lunes, 13 de junio de 2016

Francisco critica la discriminación a las personas con discapacidad en algunas parroquias

 Los sacerdotes necesitan más “apostolado de la oreja”. Lo ha indicado el papa Francisco a los participantes del Congreso promovido por el sector para la catequesis de las personas discapacitadas de la oficina de catequesis nacional italiana en ocasión del 25ª aniversario de su institución. Además, ha criticado la discriminación que las personas con discapacidad sufren en algunas parroquias.
Siguiendo su idea de que “leer discurso es aburrido”, el Santo Padre ha preferido dejar de lado el texto que llevaba escrito y responder a las preguntas que le habían hecho, improvisando, en el Aula Pablo VI ante una multitud entusiasmada y alegre. 
En primer lugar, el Papa ha asegurado que “todos somos diferentes” y que “no hay uno que sea igual que otro”. Respondiendo a la primera pregunta que le ha hecho una de las participantes, el Santo Padre ha indicado que las diferencias nos dan miedo porque “ir al encuentro de una persona que tiene una diferencia grave es un desafío”. Es más cómodo –ha observado– no moverse, ignorar las diferencias. De este modo, el Papa ha precisado que “las diferencias son la riqueza” porque “yo tengo una cosa, y tú otra, y así hacemos algo grande”.
Asimismo, el Pontífice ha asegurado que un mundo donde todos fuéramos iguales “sería un mundo aburrido”. Además, ha reconocido que hay diferencias que son dolorosas pero también esas “nos ayudan”, “nos desafían” y “nos enriquecen”. Por eso ha invitado a no tener miedo nunca. Y para hacer este camino es necesario poner en común lo que tenemos.
Al respecto, el Santo Padre ha señalado un gesto muy bonito que tenemos las personas: el apretón de manos. Es un gesto muy profundo porque “pongo en común lo que tengo contigo”, “te doy lo mío y tú lo tuyo”. Y es que, tal y como ha precisado, “las diferencias son un desafío pero nos hacen crecer”.
La segunda pregunta, ha observado Francisco, le ha puesto en “dificultad”, porque tenía que explicar la discriminación que las personas con discapacidad sufren en algunas parroquias. Al respecto ha aseverado que la discriminación es una de las cosas más feas que hay entre nosotros. Y ¿qué tiene que hacer un párroco que no acepta a todos? “¡Convertirse!”, ha exclamado.
Del mismo modo ha explicado que si una persona quiere hacer la comunión tiene que tener una preparación, y si no entiende el lenguaje, por ejemplo porque es sordo, tiene que tener la posibilidad en esa parroquia de prepararse con el lenguaje de sordos. El Papa ha asegurado que la persona a la que le funcionan bien los cinco sentido no significa que sea mejor. “Si tú eres diferente, también tienes la posibilidad de ser el mejor”, ha aseverado.
En esta misma línea ha recordado las críticas que recibió el papa Pío X cuando decidió que había que dar la comunión a los niños. Muchos se escandalizaron porque creían que un niño “no entiende”. Y este Papa hizo “de una diversidad una igualdad”. Porque sabía –ha precisado– que el niño entiende, de otro modo, y cuando hay diferencias entre nosotros se entiende de otra forma.
Mientras recordaba que “cada uno de nosotros tiene un modo de conocer las cosas que es distinto” una niña con síndrome de down que se encontraba en primera fila, ha subido al escenario donde estaba sentado el Papa. Y así, Francisco ha aprovechado el gesto para asegurar que esta niña “no tiene miedo”, “corre el riesgo” y “sabe que las diferencias son una riqueza”. Nos ha dado una lección, ha indicado. Y por eso “nunca será discriminada, se sabe defender sola”, ha observado.
Por último ha respondido a la pregunta de un sacerdote sobre cómo acoger a todos.  El consejo que ha dado el Papa a un sacerdote que no sabe acoger a todos es “cierra la puerta de la parroquia, o todos o nadie”. Y si el sacerdote dice que “yo entiendo a todos pero no puedo acoger a todos, porque no todos pueden entender”, la respuesta que le da el Papa es que “eres tú que no eres capaz de entender”.
Asimismo, reconociendo la gran labor en la pastoral que hace la Iglesia, el Santo Padre ha precisado que a muchos sacerdotes les falta más “apostolado de la oreja”, es decir, “escuchar”. Aunque el sacerdote diga que “es aburrido porque son siempre las mismas historias, las mismas cosas”, el papa Francisco ha recordado que “no son las mismas personas” y que “el Señor está en el corazón de cada uno”. Por eso, ha concluido el Pontífice, “tienes que tener la paciencia de escuchar a todos”.

San Antonio de Padua – 13 de junio


Es uno de los santos más estimados y desde el siglo XIII constante objeto de estudio. Nació en Lisboa, Portugal, a finales del siglo XII, quizá en torno a 1191. Sus padres eran mercaderes y tenían una buena posición. Es posible que Martim de Bulhôes, su progenitor, estuviese al servicio del rey. Él y su esposa, Teresa Taveira, dieron al pequeño Fernando, que fue el nombre de pila del santo, una educación acorde con su clase social. En la pubertad atravesó un periodo de dudas y crisis en el que no faltaron las tentaciones propias de la edad y contra las que entabló una lucha sin cuartel. De una de esas íntimas batallas queda constancia en la catedral de Lisboa ya que, perturbado por una de ellas, mientras ascendía al coro, trazó en la pared la señal de la cruz dejando perenne huella en la piedra que cedió bajo la presión de sus dedos.
Desdeñando las vanidades y placeres del mundo, ingresó con los canónigos regulares de Lisboa. Pero la oración y el recogimiento eran frecuentemente alterados por las inoportunas visitas de familiares y amigos que rompían la paz del cenobio. Buscando sosiego, en 1212 se trasladó al monasterio de Santa Cruz en Coimbra. Su memoria prodigiosa y la intensidad de su dedicación pronto hicieron de él un gran conocedor de las Sagradas Escrituras. En 1220 se sintió llamado al martirio conmovido por las reliquias de cinco franciscanos que trajo de Marruecos el rey de Portugal. Eso determinó su ingreso con los frailes menores de San Antonio de Olivarescon intención de partir a tierras moriscas, como hizo junto a otro hermano a finales de ese año. Hallándose en el norte de África una hidropesía truncó repentinamente sus sueños y determinó regresar a Lisboa. Entonces se desencadenó una violenta tempestad y el barco encalló cerca de la siciliana Mesina.
Repuesto de la enfermedad, en la primavera de 1221 participó en el capítulo «de las esteras». Allí conoció a san Francisco y adoptó plenamente la sencillez y pobreza evangélicas. Creció en este espíritu junto a fray Graciano, y en el estío de ese año le acompañó a Monte Paolo. Su predicación en Forli fue todo un descubrimiento. Sus magníficas dotes oratorias, alimentadas con la oración y penitencia, calaron en las gentes y no pasaron desapercibidas en su entorno. De hecho, fray Graciano le encomendó esta misión. Era un consumado maestro y predicador; exponía el evangelio con agudeza e ingenio. Además, poseía una envidiable cultura científica, teológica y filosófica.
En 1223, cuando Francisco disolvió la casa abierta en esta ciudad, temiendo que los frailes pudieran centrarse en el estudio en detrimento de la vida de piedad, determinó que Antonio fuese maestro de teología, y le indicó que impartiese esta disciplina en Bolonia. Desde 1224 evangelizó distintas regiones de Francia y del norte de Italia, combatiendo sectas y herejías de albigenses y cátaros, como hizo en Rímini. Predicó en Padua, Verona, Roma, etc. Multitudes se convertían arrebatadas por su fervor y ardor apostólico; eran incontables los que se abrazaban al carisma franciscano. Versado en la teología de Dionisio Areopagita, enseñó esta materia en varias ciudades galas. Toulose y Montpellier constataron su celo, ciencia y virtud. En ésta ciudad un novicio le robó el Salterio. Se cuenta que el diablo al pasar el río le amenazó diciéndole: «Vuélvete a tu Orden y devuelve al siervo de Dios, fray Antonio, el Salterio; si no, te arrojaré al río, donde te ahogarás con tu pecado». El novicio, arrepentido, lo devolvió y confesó su culpa.
En 1227 Antonio asistió al capítulo general de Asís. Lo designaron ministro provincial en la Emilia-Romaña y gozó de completa libertad para la predicación a la que se dedicó junto a la enseñanza y a la confesión. En 1228 Gregorio IX, que le oyó predicar en San Juan de Letrán, le encomendó la redacción de los Sermones Dominicales et festivi. Este pontífice lo denominó «arca del Testamento». En 1230 participó en el capítulo general de Roma, y el papa contó con su acertado juicio para abordar la interpretación de la regla franciscana. Ese año escribió en Padua los Sermones de las solemnidades que habían sido objeto de su predicación.
Desde niño fue singularmente devoto de María. El don de milagros que había formado parte de su infancia le acompañó siempre. Un día era un afligido penitente incapaz de confesar sus culpas que llevaba escritas y que iban desapareciendo del papel mientras el santo las leía. Otro dejaba atónitos a todos, en particular a la madre cuyo hijo había caído en el interior de una caldera de agua hirviendo mientras le escuchaba con fervor, y le veían salir de ella sin haber sufrido mal alguno. O eran testigos de los bancos de peces multicolores que asomaban su cabeza en la orilla del mar, y de las inmensas bandadas de aves arremolinadas en torno a él, unos y otras con el objeto de oírle, ejemplo para los incrédulos que daban la espalda a la palabra divina. Quienes le seguían observaban asombrados su dominio de los elementos atmosféricos, la restitución de un pie amputado, la resurrección de un difunto, etc. En suma, un rosario interminable de portentosos prodigios inmortalizados por la iconografía. Fue agraciado también con los dones de éxtasis, visiones, bilocación, profecía…
El 13 de junio de 1231 en Camposampiero al ver llegada su hora pidió que lo llevaran a La Cella, un barrio de Padua, donde los frailes tenían un convento y atendían a las Damas Pobres. Y allí murió ese día con fama de santidad. Los frutos espirituales de la fecunda e infatigable labor de este santo taumaturgo prosiguieron después de su tránsito. Gregorio IX lo canonizó el 30 de mayo de 1232, prácticamente un año después de su muerte. Pío XII lo proclamó doctor de la Iglesia el 16 de enero de 1946, confiriéndole el título de «Doctor Evangélico». Tuvo en cuenta su capacidad para infundir en los fieles la convicción de que la respuesta a todas las necesidades y dificultades se halla en el evangelio.
 Zenit

“Envejecer con esperanza”

Publicamos a continuación la carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor Juan José Omella:
Es conocida por todos la historia del violinista Paganini. Una tarde daba un concierto. La sala estaba llena de espectadores. Él tocaba el violín con todo el entusiasmo que le caracterizaba. De pronto, se rompe una de las cuerdas del violín. Imperturbable, continúa tocando. Se rompe una segunda cuerda, después una tercera. Finalmente acaba la interpretación con una sola cuerda. La sala explota en un sonoro y largo aplauso.
¿No podríamos comparar esta historia de Paganini con la vida de las personas?   ¿Cómo reaccionamos ante estas roturas de cuerdas en el concierto de nuestra vida? Algunos reaccionan con tristeza y malhumor; otros se aíslan porque piensan que ya no sirven para nada; otros viven con paz y sin perder el humor ante esa contrariedad de ver que fallan las cuerdas de la vida. Sí, lo ideal, lo hermoso, es seguir adelante con la última cuerda, la cuerda del ánimo, de la paciencia, de la paz y, finalmente, del silencio. Ojalá podamos tener la tenacidad de Paganini y seguir hasta el final con paz y buen humor.
¿Que cuentan menos contigo? Ya contaron contigo cuando eras más joven.
¿Que no te piden consejo? Ya aconsejaste bastante cuando eras joven y tenías a tu cargo unos hijos que cuidar, unos alumnos a los que educar, una comunidad a la que guiar.
Entonces, ¿ya no hay nada que hacer? ¿No queda más que arrinconarse y pudrirse? De ninguna manera, sigue animando, sonriendo, sigue estando ahí para cuando te necesiten y, sobre todo, sigue rezando para que el mundo avance por caminos de paz, de respeto a las personas, de justicia y de solidaridad.
¿No es hermoso el ejemplo que nos ha dejado el Papa emérito Benedicto XVI retirándose en el silencio, el estudio y la oración? No pierde la paz, no se amarga por no estar en el primer puesto de la actualidad. Presta un inmenso servicio desde su retiro vivido en la confianza en Dios y en los demás y en la espera activa del día en el que el Señor le llamará a entrar en su descanso del cielo.
Ojalá que el Señor nos conceda saber interpretar cada día la melodía de la vida con las cuerdas que tengamos entre manos sin perder nunca la paz, la alegría y el amor.
¡Que Dios os bendiga a todos!
 + Juan José Omella Omella. Arzobispo de Barcelona
Zenit