Hombres y mujeres de distintas religiones hemos venido, como peregrinos, a la ciudad de san Francisco. En 1986, hace 30 años, e invitados por el Papa Juan Pablo II, Representantes religiosos de todo el mundo se reunieron aquí —por primera vez de una manera tan solemne y tan numerosos—, para afirmar el vínculo indisoluble entre el gran bien de la paz y una actitud auténticamente religiosa. Aquel evento histórico dio lugar a un largo peregrinaje que, pasando por muchas ciudades del mundo, ha involucrado a muchos creyentes en el diálogo y en la oración por la paz; ha unido sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a la solución de no pocos conflictos. Este es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro a través del diálogo, oponerse a cualquier forma de violencia y de abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y aun así, en estos años trascurridos, hay muchos pueblos que han sido gravemente heridos por la guerra. No siempre se ha comprendido que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y de odio. Con la guerra, todos pierden, incluso los vencedores.
Hemos dirigido nuestra oración a Dios, para que conceda la paz al mundo. Reconocemos la necesidad de orar constantemente por la paz, porque la oración protege el mundo y lo ilumina. La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma. Con total convicción, reafirmamos por tanto que la violencia y el terrorismo se oponen al verdadero espíritu religioso.
Hemos querido escuchar la voz de los pobres, de los niños, de las jóvenes generaciones, de las mujeres y de muchos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra; con ellos, decimos con fuerza: No a la guerra. Que no quede sin respuesta el grito de dolor de tantos inocentes. Imploramos a los Responsables de las naciones para que se acabe con los motivos que inducen a la guerra: el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado. Que crezca el compromiso concreto para remover las causas que subyacen en los conflictos: las situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad, la explotación y el desprecio de la vida humana.
Que se abra en definitiva una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos. Que se actúe con responsabilidad para construir una paz verdadera, que se preocupe de las necesidades auténticas de las personas y los pueblos, que impida los conflictos con la colaboración, que venza los odios y supere las barreras con el encuentro y el diálogo. Nada se pierde, si se practica eficazmente el diálogo. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz; desde Asís, con la ayuda de Dios, renovamos con convicción nuestro compromiso de serlo, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
(from Vatican Radio)
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