La visita del Papa Francisco a los campos de Auschwitz y Birkenau mañana, coincidirá aproximadamente –no se sabe la fecha exacta– con el 75º aniversario del momento en el que san Maximiliano María Kolbe se ofreció para ir al Bloque de la Muerte en lugar del preso Franciszek Gajowniczek. Estuvo dos semanas en la celda del hambre, consolando a los otros nueve presos condenados a morir de inanición como represalia por la fuga de un compañero. Una inyección letal puso fin el 14 de agosto de 1941 a la vida del preso 16.670, que había llegado el 29 de mayo de ese año. Tenía 47 años.
Durante su estancia en el campo, había sufrido una brutal paliza y había estado ingresado en el hospital del mismo con neumonía. «Los prisioneros intentaron rodearlo de cuidados y alejarlo de los funcionarios y la SS. No era fácil, porque él, por encima de todo, se sentía obligado a servir a los enfermos y moribundos. Los visitaba, los confesaba en susurros y los consolaba, arriesgándose a recibir otra paliza en cualquier momento», cuenta Teresa Wontor, investigadora de la Fundación Auschwitz-Birkenau.
En su afán de velar por él, los prisioneros lograron poner «su nombre en la lista de los que estaban listos para volver al trabajo». Se habían enterado de que iba a visitar el campo un comité para seleccionar a prisioneros enfermos destinados al programa nazi de eutanasia.
En su tarea de dirección espiritual –continúa Wontor–, a san Maximiliano le preocupaban especialmente los «prisioneros más jóvenes, que se dejaban corromper con facilidad por los jefes del campo. También exhortaba a todos a no usar la violencia, ni a robar comida».
«Siempre sonreía»
«Estos sufrimientos no son en vano, se pueden ofrecer a la Inmaculada como méritos o para reparar nuestros pecados», le dijo un día a Wladyslaw Lewkowicz, un prisionero cuyo testimonio recoge Wontor. Wladyslaw había decidido buscar un sacerdote por el «exceso de sufrimiento» que le causaron unas primeras semanas en el campo «sencillamente horripilantes». Otros presos le hablaron del padre Kolbe. En su primer contacto, «él se mostró muy dispuesto. Al día siguiente nos vimos, intentando no llamar mucho la atención de la SS».
El padre Kolbe tenía «un aspecto entrañable: siempre sonreía, estaba alegre. No parecía preocuparle demasiado si sobreviviría o lo que quedaba por venir. Aunque en su rostro sí se veía fatiga. Hablaba de honrar a la Virgen, de aguantar el sufrimiento con paciencia, de aceptar la voluntad de Dios. Me reunía con él con cierta frecuencia. Me escuchaba en confesión, rezaba y daba la comunión a los prisioneros. Una vez le pregunté si no querría cambiar de comando», ya que el suyo era de los más duros. «Se mostró bastante indiferente. Las condiciones de trabajo, para él, eran un problema menor. Siempre se hacía a un lado, dejando lo mejor para sus compañeros».
Perder a san Maximiliano fue muy doloroso para Wladyslaw, pero «estoy orgulloso», afirmaba en su testimonio. «Gracias a su ánimo, a su actitud llena de amabilidad, compasión y caridad para perdonarlo todo, intenté llevar el sufrimiento cada vez con más alegría. El resto de mi tiempo en Auschwitz no fue tan triste. El padre Kolbe me había preparado».
[Publicada en el número 988 el 28 de julio de 2016]
Alfa y Omega
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