La escena que la liturgia nos presenta este
domingo en el Evangelio, es sin duda alguna una de las más estremecedoras: el
encuentro de Jesús con sus dos primeros discípulos. Aquí está el comienzo de
toda una aventura insospechada e inimaginable.
Jesús pasa, el profeta lo señala.
Una mirada que se hace en seguida confesión. “Es el Cordero de Dios”: el
cordero sacrificado como ofrenda, el cordero comido como recuerdo de la
salvación y fidelidad de Dios. Es importante esa mirada y esa confesión del
Bautista, sin las cuales aquellos dos discípulos no habrían sabido quién era
Aquel que pasaba ni habría sucedido todo lo que aconteció tras su paso. El
Bautista simplemente miró, señaló y confesó; no hizo lo más importante, pero esto
no habría acontecido sin lo que le correspondió a él. El resto lo hizo Dios.
Una pregunta y una casa.
Aquellos dos discípulos comenzaron a seguir a Jesús, con un seguimiento
henchido de búsquedas y de preguntas: el haber encontrado al maestro de su
vida, el querer conocer su casa, el comenzar a convivir con él y a vivirle a
él. El Evangelio dará cuenta de todas las consecuencias de este encuentro, de
estas búsquedas y preguntas iniciales. Aquí está sólo el germen, pero tan
incisivo e imprescindible, tan fundamental y tan fundante para el resto de sus
vidas, que Juan evangelista no olvidará anotar cuando escriba esta página, ya
anciano, la hora en que esto sucedió: las 4 de la tarde. Así sucede siempre con
todo amor-Amor: no olvida jamás el instante de la 1ª vez aunque se le olviden
tantas otras cosas.
Este
fue el inicio. Luego vendrá toda una vida, consecuencia de aquello que sucedió
a la hora décima cuando vieron pasar a Jesús: el Tabor y su gloria, la última
cena con su intimidad junto al costado del Maestro, Getsemaní y su sopor, el
pie de la cruz, el sepulcro vacío y la postrera pesca milagrosa, el cenáculo y
María en la espera del Espíritu, Pentecostés y la naciente Iglesia... tantas
cosas con todos los matices que la vida siempre dibuja. Todo comenzó entonces a
las 4 de la tarde, hace ahora 2000 años.
La misión incontenible.
Finalmente, aquellos discípulos no se encerraron en la casa de Jesús ni
detuvieron el reloj del tiempo. Salieron de allí, y dieron las cinco y las
seis, y las mil horas siguientes. Y a los que encontraban les narraban con
sencillez lo que a ellos les había sucedido, permitiendo así que Jesús hiciera
con los demás lo que con ellos había hecho. ¿No es esto el Cristianismo?
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo