lunes, 14 de agosto de 2017

Los obispos de EE.UU. claman contra los supremacistas blancos


La Conferencia Episcopal de EE.UU. califica de «aberrantes» los alternados racistas en Charlottesville
Los obispos norteamericanos han lanzado una dura advertencia contra «la maldad del racismo, el supremacismo blanco y el neonazismo». El presidente y el vicepresidente del episcopado estadounidense han hecho público un comunicado conjunto a raíz de los violentos sucesos de Charlottesville, en Virginia, donde el sábado se celebró una marcha con el lema «Unir a la derecha»que degeneró en graves enfrentamientos con varios muertos, especialmente después de que uno de los manifestantes racistas atropellara a un grupo de opositores, provocando la muerte de uno de ellos.

El presidente de los obispos de Estados Unidos, el cardenal Daniel N. DiNardo, calificó de inmediato de «aberrantes» y de «ataque a la unidad de nuestra nación» estos «actos de odio que se exhiben en Charlottesville», en protesta por la decisión de las autoridades de retirar una estatua del general confederado Robert E. Lee. DiNardo enfatizó que «los obispos están con todos los oprimidos por la ideología mal» y en contra de «la violencia racial». Y recordó que en 2016 se puso en marcha un grupo de trabajo en la Conferencia Episcopal en esta línea.
En su comunicado conjunto con el obispo de Venecia (Florida) se piden oraciones por las víctimas mortales de estos días, sin olvidar «una oración especial de agradecimiento por las almas valientes que trataron de protegernos de la ideología violenta» representada en Charlottesville. «Unámonos –se lee en el texto– en el espíritu de la esperanza que ofrece por el clero, las personas de fe, y todas las personas de buena voluntad que pacíficamente defendieron su ciudad y país».

Alfa y Omega

“No teman. Soy yo”, por Mons. Enrique Díaz Díaz


I Reyes 19, 9, 11-13: “Quédate en el monte porque el Señor va a pasar”
 Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”
 Romanos 9, 1-5: “Hasta quisiera verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos”
 San Mateo 14, 22-33: “Mándame ir a ti caminando sobre el agua”
Toda su vida había sido muy seguro, pero con las canas llegaron también las dudas y los temores. Siempre se arriesgaba en aventuras comprometedoras y difíciles, y ahora la más pequeña responsabilidad lo hace temblar. “¿Por qué he perdido mi seguridad? Los fantasmas me ahogan y me amenazan. Tengo una inseguridad terrible que no me deja actuar. Me da miedo todo, el futuro, mi seguridad, la enfermedad, la vejez… ¿Cómo luchar contra mis fantasmas?”. Son las expresiones de una persona madura, sin que pueda decirse que es propiamente un anciano, pero son también las inquietudes y los fantasmas de muchos que ante las tormentas y los embates de la moderna sociedad, han perdido seguridad. Es un ambiente que nos contagia y nos envuelve: inseguridad, fantasmas, miedos.
Simbolismo y realidad. El episodio de Jesús caminando sobre las aguas es sorprendente y provocador. Jesús surge entre la neblina de la madrugada y hace saltar entre los asustados pescadores sus fantasmas más ancestrales. Los discípulos eran marineros experimentados y curtidos. En muchas ocasiones les había tocado luchar y trabajar en el fragor de la tormenta, en medio de los vientos. Pero toda esta escena, sin quitar el realismo evidente, tiene mucho de simbólico. Desde que los discípulos acompañan al maestro van apareciendo constantes dificultades que obstaculizan la construcción del Reino: la oposición de las autoridades tanto civiles como religiosas, la presión de la gente, la lucha por el poder que no entiende Jesús, la exigencia de despojo, el cargar la cruz, el servicio como primordial, el perdón y tantas otras novedades que les va clavando Jesús en el corazón. Es una tormenta que se abate sobre la pequeña comunidad de discípulos. Y por eso esta narración se mueve en los dos niveles: la narración de un acontecimiento para manifestar a Jesús y, por otra parte, la justificación del proyecto nuevo de Jesús que a ellos pueden parecerles muy atrevido, diferente y contrastante. En los dos casos, Jesús se muestra no como un fantasma, sino como alguien muy cercano, que tiende la mano, que los lanza a caminar sobre las aguas de la inseguridad y del miedo, que es Hijo de Dios.
En la tormenta del mundo actual, para muchos Jesús aparece como un fantasma y provoca miedo. Un fantasma que con su doctrina de igualdad y liberación puede poner en riesgo el sistema neoliberal; un fantasma que con su pasión por la vida y por el respeto a la dignidad de cada persona, cuestiona las ambiciones y la vida placentera a la que el mundo convoca; un fantasma que con sus exigencias de rectitud y justicia pone en evidencia la economía del más fuerte. Un fantasma que cuestiona toda nuestra filosofía actual, porque nos dice que hay más importancia en el servir que en el servirse; que hay mayor valor en el dar que en el apoderarse; que es más grande el más pequeño. Y a este “fantasma” se le ataca, se le denigra o se le desprecia. Preferimos ignorarlo, o decir que es invención y lo dejamos a un lado, sin hacerle mucho caso, con un poco de temor, sin comprometernos con él. Jesús exclama también hoy: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”, con todo lo que estas palabras indican. La manifestación de un Dios, “Yo soy”, que viene a dar paz y a tomarnos de la mano. Un Dios que navega con nosotros en medio de las peores tempestades. No viene para quitar las tempestades, sino para asegurarnos su presencia en medio de ellas y junto con Él vencerlas a pesar de nuestros miedos.
El miedo tiene sentido en nuestra existencia. No es malo el miedo que se despierta en nosotros al enfrentarnos a una situación de peligro o de inseguridad. Es el instinto de conservación, la señal de alarma, que nos pone en guardia ante el peligro. El grito de Pedro, “¡Sálvame, Señor!”, es el grito de todo cristiano que confía firmemente en su Señor a pesar de sus miedos y angustias. Todo parecería seguir igual después de este grito, su oración y clamor no lo dispensan de buscar soluciones concretas y comprometidas, a sus problemas. Pero todo cambia si en el fondo de su corazón se despierta esa confianza en Dios. Dios no es un fantasma, como algunos han querido hacernos ver. El concepto de Dios no es una creación humana para dar solución a nuestra ignorancia. La experiencia de Dios, el sentirnos en su mano, es el paso más decisivo de nuestra existencia para encontrar nuestra verdadera esencia y nuestra plena realización. Dios es una mano tendida que nadie nos puede quitar, no es un fantasma. Jesús es el amor de Dios hecho mano que salva, que acompaña, que consuela, que atiende.
Quizás hemos querido reducir a Jesús a una especie de fantasma, a una imagen o amuleto… y solamente acudimos a Él, en contadas ocasiones, pero no para los momentos importantes y decisivos de nuestra vida, no para el acontecer diario donde se fraguan las grandes obras… ha quedado como fuera de nuestra vida. El texto evangélico nos propone a este Jesús tan cercano, que se da tiempo para despedir a la gente, que le roba tiempo al descanso para hacerlo plegaria, que acompaña al discípulo en la tormenta, que nos lanza a caminar sobre las aguas de los miedos y temores, que tiende la mano a quien se hunde ¿Cómo vives y experimentas a Jesús en tu vida? ¿Cómo lo haces presencia en tu diario caminar? ¿Cómo te dejas acompañar de Él en tus miedos e inseguridades? ¿A qué le temes de la propuesta de Jesús?
Padre bueno y amoroso, hoy nos confiamos a tus cuidados, nos ponemos en tus manos para vencer nuestros miedos y enfrentar nuestras dificultades. Concédenos sabiduría y valor para vencer las tempestades con Cristo, tu Hijo. Amén
ZENIT

«La Virgen de la Paloma toca la soledad y el sufrimiento del pueblo de Madrid»


La parroquia Virgen de La Paloma y San Pedro el Real (c/La Paloma, 1 y c/Toledo, 98) celebra el martes 15 de agosto la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora
Después del programa de actos que ha elaborado la Congregación Virgen de la Paloma y que está celebrando desde el 6 de agosto, la iglesia dedicada a una de las advocaciones más queridas de la ciudad conmemora la festividad litúrgica de la Virgen de la Paloma.
El párroco, Gabriel Benedicto, nos abre de par en par las puertas de la iglesia que custodia para revelarnos dónde se esconde el secreto que revela la devoción que sienten los madrileños a la patrona de los bomberos. «Es un día muy importante para todos –reconoce Benedicto– y, de manera especial, para los bomberos»; ellos «siempre han sido muy devotos de la Virgen» y «han acompañado en la procesión a la Paloma, incluso cuando no tenía carroza y la llevaban en un coche de bomberos».
En la enfermedad, el matrimonio, la juventud
Con la alegría de quien se sabe bendecido por un compromiso que da sentido a su sacerdocio, habla de su titular como quien habla realmente de su propia madre: «La Virgen de la Paloma es la Virgen de la Soledad de la calle Paloma» y, por ello, «toca la soledad y el sufrimiento de las personas». Una promesa tan delicada e importante a día de hoy, reconoce, cuando «todo el mundo pasa por momentos de soledad en la enfermedad, en el matrimonio, durante la juventud, etc.,» y, en esos instantes, «se sienten muy amparados por la Virgen».
Gabriel, a medida que describe cada uno de los detalles de la parroquia, mira de reojo a la Paloma, que no deja de recoger, amparar y cuidar los sufrimientos de todos los que acuden a su encuentro. Y hablando de ese amor que no duerme ni reposa, asevera que «todos necesitamos sentir, como Ella cuando perdió a su Hijo, que alguien está con nosotros».
El encuentro con una Madre
Después de exhibir las coronas, la tiara papal y las llaves que están, a un lado y a otro de esta iglesia del siglo XIII, invita al pueblo de Madrid a hacer la experiencia de «cruzar una delgada línea», que es la que separa la calle de La Paloma y la entrada del templo: «Pasar de la fiesta al corazón de la fiesta». Así, en ese día, concluye D. Gabriel, «encontrarán paz, silencio y, sobre todo, a una Madre».
Alfa y Omega

14 de agosto, festividad del santo Maximiliano Kolbe: «El sufrimiento no es en vano»

Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 22-27
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:
«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó:
«Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
«¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó:
«A los extraños».
Jesús le dijo:
«Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».
Palabra del Señor.

El Papa en el Ángelus: "Jesús nos invita a aferrarnos a su palabra y no consultar horóscopos y adivinos"

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, la página del Evangelio (Mt 14,22-33) describe el episodio de Jesús que, después de haber orado toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» (v. 27). Pedro, con su típica ímpetu, le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29). Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).
Esta narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe de nuestra comunidad? La barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro» y su grito: «Señor, sálvame» se asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también el miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras comunidades, marcadas por fragilidades internas y por dificultades externas.
A Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda extendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos sujetamos a la palabra del Señor, sino para tener seguridad, para tener más seguridad se consultan horóscopos y adivinos, se comienza a hundir. La fe no es tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia – no olviden esto: la fe nos da la seguridad de una Presencia, esa presencia de Jesús – una Presencia que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los problemas de la vida, sino nos sostiene en el camino y le da un sentido.
Este episodio es una imagen estupenda de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su palabra. Sobre esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor, como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). Qué bello es decir a Jesús esta palabra: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”. Digámoslo todos juntos. Todos. Fuerte: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”. Una vez más… “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”
La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirse en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)