domingo, 1 de enero de 2017

Carlos Osoro: "La Iglesia es un cuerpo, nadie puede romperlo, y menos los que tenemos la misión de mantener su unidad"


Carlos Osoro es un hombre inquieto. El cardenal de Madrid, que hace poco más de un mes recibía la birreta de manos del Papa Francisco, se muestra incombustible, con la agenda cargada, miles de mensajes que contestar poco a poco y la sensación de estar ante un reto mayúsculo: el de acompañar, como buen "peregrino", al Papa Francisco en su tarea de reformar la Iglesia.
Carlos Osoro nos recibe con un fuerte y prolongado abrazo, y dejando al lado móvil y reloj. Las tres horas (entre entrevista y comida) pasan en un suspiro, entre risas y confesiones mutuas. Sólo existes tú mientras estás con él. No es un caso singular, por más que quien esto escribe tenga a gala considerar al cardenal de Madrid un amigo. Muchos se sorprenderían si supieran los nombres de las personas a las que el arzobispo de Madrid ha recibido en las últimas semanas. Y es que Osoro no entiende de bandos, sino de un solo camino, el de los seguidores de Jesús. El de la Iglesia abierta, hospital de campaña, alegre... el del Evangelio.
Tal vez por eso se indigna cuando escucha que entre quienes más critican al Papa Francisco están aquellos -pocos, pero están- que juraron derramar su sangre por el Sucesor de Pedro. Aquí, el considerado por muchos hombre del Papa en España, es rotundo: "El Papa es el sucesor de Pedro, punto y aparte". Más a más: "La Iglesia es un cuerpo, nadie puede romperlo, y menos los que tenemos la misión de mantener su unidad".

Hace ya casi un mes desde que el Papa le entregó el anillo de cardenal. ¿Qué significa ser cardenal?
Ampliar el corazón y ampliar la mirada. Y haciendo esto, ayudar al Santo Padre, que tiene que mirar a todos los hombres y todas las situaciones en que las está la Iglesia en todas las partes de la tierra.
El colaborar con él en la inmediatez, supone también una oportunidad de gracia porque te exige abrir más tu corazón a todas las culturas, a todos los hombres, a todas las realidades eclesiales, a todas las realidades en las que hay que anunciar el evangelio, y ampliar la mirada, porque en el mundo, naturalmente, hay mucha más pluralidad, muchas más formas de pensar, de vivir, de ser y tienes que poder verlo con los ojos de Jesús.
Son momentos que viven muy pocas personas en la tierra: acercarse, arrodillarse y ver que el Papa le impone el capelo cardenalicio. ¿Qué se siente? ¿Qué pasa por la cabeza de Carlos Osoro en ese momento?
Pasa que en mi vida pude imaginar que me sucediese algo así. Es que ni en sueños. Y por otra parte, das gracias a Dios. Para mí es emocionante que el sucesor de Pedro, es decir Pedro, cuente contigo para que en lo que te pida ayuda, lo hagas, y vivas una intimidad de comunión profunda con él. Es un regalazo y yo lo vivo como una gracia, y como una exigencia y un compromiso también. No me siento digno, ni más que nadie. Al contrario. Pero es bonito ver cómo Dios cuenta contigo, a pesar de las pobrezas. Que no pone condiciones. El amor de Dios es incondicional, y lo ha hecho conmigo.
Un experto colaborador del Papa con un Papa distinto a lo que estamos acostumbrados, que está capitaneando un proceso de reformas en un mundo también en cambios, en el que está habiendo una tercera guerra mundial a trocitos, como él dice muchas veces, donde se está globalizando la insolidaridad, el descarte...
Tiene que asustar un poco, porque hay muchísimo que hacer para colaborar tan estrechamente en ese cambio.
Por una parte puede asustar. Por otra, uno ve cómo la historia de la Iglesia y de la vida de la Iglesia, no es ininterrumpida. Cuando ve a Juan XXIII abriendo el Concilio Vaticano II, diciendo en el discurso inaugural que la Iglesia tiene que pasar de ser una madrastra que va diciendo lo que está mal a ser madre que acompaña a los hombres, hasta el discurso de clausura del Concilio del padre beato Pablo VI...
Al que Francisco le debe mucho.
Le debe y se ha fijado. Yo creo que Evangelii nuntiandi es una plataforma en la que el papa Francisco ha situado también el ministerio y de alguna manera lee desde ahí el Vaticano II. Porque en el fondo, la Evangelii nuntiandi trata de poner en marcha el Vaticano II, que Pablo VI tan bellamente ha predicado. Y San Juan Pablo II continúa con la Dives in Misericordia.
Todo lo que nos ha dicho el Papa de la misericordia lo ha formulado San Juan Pablo II, y lo ha llevado a cabo con hechos concretos, no solamente dándonos afirmaciones de lo que supone el amor misericordioso de Dios, que son importantes, sino llevándolo a la práctica con gestos, con signos con tareas. Ha movido nuestra vida.
Y creo, además, por lo que decías antes del cambio época, que es real. Está. Y, por tanto, hay que mover la silla y eso cuesta a veces.
Y más en una Institución como la Iglesia, que lleva dos milenios entre nosotros. Esto no tienen parangón. Es la institución humana que más tiempo ha perdurado.
Y además con más capacidad, guiada por el Espíritu, por supuesto, para ver en cada momento cómo acercar el rostro de nuestro Señor a los hombres.
A veces los hombres, los cristianos, nos hemos confundido. Pero la Iglesia como tal siempre ha estado mirando qué camino tenían los hombres para, en concreto, en el camino que estaban, hacerles llegar la noticia de Cristo. Y esto es lo que el Papa hace, de una manera audaz y como un testigo privilegiado del Evangelio, porque él lo vive así.
El Papa es un hombre que tiene tantas horas de oración, que lo que dice lo ha pasado también por su corazón y su mente. Que las palabras que dice, no son palabras nacidas de él sino que nacen de la misma palabra de Dios. Uno lo ve en sus homilías, en las palabras que nos dirige en todo momento. Las que nos dirigió a los nuevos cardenales en la carta que nos escribe a los pocos días de nombrarnos: aceptad todas las felicitaciones que os den, pero tened cuidado, no os mundaniceis.
A mí, esto me ha llevado a lo que te decía antes, que el ser cardenal ni es un honor, ni un prestigio, ni ser más que otros. Es una llamada a la conversión, a ampliar tu corazón para hacerlo más grande y que entren todo los hombres. Y ampliar la mirada. Y eso, el Papa lo hace muy bien.
 Jesús Bastante

En 2017, se agravará la confrontación en la Iglesia



La verdadera guerra que cuatro cardenales y segmentos ultraconservadores atizan contra el Papa ha dejado definitivamente los bastidores. Ocurre ahora en la luz del día y parece que se empeorará a principios de 2017. Una serie de enfrentamientos entre el grupo apoyado por un medios católicos agresivamente conservadores y el pontífice cambió de calidad en noviembre convirtiéndose en un ataque agudo. Hay una tentativa de cerco al Papa de los Pobres.
Aunque el primer movimiento público fue tomado por los cuatro cardenales ultraconservadores -los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner más Carlo Caffara (italiano) y Raymond Burke (EEUU)- el liderazgo público de las afrentas al Papa ha sido asumido por este último, quien se presenta como un portavoz de los conservadores de la Iglesia.
Las acciones de los conservadores suceden alrededor de la exhortación Amoris Laetitia ("La Alegría del Amor") lanzada por el Papa después del Sínodo de la Familia y sobre todo debido al tema del derecho a la comunión de los divorciados casados por segunda vez. Pero el conflicto real gira en torno a la decisión de Francisco de retomar la opción preferencial por los pobres y las directrices del Concilio Vaticano II.
La secuencia y la velocidad de la crisis a partir de mediados de noviembre es realmente impresionante:
• 14 de noviembre: los cuatro cardenales entregan al vaticanista conservador Sandro Magister una carta privada que habían dirigido a Francisco en septiembre con las ya famosas "dubia" (preguntas). El objetivo era decretar que la indisolubilidad del matrimonio sería una "norma moral absoluta" para los católicos -lo que carece de apoyo histórico.
• 16 de noviembre: a sólo dos días después de la noticia de Magister, Burke concedió una entrevista en la que dijo que su grupo puede declarar un "acto formal de la corrección de un error grave" contra el Papa, si no cede a las amenazas.
• 18 de noviembre: el diario Avvenire de los obispos italianos publicó una entrevista con Francisco en la que reaccionó enérgicamente a la ofensiva de los cardenales conservadores, acusándolos de hacer críticas deshonestas e promover la división en la Iglesia y de aferrarse a un "legalismo" de trasfondo ideológico.
• 20 de noviembre: el obispo Fragkiskos Papamanolis, presidente de la Conferencia Episcopal de Grecia, salió a la defensa de Francisco y publicó una carta abierta a los cuatro cardenales, diciendo que deberían, por el deber de honestidad, renunciar a sus sitios en el Colegio de Cardenales.
• 26 de noviembre: el Papa envió una carta a 800 directivos de las organizaciones religiosas que participaban en el Simposio sobre Economía de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica adviritiéndoles acerca de la "hipocresía de los consagrados que viven como ricos y hieren la conciencia de los fieles y perjudican a la Iglesia". Este es un problema que ha enfrentado a Francisco directamente con los conservadores.
• 30 de noviembre: se difundió un texto de uno de los principales teólogos de la Iglesia, el italiano Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto, en defensa del Sínodo de la Familia y la Amoris Laetitia, poniéndolos en línea directa con el Vaticano II. Fue en el prólogo del libro del también teólogo y sacerdote Jesús Martínez Gordo, de la Diócesis de Bilbao, titulado Estuve divorciado y me acogisteis.
• 8 de diciembre: en una acción coordinada por Burke, el también patrono de la Orden de Malta, la dirección de la organización destituyó su gran canciller, Albrecht von Boeselager. Burke fue colocado a la cabeza de la Orden por Francisco en 2014, que lo sacó del poderoso Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica del Vaticano. A pesar de la falta de relevancia de la Orden de Malta, Burke encontró otra manera de enfrentarse a Francisco y de movilizar el apoyo de los conservadores.
• 19 de diciembre: en entrevistas con portales conservadores estadounidenses, Burke presentó dos "ultimátum" al Papa. A LifeSite dijo que si el Papa no contesta a las "dubia" su grupo dará a conocer el anunciado "corrección formal" a Francisco, poco después de la solemnidad de la Epifanía, que se celebra el 8 de enero de 2017. A Catholic World Report Burke fue más allá. Insinuó que el Papa es un hereje y amenazó con destituirlo: "Si el Papa profesa herejía deja formalmente por este hecho de ser el Papa. Es automático". Hábilmente, para evitar una sanción directa, dijo entonces que "no estoy diciendo que Francisco es hereje".
• 22 de diciembre: el Papa nombró una comisión para investigar la destitución del gran canciller de la Orden de Malta.
• 22 de diciembre: después de haber sacudido la Curia romana con el discurso de Navidad en 2014, cuando atacó lo que llamó las "15 enfermedades curiales", Francisco volvió a la carga este año en una advertencia muy dura en contra de la "resistencia maliciosa" de "mentes distorsionadas "contra la reforma de la Iglesia".
• 24 de diciembre: la cúpula de la Orden de Malta reaccionó de manera inédita a un Papa y criticó su nombramiento de la comisión de investigación como "inaceptable".
(Mauro Lopes)

“En la Madre del Salvador, se cumplen las grandes obras de la misericordia divina”, el Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados hemos puesto nuestra mirada venerante sobre el Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero manteniendo ambos en su estrecha relación. Esta relación no se agota en el hecho de haber generado y en haber sido generado; Jesús «nacido de mujer» (Gal 4,4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de tal misión, al contrario, está asociada íntimamente. María es consciente de esto, por lo tanto no se cierra a considerar solo su relación maternal con Jesús, sino permanece abierta y atenta a todos los acontecimientos que suceden a su alrededor: conserva y medita, observa y profundiza, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Cfr. Lc 2,19). Ha ya dicho su “si” y ha dado su disponibilidad para ser involucrada en la actuación del plan de salvación de Dios, que «dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,51-53). Ahora, silenciosa y atenta, trata de comprender que cosa Dios quiere de ella cada día.
La visita de los pastores le ofrece la ocasión para captar algún elemento de la voluntad de Dios que se manifiesta en la presencia de estas personas humildes y pobres. El evangelista Lucas nos narra la visita de los pastores a la gruta con una sucesión incesante de verbos que expresan movimiento. Dice así: ello fueron sin esperar, encontraron al Niño con María y José, lo vieron, y contaron lo que de Él les habían dicho, y finalmente glorificaron a Dios (Cfr. Lc 2,16-20). María sigue atentamente esta visita, que cosa dicen los pastores, que cosa les ha sucedido, porque ya entre ve en ellos el movimiento de la salvación que surge de la obra de Jesús, y se adecua, lista para todo pedido del Señor. Dios pide a María no solo ser la madre de su Hijo unigénito, sino también cooperar con el Hijo y por el Hijo en el plan de salvación, para que en ella, humilde sierva, se cumpla las grandes obras de la misericordia divina.
Y aquí, mientras los pastores, contemplan el icono del Niño en brazos a su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón un sentido de inmenso reconocimiento hacia Ella que ha dado al mundo al Salvador. Por esto, en el primer día del nuevo año, le decimos:
¡Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, Santa Madre de Dios!
Gracias por tú humildad que ha atraído la mirada de Dios;
gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra;
gracias por la valentía con la cual has dicho “aquí estoy”,
olvidándose en ti, fascinada del Amor Santo,
hecho un todo con su esperanza.
¡Gracias, oh Santa Madre de Dios!
Ora por nosotros, peregrinos en el tiempo;
ayúdanos a caminar en la vía de la paz.
Amén.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)

El Papa en la Solemnidad de la Madre de Dios: “la mirada maternal de María nos libra de la orfandad”



«Mientras tant, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Así Lucas describe la actitud con la que María recibe todo lo que estaban viviendo en esos días. Lejos de querer entender o adueñarse de la situación, María es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso de Dios en la vida de su Pueblo. Desde sus entrañas aprendió a escuchar el latir del corazón de su Hijo y eso le enseñó, a lo largo de toda su vida, a descubrir el palpitar de Dios en la historia. Aprendió a ser madre y, en ese aprendizaje, le regaló a Jesús la hermosa experiencia de saberse Hijo. En María, el Verbo Eterno no sólo se hizo carne sino que aprendió a reconocer la ternura maternal de Dios. Con María, el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del Pueblo de la promesa. Con ella se descubrió a sí mismo Hijo del santo Pueblo fiel de Dios.

En los evangelios María aparece como mujer de pocas palabras, sin grandes discursos ni protagonismos pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida y la misión de su Hijo y, por tanto, de todo lo amado por Él. Ha sabido custodiar los albores de la primera comunidad cristiana, y así aprendió a ser madre de una multitud. Ella se ha acercado en las situaciones más diversas para sembrar esperanza. Acompañó las cruces cargadas en el silencio del corazón de sus hijos. Tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos, tantas imágenes esparcidas por las casas, nos recuerdan esta gran verdad. María, nos dio el calor materno, ese que nos cobija en medio de la dificultad; el calor materno que permite que nada ni nadie apague en el seno de la Iglesia la revolución de la ternura inaugurada por su Hijo. Donde hay madre, hay ternura. Y María con su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, nos enseña que no es necesario maltratar a otros para sentirse importantes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288). Y desde siempre el santo Pueblo fiel de Dios la ha reconocido y saludado como la Santa Madre de Dios.
Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frio o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. Esa orfandad que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.
Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gen 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos. La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’, 49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad.
Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan (cf. Carta enc. Laudato si’, 151).
Jesucristo en el momento de mayor entrega de su vida, en la cruz, no quiso guardarse nada para sí y entregando su vida nos entregó también a su Madre. Le dijo a María: aquí está tu Hijo, aquí están tus hijos. Y nosotros queremos recibirla en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos. Queremos encontrarnos con su mirada maternal. Esa mirada que nos libra de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos: que yo te pertenezco, que tú me perteneces, que somos de la misma carne. Esa mirada que nos enseña que tenemos que aprender a cuidar la vida de la misma manera y con la misma ternura con la que ella la ha cuidado: sembrando esperanza, sembrando pertenencia, sembrando fraternidad.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos recuerda que tenemos Madre; no somos huérfanos, tenemos una Madre. Confesemos juntos esta verdad. Y los invito a aclamarla tres veces como lo hicieron los fieles de Éfeso: Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios.
(from Vatican Radio)

La madre


A muchos les puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hayamos empobrecido nuestra fe eliminándola de manera inconsciente de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más solida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que tal vez sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención, que, en realidad, hemos de acoger de su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
El abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hayamos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Jesús. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su Espíritu. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.
José Antonio Pagola

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Madre y modelo de creyente


Continuamos con las celebraciones litúrgicas del tiempo de Navidad. En el pasaje del Evangelio de la Misa del día del 25 de diciembre, tomado del prólogo del Evangelio según san Juan, nada se decía de los detalles que rodearon el nacimiento de Cristo. Hoy, por el contrario, el evangelista Lucas nos presenta al Niño Jesús acostado en el pesebre, en una descripción que provoca gran ternura y que sitúa en nuestra mente la estampa del portal de Belén, tal y como lo contemplamos en nuestras casas y calles. Ciertamente, Lucas trata de introducirnos a través de estas imágenes en la mirada detenida hacia el Misterio que estamos celebrando durante estos días. De hecho, este fragmento evangélico ya fue proclamado en la Misa de la aurora del día de Navidad, aunque sin el último párrafo, que alude a los ocho días y a la circuncisión e imposición del nombre. Pero no se trata de una mera repetición: hay dos períodos en el año, la Pascua y la Navidad, en los que durante ocho días la Iglesia nos invita particularmente a detenernos y admirar lo que celebramos. Así pues, durante la semana siguiente a cada una de estas dos fiestas, la liturgia quiere prolongar de manera especial la celebración del día principal, para, con ello, subrayar y rumiar el acontecimiento celebrado.
El entusiasmo de los pastores
Como si de un belén viviente se tratara, encontramos al Niño, a María y a José. Pero también están presentes, desempeñando un papel activo, los pastores. Tras recibir, por parte de los ángeles, el anuncio del nacimiento del Salvador, «fueron corriendo hacia Belén», «contaron lo que se les había dicho de aquel Niño» y daban «gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto». Frente a los pastores se encuentran los destinatarios de su mensaje, que «se admiraban». De este modo, a través de estos versículos no solo se nos pone ante un Misterio, sino que lo que los pastores han «oído y visto» les confirma, al igual que a los discípulos de Juan Bautista, que el Reino de los cielos ha comenzado. Se les ha concedido el don de percibir que algo ha cambiado en la historia. El ser testigos de un acontecimiento de tal magnitud provoca en ellos el deseo de difundirlo y de celebrarlo «dando gloria y alabanza a Dios».
La acogida del cristiano
De María se nos dice que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». En la Octava de Navidad celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. María se presenta ante nosotros como la que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Con estas palabras, el evangelista nos muestra la singular relación materna con su Hijo. Ella pone de manifiesto que es imprescindible que el Misterio que estamos celebrando sea acogido por parte del creyente. Se trata de algo que es preciso ir descubriendo poco a poco, con tranquilidad y sosiego. Aunque es necesario, no basta con tener el entusiasmo de los pastores. No es suficiente con anunciar la Navidad, ni siquiera con celebrarla externamente. Para vivir con sentido pleno y huir de la superficialidad en las fiestas de estos días, debemos hacer nuestro, como María, el Misterio que hemos visto, proclamado y celebrado.
El Evangelio de hoy concluye con la alusión a la preceptiva circuncisión de Jesús, que debía hacerse a los ocho días del nacimiento. Este era el momento en el que a los niños se les ponía el nombre. Aunque el nombre del Niño había sido ya elegido por el ángel en el momento de la Anunciación, ahora es cuando se le impone realmente. El nombre Jesús hace referencia a su misión de salvador. Y este es el motivo último por el que, siguiendo el ejemplo de María, acogemos a Jesús: en él está nuestra salvación.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Alfa y Omega

El Papa Francisco propone la «no violencia activa» para 2017


El Santo Padre ha propuesto para el año 2017 hacer de la «no violencia activa» un estilo de vida y aplicarla tanto en lo cotidiano como en la política, desde el ámbito local hasta el mundial. Así lo desea en su Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz, en el que ha puesto de ejemplo a Luther King o Gandhi
«Que la no violencia se transforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas», reclama en el documento, publicado este lunes 12 de diciembre por la Santa Sede.
El Papa Francisco pone como ejemplo de este estilo de no violencia activa a Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan, por su éxito en la liberación de la India, y a Martin Luther King Jr. por su lucha contra la discriminación racial.
También indica que, en especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, la Madre Teresa, o Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.
Francisco recuerda el primer mensaje por la paz enviado hace 50 años por el Papa Pablo VI en el que señalaba que «la paz es la línea única y verdadera del progreso humano, no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil» y se muestra «impresionado» por la «actualidad» de estas palabras «que hoy son igualmente importantes y urgentes».
En este momento, según precisa el Pontífice, el mundo sufre «guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente», lo que ya ha denominado en otras ocasiones como «guerra mundial por partes».
Sin embargo, se pregunta si la violencia permite alcanzar objetivos de valor duradero o, por el contrario, todo lo que obtiene se reduce a «desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos señores de la guerra».
Francisco responde que la violencia «no es la solución» y advierte de que responder a esta con más violencia solo genera, en el mejor de los casos, emigración forzada, «ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas»; y en el peor de los casos, la muerte.
Por ello, sugiere aceptar la propuesta de Jesucristo de la no violencia y cita al Papa emérito, Benedicto XVI, al apuntar que esta violencia solo se puede contrarrestar con «un plus de amor y bondad».
Asimismo, defiende que tanto la Iglesia católica como otras tradiciones religiosas se han comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países e insiste en que «ninguna religión es terrorista» y en que «la violencia es una profanación del nombre de Dios».
Erradicar la violencia de género
En cualquier caso, puntualiza que el camino de la no violencia ha de empezar a recorrerse en el seno de la familia y suplica «con urgencia» que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. También realiza, como en ocasiones anteriores, un llamamiento a favor del desarme y de la prohibición y abolición de las armas nucleares.
Como programa para la paz, Francisco propone a los líderes políticos y religiosos, responsables de instituciones internacionales, dirigentes de empresas, medios de comunicación y, en general, a todas las personas, el «manual» de las ocho bienaventuranzas -bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos-.
Finalmente, el Papa asegura que la Iglesia católica acompañará todo intento de construcción de la paz con la no violencia activa y creativa. En esta línea, el 1 de enero de 2017 comenzará a funcionar el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que se ocupará de las cuestiones que se refieren a las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los presos, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura.
Agencias
Alfa y Omega

Llamados a ser comunidad de paz



Personas de todas las confesiones nos han demostrado la capacidad de la compasión y la resistencia no violenta como camino de la paz, escribe el secretario general de Cáritas Española, Sebastián Mora, en un comentario al mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2017
Vivimos momentos convulsos y bañados por una incertidumbre radical en todos los órdenes vitales. Un mundo fragmentado y dividido por guerras, desigualdades, violencia terrorista, desastres ecológicos y desplazamientos forzados de millones de personas y familias. Tal como dice el Papa en su mensaje para la celebración de la 50 Jornada Mundial de la Paz, es harto difícil comparar si estos tiempos son mejores o peores que los que nos precedieron. Hay suficiente densidad histórica de sufrimiento, violencia, guerras y aniquilación de lo humano como para aventurarnos a catalogar nuestro tiempo como «la noche más oscura de la humanidad» (Zambrano). La misma teoría de Francisco sobre la tercera guerra mundial a fragmentos, que vuelve a esgrimir en su mensaje, puede ser aplicada a otros tiempos de la humanidad aunque no fueran retrasmitidos por internet a tiempo real.
No son momentos para establecer rankings de sufrimiento y lanzarnos proclamas ideologizadas de estimativa histórica. Necesitamos chispas para la esperanza, anhelamos estilos y testimonios que hagan creíble otra forma de ser más allá del pragmatismo romo o del idealismo evasivo. Testimonios teñidos desde la realidad de las víctimas y el poder de la sencillez. Lo que nos jugamos como humanidad es la misma posibilidad de «vivir juntos desde las diferencias». Por ello necesitamos «la no violencia para construir una política para la paz» (Francisco). Pero, ¿no es un puro deseo buenista la no violencia?, ¿no significa un brindis al sol sin poder real de cambio profundo?, ¿no nos hace más débiles y vulnerables frente a los riesgos que vivimos? El Papa es claro y contundente en su mensaje: la única vía de la paz es la justicia, la verdad y el amor. Y ese camino ya lo han experimentado otras personas, testigos de la paz antes que nosotros, demostrando su profunda capacidad transformadora. «La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes», nos señala el Papa, aunque pretendamos ocultarlos o minusvalorarlos.
El Papa nos alienta con ejemplos concretos e históricos. Madre Teresa, Mahatma Gandhi, Khan Abdul Ghaffar Khan, Martin Luther King, Jr. y Leima Gbowee. Son personas que desde diferentes cosmovisiones religiosas y sociales han sabido liderar el cambio desde un estilo no violento. Todas son personas que han vivido su compromiso desde una profunda espiritualidad y una presencia cercana a las víctimas. Han sabido rescatar el inmenso potencial de compasión de las religiones huyendo de la tentación de usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Pero, por encima de todo, nos han mostrado con humildad serena que el mundo puede cambiar. La humanidad tiene capacidades inéditas para la construcción de la paz. No es una quimera adánica, sino una realidad histórica, la existencia de personas tocadas por la brisa del Espíritu que han puesto a rezar y reivindicar otro mundo posible a musulmanes y cristianos, que han puesto el bien común por encima de sus propios intereses y que han combatido pacíficamente desde el corazón por la justicia social.
La revolución empieza con una sonrisa
Madre Teresa desde una llamada incesante a la conversión del corazón y a la conmoción por el sufrimiento inocente ha abierto una vía única para la paz: el amor a los desheredados. Gandhi nos mostró que los muros se deben y se pueden derribar desde la resistencia pacífica de un pueblo compasivo. La vida de Ghaffar Khan, condenado al exilio, la incomprensión y la cárcel, atestigua las consecuencias de optar por los pequeños y luchar por la justicia. Luther King nos enseñó a soñar mundos posibles nacidos de la memoria de una historia inmisericorde con los vencidos y excluidos. Y, por último, Leima Gbowee nos revela que las grandes revoluciones empiezan desde abajo y desde lo pequeño. El corazón de una familia pacífica es capaz de proponer la revolución de la ternura que codiciamos día a día. Revolución que empieza, como en Teresa de Calcuta, con una sonrisa amable en un contexto cotidiano. Hay gestos revolucionarios que brotan principalmente de tantas mujeres mártires de un mundo que las expulsa a los márgenes del olvido.
Estas personas nos han demostrado la capacidad de la compasión y la resistencia no violenta como camino de la paz. Nos han enseñado a soñar juntos en colinas de justicia e igualdad y han sabido insuflarnos el poder de la ternura. Es verdad que han sufrido la persecución y la incomprensión en nombre de la paz, pero han proclamado con sus vidas que la paz es posible desde el estilo de la no violencia.
Para nosotros, desde nuestra confesión creyente en el Dios de Jesucristo, no es solo una opción más entre otras. La no violencia es «el camino, la verdad y la vida» (cfr. Jn 14,6) en un mundo que «sigue sufriendo bajo dolores de parto» (cfr. Rom 8, 22). La Iglesia ha estado empeñada en la construcción de la paz pero, en estos momentos, debe tener un mensaje rotundo y claro en defensa de la paz. Los últimos Papas desde Juan XXIII a Francisco han clamado sin cesar para que «la justicia sea el nuevo nombre de la paz» (Pablo VI). Así lo proclamó con valentía san Juan Pablo II y su empeño por derribar muros físicos y mentales en la Europa de los años 80.
Llamados a ser comunidad es el lema de la campaña de Navidad de Cáritas para este año. Estamos convencidos de que solo siendo comunidades con un estilo no violento seremos comunidades de paz, de caridad y justicia. El manual de las bienaventuranzas, como lo llama el Papa, es el camino que debe marcar la dirección en un mundo desnortado.
Sebastián Mora Rosado
Secretario general de Cáritas Española

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (2,16-21) POR EL PAPA FRANCISCO:





“Además de contemplar el Rostro de Dios, también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre (cf. Lc 2,16). 

Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139,13). 

Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario.

María está tan unida a Jesús porque Él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no se puede entender a Jesús sin su Madre.

Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María están siempre unidas y éste es precisamente el misterio de la mujer en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. (...)

No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia (...)

María, la primera y perfecta discípula de Jesús, la primera y perfecta creyente, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos. (...)

Miremos a María, contemplemos a la Santa Madre de Dios. Os propongo que juntos la saludemos como hizo aquel pueblo valiente de Éfeso, que gritaba cuando sus pastores entraban en la Iglesia: «¡Santa Madre de Dios!». Qué bonito saludo para nuestra Madre…”
(Papa Francisco, 1-1-2015)

MARÍA CONSERVABA ESTAS COSAS MEDITÁNDOLAS EN SU CORAZÓN (EVANGELIO DE HOY)



Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21):
 En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor


«Dios se involucra involucrándonos, haciéndonos parte de su obra», el Papa en las Vísperas de María Madre de Dios

«Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley y hacernos hijos adoptivos» (Ga 4,4-5).
Resuenan con fuerza estas palabras de san Pablo. De manera breve y concisa nos introducen en el proyecto que Dios tiene para con nosotros: que vivamos como hijos. Toda la historia de salvación encuentra eco aquí: el que no estaba sujeto a la ley, decidió por amor, perder todo tipo de privilegio (privus legis) y entrar por el lugar menos esperado para liberar a los que sí estábamos bajo la ley. Y, la novedad es que decidió hacerlo en la pequeñez y en la fragilidad de un recién nacido; decidió acercarse personalmente y en su carne abrazar nuestra carne, en su debilidad abrazar nuestra debilidad, en su pequeñez cubrir la nuestra. En Jesucristo, Dios no se disfrazó de hombre, se hizo hombre y compartió en todo nuestra condición. Lejos de estar encerrado en un estado de idea o de esencia abstracta, quiso estar cerca de todos aquellos que se sienten perdidos, avergonzados, heridos, desahuciados, desconsolados o acorralados. Cercano a todos aquellos que en su carne llevan el peso de la lejanía y de la soledad, para que el pecado, la vergüenza, las heridas, el desconsuelo, la exclusión, no tengan la última palabra en la vida de sus hijos.
  El pesebre nos invita a asumir esta lógica divina. Una lógica que no se centra en el privilegio, en las concesiones ni en los amiguismos; se trata de la lógica del encuentro, de la cercanía y la proximidad. El pesebre nos invita a dejar la lógica de las excepciones para unos y las exclusiones para otros. Dios viene Él mismo a romper la cadena del privilegio que siempre genera exclusión, para inaugurar la caricia de la compasión que genera la inclusión, que hace brillar en cada persona la dignidad para la que fue creado. Un niño en pañales nos muestra el poder de Dios interpelante como don, como oferta, como fermento y oportunidad para crear una cultura del encuentro.
No podemos permitirnos ser ingenuos. Sabemos que desde varios lados somos tentados para vivir en esta lógica del privilegio que nos aparta-apartando, que nos excluye-excluyendo, que nos encierra-encerrando los sueños y la vida de tantos hermanos nuestros.
Hoy frente al niño de Belén queremos admitir la necesidad de que el Señor nos ilumine, porque no son pocas las veces que parecemos miopes o quedamos presos de una actitud altamente integracionista de quien quiere hacer entrar por la fuerza a otros en sus propios esquemas. Necesitamos de esa luz que nos haga aprender de nuestros propios errores e intentos a fin de mejorar y superarnos; de esa luz que nace de la humilde y valiente conciencia del que se anima, una y otra vez, a levantarse para volver a empezar.
 Al terminar otra vez un año, nos detenemos frente al pesebre, para dar gracias por todos los signos de la generosidad divina en nuestra vida y en nuestra historia, que se ha manifestado de mil maneras en el testimonio de tantos rostros que anónimamente han sabido arriesgar. Acción de gracias que no quiere ser nostalgia estéril o recuerdo vacío del pasado idealizado y desencarnado, sino memoria viva que ayude a despertar la creatividad personal y comunitaria porque sabemos que Dios está con nosotros.
 Nos detenemos frente al pesebre para contemplar como Dios se ha hecho presente durante todo este año y así recordarnos que cada tiempo, cada momento es portador de gracia y de bendición. El pesebre nos desafía a no dar nada ni a nadie por perdido. Mirar el pesebre es animarnos a asumir nuestro lugar en la historia sin lamentarnos ni amargarnos, sin encerrarnos o evadirnos, sin buscar atajos que nos privilegien. Mirar el pesebre entraña saber que el tiempo que nos espera requiere de iniciativas audaces y esperanzadoras, así como de renunciar a protagonismos vacíos o a luchas interminables por figurar.
 Mirar el pesebre es descubrir como Dios se involucra involucrándonos, haciéndonos parte de su obra, invitándonos a asumir el futuro que tenemos por delante con valentía y decisión. Mirando el pesebre nos encontramos con los rostros de José y María. Rostros jóvenes cargados de esperanzas e inquietudes, cargados de preguntas. Rostros jóvenes que miran hacia delante con la no fácil tarea de ayudar al Niño-Dios a crecer. No se puede hablar de futuro sin contemplar estos rostros jóvenes y asumir la responsabilidad que tenemos para con nuestros jóvenes; más que responsabilidad, la palabra justa es deuda, sí, la deuda que tenemos con ellos. Hablar de un año que termina es sentirnos invitados a pensar como estamos encarando el lugar que los jóvenes tienen en nuestra sociedad.
  Hemos creado una cultura que, por un lado, idolatra la juventud queriéndola hacer eterna pero, paradójicamente, hemos condenando a nuestros jóvenes a no tener un espacio de real inserción, ya que lentamente los hemos ido marginando de la vida pública obligándolos a emigrar o a mendigar por empleos que no existen o no les permiten proyectarse en un mañana. Hemos privilegiado la especulación en lugar de trabajos dignos y genuinos que les permitan ser protagonistas activos en la vida de nuestra sociedad. Esperamos y les exigimos que sean fermento de futuro, pero los discriminamos y «condenamos» a golpear puertas que en su gran mayoría están cerradas.
Somos invitados a no ser como el posadero de Belén que frente a la joven pareja decía: aquí no hay lugar. No había lugar para la vida, para el futuro. Se nos pide asumir el compromiso que cada uno tiene, por poco que parezca, de ayudar a nuestros jóvenes a recuperar, aquí en su tierra, en su patria, horizontes concretos de un futuro a construir. No nos privemos de la fuerza de sus manos, de sus mentes, de su capacidad de profetizar los sueños de sus mayores (cf. Jl 3, 1). Si queremos apuntar a un futuro que sea digno para ellos, podremos lograrlo sólo apostando por una verdadera inclusión: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario (cf. Discurso en ocasión de la entrega del Premio Carlomagno, 6 de mayo de 2016).
 Mirar el pesebre nos desafía a ayudar a nuestros jóvenes para que no se dejen desilusionar frente a nuestras inmadureces y estimularlos a que sean capaces de soñar y de luchar por sus sueños. Capaces de crecer y volverse padres de nuestro pueblo.
 Frente al año que termina qué bien nos hace contemplar al Niño-Dios. Es una invitación a volver a las fuentes y raíces de nuestra fe. En Jesús la fe se hace esperanza, se vuelve fermento y bendición: «Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3). 
(from Vatican Radio)