Después de haber reflexionado sobre la paz como don de Dios en Cristo Jesús a toda la humanidad y de la paz como tarea en la que trabajar, esta semana el padre Raniero Cantalamessa ha hablado esta semana, en su predicación al Papa y a la Curia Romana, de la paz como fruto del Espíritu.
Y así, ha explicado que en la expresión frutos del Espíritu, Espíritu no indica el Espíritu Santo en sí mismo, como el principio de la nueva existencia, o incluso el hombre que se deja guiar por el Espíritu. A diferencia de los carismas, que son obra exclusiva del Espíritu, que los da a quien quiere y cuando quiere, los frutos son el resultado de una colaboración entre la gracia y la libertad.
Además, ha indicado que no todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente, del primero al último, pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, pacíficos. A continuación, el predicador ha analizado la paz interior en la tradición espiritual de la Iglesia, afirmando que alcanzarla, ha ocupado a lo largo de los siglos a todos los grandes buscadores de Dios. En Oriente, comenzando por los Padres del desierto, hasta la tradición occidental, persiguiendo el mismo ideal pero por otros caminos.
La concepción de Agustín de la paz interior como la adhesión a la voluntad de Dios es una confirmación y una profundización en los místicos, ha asegurado el padre Cantalamessa. Un desarrollo diferente, más ascético que místico, lo encontramos en san Ignacio de Loyola con su doctrina de la santa indiferencia que consiste en ponerse en un estado de disposición total a aceptar la voluntad de Dios, renunciando, desde el principio, a cualquier preferencia personal, al igual que una balanza dispuesta a inclinarse del lado donde el peso será mayor. Sin embargo, tal y como ha recordado que predicador ninguna corriente espiritual saludable, ha pensado nunca que la paz del corazón sea una paz barata y sin esfuerzo.
El padre capuchino ha indicado que para mantener y aumentar la paz del corazón hay que domar, momento a momento, sobre todo al principio, una revuelta: la de la carne contra el espíritu. Y Pablo lo dice si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. Esta frase --ha afirmado-- contiene una enseñanza importantísima. El Espíritu Santo no es la recompensa a nuestros esfuerzos de mortificación, sino el que los hace posibles y fructíferos; no sólo al final, sino también al comienzo del proceso, ha subrayado.
Pero también ha advertido que una mortificación voluntarista y demasiado confiada de sí misma puede llegar a ser (y se ha convertido a menudo) también en una obra de la carne.
Sin pretender sustituir los medios ascéticos tradicionales, la espiritualidad moderna pone su acento en otros medios más positivos para conservar la paz interior, ha precisado el predicador. Y el primero es la confianza y el abandono en Dios.
Nos acercamos a la Navidad --ha recordado el padre Cantalamessa-- y me gustaría resaltar lo que creo que es el medio más eficaz de todos para preservar la paz del corazón y esto es la certeza de ser amados por Dios. Tal y como recuerda, San Pablo nos muestra un manera de superar todas nuestras ansiedades y encontrar cada vez la paz del corazón, a través de la certeza de que somos amados por Dios. En la epístola a los romanos dice: Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó.
El padre Cantalamessa ha explicado que el apóstol nos invita a hacer lo mismo: a mirar nuestra vida, tal y como se presenta, para sacar a la luz los miedos y las razones para la tristeza que se esconden allí, y que no nos permiten aceptarnos con serenidad a nosotros mismos.
De este modo, ha recordado que estamos invitados a mirar a la luz del amor de Dios, el mundo que nos rodea y que nos da miedo.
Al finalizar la predicación, ha mencionado a Santa Teresa de Ávila, que nos ha dejado una especie de testamento, que es útil repetirnos cada vez que tenemos que encontrar la paz del corazón: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.