domingo, 24 de noviembre de 2013

Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino, por el Papa Francisco

Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre . A Él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy. 

Mientras todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a tí mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida hasta el final pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» ( Lc 23,42). 

Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar a nuestra historia, a nuestro camino. 

Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros. Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "¡acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino!". Jesús, acuérdate de mí, porque yo tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí, Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, tantas veces. "¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al centro, Tú que estás en tu Reino!" 

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor siempre da más de lo que se le pide, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: ¡le pides que se acuerde de tí y te lleva a su Reino! Jesús está precisamente al centro de nuestros deseos de alegría y de salvación. Vayamos todos juntos por este camino. 

El Papa Francisco concluye el Año de la Fe

El Papa Francisco a las comunidades de clausura: “María es la mujer de la espera y de la esperanza que nunca flaquea”

 “María es la madre de la esperanza y de ella nació la enseñanza de mirar al futuro con esperanza”. Este fue el mensaje que el Papa Francisco entregó este jueves por la tarde a las monjas benedictinas camaldulenses del Aventino de Roma, en ocasión de su visita al monasterio de San Antonio Abad, en la Jornada de las Claustrales, dedicada a todas las comunidades de clausura. Dio la bienvenida al Santo Padre la abadesa, Sor Michela Porcellato, luego el Pontífice celebró con la Comunidad las Vísperas.

Francisco, dirigiéndose a las religiosas, celebró a la Virgen María, imagen de la esperanza cristiana, que conocía y amaba a Jesús como ninguna otra criatura, y con quien estableció un vínculo de parentesco, incluso antes de dar a luz:

“Se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento que acoge las palabras del Ángel y dice: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Este "hágase en mí" no es sólo aceptación, sino también apertura al futuro: ¡es esperanza! ¡Este "hágase en mí" es esperanza!”

María es la Madre de la esperanza. A las monjas que le escuchan, y a la abadesa, el Papa recuerda todos los “sí” de la vida de María, desde la Anunciación, que son, de hecho, "el icono más expresivo de la esperanza cristiana":

“María no sabía cómo podía ser madre, pero se confió totalmente al misterio que iba a cumplirse, y se ha convertido en la mujer de la espera y de la esperanza”.

El Papa da cuenta de la María de Belén para el nacimiento de Jesús; la María, en Jerusalén para la presentación en el templo. María es consciente de cómo la misión y la identidad de aquel Hijo, que se hizo Maestro y Mesías, supera su ser madre y al mismo tiempo puede generar temor, así como las palabras de Simeón y su profecía de dolor. "Y sin embargo - dijo el Papa - ante todas estas dificultades y sorpresas del plan de Dios, la esperanza de la Virgen nunca flaquea".

“Esto nos dice que la esperanza se nutre de la escucha, la contemplación, la paciencia, para que los tiempos del Señor maduren”.

Incluso cuando María se convierte en la dolorosa al pie de la cruz, afirmó Francisco, su esperanza no cede, sino que la sostiene en la "espera vigilante de un misterio, mayor del dolor que está por cumplirse".

“Todo parece realmente acabado; cualquier esperanza podría decirse apagada. También ella, en ese momento, podría haber dicho, si no hubiera recordado las promesas de la Anunciación: "¡Esto no es cierto! ¡He sido engañada!". Y no lo hizo”.

María creyó. Su fe le ha hecho esperar con esperanza en el futuro de Dios. Una esperanza, que según el Santo Padre, hoy el hombre no logra tener.

“Muchas veces pienso: "¿Sabemos esperar el mañana de Dios, o queremos el hoy, el hoy, el hoy?". El futuro de Dios es para ella el amanecer de aquel día, el primero de la semana. Nos hará bien pensar en la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre”.

En conclusión, observando aquella "lámpara encendida en el sepulcro de Jesús", que "es la esperanza de la madre", y en ese momento también "la esperanza de la humanidad", el Papa preguntó:

“¿... en los monasterios esta lámpara todavía está encendida? ¿En los monasterios se espera en el futuro de Dios?”

“María es, pues, el testimonio sólido de la esperanza -dijo el Obispo de Roma-, presente en cada momento de la historia de la salvación:

“Ella, la madre de la esperanza, nos sostiene en los momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de derrota aparente, en las verdaderas derrotas humanas. Que María, nuestra esperanza, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda grata al Padre Celestial, un regalo alegre para nuestros hermanos, una actitud que siempre mire hacia el futuro”.

ER RV

"Tenemos en común una cosa: el deseo de Dios", el Papa a los catecúmenos

Queridos catecúmenos, Este momento conclusivo del Año de la Fe, los encuentra aquí reunidos, con sus catequistas y familiares, en representación también de tantos otros hombres y mujeres que están cumpliendo, en diversas partes del mundo, su mismo camino de fe. Espiritualmente estamos todos unidos en este momento.
Vienen de muchos países diferentes, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Y sin embargo, esta tarde sentimos de tener entre nosotros tantas cosas en común. Sobretodo tenemos una: el deseo de Dios.

Este deseo es evocado por las palabras del salmista: “Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré el rostro de Dios?” ¡Cuánto es importante mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de Él, hacer experiencia de su amor, hacer experiencia de su misericordia! Si viene a faltar la sed del Dios viviente, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, corre el riesgo de apagarse, como un fuego que no es reavivado. Corre el riesgo de volverse rancia, sin sentido.

El pasaje del Evangelio, cfr Jn 1,35-42, nos ha mostrado que Juan Bautista indica a Jesús, a sus discípulos, como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y luego, a su vez, se convierten en “mediadores” que permiten a otros encontrar al Señor, conocerlo y seguirlo.

Hay tres momentos en este pasaje que llaman a la experiencia del catecumenado. En primer lugar, está la escucha. Los dos discípulos han escuchado el testimonio del Bautista. También ustedes, queridos catecúmenos, han escuchado a aquellos que les han hablado de Jesús y les han propuesto seguirlo, convirtiéndose en sus discípulos a través del Bautismo. En el tumulto de tantas voces que resuenan alrededor de nosotros y dentro de nosotros, ustedes han escuchado y acogido la voz que les indicaba a Jesús como el único que puede dar pleno sentido a nuestra vida.
El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Después de haberlo encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los otros, para que también ellos puedan encontrarlo.
Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto nos hace bien contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para poder encontrarlo a Él y para abrirnos al encuentro con los otros. 

Dios, en primer lugar, viene hacia cada uno de nosotros. ¡Y esto es maravilloso, Él viene a nuestro encuentro! En el Biblia Dios aparece siempre como aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y por lo general, lo busca justamente mientras el hombre hace la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y huir de Él. Dios no espera a buscarlo: ¡lo busca enseguida! ¡Es un buscador paciente nuestro Padre! Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos. No se aleja de


nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento oportuno para el encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando ocurre el encuentro, no es nunca un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer por mucho tiempo con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría.
Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca se apresura para dejarnos. Se queda con nosotros. Como nosotros lo anhelamos a Él y lo deseamos, así también Él tiene el deseo de estar con nosotros, porque nosotros le pertenecemos a Él, somos “cosa” suya, somos sus criaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios es un Dios sediento por nosotros. Este es el corazón de Dios… ¡es bello sentir esto!
La última parte del pasaje es caminar. Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un trecho de camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús…Recuerden siempre esto, la fe es un camino con Jesús y es un camino que dura toda la vida. Al final estará. Ciertamente, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, también la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar siempre más adentro del misterio del amor de Dios, que nos sobrepasa y nos permite vivir con serenidad y esperanza.
Queridos catecúmenos, hoy ustedes inician el camino del catecumenado. Les deseo recorrerlo con alegría, seguros del sostén de toda la Iglesia, que los mira con mucha confianza. María, la discípula perfecta, los acompaña: ¡Es bello sentirla como nuestra Madre en la fe! Los invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que les hizo abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la cual por primera vez permanecieron con Jesús, sintieron su mirada sobre ustedes. No se olviden nunca esta mirada de Jesús, sobre ti, sobre ti, sobre ti... ¡No se olviden nunca esa mirada, es una mirada de amor! Y así estarán siempre seguros del amor fiel del Señor. Él es fiel, estén seguros! ¡Él no los traicionará jamás! (Traducción del italiano: Griselda Mutual y Mariana Puebla – RV)