Palabras de Jake
Bailey, joven de 18 años antes de morir
“Ninguno de
nosotros sale vivo de la vida. No sabemos dónde terminaremos, ni cuándo
terminaremos. Por eso, sed valientes, sed grandes, sed altruistas y sed siempre
agradecidos por las oportunidades que tenéis; la oportunidad de aprender de
quien vivía antes de vosotros y de quien camino junto a vosotros”.
Son las palabras impactantes pronunciadas por este joven, alumno del Instituto
deChristchurch High School, en Nueva Zelanda. Y enfermo terminal. Tiene
pocas semanas de vida y le ha sido diagnosticado un tumor fulminante y
agresivo, sin remedio: un linforma Burkit no Hodgkinson.
Pero este
joven, después de haber escrito estas palabras, quiso dejar su habitación del
hospital para leerlas personalmente a sus compañeros. Se presentó en silla de
ruedas con una lucidez digna de admiración, y conmovió hasta derramar las
lágrimas entre los presentes, produciendo na gran ovación al terminar su
discurso:
“Dejad que
sean los demás quienes vivan vidas mediocres, no vosotros. Dejad a los demás
llorar y preocuparse por pequeñas cosas, no vosotros. Dejad que sean los demás
a dejar su futuro en las manos de los demás, no vosotros. El futuro está sólo
en vuestras manos. Dejad los sueños para muy tarde, dedicaos a conseguir los
objetivos más inmediatos”.
El joven Jake
terminó estas palabras con el lema de la escuela “Altiora Peto”, frase latina
que significa “Aspirar a lo más alto”. ¿Qué decir? Una bella historia para
compartir y tenerla siempre en la mente, cuando los problemas de cada día nos
parecen insuperables. Nos lo enseña este pequeño gran hombre.
Non solum sed
etiam.
La noticia,
tal cual la he transcrito, me llegaba de manos de un querido amigo, quien fuera
hace años profesor de un servidor. Ha sido recogida de la prensa italiana y
traducida por mi amigo.
Este blog no se llama por nada “non solum sed etiam”. La primera impresión
respecto del testimonio de este joven sería la que figura en el último párrafo
de la noticia. Pero he querido encontrar otras perspectivas. Vaya la primera:
“Bienaventurados los que saben que van a morir”.
Dentro de
poco se cumplirán 41 años de la muerte de mi padre. Dos días antes de morir
quiso que su hijo, de 9 años, estuviese con él a solas un rato en la habitación
del hospital. Entonces no lo entendí, pero años más tarde descubrí que mi padre
se había despedido de mí y me había intentado dejar un legado más importante
que lo que figurase en el testamento: La inmensa suerte de poder decir unas
palabras a tus seres queridos antes de morir.
Esta es la
dicha del joven Jake Bailey. Esta es la tremenda suerte que, en medio de un
momento trágico, está pudiendo vivir este joven de 18 años.
No es ninguna
tontería. Y si no que se lo pregunten a los familiares de los fallecidos en
accidentes aéreos, o de trenes, o de tráfico; que se lo pregunten a los
familiares de los asesinados en guerras, reyertas o actos terroristas; que se
lo pregunten a los familiares de quienes entran en un quirófano y salen
cubiertos con una sábana; que se lo pregunten a todos aquellos que han perdido
a alguien sin poder decirse ni siquiera “adiós”.
Me alegro por
este joven, que ha podido realizar un sueño, dejar un testamento vital a sus
compañeros del colegio, que ha podido optar a permanecer en la mente de quienes
le conocieron, más allá de la muerte, no solo por un recuerdo sino por unas
palabras expresamente queridas decir por él.
Por eso,
bienaventurados aquellos que saben que van a morir y ven cumplido su sueño de
ver la última entrega de Star Wars, viajar a Disneyland o ver el mar. Pero
sobre todo Bienaventurados los que antes de morir pueden despedirse de sus
seres queridos y dejarles una palabra, quizá aquella que les ayude a
recordarlos con más cariño y que les haga el resto de sus días más felices.