lunes, 13 de marzo de 2017

El riesgo de la fe


Génesis 12, 1-4: “Deja tu país, para ir a la tierra que Yo te mostraré”
Salmo 32: “Señor, ten misericordia de nosotros”
Timoteo 1, 8-10: “Dios nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida”
San Mateo 17, 1-9: “Su rostro se puso resplandeciente como el sol”

Son como esas raras perlas que se encuentran con gran dificultad pero que hacen que el buscador renueve su optimismo y se enfrente a los obstáculos con mayor dedicación. Con ingenuidad el grupito de catequistas me platican sus proyectos y sus ilusiones para transformar su comunidad. No les importa que estén circundados de narcotraficantes, no les atemoriza que ya a alguno de ellos lo hayan amenazado, no se doblegan por las dificultades. Se sienten llamados por el Señor y no están dispuestos a renunciar a sus sueños. “Nosotros vivimos una experiencia de comunidad, de ayuda y de respeto a la naturaleza y ahora lo tenemos que recobrar. Ese sueño no se aparta de nuestras mentes. Si Abraham se levantó y tuvo fe, cuando no tenía nada, nosotros que ya hemos tenido una probadita no nos vamos a desanimar”. Disposición, fe decidida y un compromiso grande con Dios.
¿Qué es más difícil: iniciar o reconstruir? Cuaresma es el tiempo de conversión, de cambio, de renovación. Hay quien mira la Cuaresma como una larga estación que nos frena y nos pone en pausa, pero las lecturas de este día nos manifiestan todo lo contrario y nos la presentan como la búsqueda entusiasta, la inquietud constante, el estar siempre en tensión hacia un objetivo: el verdadero encuentro con Dios y con su Reino. Desde las palabras dirigidas por Dios a Abram, exigiendo que deje su país y sus parientes, pasando por las recomendaciones de Pablo a Timoteo que le recuerda que Dios nos ha llamado para que le consagremos la vida, hasta las palabras de Jesús a sus discípulos que no les permite que se queden sólo en la contemplación, sino que les ordena: “Levántense”, todo es una dinámica de búsqueda e inquietud que debe inflamar el espíritu del creyente. Parecería que Dios tiene una especial predilección por las palabras que mueven y motivan: “Deja tu casa”, “Síganme”, “Levántense”. Y nosotros que siempre buscamos las seguridades, que nos aferramos a nuestras posesiones, que nos encadenamos a nuestras ideas. Todas las palabras de este día parecerían querer infundirnos un entusiasmo que desinstale, nos ponga en marcha y en búsqueda.
Quien escucha la primera lectura y contempla a Abram instalado en su territorio, con sus posesiones y su parentela, difícilmente entiende que se entusiasme y que dejándolo todo, se lance en búsqueda de la tierra prometida, sostenido solamente por las palabras de un Dios que lo ha puesto en camino. Va en búsqueda de una tierra nueva y sólo lo sostiene su fe. Es modelo de todo cristiano que debe ponerse en movimiento y buscar el ideal manifestado por el encuentro con Dios. Hoy el hombre moderno, que se dice más libre que nunca, se descubre abotagado de bienes y de falsas ilusiones, que lo han hecho sacrificar la libertad, la conciencia y la autenticidad. No miramos las estrellas porque le tememos a la oscuridad y al riesgo del campo abierto, y preferimos permanecer resguardados en nuestras cuatro paredes. Es cierto, hay muchos riesgos en el camino pero se están buscando nuevos ideales. No nos es lícito permanecer indiferentes y acomodados, mientras el Señor nos invita a construir una casa para todos, a buscar una nueva tierra de hermanos. El verdadero cristiano se descubre por su entusiasmo y su ardor, por su fervor y dedicación al escuchar la Palabra que lo invita y lo desinstala. Es el hombre de fe que cree en el Dios de las promesas y que en Él pone toda su esperanza.
Jesús reta a sus discípulos para que tengan fe. No es la fe que protege y cubre como un manto, es la fe que acepta el riesgo y la aventura. Igual que Abram que deja sus cosas y toma la fe como su brújula y estrella, que abandona sus razones terrenas y se fía de las promesas, ahora Jesús pide a sus discípulos una nueva aventura en la construcción de su Reino. Al anunciar su pasión y su muerte, les ha puesto nuevas y radicales condiciones en su seguimiento. Mas no los deja en la oscuridad y les permite atisbar las razones de estas exigencias. Al transfigurarse, Dios mismo es quien habla y quien da su palabra para confirmar el camino de Jesús. La Transfiguración es un acontecimiento que busca animar y reorientar a los discípulos tan dispuestos a la búsqueda de los primeros lugares y tan reacios a la cruz. Manifiesta la gloria de Jesús y anticipa su victoria sobre la cruz. Pero la Transfiguración no tiene la intención de adormecer a los discípulos o asegurarles un triunfo terreno. Cuando Pedro, en el éxtasis de la contemplación, propone permanecer en las alturas, contemplando el triunfo de Jesús, es despertado bruscamente e invitado a levantarse sin temor. La Transfiguración devela el sentido misterioso y profundo de la vida de Jesús, pero de ninguna manera permite a los discípulos que se queden en contemplaciones y que abandonen la cruz. Deben volver a la realidad. Y es también la realidad del discípulo actual: no puede permanecer indiferente en la altura de la montaña. Puede subir a la montaña para llenarse de Dios, para discernir y descubrir su voluntad, para llenar su corazón de entusiasmo, pero no para alejarse de su compromiso frente a los hermanos.
El camino de la resurrección siempre pasa por el camino de la cruz y la Transfiguración nos descubre su verdadero sentido. La voz venida del cielo ordena a los discípulos que se fíen de la palabra de Jesús: “Éste es mi Hijo… escúchenlo”. Así, confiados en la Palabra, encontrarán la fuerza para bajar del monte y recorrer con el maestro el camino de la cruz. También para nosotros está dirigido el mensaje de Jesús: no puede ser verdadero discípulo quien se aísla de los hermanos, quien se instala cómodamente en la vida y tranquiliza su conciencia con visiones espiritualistas. Alejarse del compromiso con los hermanos y evadir el servicio a los más necesitados no es experiencia verdaderamente cristiana. La única forma de escuchar a Jesús es siguiendo su mismo camino: caminar y aprender con Jesús; caminar y ver con Jesús; caminar y descubrir el rostro de Jesús en los hermanos. Pedro, que ha descubierto la gloria y se ha extasiado en la contemplación, tiene ahora más razones para seguir a Jesús pero no para quedarse adormilado.
Subamos a la montaña con Jesús, contemplemos la transformación y belleza de su rostro, escuchemos la voz del Padre y después levantémonos dispuestos a cargar la cruz con Jesús. Nos pone el ideal para que no nos perdamos en el camino, nos enseña el rostro resplandeciente de Jesús, pero después nos invita a que lo acompañemos en la marcha de cada día, en el trabajo con los hermanos, en la carga cotidiana de la cruz.
Señor, Padre Santo, que nos mandas escuchar a tu amado Hijo, despiértanos de nuestras indiferencias y purifica nuestros ojos para que al contemplar a Cristo glorioso nos comprometamos a descubrir su rostro en cada uno de nuestros hermanos. Amén.

Enrique Díaz Díaz

Zenit

Presentan el logotipo del viaje de Francisco a Colombia: «Demos el primer paso»


Al mismo tiempo que en la Oficina de prensa de la Santa Sede se daba a conocer el anuncio de la visita del papa Francisco a Colombia, del 6 al 11 de septiembre próximos, visitando las ciudades de Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, en la sede de la Conferencia Episcopal Colombiana se realizó una rueda de prensa en la que fue presentado el logotipo del viaje apostólico.
En la imagen oficial se invita a los colombianos a que «demos el primer paso» para alcanzar la reconciliación y la paz.
La presentación estuvo a cargo monseñor Fabio Suescún Mutis, obispo castrense y responsable, por parte de la Iglesia, del Comité de la preparación para la visita del Santo Padre. El obispo explicó que con esta imagen la Iglesia propone a los colombianos ser misioneros de la reconciliación.
«La visita del Papa Francisco es un momento de gracia y alegría para soñar con la posibilidad de transformar nuestro país y dar el primer paso. El Santo Padre, es un misionero para la reconciliación. Su presencia nos ayudará a descubrir que sí es posible volver a unirnos como nación para así aprender a mirarnos de nuevo con ojos de esperanza y misericordia», explicó el obispo.
En la imagen, que tiene como fondo los colores del Vaticano – amarillo y blanco-, el Santo Padre camina para dar el paso y comenzar a construir y soñar; porque todo cambio comienza con la conversión del corazón, todo cambio necesita un momento para volver a encontrarnos y es un momento en nuestra historia para descubrirnos como país, que se refleja en la figura precolombina colombiana.
En este marco, dar el primer paso significa reconocer el sufrimiento de otros, perdonar a quienes nos han herido, volvernos a encontrar como colombianos, entender el dolor de los que han sufrido, sanar nuestro corazón, descubrir el país que se esconde detrás de las montañas y construir un país en paz.
«Dar el primer paso, es volver a acercarnos a Jesús, volver a encontrarnos con el amor de nuestras familias, desarmar las palabras con nuestro prójimo y tener compasión con quienes han sufrido», aseguró monseñor Fabio Suescún Mutis.
Zenit

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO DE HOY:




“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)... Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Esto es explicado por Jesús con dos verbos: «perdonar» (v. 37) y «donar» (v. 38).

La misericordia se expresa, sobre todo, con el perdón: no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados» (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, no obstante, recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternales es necesario suspender los juicios y las condenas. 

Precisamente el perdón es el pilar que sujeta la vida de la comunidad cristiana, porque en él se muestra la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado en primer lugar. ¡El cristiano debe perdonar! pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. 

Todos nosotros hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su propia vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y para que nosotros seamos perdonados, debemos perdonar. Lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: «Perdona nuestros pecados; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados por muchas, muchas ofensas, por muchos pecados. 

Y así es fácil perdonar: si Dios me ha perdonado ¿Por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado en primer lugar. 

Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe el lazo de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que por el contrario no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. 

No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima de él: tenemos más bien el deber de devolverlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.

A su Iglesia, a nosotros, Jesús indica un segundo pilar: «donar». Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Dad y se os dará: [...] Porque con la medida con que midáis se os medirá» (v. 38). 

Dios dona mucho más allá de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos en la tierra hayan sido generosos. Jesús no dice qué ocurrirá a quienes no donan, pero la imagen de la «medida» constituye una advertencia: con la medida del amor que damos, somos nosotros mismos los que decidimos cómo seremos juzgados, cómo seremos amados. 

Si miramos bien, hay una lógica coherente: en la medida en la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida en la cual se dona al hermano, ¡se recibe de Dios!

El amor misericordioso es por eso, el único camino que hay que recorrer. Cuánta necesidad tenemos todos de ser un poco más misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no «desplumar» a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. Debemos perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor”. 

...Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón se ensancha, se ensancha el amor. En cambio el egoísmo, la rabia, empequeñecen el corazón, que se endurece como una piedra. ¿Qué preferís? ¿Un corazón de piedra o un corazón lleno de amor? Si preferís un corazón lleno de amor, ¡sed misericordiosos!”

(Papa Francisco, catequesis del 21 de septiembre de 2016)

EVANGELIO DE HOY: LA MEDIDA QUE USÉIS, LA USARÁN CON VOSOTROS



Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,36-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. 

La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Vamos a misa


Contaba el Padre Estanislao, de los Sagrados Corazones, que un día, en un pequeño pueblo de Luxemburgo, estaba un capitán de guardias forestales en animada conversación con un carnicero, cuando llegó una mujer anciana. Ella le pidió al carnicero que le diera gratis un pedazo de carne para la comida, pues no tenía dinero para pagarle. Solamente le prometió rezar por él en la Misa adonde iba.

El carnicero le dijo:

- “Muy bien, usted va a Misa a rezar por mí. Cuando vuelva le daré tanta carne cuanto pese la Misa.”

La anciana se fue a la Misa y después de una hora regresó. El carnicero, al verla, le dijo:

- “Vamos a ver, voy a escribir en un pedazo de papel: ‘Usted asistió a Misa por mí’. Le daré tanta carne cuanto pese este papel.”

El carnicero puso un pedacito de carne, pero pesaba más el papel. Después, puso un hueso grandecito y lo mismo. Colocó un pedazo grande de carne y el papel pesaba más. A estas alturas, ya no se reía el carnicero. El capitán, que estaba presente, estaba admirado de lo que veía. El carnicero, miró su balanza a ver si estaba en buenas condiciones, pero todo estaba bien. Entonces, colocó una pierna entera de cordero, pero el papel pesaba mucho más.

Esto fue suficiente para el carnicero. Allí mismo se convirtió y le prometió a la buena mujer que todos los días hasta su muerte le daría una ración diaria de carne, incluida la pierna de cordero que había puesto en la balanza.

En cuanto al capitán, también Dios tocó su corazón y a partir de ese día iba a Misa todos los días. Con su buen ejemplo y sus oraciones, dos de sus hijos llegaron a ser sacerdotes, uno de ellos jesuita y otro de los Sagrados Corazones.

El Padre Estanislao terminó este relato, diciendo que él era ese religioso de los Sagrados Corazones y que su padre era el capitán que había visto con sus propios ojos que la Misa pesa y vale más que todo lo que hay en el mundo.

Deberíamos asistir a la Misa cada día para recibir las inmensas bendiciones que Dios nos tiene preparadas, como lo hacían los primeros cristianos (Hechos 2, 46). Pero, al menos, no debemos perdernos nunca la Misa del domingo, pues el domingo es el día del Señor, el día de los cristianos, el día de la fe, el día de la Iglesia y de la fraternidad universal.

Francisco: "En vez de hablar del pecado ajeno, reconozcamos el nuestro y a Él, que se hizo pecado por nosotros"


 Visita del Papa a la parroquia de Santa Maddalena di Canossa, en la periferia norte de Roma. Francisco ha querido recordar en el sermón de la misa que celebró allí el rostro brillante de Jesucristo en la transfiguración y resurrección, pero también el rostro desfigurado que asumió en su Pasión, cuando "se hizo pecado por nosotros". Semejanza que nos ayuda a fijarnos en los pecados propios en vez de en los de los demás.
La celebración de la misa comenzó con una sentida rendición del himno "Cantemos al Señor", con guitarras y voces de todas las edades. La primera lectura -la del día, de Génesis- de la llamada a Abram: "Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré". El salmo, el 32: "Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado".
La segunda fue de la segunda carta a Timoteo: "Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras buenas obras, sino porque así lo dispuso él gratuitamente".
La aclamación antes del Evangelio, del episodio de la transfiguración: "A la nube luminosa sube mi hijo".
La transfiguración de Jesús, dijo el Papa en su sermón, es uno de los dos episodios en el Evangelio que se refieren a la belleza de Jesús. Una belleza "brillante, llena de alegría y de vida". La perícopa de hoy remite a la de la resurrección, momento en que Jesús "tendrá la misma cara brillante".
Pero, ¿qué más podemos decir sobre esta conexión entre transfiguración y resurrección? La otra transformación a la que el Señor tendrá que someterse revelará una cara más fea que la del episodio de hoy. "Una cara fea, desfigurada, torturada, despreciada, sangrada". "Jesús es Dios y el Padre se complace en él", afirmó Francisco, pero eso no evita el que "se humilló a sí mismo para salvarnos". Para explicar el concepto, el Papa quiso usar "una palabra fuerte, quizás de las más fuertes del Nuevo Testamento: se hizo pecado por nosotros". "Él pagó por todos nosotros: Jesús se convirtió en la maldición de Dios por nosotros", explicó.
"El pecado es una bofetada a Dios", continuó exclamando el Papa: concepto del que tenemos que acostumbrarnos a hablar con más frecuencia. Hablamos del pecado en el contexto de la confesión, cuando nos acordamos de que Jesús lo asumió por nosotros, pero además de este hábito hemos caído en la tentación de "hablar del pecado ajeno". "En vez de hablar del pecado ajeno", propuso el Papa, no es que tengamos que hacernos pecados a nosotros mismos, pero sí "reconocer el nuestro y Él que se hizo pecado" por nosotros.
Francisco concluyó su homilía perfilando "el camino hacia la Pascua con la seguridad de la transfiguración". "Seguir adelante y fijarnos en esta cara radiante que será la misma que encontraremos en el cielo, esta cara que fue hecha pecado".
"Esta contemplación de las dos caras nos anima a seguir adelante en la vida cristiana", animó Francisco. "A pedir perdón por nuestros pecados, no pecar tanto, tener fe. Porque siempre está dispuesto a perdonarnos y sólo tenemos que pedir".
(C.D./Agencias)