miércoles, 30 de abril de 2014

«LA IGLESIA ESTÁ FUNDADA SOBRE LA PIEDRA QUE CONFESÓ PEDRO»



De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

Cristo dijo al apóstol Pedro: «Te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo», Pedro en aquel momento representaba a toda la Iglesia, que en este mundo es azotada por diversas tentaciones, como si fuesen lluvias, ríos, tempestades, pero que no cae, porque está fundamentada sobre la piedra, término de donde le viene el nombre a Pedro.

Y el Señor dice: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, porque Pedro había dicho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. «Sobre esta piedra que tú has confesado edificaré mi Iglesia.» Porque la piedra era Cristo, él es el cimiento sobre el cual el mismo Pedro ha sido edificado, pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.

La Iglesia, que está fundamentada en Cristo, ha recibido en la persona de Pedro las llaves del reino de los cielos, es decir, el poder de perdonar y retener los pecados. La Iglesia, amando y siguiendo a Cristo, se libra de los males. Pero a Cristo le siguen más de cerca aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte.
Fuente: News.va

Las llamadas del Papa Francisco para apaciguar al rebaño

Viñeta de Emilio Giannelli para Corriere della Sera

El Papa Francisco continúa demostrando que por encima de todo es un pastor de la Iglesia que vive preocupado por su rebaño y que procura apaciguarlo con amor y perdón, sin importar el pecado ni la posición del fiel dentro la estructura eclesial o fuera. Es un Papa que se deja ver y oir, no solo por televisión o a lo lejos, sino que sale al encuentro del que sufre porque él es misionero.
Su medio más habitual es el teléfono, lo descuelga y llama. Llama para aliviar el dolor, para dar amor, para sembrar misericordia, para no perder su infinita conexión con el mundo real.

Esto es lo que Jaqueline Lisbona, argentina de 47 años de edad, asegura que le sucedió el Lunes de Pascua. El Papa llamaba en respuesta a una carta que ella le había enviado expresando el profundo dolor que le causaba no poder recibir la comunión por estar casada con un hombre divorciado. Y lo que ahora también afirma el Cardenal Bertone, que tras ser el centro de un escándalo mediático recibe la llamada de Francisco. No para condenarlo sino para dar una palabra amable, para solidarizarse con el dolor que le han causado las críticas.

Francisco predica con dureza todos los días desde el púlpito en la humilde capilla de Santa Marta, donde reside con discreta austeridad. Denuncia la falta de espíritu de pobreza, la hipocresía, los cristianos de salón, los ladrones dentro de la Iglesia,… y confirma la doctrina de la Iglesia relativa a la indisolubilidad del matrimonio, señalando las claves para el éxito en el amor. Pero luego su pastoral personal es como tiene que ser: personal. Y ahí, Francisco no juzga sino que acaricia con inaudita misericordia.
Fuente: YoRezoXelPapa

Entender las cosas como las entiende Dios, es efecto del don de inteligencia que infunde en nosotros el Espíritu, explica Francisco

Los dones del Espíritu: el Entendimiento
 


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera centrar la atención sobre el segundo don, es decir, el entendimiento.

No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la cual podemos ser más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don, es decir, qué cosa hace este don del entendimiento en nosotros. Y Pablo dice esto: “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu…” (
1Cor, 2,9-10). Esto obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno de los designios de Dios: todo esto queda en espera de manifestarse en toda su limpidez cuando nos encontraremos ante la presencia de Dios y seremos de verdad una cosa sola con Él. Pero como sugiere la palabra misma, el entendimiento permite “intus legere”, es decir, “leer dentro” y este don nos hace entender las cosas como las entendió Dios, como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. 

Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y está bien. Pero, entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros tengamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con nosotros.
 
Es claro, entonces, que el don del entendimiento está estrechamente relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y hecho. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: yo les enviaré el Espíritu Santo y él les hará entender todo lo que yo les he enseñado. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su Palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si nosotros leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo, podemos entender la profundidad de las palabras de Dios. Y este es un gran don, un gran don que todos nosotros debemos pedir y pedirlo juntos: 

¡Danos Señor el don del entendimiento! 


Hay un episodio del Evangelio de Lucas, que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Después de ser testigos de la muerte en la cruz y la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, decepcionados y tristes, se van de Jerusalén y vuelven a su aldea llamada Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se une a ellos y empieza a hablarles, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes, tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que entiendan que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones se reaviva la esperanza (cf. Lc 24,13-27 ). 
Y esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas.
¡Es importante el don del entendimiento para nuestra vida cristiana! Pidámoslo al Señor, que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don para entender cómo entiende Él las cosas que suceden, y para entender, sobre todo, la palabra de Dios en el Evangelio. Gracias.
Traducción del italiano: Eduardo Rubió y María Cecilia Mutual


martes, 29 de abril de 2014

Una comunidad cristiana está en paz, da testimonio de Cristo y asiste a los pobres, dijo el Papa en su homilía

Toda comunidad cristiana debería confrontar su propia vida con la que animaba a la primera Iglesia y verificar su propia capacidad de vivir en “armonía”, de dar testimonio de la Resurrección de Cristo y de asistir a los pobres. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Un’“icono” con tres “pinceladas”: es lo que presenta a la primera comunidad cristiana tal como aparece descrita en los Hechos de los Apóstoles. El Papa se detuvo en las tres características de este grupo, capaz de plena concordia en su interior, de dar testimonio de Cristo hacia fuera, y de impedir que sus miembros padecieran la miseria: las “tres peculiaridades del pueblo renacido”.
 

Francisco desarrolló su homilía a partir de lo que la Iglesia ha destacado durante toda la semana de Pascua: “renacer desde lo Alto”, del Espíritu, que da vida al primer núcleo de los “nuevos cristianos”, cuando “aún no se llamaban así”:
“‘Tenía un solo corazón y una sola alma’. La paz. Una comunidad en paz. Esto significa que en aquella comunidad no había lugar para los chismes, para las envidias, para las calumnias, para las difamaciones. Paz. El perdón: ‘El amor lo cubría todo’. Para calificar a una comunidad cristiana sobre esto, debemos preguntarnos cómo es la actitud de los cristianos. ¿Son mansos, humildes? En esa comunidad ¿hay peleas entre ellos por el poder? ¿Peleas de envidia? ¿Hay chismes? No están por el camino de Jesucristo. Esta característica es muy importante, muy importante, porque el demonio trata de dividirnos siempre. Es el padre de la división”.
 


No es que faltaran los problemas en aquella primera comunidad. De hecho, el Papa Francisco recordó “las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder” que también aparecieron más adelante. Por ejemplo, dijo, cuando las viudas se lamentaron de no ser asistidas bien por los Apóstoles, por lo que “debieron hacer a los diáconos”.
Sin embargo, aquel “momento fuerte” del inicio fija para siempre la esencia de la comunidad nacida del Espíritu. Una comunidad acorde y, en segundo lugar, una comunidad de testigos de la fe, sobre la cual el Papa invitó a confrontar toda comunidad actual:
 

“¿Es una comunidad que da testimonio de la resurrección de Jesucristo? Esta parroquia, esta comunidad, esta diócesis ¿cree verdaderamente que Jesucristo ha resucitado? O dice: ‘Sí, ha resucitado, pero de esta parte’, porque lo cree aquí solamente, con el corazón lejos de esta fuerza. Dar testimonio de que Jesús está vivo, está entre nosotros. Y así se puede verificar cómo va una comunidad”.
 


Le tercera característica sobre la cual verificar cómo va la vida de una comunidad cristiana está relacionada con “los pobres”. Y aquí el Papa Francisco distinguió el metro de verificación en dos puntos:
 

“Primero: ¿Cómo es tu actitud o la actitud de esta comunidad con los pobres? Y segundo: Esta comunidad ¿es pobre? ¿Pobre de corazón, pobre de espíritu? ¿O pone su confianza en las riquezas? ¿En el poder? Armonía, testimonio, pobreza y atender a los pobres. Y esto es lo que Jesús explicaba a Nicodemo: este nacer desde lo Alto. Porque el único que puede hacer esto es el Espíritu. Esta es obra del opera del Espíritu. A la Iglesia la hace el Espíritu. El Espíritu hace la unidad. El Espíritu te impulsa hacia el testimonio. El Espíritu te hace pobre, porque Él es la riqueza y hace que tú te ocupes de los pobres”.
 


“Que el Espíritu Santo – concluyó Francisco – nos ayude a caminar por este camino de renacidos por la fuerza del Bautismo”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?

Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios. No te desesperes, no me digas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con calma: Jesús, ¡en Ti confío!

Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después. No estropees mis planes, queriéndome imponer los tuyos. Déjame ser Dios y actuar con libertad. Abandónate confiadamente en Mí. Reposa en Mí y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente: Jesús, ¡en Ti confío!

Lo que más daño te hace es querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices: “Jesús, en Ti confío”, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo... ¡Yo te amo!

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: “Jesús, en Ti confío”. Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte, quitarte la Paz. Confía sólo en Mí, abandónate en Mí.


Así que no te preocupes, confíame todas tus angustias y duerme tranquilamente. Dime siempre: “Jesús, en Ti confío”, y veras grandes milagros. Te lo prometo por mi amor.
De Tengo sed de Ti

lunes, 28 de abril de 2014

NICODEMO

Evangelio según San Juan 3,1-8.


Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".

domingo, 27 de abril de 2014

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado, el Papa en su homilía de canonización

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
 

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
 

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2, 24; Cf. Is 53, 5).
 

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (Cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, y obispos y Papas del Siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
 

Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (Cf. 2, 42-47) que hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
 

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado del Espíritu. 

Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso a mí me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo.
En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
 

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

sábado, 26 de abril de 2014

Wojtyła

Karol Wojtyła nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, ciudad de Polonia meridional, donde vivió hasta 1938, cuando se inscribió en la facultad de filosofía de la Universidad Jagellónica y se trasladó a Cracovia. En otoño de 1940 trabajó como obrero en las canteras de piedra y luego en una fábrica química. En octubre de 1942 entró en el seminario clandestino de Cracovia y el 1 de noviembre de 1946 recibió la ordenación sacerdotal.
El 4 de julio de 1958 Pío XII lo nombró obispo auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre sucesivo. Como lema episcopal eligió la expresión marianaTotus tuus de san Luis María Grignion de Montfort.
Primero como auxiliar y luego, desde el 13 de enero de 1964, como arzobispo de Cracovia, participó en todas las sesiones del Concilio Vaticano II. El 26 de junio de 1967 fue creado cardenal por Pablo VI.
En 1978 participó en el cónclave convocado tras la muerte de Montini y en el sucesivo por la improvisa muerte de Luciani. El 16 de octubre por la tarde, después de ocho escrutinios, fue elegido Papa. Es el primer Pontífice eslavo de la historia y el primero no italiano después de casi medio milenio, desde el tiempo de Adriano VI (1522-1523).
Personalidad polifacética y carismática, se impuso inmediatamente por la gran capacidad comunicativa y por el estilo pastoral fuera de los esquemas. El temple y el vigor de una edad relativamente joven le permitieron emprender una actividad muy intensa, marcada sobre todo por la multiplicación de las visitas y los viajes: en su conjunto fueron 104 los viajes internacionales y 146 los viajes en Italia, visitando 129 países de los cinco continentes.
Desde el inicio trabajó para dar voz a la así llamada Iglesia del silencio. La insistencia sobre los temas del hombre y la libertad religiosa se convirtió en una constante de su magisterio. En tal medida que hoy es ampliamente reconocido por la aportación destacada de su acción en los hechos que determinaron la caída del muro de Berlín en 1989 y la caída sucesiva de los regímenes filosoviéticos. En este contexto se inserta probablemente el gravísimo episodio del atentado del que fue víctima el 13 de mayo de 1981 de manos del turco Ali Agca.
Junto a la polémica anticomunista, se desarrolló también una lectura crítica del capitalismo, sometido a un análisis en tres de sus catorce encíclicas: Laborem exercens (1981), Sollicitudo rei socialis (1987) y Centesimus annus (1991). Asidua fue además su actividad en favor de la paz, que se entrelaza con la búsqueda del diálogo con las grandes religiones —en especial con el judaísmo y con el islam— y el nuevo impulso dado al camino ecuménico.
En 1983 promulgó el nuevo Codex iuris canonici y después realizó una reforma de la Curia romana con la constitución apostólica Pastor bonus de 1988. Favoreció además la dimensión de la colegialidad episcopal en el gobierno de la Iglesia, sobre todo, a través de la convocatoria de quince Sínodos de los obispos. Entre los números de un pontificado larguísimo —por duración, segundo después del de Pío IX (1846-1878)— se suman también las frecuentes ceremonias de beatificaciones y canonizaciones, durante las cuales se proclamaron 1.338 beatos y 482 santos.
Con el paso de los años la atención del Pontífice se centró sobre todo en la celebración del gran jubileo del año 2000. El acontecimiento adquirió un significado altamente simbólico en el marco de su misión pastoral y de un fuerte alcance penitencial, expresado de modo emblemático en la jornada del perdón (12 de marzo).
La clausura del jubileo abrió la fase conclusiva del pontificado, marcada, sobre todo, por el progresivo agravamiento de las condiciones de salud del Papa, que tras una larga y desgarradora agonía murió el 2 de abril de 2005 por la noche.A sólo 26 días de su muerte, Benedicto XVI concedió la dispensa de los cinco años de espera prescritos, permitiendo el inicio de la causa de canonización. Y el mismo Papa lo proclamó beato el 1 de mayo de 2011.
De News.va

El misterio Juan XXIII


En junio de 1963, pocos días después de la muerte de Juan XXIII, el cronista que entonces tenía en Roma la prestigiosa revista “Études”, de los jesuitas de Francia, el P. Robert Rouquette, escribió un artículo memorable sobre“el misterio Rocalli”. Como hoy - a mi modesto entender - se podría escribir algo semejante sobre “el misterio Bergoglio”. Es evidente, creo yo, el punto de convergencia que se advierte en estos dos hombres enteramente singulares: Juan XXIII, en los años 60 del siglo XX, y Francisco, en la segunda década del siglo XXI.

Refiriéndose a Juan XXIII, Rouquette decía en el artículo que acabo de mencionar: “Me sorprendería si un día me entero de que a Pío XII lo han canonizado, pero no me sorprenderé si Juan XXIII sube a los altares”. El tiempo, al menos de momento, le ha dado la razón al cronista de los jesuitas franceses en el Concilio. Y es que Juan XXIII, como ahora el papa Francisco, entrañó siempre algo (quizá mucho) de misterio. El misterio de una profunda humanidad que toca fibras muy hondas en nuestras vidas. En las vidas (me parece) de todos los seres humanos.

Algunas referencias bastarán para indicar lo que quiero decir. El 6 de marzo de 1939, después de enterrar a su madre le escribía Roncalli a un amigo: “Mi pobre madre me había dicho que no quería morir en mi casa de la nunciatura, una casa burguesa y confortable. Ella quería morir en su casa pobre y campesina, entre los suyos, como una sencilla mujer de pueblo”. Para Roncalli, en efecto, tal como lo dejó escrito en su testamento, la pobreza de su familia era el gran don que Dios le había hecho en su vida. Le tenía horror al “espíritu de carrera”. Exactamente lo mismo que, para él, “los ambiciosos son las criaturas más ridículas y más pobres de este mundo”.

Seguramente no son muchos los que saben que en Roma siempre se le tuvo por “el campesino de la diplomacia vaticana”. Por eso fue destinado como nuncio a Constantinopla, considerada como el último puesto de la diplomacia pontificia. Y si un buen día, en 1944, se le destinó a la siempre prestigiosa nunciatura de Paris, todo se debió a los problemas que a Charles de Gaulle le causó el nuncio Valerio Valeri. A lo que Pío XII respondió, como represalia, humillando a los franceses al mandarles, para la nunciatura, al “campesino de la diplomacia” vaticana, que era, ni más ni menos, que el nuncio Roncalli.
Este fue el hombre que, “por un impulso inesperado”, convocó el Concilio Vaticano II, cuando nadie pensaba en semejante cosa. El hombre que, gracias a su bonhomía, su simplicidad y su humildad transparente, humanizó el papado. Y el hombre que no tuvo pelos en la lengua para decirle, en pleno Concilio, a un observador anglicano: “Han sido los teólogos los que nos han metido en todas estas dificultades; ahora, es a los cristianos ordinarios, como Vd y yo, a los que nos toca salir de todo esto”.

Juan XXIII estuvo en Granada. Cuando era arzobispo de Venecia, vino un verano a conocer nuestra ciudad. Se hospedó en el entonces Hotel Inglaterra, en la calle Cetti Merien, entre la Gran Vía y la calle Elvira. Por la mañana temprano salió del hotel. Y a una mujer que encontró en la calle le preguntó dónde había una iglesia. Quería decir misa. La mujer le dijo que allí cerca estaba la iglesia de los Hospitalicos. Pero añadió la señora: “Mire, Vd parece un cura importante; le llevaré a San Juan de Dios, nuestro patrón”. Y en San Juan de Dios celebró la Eucaristía el hombre de Dios que revolucionó la Iglesia de entonces.

¿Es un misterio este santo hombre? ¿Lo es el actual obispo de Roma, el papa Francisco? Un “misterio” es una cosa difícil de explicar; y que no tiene explicación, a diferencia del “enigma”, que siempre la tiene. Ni Juan XXIII, ni Francisco, han tomado decisiones como para cambiar la Iglesia y el mundo. Pero es un misterio la vida de estos dos hombres. Porque, sin tomar decisiones para un cambio decisivo, ellos son la presencia de un profundo misterio. El misterio de nuestra humanidad. Quiero decir: humanos somos todos. Pero somos también inhumanos. A veces, demasiado inhumanos. Y si algo nos dejó claro Jesús, en su Evangelio, es que, siendo profundamente humanos, es como únicamente podemos imprimir al mundo y a la Iglesia la fuerza de cambio que tanta falta nos hace.

 José María Castillo

viernes, 25 de abril de 2014

¿Por qué rezamos el Regina Coeli y no el Ángelus en tiempo Pascual?

Durante el tiempo pascual, la Iglesia Universal se une en la oración del Regina Coeli o Reina del Cielo por la alegría, junto a la Madre de Dios, por la resurrección de su Hijo Jesucristo, hecho que marca el misterio más grande de la fe católica.
El rezo de la antífona de Regina Coeli fue establecida por el Papa Benedicto XIV en 1742 y reemplaza durante el tiempo pascual, desde la celebración de la resurrección hasta el día de Pentecostés, al rezo del Ángelus cuya meditación se centra en el misterio de la Encarnación.
De la misma manera que el Ángelus, el Regina Coeli se reza tres veces al día, al amanecer, al mediodía y al atardecer como una manera de consagrar su día a Dios y la Virgen María.
No se conoce el autor de esta composición litúrgica que se remonta al siglo XII y era repetido por los Frailes menores Franciscanos después de las completas en la primera mitad del siguiente siglo popularizándola y extendiéndose por todo el mundo cristiano.
La oración:
G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)

jueves, 24 de abril de 2014

DOS PAPAS SANTOS


SEÑOR, QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN TODA LA TIERRA


Del Salmo 8: 

Señor, Dios nuestro,
¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!

Señor, Dios nuestro,
¿qué es el hombre,
para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? 

Señor, Dios nuestro,

¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies.


Señor, Dios nuestro,
¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!

Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. 


Señor, Dios nuestro,
¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!

Evitemos ser “cristianos murciélagos” que tienen miedo de la alegría de la Resurrección, dijo el Papa en su homilía

Hay cristianos que tienen miedo de la alegría de la Resurrección que Jesús nos quiere dar y su vida parece un funeral, pero el Señor resucitado está siempre con nosotros. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
El Evangelio propuesto en la liturgia del día relata la aparición de Cristo resucitado a los discípulos. Ante el saludo de paz del Señor, los discípulos, en lugar de alegrarse – dijo el Papa – se quedan “trastornados y llenos de temor”, pensando “que veían un fantasma”. Jesús trata de hacerles entender que lo que ven es real, los invita a tocar su cuerpo, y pide que le den de comer. Los quiere conducir a la “alegría de la Resurrección, a la alegría de su presencia entre ellos”. Pero los discípulos – observó el Papa – “no podían creer, porque tenían miedo de la alegría”:

“Esta es una enfermedad de los cristianos. Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero está allá; Jesús ha resucitado, está allá’. Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría. Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida parece un funeral continuo. Prefieren la tristeza y no la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría, sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor”.

Pero “Jesús, con su Resurrección – prosiguió Francisco – nos da la alegría: la alegría de ser cristianos; la alegría de seguirlo de cerca; la alegría de ir por el camino de las Bienaventuranzas, la alegría de estar con Él”:
“Y nosotros, tantas veces, o estamos trastornados, cuando nos llega esta alegría, o llenos de miedo, o creemos que vemos un fantasma o pensamos que Jesús es un modo de actuar: ‘Pero nosotros somos cristianos y debemos hacer así. ¿Pero dónde está Jesús? ‘No, Jesús está en el Cielo’. ¿Tú hablas con Jesús? ¿Tú dices a Jesús: ‘Yo creo que Tú vives, que Tú has resucitado, que Tú estás cerca de mí, que Tú no me abandonas’? La vida cristiana debe ser esto: un diálogo con Jesús, porque – esto es verdad – Jesús siempre está con nosotros, siempre está con nuestros problemas, con nuestras dificultades, con nuestras obras buenas”.

¡Cuántas veces – dijo el Papa al concluir – nosotros los cristianos “no somos alegres, porque tenemos miedo!”. Cristianos que “han sido vencidos” en la cruz:
“En mi tierra hay un dicho que dice así: ‘Cuando uno se quema con la leche hirviendo, después, cuando ve una vaca, llora’. Y éstos se habían quemado con el drama de la cruz y dijeron: ‘No, detengámonos aquí; Él está en el Cielo; muy bien, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, porque ya no podemos más’. Pidamos al Señor que haba con todos nosotros lo que ha hecho con los discípulos, que tenían miedo de la alegría: que abra nuestra mente: ‘Entonces, les abrió la mente para comprender las Escrituras’; que abra nuestra mente y que nos haga comprender que Él es una realidad viva, que Él tiene cuerpo, que Él está con nosotros, que nos acompaña y que Él ha vencido. Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la alegría”.

(María Fernanda Bernasconi – RV).

miércoles, 23 de abril de 2014

Buscamos entre los muertos al que vive cada vez que nos encerramos en el egoísmo y nos dejamos seducir por el poder y las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo, dijo el Papa en su catequesis


El Santo Padre Francisco celebró el Miércoles de la octava de Pascua su tradicional audiencia general ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de diversos países. Teniendo en cuenta la tenue lluvia que caía sobre Roma, el Papa decidió recibir en primer lugar a los enfermos en el Aula Pablo VI del Vaticano.
 

En su catequesis recordó que en estos días celebramos con alegría el gran misterio de la resurrección de Cristo. Y dijo que se trata de una alegría auténtica, profunda, que se basa en la certeza de que Cristo resucitado ya no muere más, sino que vive y actúa en la Iglesia y en el mundo.
 

Naturalmente Francisco afirmó que no es fácil aceptar la presencia del resucitado en medio de nosotros. De hecho, el ángel había preguntado a las mujeres, la mañana de Pascua: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”, dijo, lo que nos debe interrogar también a nosotros.

“Buscamos entre los muertos al que vive – afirmó el Papa Francisco – cada vez que nos encerramos en el egoísmo o en la autocomplacencia, cuando nos dejamos seducir por el poder y las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo, cuando ponemos nuestra esperanza en vanidades mundanas, en el dinero o el éxito; cada vez que perdemos la esperanza o no tenemos fuerzas para rezar, cada vez que nos sentimos solos o abandonados de los amigos, e incluso de Dios, cada vez que nos sentimos prisioneros de nuestros pecados”.
 


lunes, 21 de abril de 2014

Que la Resurrección se transparente en nuestros corazones y en nuestra vida, dijo el Papa Francisco el Lunes del Ángel en la Octava de Pascua

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Felices Pascuas! “Cristòs anèsti! – Alethòs anèsti!”, “¡Cristo ha resucitado! – ¡Verdaderamente ha resucitado!” ¡Está entre nosotros aquí!, en la plaza. En esta semana podemos seguir intercambiándonos la felicitación pascual, como si fuera un único día. Es el gran día que hizo el Señor.

El sentimiento dominante que transluce de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría llena de estupor; pero un estupor grande, pero la alegría que viene desde adentro; y en la Liturgia nosotros revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.

Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos y en las palabras… ojalá seamos así luminosos. ¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de un corazón inmerso en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró por la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado.

Quien hace esta experiencia se convierte en testigo de la Resurrección, porque en cierto sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma. Entonces es capaz de llevar un “rayo” de la luz del Resucitado en las diversas situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas y preservándolas del egoísmo; y en las dolorosas, llevando serenidad y esperanza.

En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer aquellos capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar el libro y buscar los capítulos y leer aquello.


También nos hará bien, esta semana, pensar en la alegría de María, la Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría fue íntima y profunda, y de ella los discípulos podían tomar. Habiendo pasado, a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de su Hijo, viste, en la fe, como la expresión suprema del amor de Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de consuelo, de esperanza y de misericordia.
 

Todas las prerrogativas de nuestra Madre derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no perdió la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.
A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el rezo del Regina Coeli, que en el tiempo pascual sustituye la oración del Ángelus.

 


Después de rezar a la Madre de Dios, el Papa Francisco saludó a los presentes diciendo:

Dirijo un saludo cordial a todos ustedes, querido peregrinos venidos de Italia y de diversos países para participar en este encuentro de oración.
Acuérdense esta semana de tomar el Evangelio y buscar los capítulos en donde se habla de la resurrección de Jesús y de leer cada día un fragmento de aquellos capítulos. Nos hará bien en esta semana de la resurrección de Jesús.
A cada uno formulo el deseo de transcurrir en la alegría y en la serenidad este Lunes del Ángel, en el que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo.
¡Feliz y santa Pascua a todos, buen almuerzo y hasta pronto!
(Traducción de María Fernanda Bernasconi y María Cecilia Mutual – RV).