Era el 19 de marzo de 2016 cuando se logró el récord: en menos de 24 horas el Papa llegaba al millón de seguidores en su recién estrenada cuenta de Instagram. Es conocido el éxito que ha tenido en Twitter (casi 30 millones de seguidores para junio de 2016) y la buena acogida de los vídeos mensuales de Francisco en YouTube para el apostolado de la oración.
Es una realidad: las confesiones religiosas en general, y la católica en particular, han extendido su radio de trabajo pastoral al ámbito digital. La penetración que lo digital ha logrado en la vida social ha supuesto una creciente presencia activa de iniciativas católicas en las redes sociales. ¿Ha salido algo bueno de todo esto o se puede esperar que suceda?
Sociological Perspective, una publicación delThe Pacific Sociological Association, publicó el 10 de mayo de 2016 un interesante artículo sobre los efectos de las redes sociales en las creencias religiosas de los adultos: “Fe y Facebook en una era pluralista” (“Faith and Facebook in a Pluralistic Age. The Effects of Social Networking Sites on the Religious Beliefs of Emerging Adults”).
El estudio explora si los adultos jóvenes que usan redes sociales son más propensos a pensar que es aceptable escoger y elegir sus creencias religiosas, y qué practican de ellas, independiente de su fe “de nacimiento” (a partir de la influencia que las religiones ejercen en ellos por medio de las mismas redes sociales).
El estudio elaborado y publicado por Paul K. McClure, de la Baylor University, muestra que los jóvenes adultos que usan redes sociales son entre 35% y 49% más susceptibles de creer en lo que ésta proponen, y de prácticas sincretistas, respecto a los jóvenes adultos que no usan redes sociales.
“Las redes sociales inclinan a que la gente escoja y elija entre una serie de cosas diferentes”, dice McClure, quien define este tipo de religiosidad digital como “fe estilo cafetería”, en virtud de que se improvisa la fe a partir de las piezas favoritas de las religiones.
Otro resultado del estudio revela que los jóvenes adultos que usan redes sociales son entre 53% y 80% más propensos (respecto a los adultos jóvenes que no usan redes sociales) a pensar que es aceptable que los miembros de la propia religión tomen y practiquen elementos de otras religiones.
Una consecuencia que evidencia el estudio es que las redes sociales pueden debilitar los lazos de los adultos jóvenes con la fe de su familia. Esto también es leído como oportunidad de las religiones que “hacen proselitismo” para llegar a nuevas personas por este nuevo medio.
De una visión genérica del quehacer digital católico, se evidencia que éste está enfocado no tanto a “atraer” nuevos católicos sino a mantener a los que ya lo son. Sólo como consecuencia secundaria, en virtud de presentar la belleza de la propia fe por medio de las diferentes iniciativas, es que eventualmente se da el “captar” posibles nuevos católicos.
Dos factores de primer plano en cualquier iniciativa en redes sociales son la interacción y el diálogo. Y es aquí donde estriba la diferencia entre “estar” en las redes sociales y “vivir” las redes sociales. Es también aquí donde el uso de Facebook u otras redes sociales por parte de las religiones en general, y de la Iglesia católica en particular, se distingue de cualquier otra estrategia de marketing: el “seguidor” no puede ser visto como táctica sino como lo que es: un hijo de Dios.
Al día de hoy, las personas pasan buena parte de su vida frente a una pantalla. Es por tanto un ámbito del que las religiones no pueden evadirse. Que parte de la presencia católica pase también no sólo por el hecho de promover o entretener, sino también de formar, puede ser el rasgo distintivo que haga que sus jóvenes adultos tenga una “vacuna digital” contra el sincretismo online. Después de todo el estudio de McClure muestra también que incluso estas personas no son más propensas a creer que todas las religiones son verdaderas.