domingo, 7 de agosto de 2016

Papa en el ángelus: "Es inaceptable que tantos indefensos, especialmente tantos niños, tengan que pagar el precio del conflicto sirio"

Ángelus en el ferragosto italiano. Francisco desde la cátedra de la ventana invita, una vez más, a no cerrar el corazón a la misericordia. Y con gestos concretos, en este caso, hacia Siria. El Papa denuncia la muerte de tantos inocentes, que pagan el precio del conflicto sirio con sus vidas, por culpa de "la cerrazón del corazón y de la falta de voluntad de paz de los poderosos".

Algunas frases de la catequesis del Papa
"Invitación a dar valor a las limosnas como obra de misericordia"
"Usar las cosas sin egoísmo"
"Tenemos muchas cosas, pero no podemos llevarlas con nosotros. Recordar que el sudario no tiene bolsillos"
"Es importante estar atentos y vigilantes en la vida"
"El Señor llama a la puerta de nuestro corazón y será feliz el que le abra"
"¡Bella recompensa!"
"Una espera luminosa"
"La venida imprevista del ladrón"
"No somos dueños de la vida de los demás. Tenemos un sólo dueño, aunque no le guste que le llamemos señor, sino padre. El es el único Padre"
"Hacer más justo y más habitable el mundo"

Saludos después del ángelus
"De Siria siguen llegando noticias de víctimas civiles de la guerra, especialmente en Alepo. Es inaceptable que tantas personas indefensas, especialmente tantos niños, tengan que pagar el precio del conflicto, el precio de la cerrazón del corazón y de la falta de la voluntad de paz de los poderosos"
"Cercanos con la oración y con la solidaridad a los hermanos sirios y los confiamos a la materna protección de la Virgen"
"Rezamos en silencio y, después, el avemaría"

Durante el Ángelus, Papa Francisco profundizó sobre el encuentro final con Dios: "Estén preparados"

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 12, 32-48), Jesús habla a sus discípulos del comportamiento a seguir en vista al encuentro final con Él, y explica cómo la espera de este encuentro debe impulsar a una vida rica de obras buenas. Entre otras cosas dice “Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla” (v.33). Es una invitación a dar valor a la limosna como obra de misericordia, a no poner confianza en los bienes efímeros, a usar las cosas sin apego al egoísmo, pero según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor. Nosotros podemos ser muy dependientes del dinero, tener muchas cosas, pero al final no podemos llevárnoslas con nosotros. Recuerden que “el sudario no tiene bolsillos”.
La enseñanza de Jesús continúa con tres breves parábolas sobre el tema de la vigilancia.
La primera es la parábola de los hombres que esperan en la noche el regreso de su señor.  Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, el ser vigilantes en la vida. “¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!” (v.37): es la alegría de atender con fe al Señor, del estar preparados en una actitud de servicio. Se hace presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será beato quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más el Señor mismo se hará siervo de sus siervos- es una bonita recompensa- en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábola, ambientada de noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, que anuncia el día luminoso de la eternidad. Para poder participar se necesita estar preparados, despiertos y comprometidos en el servicio a los demás, en la consolante perspectiva que “desde allí”, no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acogerá en su mesa. Pensándolo bien, esto sucede hoy, cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.
La segunda parábola tiene como imagen la llegada imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigilancia; es más Jesús exhorta: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (v.40). El discípulo es aquel que espera al Señor y a su Reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la partida del señor. En la primera imagen, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. En la segunda imagen, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por ello, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación que sucede frecuentemente también en nuestros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas que nacen de la idea de comportarse como señores en la vida de los demás. Tenemos un solo señor a quien no le gusta hacerse llamar “señor” sino Padre”. Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre.
Jesús nos recuerda hoy que la espera de la bienaventuranza eterna no nos dispensa del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, justamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos empuja a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles. Que la Virgen María nos ayude a ser personas y comunidades no conformistas con el presente, o peor aún nostálgicas del pasado, sino dirigidas hacia el futuro de Dios, hacia el encuentro con Él, nuestra vida y nuestra esperanza”. 
(Mónica Zorita- RV)
(from Vatican Radio)

San Cayetano de Thiene – 7 de agosto

Firmaba sus cartas con un «Cayetano, miserable sacerdote»; tal era el aprecio que por sí mismo sentía. Pertenecía a la aristocracia. Último de los hijos del conde Gaspar de Thiene y de María di Porto, procedía de una noble familia de Vicenza y allí nació en 1480. Le impusieron el nombre de Cayetano en honor de un tío canónigo y profesor de derecho de la universidad de Padua que había fallecido. El santo seguiría sus pasos a nivel académico. Cuando su padre murió en Velletri hallándose en la guerra, seguramente a causa de la malaria, tenía 2 años. La madre, una admirable mujer que era terciaria dominica, fue un ejemplo de piedad para él y sus dos hermanos, que crecieron en un ambiente impregnado de valores esenciales para la vida. Al trasladarse a la universidad de Padua para estudiar ya tenía el hábito de ejercitarse en la oración. Era muy inteligente, y en 1504 obtuvo el doble doctorado en derecho civil y canónico. Sus breves estancias en las posesiones que su familia tenía en Rampazzo dieron sus frutos. Instruyó espiritualmente a los campesinos, y erigió junto a un hermano una capilla dedicada a santa María Magdalena.
Su madre deseaba que tuviera cierta relevancia entre los suyos porque ya habría visto en él a un hombre de gran valía. Pero Cayetano se limitó a ayudarles sin tomar sobre sus hombros otra carga y partió a Vicenza como senador, aunque tenía los ojos puestos en el sacerdocio. Con el firme convencimiento de que estaba destinado por Dios a realizar una gran misión, en 1506 se fue a Roma. La ciudad en esa época no era precisamente recomendable para la juventud. Sin embargo no apagó su vocación. El papa Julio II lo nombró protonotario. A la muerte de éste, acaecida en 1513, vio la oportunidad de centrarse en su formación para recibir el sacramento del orden. Hacia 1516 fundó el oratorio del Amor Divino y junto a presbíteros y laicos, que perseguían la santidad y la evangelización, trabajó por los enfermos. Espiritualmente tenían como base la oración y recepción de los sacramentos. Al año siguiente fue ordenado sacerdote, a sus 33 años, en medio de su personal conmoción por sentirse indigno de esa gracia. En la primera misa que ofició en la basílica de Santa María la Mayor el 6 de enero de 1517 tuvo una visión. En ella la Virgen, que portaba al Niño Jesús, lo puso en sus brazos. Fue destinado a la parroquia de Santa María de Malo, y tuteló los santuarios que jalonaban el monte Soratte.
En 1518 regresó a Vicenza para auxiliar a su madre, ya muy enferma. En la ciudad se hallaba el oratorio de San Jerónimo que incluía entre sus fines la atención a los pobres, con la riqueza añadida de la presencia de laicos, y a él se vinculó Cayetano. Su decisión no fue bien acogida en su entorno. No entendían cómo alguien de su alta posición social podía enrolarse en tal aventura. Pero esa llama del amor, tantas veces incomprendida, era la que alumbraba su vida porque él no perseguía honores ni glorias, aunque bien pudo tenerlos. Le guiaba esta religiosa convicción, compartida con otros compañeros: «En el oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le encontramos personalmente».Abrió otro Oratorio en Verona, y en 1520 María Porto murió. Ese año se trasladó a Venecia, por sugerencia de su confesor, el dominico Juan Bautista de Crema, donde fundó el hospital de incurables. Además de servir a los pobres, buscó expresamente a los que sufrían gravísimas afecciones, enfermos ante cuya presencia muchos hubieran huido por su carácter repulsivo; les ayudaba económicamente. En el transcurso de los tres años de permanencia introdujo la bendición con el Santísimo Sacramento. En una época en la que no era usual recibir con frecuencia la Eucaristía, se empeñó en que valorasen tan inmenso don y se beneficiaran de él. Decía: «No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al banquete celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza».
A punto de que se fraguara el sueño de aportar a la reforma eclesial la figura del clérigo regular por considerar el importante papel del sacerdote, escribió a sus familiares: «Desde hace un tiempo, Cristo me llama e invita por su bondad a tener parte en su reino. Y me hace ver mas claro cada día que no se puede servir a dos señores, al mundo y a Cristo. Veo a Cristo pobre, y a mí, rico; a Él escarnecido y a mí agasajado; a Él en sufrimiento y a mí en delicias. Me muero de ganas de caminar algún paso a su encuentro». De lo más íntimo de su ser surgía una insistente plegaria: que Dios le concediese la gracia de hallar tres o cuatro personas dispuestas a vivir la radicalidad evangélica para introducir la reforma que precisaba la Iglesia en esos momentos. Y recibió la respuesta en las personas de Caraffa (luego pontífice Pablo IV), Bonifacio da Colle y Pablo Consiglieri. Fueron los primeros integrantes de su fundación nacida con el espíritu evangélico: «buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura». Aprobada por Clemente VII en 1524, tuvo en Caraffa su primer general.
En 1527 la casa fue arrasada por las tropas de Carlos V, y ellos detenidos y torturados en la Torre del Reloj. Después de ser liberados por un soldado español que se apiadó de ellos, fueron enviados a Venecia. En 1530 Cayetano fue elegido general, hasta que tres años más tarde, Caraffa de nuevo superior suyo, lo envió a Verona, donde sufrió la oposición de gran parte del clero y fieles. De allí se trasladó a Nápoles en 1533 y fundó otra casa. Su caridad, su fervor y ardor apostólico sellados por su devoción a María obraban incontables conversiones. Fundó los Montes de Piedad para ayuda a los pobres, creó hospicios y abrió hospitales. Fue agraciado con el don de milagros. Murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547 y ese mismo día cesó la guerra desatada en la ciudad. Urbano VIII lo beatificó el 8 de octubre de 1629. Clemente X lo canonizó el 12 de abril de 1671.

LA ACTITUD DE EXPECTACIÓN

En plenas vacaciones, cuando la naturaleza invita a desconectar de todo y a quedar como sustraídos de la realidad, en un presentismo placentero. La Palabra de este domingo se convierte en aviso, a semejanza de lo que sucede en las playas, cuando hondea la bandera que indica el posible riesgo, que se corre si se entra en el mar.
El libro de la Sabiduría enseña a vivir con los ojos puestos en el horizonte de lo que se espera. Gracias a las promesas reveladas por Dios, y llevadas a cabo por Jesús, podemos vivir esperanzados. “La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban” (Sb). No vivimos una historia sin proyecto, sino que cada día debemos afianzarnos en el plan divino, que se nos brinda como mejor forma de vida.
El horizonte, según vivamos el presente, se puede interpretar esperanzador, como lo canta el salmo: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. (Sal). O puede adquirir tintes tormentosos, si se vive al margen del anuncio evangélico, lo recomendado es: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame” (Lc).
En todo tiempo, el creyente debe vivir según su fe, y para los cristianos, “la fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve” (Hbr). Jesucristo es horizonte luminoso de sentido. Él es quien nos adelanta nuestro propio futuro. El presente, para el cristiano, es una profecía, y desde esta certeza cabe vivir en toda circunstancia con paz, y con serenidad.
Vivir de espaldas al horizonte de sentido trascendente de la vida es un error, que secuestra en un tiempo sin salida. Vivir amenazados por el miedo es una respuesta de la naturaleza, emancipada de la fe. Nos corresponde atravesar la historia, apoyados en el bordón de la Palabra, que nos asegura el cumplimiento de las promesas divinas.
Y para quien sigue el consejo de las Escrituras resuenan las bienaventuranzas: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”. “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”. “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo” (Lc).
Ángel Moreno de Buenafuente

Los necesitamos más que nunca

Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga.¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?
En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que solo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?
Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.
Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.
Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.
Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.
Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y cercana a los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola

Estad preparados

Evangelio según San Lucas 12,32-48.



No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.

Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!"
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".
El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."