miércoles, 21 de septiembre de 2016

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL EVANGELIO DE HOY: 

«Celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Celebramos la historia de una conversión. Él mismo, en su evangelio, nos cuenta cómo fue el encuentro que marcó su vida, él nos introduce en un “juego de miradas” que es capaz de transformar la historia.

Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado en la mesa de recaudación de los impuestos, Jesús pasaba, lo vio, se acercó y le dijo: «“Sígueme”. Y él, levantándose, lo siguió».

Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselos a los romanos. 

Los publicanos eran mal vistos, incluso considerados pecadores, y por eso vivían apartados y despreciados de los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social.

Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. 

Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. 

Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida. Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. 

Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida.

Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. 

Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien Él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto.

Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con una pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos. 

Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a mirar como Él nos mira. Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos, las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente la imagen de su Padre». 

(Papa Francisco, homilía del 21-9-2015)

21 de septiembre: san Mateo, Apóstol y evangelista



Fue piedra de escándalo para los fariseos y el pueblo. Tenía un oficio nada agradecido; recaudaba impuestos. Y ¡cómo va a agradar al paisano que le tomen su dinero para el fisco! Mucho menos si el cliente es judío y, además, si sabe bien que su contribución va a las arcas romanas y servirá para que sigan dominándoles. Y esto humillaba sobremanera al pequeño, pero soberbio pueblo. Además, él era un jefe, porque parece ser que el cuerpo de recaudadores gozaba de alguna organización, cosa propia, por otra parte, de cualquier actividad que mueve dinero. Se llamaba Leví.
La llamada que le hizo Jesús al apostolado rompía los esquemas de los israelitas piadosos y temerosos de Dios que no habían sido todavía capaces de soltar las amarras de los prejuicios sociales. Porque aquel recaudador estaba considerado a la altura que tenían las prostitutas. Pero él dejó de pronto su puesto, abandonó gozoso los dineros en la mesa y se marchó con el joven rabí; aquel abandono tenía el corte de lo definitivo. Después se confirmará su alternativa en la ladera de la Montaña.
Cuando el Señor marchó al cielo, Mateo se quedó en Palestina predicando a los judíos que Jesús vivía después que murió. Como los primeros cristianos son de la ciudad y sus contornos, va cuidando a la comunidad que surge vigorosa y agradecida. Llega el momento de notar las necesidades nuevas que poco a poco van apareciendo y decide poner por escrito los hechos y dichos de Jesús.
Va a ser el primer evangelista. Recoge las parábolas y sus explicaciones, los discursos, los milagros, los gestos y los mandatos; se recrea en recalcar a los que leerán aquellos pergaminos que Dios no rechaza a los pecadores, sino que los buscó siempre con verdadero apasionamiento y asegura de modo firme y seguro que Jesús llama a todos a su lado para que formen parte del Reino. Y lo hizo en arameo, la lengua vulgar que hablaba Jesús, aunque la versión que nos ha llegado está en griego; allí quedaba resumida la enseñanza de Pedro y Pablo, la de la primitiva Iglesia que estaba balbuceando y se abría paso –con dificultades– entre los judíos, y ya comenzaba a asentarse también entre los paganos.
Sus fieles son principalmente judíos. No rehúye hablar del culto, de las fiestas y mencionará los Libros Sagrados, a Moisés y a los profetas; y, lo que es más, se apoyará en ellos para afirmar que Jesús es el Mesías porque en Él se cumplen las antiguas profecías: la genealogía, su nacimiento de madre virgen, la pasión redentora, la muerte afrentosa con bienes espirituales universales. La misma resurrección de Jesús entra dentro del plan previsto por Dios afirmando que es, definitivamente, el prometido a los Patriarcas y recordado por los profetas. Ya no hay que esperar a otro.
Da una explicación congruente para aclarar por qué Jesús renunciaba a que en público se le llamara Mesías; y es que habían cambiado su misión confundiéndola con una esperanza temporal, política y terrena; solo en algunos pocos –piadosos y santos– se conservaba la verdadera esperanza de salvación que Él traía.
Siempre tuvo la preocupación de transmitir con absoluta fidelidad lo que Jesús hizo y dijo, dejando en penumbra su propia persona de testigo privilegiado, hasta el punto de dar la sensación al lector de que es un miembro gris del colegio apostólico por no transmitirse de él ninguna pregunta, ni queja, ni expresión, ni gesto. Hablará de la Iglesia, fundamentada sobre Pedro, como único camino, y de la necesidad del bautismo para ser cristiano y llegar a la salvación. Probablemente, Mateo tenía impresa en el alma, por su antigua profesión, «ir al grano y dejarse de cuentos».
A partir de estos datos, nada más se sabe como cierto. Entra el amplio e ilimitado campo de la leyenda múltiple diciendo cosas más verosímiles que ciertas. La que prosperó más lo hace presente en Etiopía a donde marchó desde Egipto; dice que confirmó su doctrina con milagros como la curación de una hija del rey etíope Egipo, que se convirtió con toda su familia; y dice también que murió mártir mientras celebraba la Eucaristía a manos del rey Hirtaco y sus sicarios por no conseguir casarse con Epigenia, la hija curada de su antecesor, que había consagrado a Dios su virginidad por consejo de Mateo.
Archimadrid.org

Carlos Osoro organiza la "Fiesta del Perdón y la Misericordia" en Madrid


Los días 22, 23 y 24 de septiembre tendrá lugar en Madrid la Fiesta del Perdón y la Misericordia; tres días de encuentros festivos y culturales, de oración y de celebraciones sacramentales en la plaza de la catedral de la Almudena para extender el abrazo de la Iglesia a todo el mundo y recibir la inmensa gracia de este Año Jubilar de la Misericordia.
Coincidiendo con la recta final del Año de la Misericordia y en el marco de los trabajos del Plan Diocesano de Evangelización, el Arzobispado invita a participar en la Fiesta del Perdón y la Misericordia. En su programación, cuenta con proyecciones de cine, conciertos musicales, teatro, talleres, así como encuentros y momentos de anuncio delperdón y la misericordia divina, de oración y de celebración, fundamentalmente del sacramento de la Reconciliación. Tres días de fiesta para «poner los ojos en Jesús y acoger de nuevo lo que desde lo más profundo de su corazón nos regala: su amor infinito, su ternura entrañable», afirma el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro.
Los días 22, 23 y 24, a las 20:00 horas, habrá un momento especial de cantos, testimonios y encuentros, mientras sacerdotes estarán disponibles para celebrar el sacramento de la Reconciliación con todos los que lo deseen. Las confesiones se atenderán en diferentes idiomas.
El jueves 22 de septiembre a las 21:30 horas, en la plaza de la Armería (entre la catedral de la Almudena y el Palacio Real), se instalará una inmensa pantalla para disfrutar de unatarde-noche de cine al aire libre con la proyección de la película Cartas de la Madre Teresa, protagonizada por Juliet Stevenson. Esla última cinta que se ha estrenado sobre la Santa recientemente canonizada; ha sido ganadora del premio del público en el Festival del Sedona y del premio a la mejor actriz y director en el Festival Mirabile Dictu del Vaticano.
Inspirados en la vida y obra de madre Teresa, los participantes de la Fiesta del Perdón y la Misericordia que lo deseen pueden llevar la tarde del jueves 22 alimentos no perecederos que recogerán los voluntarios y se donarán a Banco de Solidaridad, una asociación que asiste a familias en situación de necesidad.
El viernes 23, tras la Fiesta del Perdón, donde habrá cantos y testimonios, a las 21:00 horas, en el interior de la catedral de la Almudena, tendrá lugar el concierto Su amor infinito y su ternura entrañable. Música con orquesta, coro y la participación del coro rociero El Encuentro. Será una tarde-noche conmovedora. Entre pieza y pieza, se leerán hermosos textos sobre la misericordia.
El sábado 24, a lo largo de todo el día, se desarrollará la Fiesta del Perdón y la Misericordia. Por la mañana, están invitadas a participar especialmente las familias. Habrá para ellas diferentes actividades: a las 12:00 horas, un encuentro festivo; a las 12:30 horas, una suelta de globos con los deseos de los más pequeños; a las 12:45 horas, unespectáculo de magia y diferentes actividades; a las 13:15 horas, un flashmob y a las 19:00 horas, un taller de flamenco para bailar todos juntos.
La tarde-noche del sábado 24, los jóvenes del grupo de teatro Áncora representarán el musical Los miserables. Una adaptación de la obra de Víctor Hugo que, gracias a las imponentes voces y a la interpretación de los cincuenta miembros del grupo, nos hará disfrutar de esta gran historia que nos habla de perdón y misericordia.
«En este Año de la Misericordia, queremos cantar desde el corazón a todo Madrid que siempre, a pesar de que la oscuridad y las dificultades de la vida, siempre, Dios hace salir el Sol. Es la historia de un hombre que ve con odio al mundo, a Dios, sintiéndose profundamente miserable, que se encuentra con uno que es diferente, que no lo juzga, que se abaja hasta su miseria para levantarle y decirle: Yo te Amo y tras encontrar a Jesús a través de un sacerdote, se levanta y comienza una nueva vida, sembrando amor», explica Fran Pérez, director del musical.
Durante este «tiempo de gracia», los participantes en la Fiesta del Perdón y la Misericordia pueden obtener la indulgencia jubilar al realizar la peregrinación a la Puerta Santa en la catedral de la Almudena o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Es necesario, asimismo, recibir el perdón de los pecados -esto puedes ser unos días antes o después de haber realizado la peregrinación-, comulgar, hacer la profesión de fe (recitación del credo) en el templo jubilar y rezar por las intenciones del Papa.
¿Quieres ser voluntario en la Fiesta del Perdón y la Misericordia? Inscríbete en el siguiente enlace.

Sígueme. Él se levantó y lo siguió


Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
Palabra del Señor.

Paz es el nombre de Dios. Desde Asís, llamamiento por la paz 2016

Hombres y mujeres de distintas religiones hemos venido, como peregrinos, a la ciudad de san Francisco. En 1986, hace 30 años, e invitados por el Papa Juan Pablo II, Representantes religiosos de todo el mundo se reunieron aquí —por primera vez de una manera tan solemne y tan numerosos—, para afirmar el vínculo indisoluble entre el gran bien de la paz y una actitud auténticamente religiosa. Aquel evento histórico dio lugar a un largo peregrinaje que, pasando por muchas ciudades del mundo, ha involucrado a muchos creyentes en el diálogo y en la oración por la paz; ha unido sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a la solución de no pocos conflictos. Este es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro a través del diálogo, oponerse a cualquier forma de violencia y de abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y aun así, en estos años trascurridos, hay muchos pueblos que han sido gravemente heridos por la guerra. No siempre se ha comprendido que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y de odio. Con la guerra, todos pierden, incluso los vencedores.
Hemos dirigido nuestra oración a Dios, para que conceda la paz al mundo. Reconocemos la necesidad de orar constantemente por la paz, porque la oración protege el mundo y lo ilumina. La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma. Con total convicción, reafirmamos por tanto que la violencia y el terrorismo se oponen al verdadero espíritu religioso.
Hemos querido escuchar la voz de los pobres, de los niños, de las jóvenes generaciones, de las mujeres y de muchos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra; con ellos, decimos con fuerza: No a la guerra. Que no quede sin respuesta el grito de dolor de tantos inocentes. Imploramos a los Responsables de las naciones para que se acabe con los motivos que inducen a la guerra: el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado. Que crezca el compromiso concreto para remover las causas que subyacen en los conflictos: las situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad, la explotación y el desprecio de la vida humana.
Que se abra en definitiva una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos. Que se actúe con responsabilidad para construir una paz verdadera, que se preocupe de las necesidades auténticas de las personas y los pueblos, que impida los conflictos con la colaboración, que venza los odios y supere las barreras con el encuentro y el diálogo. Nada se pierde, si se practica eficazmente el diálogo. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz; desde Asís, con la ayuda de Dios, renovamos con convicción nuestro compromiso de serlo, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
(from Vatican Radio)

Sólo la paz es santa y no la guerra. Lo recuerda el Papa despidiéndose de Asís

Santidades, Ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades cristianas y de las Religiones, queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con gran respeto y afecto, y les agradezco su presencia. Hemos venido a Asís como peregrinos en busca de paz. Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas. Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos sobre todo necesidad de orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Muchos de ustedes han recorrido un largo camino para llegar a este lugar bendito. Salir, ponerse en camino, encontrarse juntos, trabajar por la paz: no sólo son movimientos físicos, sino sobre todo del espíritu, son respuestas espirituales concretas para superar la cerrazón abriéndose a Dios y a los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con el querido Hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, he visto en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz. Pienso en las familias, cuyas vidas han sido alteradas; en los niños, que en su vida sólo han conocido la violencia; en los ancianos, obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha transformado en una invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que invocamos desde Asís no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera «el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración» (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 octubre 1986: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española [2 noviembre 1986, 1]). Buscamos en Dios, fuente de la comunión, el agua clara de la paz, que anhela la humanidad: ella no puede brotar de los desiertos del orgullo y de los intereses particulares, de las tierras áridas del beneficio a cualquier precio y del comercio de las armas.
Nuestras tradiciones religiosas son diversas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego. Hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia. Por el contrario, sin sincretismos y sin relativismos, hemos rezado los unos con los otros, los unos por los otros. San Juan Pablo II dijo en este mismo lugar: «Acaso más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (ID., Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Continuando el camino iniciado hace treinta años en Asís, donde está viva la memoria de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, «reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda» (ID., Discurso a los representantes de las Religiones, Asís, 24 enero 2001), que ninguna forma de violencia representa «la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción» (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 octubre 2011). No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa y no la guerra.
Hoy hemos implorado el don santo de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, promuevan la paz entre los pueblos y cuiden la creación, nuestra casa común. La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar encerrados en la lógica del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de los que sólo saben protestar y enfadarse. La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria: no la tranquilidad de quien esquiva las dificultades y mira hacia otro lado, cuando no se tocan sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos cuando los problemas no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos ni ensuciarse las manos para ayudar a quien tiene necesidad. Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner en el primer lugar a los que sufren; el de afrontar los conflictos y sanarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia el camino del bien, rechazando los atajos del mal; el de poner en marcha pacientemente procesos de paz, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad.
Paz, un hilo de esperanza, que une la tierra con el cielo, una palabra tan sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace de dentro y, en nombre de Dios, hace que se puedan sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad para el diálogo, superación de la cerrazón, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que es un don y no un problema, un hermano con quien tratar de construir un mundo mejor. Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.
Aquí, nosotros, unidos y en paz, creemos y esperamos en un mundo fraterno. Deseamos que los hombres y las mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos. Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres. Y nosotros, como Responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos también a quienes tienen la más alta responsabilidad al servicio de los pueblos, a los Líderes de las Naciones, para que no se cansen de buscar y promover caminos de paz, mirando más allá de los intereses particulares y del momento: que no quede sin respuesta la llamada de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas esperanzas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años, san Juan Pablo II dijo: «La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal» (Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Asumamos esta responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, todos juntos, constructores de la paz que Dios quiere y de la que la humanidad está sedienta.
(from Vatican Radio)