«Tú que vives bajo la protección del Dios altísimo y moras a la sombra del Dios omnipotente, di al Señor: “Eres mi fortaleza y mi refugio, eres mi Dios, en quien confío”» (Salmo 91, 1-2).
Día 6 | Hoy pídele a Dios sed de más
“No le pongas un techo a la fe que Dios quiere volcar en ti; no le pongas un límite a la esperanza; no le pongas un tope al amor. Los techos, los límites y los topes están sólo en tu mente. Deja que Dios te conduzca a nuevas fronteras de crecimiento espiritual.”
— Padre Gustavo Jamut
El día de nuestro bautismo recibimos tres regalos maravillosos... les conocemos con las virtudes teologales... la fe, la esperanza y la caridad... estas son como pequeñas semillitas que han sido sembradas en el jardín de nuestro corazón... y que van germinando y creciendo según el cariño y cuidado que le damos... la fe es como una luz que nos impulsa a reconocer a Dios y a ver su mano en todas las cosas que suceden a nuestro alrededor... la esperanza es el deseo ardiente de estar con Él y la confianza para esperar que sus promesas se cumplan en nuestra vida... y la caridad o amor cristiano es lo que nos impulsa a vivir nuestra vida de la misma forma que Jesús vivió la suya: AMANDO, con mayúsculas y con todo lo que el verdadero amor conlleva...
Estas tres virtudes son la base de nuestra relación con Dios... son como los cimientos de nuestra vida espiritual... pero a diferencia de un edificio de concreto, que tiene un tamaño fijo y predeterminado... nuestra relación con Dios va creciendo y creciendo y creciendo y creciendo... así que necesitamos que las virtudes sobre las que nos apoyamos también vayan creciendo de la misma forma... lamentablemente, muchas veces nos estancamos... pensamos que ya hemos recorrido todo el camino de la fe... nos creemos “convertidos” y “evangelizados”, como si ya no quedara nada nuevo que aprender sobre Dios... o peor aún, nos acostumbrados a vivir un cristianismo mediocre, sin esforzarnos por seguir creciendo y sin aspiraciones de santidad... ¡nada más lejos de la verdad...!!!
Déjame contarte una historia... cuando Noemí y yo éramos novios queríamos conocer todo sobre el otro: ¿cómo eras de pequeño... qué te gusta comer... cuáles son tus pasatiempos...? Las preguntas iban desde tonterías sin sentido hasta temas profundos como nuestra relación con Dios o los planes que teníamos para el futuro... el conocimiento mutuo no fue inmediato... hay que ir conociéndose en distintos ambientes y diferentes situaciones... descubriendo lo que la otra persona siente, cree y piensa... todavía, después de años de casado, descubrimos cosas nuevas que no habíamos visto antes...
Con Dios nos sucede lo mismo... heredamos la fe de nuestros padres... y poco a poco —demasiado poco a poco en la mayoría de nosotros— vamos conociendo a Dios... descubriendo a Dios... cultivando una relación personal con Dios... si tenemos suerte y nuestros padres son practicantes, es posible que hayamos desarrollado nuestra amistad con el Señor desde pequeños... pero en muchas ocasiones, es un momento de prueba o de enfermedad lo que nos impulsa a agarrarnos de su mano... y encontrarnos con Él por primera vez...
Si has experimentado ese “primer amor” con el Señor entiendes lo que voy a decirte... pero es que cada cosa que descubrimos nos empuja a querer saber más y más... realmente es una historia de amor... queremos saber lo que nos dice el Señor... queremos pasar tiempo con Él... sentir su amor llenándonos por dentro... quemándonos por dentro... es como las maripositas que sienten en el estomago los novios cuando se toman de la mano o se dan un beso... así son esos primeros encuentros con Dios... en la oración... en los ratos de adoración... al recibirle en la Eucaristía...
Entonces... nos vamos acostumbrando a tenerle cerca... e igual que una pareja de esposos que llevan muchos años de casados, podemos llegar a caer en la rutina si no mantenemos nuestra relación renovándose continuamente... de eso se trata el día de hoy... de no pensar que ya lo sabemos todo sobre Dios... o que ya hemos experimentado todo su amor... ambas cosas están lejísimo de la realidad... Dios es siempre el mismo... pero también es siempre nuevo... su amor es transformador... y la acción del Espíritu Santo, si se lo permitimos, nos va cambiando cada día haciéndonos crecer en nuestro amor y conocimiento de Dios...
Fuente: Tengo sed de Ti