martes, 17 de marzo de 2015

Mons. Carlos Osoro: “la imagen de San Juan de Dios nos dice que es posible ser rostro de Dios en esta tierra”

Para el Arzobispo de Madrid, “la imagen de San Juan de Dios nos dice que es posible ser rostro de Dios en esta tierra. Él lo fue: dio rostro acercándose a los que más lo necesitaban. Esto también es posible para nosotros”, aseguró. 

Por eso, en alusión a la Palabra proclamada, compartió con los presentes tres ideas

“En primer lugar, Dios nos llama con amor, y no con cualquier amor. A veces queremos a la gente que nos hace bien, que está de acuerdo con nosotros… pero ese no es el amor que Dios nos enseña. El Señor nos enseña el amor misericordioso, ese amor que es capaz de extraer de todas las situaciones que un ser humano pueda tener en la vida, por muy malas que sean, un bien. Y Dios le ama. La misericordia de Dios, el amor misericordioso, trae liberación”, afirmó. En este sentido, recordó que el Papa Francisco acaba de anunciar que “a partir del 8 de diciembre de este año, hasta el día de Cristo Rey del año siguiente, toda la Iglesia vamos a celebrar el Año de la Misericordia. De esa Iglesia que quiere acercarse a todos los hombres con el amor de Dios”. Así, prosiguió, en pleno siglo XXI “es una maravilla que Dios se acerque a nuestra vida y nos diga: ¿quién de vosotros está dispuesto a mostrar la misericordia de Dios en esta tierra, a hacer un mundo diferente? Nos llama con amor”. 

En segundo lugar, “el Señor nos muestra su rostro: no es un Dios teórico, que se queda con palabras. Dios, rico en misericordia, nos mostró el rostro de Dios en Jesucristo. Un Dios que nos quiere tanto que es capaz de hacerse hombre y de morir por nosotros… ¡Por todos los hombres sin excepción! Es el rostro de la misericordia. Estábamos muertos y nos ha dado la vida. ¡Tenemos vida, queridos hermanos! El bautizado tiene la vida de Dios, la vida de Cristo. Por eso, nosotros celebramos la vida cuando morimos, tenemos la vida eterna de Dios para nosotros”. “Los cristianos, añadió, desde los primeros momentos de la Iglesia, en el pueblo de Israel, eran hombres y mujeres que no tenían miedo de nada, porque sabían que tenían la vida eterna de Dios. Cada uno somos obra de Dios. San Juan de Dios paseó por este mundo mostrando el rostro de Dios, con obras y palabras”, apuntó. 

Y, en tercer lugar, Dios “nos pide que mostremos su vida para que el mundo se salve por Él. Hoy todos los hombres están buscando vida, saliendo, para vivir felizmente. El mundo se salva solo por Él. Mostremos su vida. Él ha venido a este mundo para que los hombres tengamos vida eterna. Dios no vino a este mundo para juzgar” sino “para darnos su gracia”. “Y nos pide que mostremos su vida: que no matemos, que no descartemos, que no robemos a nadie la dignidad que tiene por ser hijo de Dios. Él es luz, nos hace ver lo que tenemos que hacer en la vida, nos hace vivir en la verdad y querer a todos”. “Qué maravilla que el Señor nos llame con su amor misericordioso, que nos muestre su rostro y que mostremos su vida. No lo podemos hacer con nuestras fuerzas”, aseguró. 

Concluyó afirmando que “quien se alimenta de Dios tiene que dar a Dios” e invitando a los files a “globalizar la misericordia. Es la mejor manera de celebrar estos 50 años… Cuando tengáis olvidos, mirad a la Virgen, que está con los brazos abiertos para acoger a todos”.

CRISTO ES EL CAMINO HACIA LA LUZ, LA VERDAD Y LA VIDA


El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. [...] Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria la saliva de Cristo mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que el Señor nos ilumine. Mezcló saliva con tierra; por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: La verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verlo cara a cara, pues también esto se nos promete. Porque, ¿quién se atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Lo veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Y Juan añade en su carta: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Ésta es una gran promesa.
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 34, 8-9: CCL 36, 315-316)

¿QUÉ ES UN AÑO SANTO O JUBILEO? - EL PAPA CONVOCA UN JUBILEO EXTRAORDINARIO, AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA

Queridos amigos, el pasado viernes, coincidiendo con segundo aniversario de su elección al Pontificado, el Papa Francisco anunció que ha decidido convocar un Jubileo extraordinario:
«He pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la misericordia».
Este Año santo comenzará en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 2015) y se concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y "rostro vivo de la misericordia del Padre".
Ante este anuncio, surge la pregunta: ¿qué es un jubileo?
En la tradición católica, el Jubileo es un gran acontecimiento religioso. Es el año de la remisión de los pecados y de sus penas. Es el año de la reconciliación, de la conversión y de la penitencia sacramental. En consecuencia, es el año de la solidaridad, de la esperanza, de la justicia, del empeño por servir a Dios en el gozo y la paz con los hermanos. El Año Jubilar es, ante todo, el Año de Cristo, portador de la vida y de la gracia a la humanidad.
Sus orígenes se remontan al Antiguo Testamento. La ley de Moisés había determinado para el pueblo Hebreo un año particular: "Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia" (Lev 25, 10).
La trompeta con que se anunciaba este año particular era un cuerno de carnero padre, que se llama "yobel" en hebreo, de ahí la palabra "Jubileo". La celebración de este año llevaba consigo, entre otras cosas, la restitución de las tierras a sus antiguos propietarios, la remisión de las deudas, la liberación de los esclavos, y el reposo de la tierra.
En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta como Aquel que lleva a su cumplimiento el Jubileo antiguo, ya que Él ha venido a "predicar el año de gracia del Señor" (cfr. Is 61, 1-2).
El Jubileo es un tiempo de gracia destinado a promover la santidad de vida. Ha sido instituido para consolidar la fe, favorecer las obras de caridad y la comunión fraterna en el seno de la Iglesia y en la sociedad; en definitiva, para recordar y remover a los creyentes a una profesión de fe más sincera y más coherente en Cristo Salvador.
El Jubileo católico puede ser ordinario o extraordinario:

El Año Santo ordinario, o Año Jubilar, es el celebrado en los intervalos preestablecidos mientras que el extraordinario, o Jubileo, es el proclamado como celebración de un hecho destacado.
Es una invitación abierta a todos los cristianos y también a los que se encuentran distantes en la fe y desean volver de nuevo a la vida cristiana. Durante el Año Jubilar, la Iglesia concede la indulgencia plenaria (remisión de la pena temporal en el purgatorio debida -según la justicia de Dios- por el pecado que ha sido ya perdonado en la confesión), que ayuda al cristiano a hacer camino con la voluntad de convertirse y reconciliarse con Dios. La indulgencia también puede ser aplicada a los difuntos como signo de amor hacia ellos.

Así pues, queridos amigos, alegrémonos y preparémonos a vivir este Año Santo de la Misericordia de Dios.

La Transverberación de Santa Teresa

Veamos cómo nos cuenta ella esta merced de la Transverberación: “Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal … , no era grande, sino pequeño, hermo­so mucho, el rostro tan encendi­do que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan -deben ser de los querubines, que los nombres no me los dicen-o Víale en las manos un dardo de oro largo y al fin del hierro que parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y que me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este gran dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios” (Vida 29,13).

Esta merced, que, se­gún San Juan de la Cruz, la hace Dios a contadas almas, la recibió Santa Teresa diversas veces. Una de ellas fue en el coro de La En­carnación, al decir de María de Pinel: “La merced del dardo fue en el coro alto, y es menester atender que no fue una vez sola. Otra vez, siendo priora en un aposento de la celda prioral”. Otra tuvo lugar en la casa de doña Guiomar de Ulloa, en los años en que paso en su casa, 1555-1558.
Aunque fuera visión imagina­ria y sin herida física, el arte barroco del siglo XVII ha amplificado el tema. La devoción popular aso­ció la visión de la Transverbera­ción al corazón que se venera en la villa teresiana de Alba de Tormes.
El tema ha sido tratado por grandes pin­tores como Rubens, por  escultores como Bernini, y cantado por poetas como Lope de Vega, rendido admirador de la Santa. ¿Quién no recuerda su celebrado soneto?
«Henda, vais del serafín, [Teresa: / corred al agua, cierva blanca parda,  / mas la fuente de vida que os aguarda / también es fuego de abrasar no cesa.
El tema de la Transverberación fue citado en  la Bula de Cano­nización, de Gregario XI, y fue uno de los motivos representa­dos en los tapices de San Pedro del Vaticano el día de su canoni­zación.

La obra de Juan Lorenzo Bemini, que se puede contemplar en la   iglesia carmelitana de Santa María de la Victoria, en una rica capilla, fundada por el cardenal Federico Cornaro. Bajo un torrente de luz, lanzado por una ráfaga celeste, aparece el grupo marmóreo de la Santa transverberada por el harpón de oro llameante del querubín, que parece descender del cielo en aquel instante, lleno de gozo con tan feliz embajada. Está Teresa desfallecida, casi tendida entre las nubes que la alejan de la tie­rra. Bajo los pesados párpados se revelan los ojos cegados. Sus labios están entreabiertos, casi se oye respirar, emitiendo aquellos quejidos involuntarios que ella misma confesó (Vida 29,13). Pa­rece bastante claro que el ángel ya ha traspasado su corazón con la flecha flamígera. La mano izquierda cuelga insensible mien­tras sus pies desnudos están sus­pendidos en el aire. Nadie jamás reflejó mejor ese dulce tormento del fuego divino, que Teresa des­cribe.
Pintores y escultores siguen, con más o menos fidelidad, el texto teresiana de Vida29,13. Hay variantes, fruto de visiones muy personales. El querubín se convierte, mu­chas veces, en ángel mancebo «harto grande».  El dardo de la visión teresia­na se trueca, en otros, en flecha con arco, jabalina, arpón flamí­gero y llameante. Amplían, otros, el número de ángeles y de oficios: unos sostie­nen a la Santa en su desvaneci­miento; otros, abren la capa des­cubriendo el pecho para que el dardo dé en diana en el corazón de Teresa; algunos, contemplan absortos, la visión.  No faltan quienes colocan el arco y la flecha en manos de Jesús niño, como puede contemplarse en un cuadro en la iglesia de las Carmelitas de Toro. A veces, Jesús va acompaña­do de María y José,  Otras, asiste entre celajes de muebles, Dios Padre y la Paloma del Espíritu Santo, Y, como dato curioso, el que­rubín no está en el lado izquier­do, como lo viera Santa Teresa, sino detrás de ella y en el mismo plano.
 Por el Padre Javier de la Cruz


Papa: Ningún teólogo puede explicar el amor que Dios nos tiene

Dios está enamorado de nosotros y nosotros somos su sueño de amor. Ningún teólogo puede explicar esto, mientras nosotros sólo podemos llorar de alegría. De este modo podemos sintetizar cuanto afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
El sueño de Dios
Partiendo de la primera lectura del profeta Isaías, en que el Señor dice que creará “nuevos cielos y nueva tierra”, el Papa Bergoglio reafirmó que la segunda creación de Dios es más “maravillosa” aún de la primera, porque “cuando el Señor ‘rehace’ el mundo arruinado por el pecado”, lo ‘rehace’ en Jesucristo. Y en este renovar todo, Dios manifiesta su inmensa alegría:
“Encontramos que el Señor tiene tanto entusiasmo: habla de alegría y dice una palabra: ‘Gozaré de mi pueblo’. El Señor piensa en lo que hará, piensa que Él, Él mismo estará en la alegría con su pueblo. Es como si fuera un sueño del Señor: el Señor sueña. Tiene sus sueños. Sus sueños sobre nosotros. ‘Ah, qué bello será cuando nos encontraremos todos juntos, cuando nos reencontraremos allá o cuando aquella persona, aquella otra… aquella otra caminará conmigo… ¡Y yo gozaré en aquel momento!’. Para poner un ejemplo que nos pueda ayudar, como si una muchacha con su novio o el muchacho con su novia pensara: ‘Cuando estemos juntos, cuando nos casemos…’. Es el ‘sueño’ de Dios”.
Estamos en la mente y en el corazón de Dios
“Dios –  prosiguió explicando el Papa –  piensa en cada uno de nosotros” y “piensa bien, nos quiere, ‘sueña’ con nosotros. Sueña acerca de la alegría que gozará con nosotros. Por esta razón el Señor quiere ‘re-crearnos’, y hacer nuevo nuestro corazón, ‘re-crear’ nuestro corazón para hacer que la alegría triunfe”:
“¿Han pensado? ‘¡El Señor sueña conmigo! ¡Piensa en mí! ¡Yo estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiarme la vida!’. Y hace tantos planes: ‘Fabricaremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos’… todas estas ilusiones que hace sólo un enamorado… Y aquí el Señor se deja ver enamorado de su pueblo. Y cuando le dice a su pueblo: ‘Pero yo no te he elegido porque tú eres el más fuerte, el más grande, el más potente. Te he elegido porque tú eres el más pequeños de todos. También puede decir: el más miserable de todos. Pero yo te he elegido así’. Y esto es el amor”.

Ningún teólogo puede explicar el amor de Dios por nosotros

Dios “está enamorado de nosotros” –  repitió el Santo Padre al comentar el pasaje del Evangelio de la curación del hijo del funcionario real:
“Creo que no haya ningún teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar. Sobre esto sólo se puede pensar, sentir, llorar. De alegría. El Señor nos puede cambiar. ‘¿Y qué debo hacer?’. Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que Él es Todopoderoso: como hizo aquel hombre del Evangelio que tenía al hijo enfermo. ‘Señor, ven, antes que mi niño muera’. ‘Ve’, ¡tu hijo vive!’. Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Creyó. Creyó que el Señor tenía el poder de cambiar a su niños, la salud de su niño. Y ganó. La fe es hacer espacio a este amor de Dios, es hacer espacio al poder, al poder de Dios, pero no al poder de uno que es muy potente, sino al poder de uno que me ama, que está enamorado de mí y que quiere la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es hacer espacio al Señor para que venga y me cambie”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).