jueves, 2 de noviembre de 2017

Fieles difuntos: El Papa celebra la Misa en el Cementerio Americano de Neptuno


El Papa Francisco ha celebrado hoy, 2 de noviembre de 2017, la conmeración de todos los fieles difuntos, a las 15 horas en el Cementerio Americano de Neptuno, donde ha presidido la Santa Misa.
Es la primera vez que un papa celebra la Eucaristía en este cementerio.
A su llegada, el Santo Padre ha visitado las tumbas, incluidas las de un desconocido, un italo-estadounidense y un judío. Después, se ha dirigido a la sacristía para encontrarse con Mons. Marcello Semeraro, obispo de Albano, Melanie Resto, directora del Cementerio, Angelo Casto, alcalde de Neptuno, y Luciano Bruschini, alcalde de Anzio.
Al final de la celebración, el Papa se ha trasladado para visitar el Mausoleo de las Fosas Ardeatinas, donde hará un rato en oración.
El Papa Francisco será allí recibido por el honorable comisionado y el director del Santuario. También habrá miembros de la Asociación Nacional de Familias Italianas Mártires Caídos por el Patriotismo (ANFIM).
A las 18 horas, el Pontífice regresará al Vaticano, donde irá a la gruta de la Basílica Vaticana para un momento de oración privada, en el sufragio de los Sumos Pontífices enterrados allí y de todos los muertos.
Cementerio americano de Neptuno
El cementerio americano de la Segunda Guerra Mundial Sicilia-Roma y sitio conmemorativo en Italia cubre 77 acres, elevándose en una pendiente suave de una amplia piscina con una isla y cenotafio flanqueado por grupos de cipreses italianos.
Más allá del estanque se encuentra el inmenso campo de lápidas de 7.860 soldados estadounidenses de guerra militar, dispuestos en suaves arcos en amplios prados verdes bajo hileras de pinos romanos. La mayoría de estos individuos murieron en la liberación de Sicilia (del 10 de julio al 17 de agosto de 1943); en los desembarcos en la zona de Salerno (9 de septiembre de 1943) y en los intensos combates hacia el norte; en los desembarcos en la playa Anzio y la expansión de la cabeza de playa (22 de enero de 1944 a mayo de 1944); y en el apoyo aéreo y naval en las regiones.
Santuario de las fosas ardeatinas
El Mausoleo de las Fosas Ardeatinas fue creado para el recuerdo perpetuo de la cruel masacre perpetrada por los nazis en Roma el 24 de marzo de 1944, en los pozos de la calle Ardeatina; fue inaugurado solemnemente en 1949, con motivo del quinto aniversario de la masacre. Abarca en un solo complejo: las cuevas, donde se consumieron los heridos; el mausoleo; el grupo escultórico, que expresa expresamente la tragedia de los 335 mártires.
ZENIT

Xabier Pikaza: "Oficio de Difuntos: Despierte el alma dormida (renacer muriendo)"


Las restantes plantas y animales no nacen ni mueren, en sentido estricto, sino que forman parte del continuo de la vida, sin identidad personal. Sólo el hombre nace y vive en sentido estricto sabiendo que muere... Y en ese sentido podemos afirmar con la antropología que el hombre nace a la vida humana por la muerte.
Éste es un elemento clave de la vida humana. Sólo al enfrentarse con la muerte ajena, que es espejo de la suya, ha descubierto el hombres su singularidad, el sentido y tarea de la vida, por sí mismo, por los otros, como muestran los primeros restos propiamente humanos: Enterramientos, monumentos y ritos funerarios.
Los hombres han descubierto y expresado "lo divino" de su vida al enterrar a sus muertos. Así lo han destacado de un modo especial los judíos, el pueblo que más dolorosamente ha protestado contra la muerte, manteniendo vivo el aguijón del recuerdo de sus muertos, en especial de sus víctimas.

Ellos, los judíos, no han querido evadirse de ella, como han hecho otras culturas, sino que , mirando hacia la muerte, cara a cara, han aprendido y han sabido que ella cuestiona todo lo que somos, haciendo que, por otra parte,nos abramos de manera más intensa a la experiencia de los otros, por quienes (con quienes) morimos, como muestra el el gran cementerio-memorial de de la Shoa (Holocausto) en Jerusalén.
Muriendo, dejamos dolor en nuestro entorno. . Pero, si no muriéramos, sería mucho peor...Tenemos que morir, no sólo para que vivan otros, abriendo con nuestra muerte un espacio para ellos, sino también para que valoremos la vida como regalo recibido,que vamos legando a los que vienen, para "ser" así nosotros mismos en ellos.
Sólo por la muerte podemos gozar de verdad (¡dando gracias a la vida, que nos ha dado tanto!) y regalar la vida a nuestros descendientes, para vivir en ellos, compartiendo así el Camino de la Vida, en gratuidad, en esperanza.
Tema desarrollado en Gran Diccionario de la Biblia (Estella 2015). El título evoca las coplas de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida / avive el seso e despierte contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte tan callando...
«Por la muerte, por el miedo a la muerte, empieza el conocimiento del Todo... Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal». Así comenzaba Rosenzweig su libro más inquietante y luminoso: (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44).
En un sentido, ese saber es maldición, como ha visto el relato del "pecado ejemplar" de Adán/Eva, en Gen 2-3: "el día en que comas morirás...". Pero, en otro sentido,ese saber que se muere (que muero) puede y debe convertirse en bendición, como signo culminante del sí a la vida, a la vida de Dios, a la vida de los otros, dando por ellos la Vida que Dios nos ha dado. Por eso, en la muerte, descubre el hombre su sentido, como ser sobre la muerte (como ser para los otros).

Sólo los hombres pueden morir por los demás; sólo los hombres pueden dar de verdad su vida, abrir su cuerpo, para que otros vivan de su mismo cuerpo, como hacen las madres y los enamorados, como hacen todos los hombres y mujeres que saben que la muerte, siendo el máximo dolor, puede ser el más hondo gozo, que consiste en poner la vida propia en la gran Corriente de la Vida.
Sólo porque sabemos que vamos a morir podemos vivir arriesgando la vida, amando de verdad a los otros. Un hombre de este mundo, condenado a no morir, sería el mayor de los monstruos, un ser angustioso y angustiante, aquel judío errante del que cuenta la leyenda que no podía morir nunca, errante en una vida eterna encerrado en su sí mismo.
Una vida para siempre sólo tiene sentido cuando cambien las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo por la muerte (cuando damos la vida a los otros, como Jesús en la cruz) puede haber resurrección (ascensión al cielo, por citar el símbolo de María Virgen, la madre de Jesús).
Jesús cristiano. Vida en la muerte
Así lo han descubierto los cristianos en la Pascua de Jesús, sabiendo que Jesús ha muerto porque vivía, ha muerto para vivir (para que llegue el Reino), ha muerto para que otros vivan.
Así lo visto la iglesia, descubriendo que todos los creyentes (¡todos los pobres!) mueren y resucitan y suben al cielo con Jesús, a un cielo de carne, de cuerpo y alma. Por eso han podido aplicar esta experiencia a María, madre y hermana de todos, en Jesús... Por eso no hay tumba para Jesús, pues él vive en la vida de los que viven. Su tumba de Jerusalén está vacía.
Ciertamente, como hombres y mujeres del mundo viejo... seguimos recorriendo cementerios. Pero al final de todo no hay cementerio, no hay tumbas de muertos, sino una tumba vacío de muertos, un hueco inmenso de vida.
Sólo aquel que acepta la muerte puede vivir en plenitud
Sólo aquel que acepta la muerte (y que es capaz de morir en amor y por amor) puede vivir en plenitud, vive por siempre (como vemos en María).
El autor judío ya citado, Rosenzweig, supone que muchos filósofos y pensadores religiosos han querido engañar a los hombres con mentiras piadosas, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia. Pues bien, ese consuelo es mentiroso y se sitúa en la línea de la evasión gnóstica o espiritualista.
Ninguna respuesta compasiva puede aquietar a los hombres, que nacen y mueren, ninguna teoría teórica puede convencerles. Los hombres mueren, ése es su destino; mueren y no son felices... (A. Camus), pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.
Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a todos, como ha hecho Jesús, como ha hecho María, su madre, como hacen millones de creyentes, que no ponen su vida en manos de un Todo abstracto, sino el regazo del Dios Vivo, aunque sea (¡y ha de ser!) en inquietud, como en el caso de Jesús.
Morir en cristiano es dar la vida
En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás... y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura y dureza y enigma (¡Dios mío, Dios míos! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad, en vida que se abre (como ha visto de un modo impresionante el evangelio de Juan, al descubrir que del costado muerto de Jesús brota la vida, de manera que la misma muerte es ya resurrección).
Pues bien, la Iglesia ha creído y cree que los muertos han y siguen muriendo como Jesús, dando la vida. Por eso ella celebra hoy la memoria de Todos los Muertos, como memoria de vida Éste es el contenido de la fe, de la fe en la carne resucitado y compartida.
La muerte es asunción
Morimos solos, pero morimos, al mismo tiempo, para todos y con todos, en la gran corriente de la vida de la que pro-venimos, en la que post-vivimos, en Aquel a quien Jesús ha llamado Dios de Vivos (Abraham, Isaac, Jacob...), no de muertos (cf. Mc 12, 37). Morimos en Dios, de manera que nuestra vida (nuestra carne) pueda hacerse vida y carne (cuerpo) para los demás.
Ésta es la fe que los judíos siguen poniendo en manos del Dios en quien esperan, ésta es la fe que los cristianos descubrimos y proclamamos en la resurrección de Jesús quien, al morir por los demás, ha desvelado y realizado por su pascua el gran don de la vida de Dios: se ha hecho "cuerpo mesiánico" para todos.
En esta línea se entiende el dogma de Asunción de María, a quien los cristianos católicos recuerdan como la "primera" de los muertos con Jesús. Así dijo el papa Pío XII el año 1950: «Cumplido el curso de su vida terrestre, ella fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Denzinger-Hünermann 3903).
Este dogma se puede aplicar a miles y millones de cristianos (que creen en la resurrección), pero también a los miles de millones que no creen, pero que viven, quizá sin saber, en el interior de la Vida que es Dios. Esta es una palabra clave del día de Difuntos, de aquellos que viven en Dios por la muerte.
Un curso, una carrera: en cuerpo y alma.
El Papa dice que "transcurrido el curso" de la vida de María, ella ha culminado su "carrera" en Dios. Ha sido una carrera hacia la muerte, en comunión con los demás, a través de Cristo, su hijo, y de todos sus restantes hijos y hermanos (cf. Mc 3, 31-35). Pues bien, cumplido ese curso vital, que había comenzado por el nacimiento, María ha sido asumida (assumpta) a la gloria de Dios, que se identifica con la misma Resurrección y Ascensión mesiánica de su Hijo Jesús, que se expresa y expande en el camino de la Iglesia.
Un tipo de antropología helenista, dominante en la iglesia, ha venido afirmando que el alma de los justos sube al cielo tras la muerte (porque ella es inmortal), pero que el cuerpo tiene que esperar hasta la resurrección del fin de los tiempos. En contra eso, situándose en un camino distinto de experiencia antropológica y de culminación pascual, este dogma afirma que María ha culminado su vida en Dios, por medio de Jesús, en cuerpo y alma, es decir, como carne personal o, mejor dicho, como persona histórica, en comunión con las demás personas que han estado y siguen estando implicadas en su vida.
Este dogma nos sitúa en el centro del misterio cristiano, vinculado a la muerte y resurrección de Jesús, vinculado al "cuerpo y alma" de los hombres y mujeres, de todos los que de un modo o de otro, quizá sin saberlo, están unidos a Jesús.
Este dogma no niega la muerte, no dice que el alma sea inmortal por su naturaleza; no escinde o separa a María del resto de los fieles, como si a ella se le hubiera ofrecido algo que no se da a los otros, como si ella fuera la única que muere y sube (resucita) al acabar el curso de su vida. Al contrario, este dogma abre para todos los creyentes una misma experiencia pascual, asumiendo con Jesús la muerte.
Por eso, al final, no hay una tumba, ni millones de tumba... Hay un camino de vida, como el de Jesús desde Jerusalén al mundo entero
(Xabier Pikaza)

Dies natalis


La solemnidad de Todos los Santos provoca el recuerdo de los fieles difuntos, presentes todos los días en la oración de la Iglesia. La muerte para los cristianos es el momento del paso de este mundo al Padre.
En la tradición de la Iglesia, el momento de la muerte ha sido considerado como el dies natalis, el día en que el cristiano nace a la vida verdadera. En el paso ciertamente dramático y agónico a este segundo nacimiento, es preciso destacar como fundamentales las ayudas que la Iglesia puede otorgar al que experimenta este trance. Los sacramentos son un medio privilegiado para recibir las gracias oportunas en este momento, porque así como los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía constituyen una unidad llamada sacramentos de iniciación cristiana, se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía en cuanto viático, constituyen cuando la vida toca a su fin a los sacramentos que preparan para entrar en la Patria celestial o bien los sacramentos que cierran la peregrinación.
El hombre de nuestro tiempo ha perdido de vista lo que significa verdaderamente la muerte, la ve como una maldición, no ve por ningún lado la mano de Dios. Apoyado en su inteligencia, busca todos los medios posibles para corregir este mal que inevitablemente está presente; lo que en realidad hace es huir del sufrimiento, de esta dura realidad, porque en el fondo se reconoce como un ser finito, y esto lo consume más que la misma muerte.
¿Cuál es la razón de este proceder? Sencillo: ha escuchado el susurro del demonio, que le ha quitado la esperanza de la resurrección, de poder esperar en el Señor, por eso busca la «muerte digna, sin dolor», que no es otra cosa que el suicidio llamado eutanasia».
Sin embargo, gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene su sentido positivo, como dice san Pablo: «Para mí la vida es Cristo y morir una ganancia» (Fil. 1,21). En la muerte Dios llama al hombre hacia sí; en el momento de la muerte el primer fenómeno que se da es la separación del cuerpo y del alma, esta visión la hemos heredado de la tradición judía, por tanto la Iglesia ya desde los primeros tiempos inculcó la veneración del cuerpo como templo del Espíritu Santo, a la espera de la resurrección de los cuerpos.
Así el cristiano que muere en Cristo Jesús «sale de este cuerpo para vivir con el Señor» (2Cor. 5,8). La Iglesia, como madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo en manos del Padre; la Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia y deposita en la tierra con esperanza el germen del cuerpo que resucitará en la gloria.
Todo este sentido positivo debe iluminar la conmemoración de los fieles difuntos, nuestra fe, esperanza, y caridad sobre el destino definitivo personal y el de todos los difuntos.
Monasterio Madres Dominicas
Zamora
Alfa y Omego

2 de noviembre: Conmemoración de los fieles difuntos


Hoy son multitudes las que van y vienen a los cementerios que están durante todo el día llenos. En los alrededores hay puestos de flores con cantidad de ofrecimientos para adornar siquiera sea por fuera las tumbas y nichos de los seres queridos. Hasta la Iglesia premia determinadas actitudes de los fieles con indulgencias aplicables a los muertos.
Se lee en cada tumba RIP –DEPA en versión moderna hispana– bien como oración que indica deseo vehemente, bien como afirmación. Al cristiano, ese fonema –iniciales de Requiescat in pace en latín o de Descanse en paz en castellano– le suena a oración con tintes de esperanza al recordar lo bueno realizado en vida por el muerto y teniendo muy presente lo mucho que abarca la misericordia de Dios; desde la increencia solo suena a voz hueca expresiva de la quietud del muerto, del profundo silencio del cementerio considerado como su última morada y juzgando la separación pretérita como una «pérdida irreparable».
Sin querer, se mezcló la mentalidad pagana: terror y ambiente macabro. Corrupción, abandono y soledad. Vino el espíritu tenebroso del Renacimiento que resumía su pensamiento al respecto con calaveras, tibias cruzadas y columnas rotas como iconografía ridícula, válida para animales cuyo ser muere en su totalidad, y no para el cristiano, que vive esperando su resurrección y hace de su propia muerte el acto humano capital de entrega al Creador, sin dudosa improvisación, adiestrado por las continuas entregas diarias.
Contemplar el hecho de la muerte a lo pagano se hace irresistible para una sociedad hedonista que bien querría eliminar de raíz su recuerdo. Se contempla a diario que va en auge y tomando cuerpo el «piadoso» ocultamiento casi sistemático del cadáver como si el muerto hubiera hecho algo muy malo o vergonzoso al morirse; como si el muerto fuera algo que es preciso disimular en el tanatorio –sin mortaja a la vista– y con velatorio breve y de compromiso.
También se aprecia que la frecuente dificultad de pagar costos elevados por la muerte del familiar tiene gran parte de la culpa de que se haya borrado tan pronto la memoria de muchos muertos, o se borrará en breve, y consecuentemente desaparecen también los posibles sufragios; el tarro de las cenizas que entregaron al poco de la incineración se conservó en el sitio de honor de la casa el tiempo que duraron las lágrimas, luego llegó a estorbar porque los vecinos decían que era algo macabro, fue pasando a lugares menos dignos hasta que las cenizas se espolvorearon en el campo con hipócrita manifestación romántica y sentimentaloide, o sencillamente acabaron en el contenedor de la basura una buena noche.
Una ineludible interrogación está en la cabeza de los que creemos y también ronda en el pensamiento de los que aún conservan un recuerdo, aunque sea débil y lejano, de la existencia del más allá. ¿Están ya en la Patria los muertos motivo del recuerdo o han de purificarse todavía?
La celebración de «los que nos han precedido con el signo de la fe» comenzó con san Odilón de Cluny y se extendió por toda la Iglesia. No deja lugar a duda: Son los cristianos muertos los que motivan hoy nuestro rezo. Con los testimonios bíblicos veterotestamentarios, la fe y práctica de la Iglesia católica confiesa como verdad perteneciente a la fe la existencia del Purgatorio, ese misterioso ámbito, más allá de esta vida, donde se realiza la purificación previa a la gozosa y definitiva proyección hacia la beatitud.
La muerte, ¿esqueleto con guadaña? Los fieles difuntos no se evocan entre las brumas otoñales como un signo de muerte, sino de gozo por la segura, aunque retardada, conquista de la eternidad con Dios. La muerte no abre las puertas de la nada, sino de la plenitud de la vida, no hay otra visión posible desde la fe.
El libro del Éxodo narra la salida del Pueblo de la esclavitud con el apoteósico paso del mar Rojo donde termina el enemigo; luego vinieron la Alianza, el maná y camino largo sembrado de dificultades por el inhóspito desierto donde se hace resplandecer el cariño de Dios, la esperanza de la tierra prometida y su posesión. Encierra con su tipología un formidable paso de lo transitorio a lo estable que podría servir para explicar lo que pasa el día en que se conmemora a los fieles difuntos e incluso para revitalizar el espíritu cristiano ante la muerte, porque así es el comienzo y fin de la vida del cristiano.
Muchas cosas convendría revisar porque no pocas veces viene precedida la muerte de la falsa y burguesa idea de no facilitar la presencia del sacerdote con pretextos erróneos de respeto a la intimidad del moribundo y de sus deudos. La debilidad de la fe y el falso sentimiento de piedad hacia el agonizante impiden, en casos cada vez más frecuentes, recibir el perdón de los pecados con el sacramento de la Confesión y las mejores disposiciones ante la ruptura próxima con el sagrado signo de la Unción.
El bautizado vibra con agrado y consuelo por la comunión del Cuerpo de Cristo tomada como Viático, porque sabe que recibe al Buen Pastor –frecuente motivo evangélico en las catacumbas, pensado por los primeros cristianos–. Se siente amparado por los santos y sus méritos en su definitivo paso a la eternidad, apoyado por la Virgen María y rodeado de quienes, queriéndole, le despiden con los honores del que terminó su pelea. Sí, el Rosario y las Letanías son como las salvas de honor. ¡Cómo no besar la imagen del crucifijo redentor en la hora postrera, cuando se unen y compenetran la iglesia de la tierra, la del purgatorio y la del cielo!
Pedimos hoy que se abrevie la dolorosa impaciencia de poseer el Bien seguro y cierto, que la ansiada Luz ilumine ya sus tinieblas esperanzadas y que sean nuestros valedores cuando caminamos.
Archimadrid.org

Papa Francisco: A veces me duermo cuando rezo


En una reciente entrevista emitida el miércoles 1 de noviembre, el Papa Francisco contó que en ocasiones se duerme cuando reza.
«Cuando voy a rezar algunas veces me duermo. Lo hacía también Santa Teresita del Niño Jesús. Ella decía que al Señor, a Dios, al Padre le gusta cuando uno se duerme» rezando.
Así lo dijo el Santo Padre en el programa ‘Padre nostro’ (Padre nuestro) en el que dialoga con el P. Marco Pozza, capellán de la cárcel de Padua, como parte de una iniciativa de la Secretaría para las Comunicaciones de la Santa Sede y TV2000.
En el diálogo, cuyo fragmento ha adelantado TV2000, el Papa también recuerda que en el salmo «129, 130, uno pequeño, se dice que se está ante Dios como un niño en brazos de su padre. Esta es una de las muchas maneras en las que el nombre de Dios es santificado: sentirme niño en sus brazos».
Con frecuencia, prosigue el Papa, «decimos ser cristianos, decimos que tenemos un padre, pero vivimos como… no digo como animales, sino como personas que no creen ni en Dios ni en el hombre, sin fe».
«Vivimos también haciendo el mal, vivimos no en el amor sino en el odio, en las competencias, en las guerras», prosiguió el Pontífice.
El nombre de Dios, cuestionó el Santo Padre, «¿es santificado en los cristianos que luchan entre ellos por el poder? ¿Es santificado en la vida de aquellos que pagan a un sicario para librarse de un enemigo? ¿Es santificado en la vida de quienes no se encargan de sus propios hijos? No, allí no se santifica el nombre de Dios».
Los diálogos del P. Pozza con el Papa y con diversos personajes de la cultura y el espectáculo forman parte de un libro titulado ‘Padre nostro’, de la editorial Rizzoli y la Librería Editora Vaticano, que saldrá a la venta en Italia el próximo 23 de noviembre.
ACI

En la casa de mi Padre hay muchas moradas


Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Palabra del Señor.

Papa: Los santos son como los vitrales que dejan entrar la luz de Dios

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!
La Solemnidad de Todos los Santos es “nuestra” fiesta: no porque nosotros somos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con los vitrales de las iglesias, que hacen entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitida al mundo, cada uno según su propia “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, de tal modo de hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios; y también el objetivo de nuestra vida.
De hecho, hoy en el Evangelio Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos “Felices” (Mt 5,3). Es la palabra con la cual inicia su predicación, que es “evangelio”, buena noticia porque es el camino de la felicidad. Quien esta con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no está en el tener algo o en el convertirse en alguien, no, la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Ustedes creen esto? ¿Más o menos, no? La felicidad verdadera no está en el tener algo o en convertirse en alguien; la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creen en esto? ¡Va un poco mejor! Debemos ir adelante, para creer en esto. Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que hacen lugar a Dios, que saben llorar por los demás y por los propios errores, permanecen humildes, lejos de la justicia, son misericordiosos con todos, custodian la pureza del corazón, trabajan siempre por la paz y permanecen en la alegría, no odian e, incluso cuando sufren, responden al mal con el bien.
Estas son las bienaventuranzas. No exigen gestos clamorosos, no son para súper hombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día. Para nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal que existe en el mundo, pero en el camino no pierden jamás de vista el recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana. Las bienaventuranzas son el mapa de la vida cristiana. Hoy es la fiesta de aquellos que han alcanzado la meta indicada en este mapa: no sólo los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”, que tal vez hemos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, escondidas que en realidad ayudan a Dios a llevar adelante el mundo. ¡Y existen tantos hoy! Son tantos. Gracias a estos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a llevar adelante el mundo, que viven entre nosotros, saludémoslos con un fuerte aplauso: ¡todos!
Sobre todo – dice la primera bienaventuranza – son «los pobres de espíritu» (Mt 5,3). ¿Qué cosa significa? Que no viven para el éxito, el poder y el dinero; saben que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios (Cfr. Lc 12,21). Creen en cambio que el Señor es el tesoro de la vida, y el amor al prójimo la única verdadera fuente de ganancia. A veces estamos descontentos por algo que nos falta o preocupados si no somos considerados como quisiéramos; recordémonos que no está aquí nuestra felicidad, sino en el Señor y en el amor: sólo con Él, sólo amando se vive como bienaventurado.
Quisiera finalmente citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio, sino al final de la Biblia y habla del conclusión de la vida: «Felices los que mueren en el Señor» (Ap 14,13). Mañana seremos llamados a acompañar con la oración con la oración a nuestros difuntos, para que gocen por siempre del Señor. Recordemos con gratitud a nuestros seres queridos y oremos por ellos.
La Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro camino de santidad y por nuestros seres queridos que nos han precedido y han ya partido para la Patria celestial.
(Traducción del italiano, Renato Martinez)
(from Vatican Radio)

Papa: Para hacer crecer el Reino de Dios se necesita valor

(RV).- Para hacer crecer el Reino de Dios es necesario tener el coraje de echar el granito de mostaza y mezclar la levadura. Mientras, en cambio, tantas veces se prefiere una “pastoral de conservación”. Lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el último martes de octubre. Inspirándose en el episodio evangélico de San Lucas, en el que Jesús compara el Reino de Dios con el granito de mostaza y la levadura, el Obispo de Roma afirmó que ambos elementos son pequeños, y sin embargo, “tienen dentro un poder” que los hace crecer. Así sucede con el Reino de Dios: su poder viene desde dentro.
También San Pablo, en su Carta a los Romanos – propuesta por la Primera Lectura – pone de manifiesto las tensiones existentes en la vida: sufrimiento que – como dijo el Papa – “no son comparables a la gloria que nos espera”. De manera que se trata “de una tensión entre sufrimiento y gloria”. Y en estas tensiones – añadió – hay “una expectativa ardiente” hacia una “revelación grandiosa del Reino de Dios”. Una expectativa que no es sólo nuestra, sino también de la creación, sometida a la caducidad “como nosotros” y “tendente hacia la revelación de los hijos de Dios”. A la vez que la fuerza interna que “nos conduce con esperanza hacia la plenitud del Reino de Dios”, es la del Espíritu Santo.
“Es precisamente la esperanza la que nos lleva a la plenitud. La esperanza de salir de esta cárcel, de esta limitación, de esta esclavitud, de esta corrupción, y llegar a la gloria: un camino de esperanza. Y la esperanza es un don del Espíritu. Es precisamente el Espíritu Santo que está dentro de nosotros y conduce a esto: a una cosa grandiosa, a una liberación, a una gran gloria. Por esta razón Jesús dice: ‘Dentro de la semilla de mostaza, de aquel grano pequeñísimo, hay una fuerza que desencadena un crecimiento inimaginable’”.
“Dentro de nosotros y en la creación – reafirmó Francisco – hay una fuerza que se desencadena: está el Espíritu Santo”, que “nos da la esperanza”. Además, el Santo Padre  explicó concretamente lo que significa vivir en la esperanza: “Dejar que estas fuerzas del Espíritu nos ayuden a crecer” hacia la plenitud que nos espera en la gloria. Pero así como la levadura hay que mezclarla, de la misma manera hay que echar el granito de mostaza puesto que de lo contrario esa fuerza interior permanece allí. Y lo mismo sucede con el Reino de Dios que “crece desde dentro y no por proselitismo”:
“Crece desde dentro, con la fuerza del Espíritu Santo. Y la Iglesia siempre ha tenido tanto el coraje de tomar y echar, de tomar y mezclar, a la vez que, asimismo, ha tenido miedo de hacerlo. Y tantas veces nosotros vemos que se prefiere una pastoral de conservación en lugar de dejar que el Reino crezca. Permanecemos los que somos, pequeñitos, allí, estamos seguros… Y el Reino no crece. Para que el Reino crezca se necesita el coraje de echar el granito y de mezclar la levadura”.
Sin embargo, el Papa Francisco evidenció que es verdad que si se echa la semilla, se la pierde, y que si se mezcla la levadura, “me ensucio las manos”, porque “siempre  hay alguna pérdida al sembrar el Reino de Dios”:
“Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no ensuciarse las manos. Estos son  custodios de museos: prefieren las cosas bellas y no este gesto de tirar para que la fuerza se desencadene, de mezclar para que la fuerza haga crecer. Éste es el mensaje de Jesús y de Pablo: esta tensión que va de la esclavitud del pecado, para ser simple, a la plenitud de la gloria. Y la esperanza es la que va adelante, la esperanza non decepciona: porque la esperanza es demasiado pequeña, la esperanza es tan pequeña como el grano y como la levadura”.
La esperanza “es la virtud más humilde”, “la sierva”, pero donde está la esperanza, está el Espíritu Santo, que lleva adelante el Reino de Dios. Y el Papa – como suele hacer – concluyó invitando a los fieles a hacerse algunas preguntas: a interrogarnos, hoy, si creemos que allí, en la esperanza, está el Espíritu Santo con quien hablar.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)