación de la hipocresía, de creernos mejores de los demás. “Pero mira tú pecado…”. Todos nosotros miramos nuestro pecado, nuestras caídas, nuestras equivocaciones y miramos al Señor. Esta es la línea de la salvación: la relación entre “yo” pecador y el Señor. Si yo me considero justo, esta relación de salvación no se da.
A este punto, una sorpresa aún más grande invade a todos los comensales: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» (v. 49). Jesús no da una respuesta explicita, sino la conversión de la pecadora está ante los ojos de todos y demuestra que en Él resplandece la potencia de la misericordia de Dios, capaz de transformar los corazones.
La mujer pecadora nos enseña la relación entre fe, amor y reconocimiento. Le han sido perdonados “muchos pecados” y por esto ama mucho; «Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor» (v. 47). Incluso el mismo Simón debe admitir que ama más aquel a quien se le perdona más. Dios ha puesto a todos en el mismo misterio de misericordia; y de este amor, que siempre nos precede, todos nosotros aprendemos a amar. Como recuerda San Pablo: «En Cristo, hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento» (Ef 1,7-8). En este texto, el término “gracia” es prácticamente sinónimo de misericordia, y es llamado “abundante”, es decir, más allá de nuestra expectativa, porque actúa el proyecto salvífico de Dios para cada uno de nosotros.
Queridos hermanos, ¡seamos gratificados por el don de la fe, agradezcamos al Señor por su amor tan grande y no merecido! Dejemos que el amor de Cristo se derrame en nosotros: de este amor el discípulo se nutre y en él se funda; de este amor cada uno de nosotros puede nutrirse y alimentarse. Así, en el amor agradecido que derramamos sobre nuestros hermanos, en nuestras casas, en la familia, en la sociedad se comunica a todos la misericordia del Señor. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

Un puñado de irreductibles franciscanos se mantienen en Alepo (Siria) atendiendo a pobres y enfermos cristianos que no pueden escapar.

El padre Ibrahim es uno de los trece franciscanos que aún permanecen en la castigada ciudad de Alepo, (Siria) y que ha contado en directo, vía videoconferencia como se vive en esta ciudad casi destruida por la guerra y dónde quedan muy pocos cristianos que no hayan huido de las matanzas del Daesh.  “Los cristianos en Alepo somos cada vez menos, pero dispuestos a resistir”: Fray Ibrahim.

Según informa el digital Religión Confidencial, una pequeña comunidad de franciscanos se enfrenta en Alepo al terror de la guerra y a sus consecuencias más nefastas. “No tenemos agua, llevamos cuatro días sin electricidad. No tenemos comida. Los bombardeos habían cesado pero han vuelto con fuerza”, ha relatado durante la clausura del Encuentro Madrid.

El franciscano ha afirmado que su misión es permanecer en un lugar en el que “los únicos que quedan son los pobres y los enfermos que no pueden escapar. Nosotros hemos decidido permanecer aquí y ayudar, en la medida de nuestras posibilidades, a los afectados por la guerra. Permanecer aquí es testimoniar a Cristo”.

Estos trece franciscanos de Alepo se centra en tres necesidades: el agua, la salud y la compañía. “Hemos abierto nuestro pozo que se ha convertido en un oasis en mitad del desierto: a él acuden niños y ancianos, hombres y mujeres, musulmanes y cristianos. Hemos conseguido traer medicinas, pero lo más importante que tenemos que ofrecer es nuestra paz”.

El problema es el islam que promueve un sistema político
Para Martino Diez, director científico de la Fundación Oasis, “el mayor conflicto se encuentra en la concepción del Islam: no es sólo una cuestión religiosa, sino que promueve un sistema político”.
Diez es un gran conocedor del mundo árabe, especialmente de Siria, y ha estudiado en profundidad los movimientos de las primaveras árabes. “Cuando comenzaron las revoluciones, había dos teorías sobre quién las llevaba a cabo: la primera dice que eran personas favorables a la democracia que querían acabar con los regímenes dictatoriales (por ejemplo, Siria); la segunda dice que eran, en realidad, terroristas, fundamentalistas, que querían implantar el Estado Islámico. La verdad está a medio camino entre ambas teorías”, afirma.
En septiembre de 2011 este movimiento de protesta se convirtió en un movimiento armado, y por lo tanto ha comenzado lo que es claramente una guerra civil en Siria.  Este devenir histórico y la post-revolución ha provocado que existan más de 60 millones de desplazados forzosos en el mundo y que seis de ellos sean sirios, explicó en el encuentro Pablo Llano, director de la ONG Cesal.
Desde Cesal, que trabaja especialmente en los 26 campos de refugiados existentes en el Líbano, se han centrado en dos puntos: en la educación, “para que pueda existir un futuro”, y en la creación depuestos de trabajo, “porque la gente necesita volver a sentirse útil, pensar que puede construir su propio futuro”.
En este sentido, ambos ponentes han expresado que “la religión, como punto de encuentro entre personas, forma parte de la solución, no del problema”.
VoxTempli 

«LA CRUZ DE CRISTO, SALVACIÓN DEL GÉNERO HUMANO»


Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero Él, a su vez, conculcó la muerte, pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. [...] 

La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle si Él no hubiera tenido un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si Él no hubiera estado revestido de carne; por ello quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte y lo destruyó. [...]

Llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. [...]

¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!

¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!... Los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.

Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y oraciones en honor de Aquél que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos.

De los sermones de san Efrén, diácono (siglo IV)
Fuente: News. Va


EL SEÑOR TENGA PIEDAD DE NOSOTROS Y NOS BENDIGA

Del Salmo 66:

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben
Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se conozca su camino,
y su salvación entre las naciones.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben
¡Que los pueblos te den gracias, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias!
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben
¡Que los pueblos te den gracias, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

YO SOY LA LUZ DEL MUNDO


Evangelio según San Juan 12,44-50. 

Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en Aquél que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió.
 

Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. 

Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. 

El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. 

Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. 

Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".