La predicación de Juan el Bautista fue motivo de la reflexión del Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. En el Evangelio del día Jesús pregunta a la multitud qué cosa ha ido a contemplar en el desierto. Allí vivía el Bautista que predicaba y bautizaba. Todos iban a encontrarlo, también los fariseos y los doctores de la ley, pero para juzgarlo. Aquel que fueron a ver es un profeta, “más que un profeta”, “entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan”, “el último de los profetas”. Aunque el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él: “Era un hombre fiel a aquello que el Señor le había pedido”, observó el Santo Padre. “Un grande por su fidelidad”. Con una grandeza que también se veía en su predicación:
Predicaba con fuerza, no decía cosas bellas a los fariseos, a los doctores de la ley, a los sacerdotes, no les decía: “Queridos, pórtense bien”. No. Simplemente les decía: “Raza de víboras”, simplemente así. No iba con rodeos. Porque se acercaban para controlar y para ver, pero jamás con el corazón abierto: “Raza de víboras”. Arriesgaba la vida, sí, pero él era fiel. Luego a Herodes, en la cara, le decía: “Adúltero, no te es lícito vivir así, ¡adúltero!”. ¡En la cara! Ciertamente si un párroco hoy en la homilía dominical dijese: “entre ustedes hay algunos que son raza de víboras y hay tantos adúlteros”, seguramente el obispo recibiría cartas de desconcierto: “Echen a este párroco que nos insulta”. Insultaba. ¿Por qué? Porque era fiel a su vocación y a la verdad.
Pero el Bautista, agregó el Papa, era comprensivo con la gente: a los publicanos, pecadores públicos porque explotaban al pueblo, les decía: “No pidan más de lo justo”. “Comenzaba con poco. Luego veremos. Y los bautizaba”, continuó Francisco. “Primero este paso. Luego veremos”. A los soldados les pedía no amenazar ni denunciar a nadie y de contentarse con su paga. Juan bautizaba a todos estos pecadores, “pero con este pequeño paso adelante sabiendo que después Jesús haría el resto”. “Fue un pastor que entendía la situación de la gente y la ayudaba a ir adelante con el Señor”. Pero el Bautista también tenía sus dudas: los grandes se pueden permitir dudar. De hecho en la cárcel Juan comienza a dudar, incluso si había bautizado a Jesús, “porque era un Salvador no como él lo había imaginado”.
Los grandes se pueden permitir la duda, y esto es hermoso. Están seguros de la vocación pero cada vez que el Señor les hace ver una nueva vía en el camino entran en la duda. “Pero esto no es ortodoxo, esto es herético, este no es el Mesías que estaba esperando”. El diablo hace este trabajo y algún amigo lo ayuda ¿no? Esta es la grandeza de Juan, un grande, el último de aquella escuadra de creyentes que comenzó con Abraham, aquel que predica la conversión, aquel que no utiliza medias tintas para condenar a los soberbios, aquel que al final de la vida se permite dudar. Y este es un buen programa de vida cristiana.
El Obispo de Roma pidió como paso primordial la verdad al decir las cosas y recibir de la gente aquello que alcanza a dar:
Pidamos a Juan la gracia del coraje apostólico de decir siempre las cosas con verdad, del amor pastoral, de recibir a la gente con lo poco que puede dar, de dar el primer paso. Dios hará lo demás. Y también la gracia de dudar. Muchas veces, tal vez al final de la vida, uno se puede preguntar: “¿Todo esto es verdad o todo en lo que he creído es una fantasía?” La tentación contra la fe, contra el Señor. Que el gran Juan, que es el más pequeño en el Reino de los Cielos, por esto es grande, nos ayude en este camino tras las huellas del Señor.
(Raúl Cabrera - RV).