martes, 13 de diciembre de 2016

Científicos reconstruyen rostro de San Nicolás, «el verdadero Santa Claus»


Los científicos de una universidad de Liverpool en Inglaterra revelaron lo que aseguran es el retrato más realista jamás creado de San Nicolás de Bari, el popular obispo del siglo IV conocido por ser la inspiración de la figura moderna de Santa Claus.
Los investigadores del Face Lab de la Universidad John Moores de Liverpool utilizaron un sistema de reconstrucción facial y tecnología interactiva 3D para crear el retrato, el cual se dio a conocer el 6 de diciembre de 2014 en la fiesta de San Nicolás.
La profesora universitaria Caroline Wilkinson dijo a la BBC que la reconstrucción se basó en «todo el material esquelético e histórico» disponible.
«Esta es la apariencia más realista de San Nicolás basada en todo el material esquelético e histórico. Es emocionante para nosotros poder ver la cara de este famoso obispo del siglo IV», agregó.
Un portavoz de la universidad detalló que la nueva imagen utiliza «los estándares anatómicos más actualizados, los datos de profundidad de tejido turco y las técnicas de CGI (imagen generada por computadora)».
Entre las características representadas en la imagen del santo está una nariz rota, la cual, según Wilkinson, fue «reparada asimétricamente, dándole una nariz característica y aspecto rugoso facial».
San Nicolás vivió entre los años 270 y 343. Fue el obispo de Myra, en el sur de Turquía.
Durante sus años como obispo fue encarcelado durante la persecución de Diocleciano, y más tarde liberado cuando Constantino llegó al poder.
Era conocido por su firme defensa de la fe, así como por su generosidad a menudo anónima hacia los necesitados.
Las historias que rodean al santo abundan. Se cree que una vez rescató a tres hermanas de ser vendidas en esclavitud por tirar bolsas de oro a través de una ventana abierta de su casa, con la finalidad de pagar las deudas de su familia.
Otra historia popular sostiene que se enfureció tanto con el hereje Arrio –quien afirmaba que Cristo no era verdaderamente Dios– que lo golpeó durante un acalorado debate en el Concilio de Nicea en el año 325. Basado en la nariz rota en la reconstrucción facial del santo, tal vez Arrio le devolvió el golpe.
ACI

El Papa en Sta. Marta: ‘Saber acusarse es el primer paso para no ser un hipócrita’


Podremos ser misericordiosos hacia los otros solamente si tenemos el coraje de acusarnos nosotros mismos. Lo indicó esta mañana el santo padre Francisco durante la homilía que pronunció en la capilla de la residencia Santa Marta.  Esto requiere que aprendamos a no juzgar a los otros, contrariamente nos volveremos hipócritas. Un riesgo del que tenemos que cuidarnos, “desde el Papa hacia abajo”, dijo.
El Santo Padre recordó que en estos días la liturgia nos hizo reflexionar sobre el estilo de vida cristiano revestido de sentimientos de ternura, bondad, mansedumbre, y nos exhorta a soportarnos mutuamente.
El Señor nos habla de la recompensa; “no juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados”. Ante esto cada uno puede decir: ‘padre es lindo, ¿pero cómo se se hace? ¿Cuál es el primer paso para ir por este camino?’
El primer paso nos lo indica hoy la lectura del evangelio: es acusarse a sí mismo, tener el coraje de acusarse a sí mismo antes de acusar a los demás. Y Pablo alaba al Señor porque lo ha elegido, y da gracias porque ‘me ha dado confianza poniéndome a su servicio’, “porque yo era un blasfemo, un perseguidor, un violento, pero hubo misericordia”.
San Pablo, añade el Papa, “nos enseña a acusarnos a nosotros mismos. Y el Señor con aquella imagen de la paja en el ojo del hermano y de la viga en el propio nos enseña ésto”. Y a no sentirnos “el juez que quita la paja del ojo ajeno”.
Jesús usa aquella palabra destinada a quienes tienen una doble cara, una doble alma: ‘hipócritas’. Y todos, iniciando desde el Papa hacia abajo: todos. Si uno de nosotros no tiene la capacidad de acusarse a sí mismo “no es cristiano, no entra en esta obra de reconciliación, de pacificación, de la ternura, de la bondad, del perdón, de la magnanimidad, de la misericordia que nos ha traído Jesucristo”.
Entonces el primer paso es “pedir al Señor la gracia de una conversión” y “cuando me viene en mente pensar a los defectos de los otros, pararme” y tener el coraje que tuvo san Pablo cuando dijo: ‘Yo era un blasfemo, un perseguidor, un violento…’.
¿Y cuántas cosas podemos decir sobre nosotros mismos? Ahorremos los comentarios sobre los demás y comentémonos nosotros mismos. Éste es el primer paso de la magnanimidad, contrariamente al mirar a los defectos de los otros terminamos “en la mezquindad”, con un alma llena de habladurías.
Pidamos al Señor, dijo, la gracia de “seguir el consejo de Jesús: ser generosos en el perdón y en la misericordia”. Para canonizar a una persona existe todo un proceso, que necesita un milagro, y después la Iglesia la proclama santa. Y si se encontrase a una persona que nunca, nunca habló mal del otro, “se la podría canonizar enseguida”.
(Fuente: Radio Vaticano. Traducido y adaptado por ZENIT).

Un número «notable» de refugiados musulmanes se convierte al cristianismo en Alemania


Algunos refugiados de origen musulmán han descubierto en el cristianismo «una religión de amor y respeto a la vida», en contraposición al terrorismo en nombre de la fe. Otros habían iniciado ya su acercamiento en sus países de origen
Un considerable número de refugiados musulmanes se ha convertido al cristianismo en Alemania, asegura un reportaje publicado por France Press. Según fuentes de las Iglesias católica y evangélica recogidas por la agencia, se trata de un número «notable», aunque «no grande».
«En nuestra diócesis, hay ya viarios grupos de refugiados que se están preparando para el bautismo y hay muchas más solicitudes», cuenta el sacerdote católico Felix Goldinger, de Espira (Renania-Palatinado). Proceden de países como IránAfganistánSiria o Eritrea. «Actualmente yo llevo a un grupo de 20 personas, pero no sé cuántos finamente se bautizarán», añade el sacerdote.
Antes de administrarles el sacramento, se les pide clarificar sus motivaciones. «Obviamente estamos encantados de que la gente se quiera bautizar, pero es muy importante para nosotros que estén seguros de su decisión», añade Goldinger. «En este período» de catecumenado, «es importante que examinen su religión original, el islam, y las razones por las cuales» quieren abrazar el cristianismo.
Según este sacerdote, muchos refugiados han descubierto en el cristianismo «una religión de amor y respeto a la vida», en contraposición a «los actos terroristas cometidos en nombre de la religión». Los hay que iniciaron su proceso de conversión en sus países origen, pero no pudieron hacerlo público por miedo a represalias. Y hay también quienes conocieron la fe cristiana durante su arduo viaje a Europa, como Saeed, un ingeniero afgano de 31 años que encontró consuelo en la Biblia durante su dura travesía hacia Europa por Turquía.
Lo que la Iglesia quiere descartar es que la conversión sea una coartada para facilitar la obtención de papeles en Alemania. Goldinger responde a esto que la conversión no necesariamente ayuda al refugiado en este proceso, y en todo caso asegura que, según su experiencia, «después del bautismo, la mayoría viven como cristianos y vienen a la iglesia».
A veces, por el contrario, el problema viene motivado precisamente por la conveniencia de no dar publicidad a la conversión. Ocurre cuando la persona conversa ha dejado familiares en su país de origen que pueden sufrir represalias por esta causa. Y las presiones llegan a veces también de otros refugiados. Según un reportaje del diario Berliner Morgenpost, la policía alemana ha tenido que intervenir en «casos aislados» por amenazas de refugiados musulmanes a otros refugiados cristianos.
En 2015 llegaron a Alemania más de un millón de refugiados, la mayoría procedentes de SiriaAfganistán e Irak.
Ricardo Benjume. Alfa y Omega

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (21,28-32)





A los que se arrepienten, a quienes son capaces de reconocer: «Sí, somos pecadores», el Señor reserva el perdón y dirige esta palabra, que es una de las palabras llenas de esperanza del Antiguo Testamento: “Dejaré en ti un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el Nombre del Señor”.

Aquí se distinguen las tres características del pueblo fiel de Dios: humildad, pobreza y confianza en el Señor. Y es precisamente esta la senda de la salvación. 

Quienes, en cambio, no escuchan la voz del Señor, no aceptan la corrección, no confian en el Señor, no pueden recibir la salvación: se cierran, ellos mismos, a la salvación.

Cuando vemos el santo pueblo de Dios que es humilde, que tiene sus riquezas en la fe en el Señor, en la confianza en el Señor; el pueblo humilde y pobre que confía en el Señor, entonces encontramos a los salvados; y este es el camino que debe recorrer la Iglesia. 

En el Evangelio de hoy, Jesús propone a los jefes de los sacerdotes, a los ancianos del pueblo, a todo ese “grupo” de gente que le declaraba la guerra, un problema sobre el cual reflexionar. Les presenta el caso de los dos hijos a quienes el padre les pide que vayan a trabajar a la viña. Uno responde: «No voy». Pero luego va. El otro, en cambio, dice: «Sí, papá», pero después reflexiona y no va, no obedece.

Jesús pregunta a sus interlocutores: ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre? ¿El primero, el que había dicho que no, ese joven rebelde que luego pensó en su padre y decidió obedecer, o el segundo? 

Así llega el juicio: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios». Ellos serán los primeros. 

Y explica así el motivo: «Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis». ¿Qué hizo esta gente para merecer tal juicio? No escuchó la voz del Señor, no aceptó la corrección, no confió en el Señor.

Alguien podría decir: «Pero padre, qué escándalo que Jesús diga esto, que los publicanos, que son traidores a la patria porque cobraban los impuestos para pagar a los romanos, precisamente ellos irán los primeros al reino de los cielos. ¿Y lo mismo sucederá con las prostitutas, que son mujeres de descarte?» «¿Señor Tú has enloquecido? Nosotros somos puros, somos católicos, comulgamos cada día, vamos a Misa». 

Sin embargo, precisamente ellos serán los primeros si tu corazón no es un corazón que se arrepiente. Y si tú no escuchas al Señor, si no aceptas la corrección y no confías en Él, no tienes un corazón arrepentido.

El Señor no quiere a estos hipócritas que se escandalizaban de lo que decía Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, pero luego a escondidas iban a ellos, o para desahogar sus pasiones o para hacer negocios. Se consideraban «puros», pero en realidad el Señor así no los quiere. 

Este juicio sobre el cual la liturgia de hoy nos hace pensar. Pero es, de todos modos, un juicio que da esperanza al mirar nuestros pecados. Todos, en efecto, somos pecadores. Cada uno de nosotros conoce bien la lista de los propios pecados, y podemos decir: «Señor te entrego mis pecados, la única cosa que podemos ofrecerte».

Había un santo que era muy generoso y ofrecía todo al Señor: lo que el Señor le pedía, él lo hacía. Lo escuchaba siempre y cumplía siempre su voluntad. Y el Señor en una ocasión le dijo: «Tú aún no me has dado una cosa». Y él, que era tan bueno, respondió: «Pero Señor, ¿qué cosa no te he dado? Te he dado mi vida, trabajo por los pobres, trabajo en la catequesis, trabajo aquí, trabajo allí...». Así, el Señor le salió al encuentro: «Tú aún no me has dado una cosa». Pero, «¿qué cosa Señor?», repitió el santo. «Tus pecados», concluyó el Señor.

He aquí la lección: cuando nosotros seamos capaces de decir al Señor: “Señor, estos son mis pecados, no son los de este o los de aquel... son los míos. Tómalos Tú. Así estaré salvado”, entonces seremos ese hermoso pueblo, pueblo humilde y pobre que confía en el Nombre del Señor.
(Homilía en Santa Marta 16-12-2014, adaptada de L’Osservatore Romano)

¿QUIÉN CUMPLE LA VOLUNTAD DEL SEÑOR?


Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.

Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.

¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron: «El primero».

Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Palabra del Señor

El Papa en la fiesta de la Emperatriz de América: “Con María le decimos sí a la vida y no a la indiferencia”

«Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,45) con estas palabras Isabel ungió la presencia de María en su casa. Palabras que nacen de su vientre, de sus entrañas; palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su prima: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,44-45).
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición. Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros Templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan. Así lo hizo también en 1531: corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos nuestros pueblos.
Con Isabel también nosotros hoy en su día queremos ungirla y saludarla diciendo: «Feliz de ti María porque has creído» y sigues creyendo «que se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor» (v. 45). María es así icono del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar. En María tenemos el fiel reflejo «no [de] una fe poéticamente edulcorada, sino [de] una fe recia sobre todo en una época en la que se quiebran los dulces encantos de las cosas y las contradicciones entran en conflicto por doquier».[1]
Y ciertamente tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse dentro de la historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en nuestra sociedad.
La sociedad que estamos construyendo para nuestros hijos está cada vez más marcada por los signos de la división y fragmentación, dejando «fuera de juego» a muchos, especialmente a aquellos a los que se les hace difícil alcanzar los mínimos para llevar adelante su vida con dignidad. Una sociedad que le gusta jactarse de sus avances científicos y tecnológicos, pero que se ha vuelto cegatona e insensible frente a miles de rostros que se van quedando por el camino, excluidos por el orgullo que ciega de unos pocos. Una sociedad que termina instalando una cultura de la desilusión, el desencanto y la frustración en muchísimos de nuestros hermanos; e inclusive, de angustia en otros tantos porque experimentan las dificultades que tienen que enfrentar para no quedarse fuera del camino.
Pareciera que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a vivir en la «sociedad de la desconfianza» con todo lo que esto supone para nuestro presente y especialmente para nuestro futuro; desconfianza que poco a poco va generando estados de desidia y dispersión.
Qué difícil es presumir de la sociedad del bienestar cuando vemos que nuestro querido continente americano se ha acostumbrado a ver a miles y miles de niños y jóvenes en situación de calle que mendigan y duermen en las estaciones de trenes, del subte o donde encuentren lugar. Niños y jóvenes explotados en trabajos clandestinos u obligados a conseguir alguna moneda en el cruce de las avenidas limpiando los parabrisas de nuestros autos..., y sienten que en el «tren de la vida» no hay lugar para ellos. Cuántas familias van quedando marcadas por el dolor al ver a sus hijos víctimas de los mercaderes de la muerte. Qué duro es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos obligándolos a vivir en la soledad, simplemente porque no generan productividad; o ver —como bien supieron decir los Obispos en Aparecida—, «la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa».[2] Son situaciones que nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
Frente a todas estas situaciones, tenemos que decir con Isabel: «Feliz de ti por haber creído», y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre.
Celebrar a María es, en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad. Siempre me ha impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, esas madres luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos. Así es María con nosotros, sus hijos: Mujer luchadora frente a la sociedad de la desconfianza y de la ceguera, frente a la sociedad de la desidia y la dispersión; Mujer que lucha para potenciar la alegría del Evangelio. Lucha para darle «carne» al Evangelio.
Mirar la Guadalupana es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de aquellos que logran «hacer carne» su Palabra, que buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia.
Celebrar la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza».[3]
María, porque creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos. os.Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gest Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia, de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
No tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada. Una mirada que nos hace hermanos. Lo hacemos porque, al igual que Juan Diego, sabemos que aquí está nuestra madre, sabemos que estamos bajo su sombra y su resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el cruce de sus brazos.[4]
Danos la paz y el trigo, Señor y Niña nuestra,
Una patria que suma hogar, templo y escuela,
Un pan que alcance a todos y una fe que se encienda
Por tus manos unidas, por tus ojos de estrella. Amén.

El Papa en la fiesta de la Guadalupana: «Al igual que María, estamos invitados a ir al encuentro de los demás»



«Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos», lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa con ocasión de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, presidida por tercera vez consecutiva, en la Basílica de San Pedro en honor a la Patrona de México, América y Filipinas.
En su homilía, el Santo Padre recordó las palabras del saludo de la Virgen María a su prima Isabel narrados en el Evangelio de San Lucas, «palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su prima». Es en este contexto, dijo el Pontífice que, «Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría». La escena evangélica –afirmó el Papa– lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición. Es así que lo vemos en María, señaló el Obispo de Roma, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros Templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan.
Hoy en día, dijo el Obispo de Roma, la sociedad en que vivimos «está cada vez más marcada por los signos de la división y fragmentación, dejando fuera de juego a muchos, especialmente a aquellos a los que se les hace difícil alcanzar los mínimos para llevar adelante su vida con dignidad». Es una sociedad que le gusta jactarse de sus avances científicos y tecnológicos, agregó el Pontífice, pero que se ha vuelto cegatona e insensible frente a miles de rostros que se van quedando por el camino, excluidos por el orgullo de unos pocos. «Una sociedad que termina instalando una cultura de la desilusión, el desencanto y la frustración en muchísimos de nuestros hermanos, precisó el Papa; e inclusive, de angustia en otros tantos porque experimentan las dificultades que tienen que enfrentar para no quedarse fuera del camino».
Frente a todas estas situaciones, afirmó el Sucesor de Pedro, «tenemos que decir con Isabel: Feliz de ti por haber creído, y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre. Celebrar a María, agregó el Papa, es en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad».
Mirar la Guadalupana, señaló el Papa Francisco, «es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de aquellos que logran hacer carne su Palabra, que buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia». Celebrar la memoria de María, agregó el Pontífice, «es afirmar contra todo pronóstico que en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza».
Renato Martínez/Radio Vaticano
Alfa y Omega

13 de diciembre: santa Lucía, virgen y mártir



Siendo una niña, Lucía de Siracusa juró dedicar su virginidad a Dios y más aún cuando sus padres la instaron a casarse con un pagano que la deseaba. Desconcertado e irritado por la negativa, el pretendiente denunció a Lucía ante el prefecto romano Pascasio; la joven terminó siendo llamada a juicio. Durante el interrogatorio, las palabras del prefecto se estrellaban una y otra vez contra la firmeza demostrada por la joven.
Cuando Pascasio la amenazó con llevarla a un prostíbulo, Lucía respondió: «Aunque el cuerpo no sea respetado, el alma no se mancha si no acepta ni consiente el mal». Inmediatamente, el prefecto ordenó el traslado al prostíbulo, pero los soldados no lograron moverla de su sitio, por lo que decidieron rodearla de una hoguera. De nuevo, Lucía resistió, dejando claro que no había llegado el momento de entregar su vida: «He rogado a mi Señor Jesucristo a fin que no me domine este fuego».
En un momento dado Lucía despareció entre las llamas, pero al apagarse éstas, sus agresores comprobaron que no había sufrido el menor daño. No les quedó más remedio que emplear los métodos más brutales: le arrancaron los ojos y le atravesaron el cuello con una espada. Era el 13 de diciembre del año 300. Santa Lucía es la patrona de los invidentes y de los modistas.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)

El Papa escribe al presidente de Siria para pedirle "un final a la violencia"



"Un final a la violencia" y "una solución pacífica a las hostilidades". Eso es lo que el Papa Francisco ha pedido hoy en una carta al presidente de Siria, Bashar al Assad, en la que añade tanto su condena "a toda forma del extremismo" como su súplica, para que "la ley humanitaria internacional sea plenamente respetada" en lo que se refiere a la protección de civiles en el país.
Como informó la Sala Stampa del Vaticano, y según fragmentos de la misiva publicados por la agencia de noticias siria Sana, el Papa pidió al mandatario sirio que se uniera a "los esfuerzos para finalizar la guerra y restaurar la paz con el fin de que Siria continúe siendo modelo de coexistencia entre las culturas y religiones, como siempre ha sido".
La misiva, entregada por el nuncio apostólico al país, el cardenal Mario Zenari, expresa la compasión del sumo pontífice por el país árabe y su pueblo por encontrarse en medio de las "difíciles circunstancias" por las que atraviesan.
A través del mensaje, el Papa reiteró su condena a toda forma de terrorismo y extremismo a la que es sometida Siria desde el año 2011 y que hasta la fecha ha provocado entre 300 mil y 400 mil muertos,según datos registrados por organizaciones internacionales.
Por su parte el presidente Bashar al Assad ratificó que su país está determinado a restaurar la paz, la seguridad y la estabilidad.
Al Assad felicitó al cardenal Zenari por su reciente elevación al colegio cardenalicio, y resaltó además que el hecho de que se le haya mantenido en el cargo de nuncio del Vaticano es un gesto "apolítico, histórico y humanitario" que muestra el gran cuidado del Papa Francisco hacia Siria y su pueblo.
Este domingo el Papa Francisco durante su oración tradicional hizo un llamamiento al mundo para acabar con la destrucción y establecer la paz para Alepo y todo el pueblo de Siria, recordó que "Alepo es una ciudad y que allí hay gente: familias, niños, personas mayores, enfermas..." y Siria "es un país lleno de historia, cultura y fe".
(C. Doody/Agencias)