jueves, 24 de julio de 2014

QUÉDATE CONMIGO

Señor, quédate conmigo durante este día,

y guía mis pensamientos y deseos,
mis acciones y mis proyectos.

Guía mis pasos
para que caminen ligeros al encuentro de los cansados y desanimados.

Guía mis manos
para que acompañen  a aquéllos que  se perdieron en el camino

Abre mis brazos,
para que pueda abrazar a los que se sienten solos y sin esperanza.

Ilumina mis ojos
Y vuelve atentos mis oídos al clamor de mis hermanos.

Ofréceme un corazón tierno, capaz de amar sin distinción.

Padre nuestro,
deposito en tu protección mi descanso y el de todos mis amigos y seres queridos.

Coloco en tus manos nuestra tierra, nuestras ciudades,
nuestro mundo tan azotado por la violencia,

Por las catástrofes, por las guerras y por las injusticias...
Ilumina, Señor, la mente y el corazón de los poderosos de la tierra.

Que siempre pueda, por tu gracia, abrir las manos para compartir
lo que soy y lo que tengo
y con tu ayuda pueda ver aparecer la aurora de un mundo nuevo.

GRACIAS, SEÑOR. AMÉN.

LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE. Mt 13, 44-52

El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.

Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.


¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún "tesoro"? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?

Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: "Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo". Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: "La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento". El Papa Francisco nos viene repitiendo: "El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios".

Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba "reino de Dios"? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?

La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el "tesoro" del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.

El Papa Francisco nos está diciendo que "el reino de Dios nos reclama". Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.



José Antonio Pagola