miércoles, 15 de febrero de 2017

“El amor de Dios es la raíz de la esperanza cristiana”, el Papa en la catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde pequeños nos enseñan que no es bueno vanagloriarse. En mi tierra, a quienes presumen los llaman “pavos”. Y es justo, porque presumir de aquello que se es o de aquello que se tiene, además de ser soberbia, expresa también una falta de respeto en relación a los demás, especialmente con aquellos que son menos afortunados que nosotros. En este pasaje de la Carta a los Romanos, en cambio, el Apóstol Pablo nos sorprende, en cuanto nos exhorta dos veces a vanagloriarnos. Entonces, ¿de qué cosa es justo vanagloriarse? Porque si él nos exhorta a jactarnos, de algo es justo vanagloriarse. ¿Y cómo es posible hacer esto, sin ofender a los demás, sin excluir a alguien?
En el primer caso, estamos invitados a vanagloriarnos de la abundancia de la gracia de la cual somos impregnados en Jesucristo, por medio de la fe. ¡Pablo quiere hacernos entender que, si aprendemos a leer cada cosa a la luz del Espíritu Santo, nos damos cuenta que todo es gracia! ¡Todo es don! De hecho, si ponemos atención, al actuar – en la historia, como en nuestra vida – no sólo somos nosotros, sino es sobre todo Dios. Es Él el protagonista absoluto, que crea cada cosa como un don de amor, que teje la trama de su designio de salvación y que lo lleva a cumplimiento por nosotros, mediante su Hijo Jesús. A nosotros se nos pide reconocer todo esto, acogerlo con gratitud y convertirlo en motivo de alabanza, de bendición y de gran alegría. Si hacemos esto, estamos en paz con Dios y tenemos la experiencia de la libertad. Y esta paz se extiende luego a todos los ámbitos y a todas las relaciones de nuestra vida: estamos en paz con nosotros mismos, estamos en paz en la familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y con las personas que encontramos cada día en nuestro camino.
Pablo también exhorta a vanagloriarnos en las tribulaciones. Esto no es fácil de entender. Esto nos parece más difícil y puede parecer que no tenga nada que ver con la condición de paz apenas descrita. En cambio, constituye el presupuesto más auténtico, más verdadero. De hecho, la paz que nos ofrece y nos garantiza el Señor no se debe de entender como la ausencia de preocupaciones, de desilusiones, de faltas, de motivos de sufrimiento. Si fuera así, en el caso en el cual lográramos estar en paz, ese momento terminaría rápido y caeríamos inevitablemente en la desesperación. La paz que surge de la fe es en cambio un don: es la gracia de experimentar que Dios nos ama y que siempre está a nuestro lado, no nos deja solos ni siquiera un instante de nuestra vida. Y esto, como afirma el Apóstol, genera la paciencia, porque sabemos que, también en los momentos más duros y difíciles, la misericordia y la bondad del Señor son más grandes de toda cosa y nada nos separará de sus manos y de la comunión con Él.
Entonces, es por eso qué la esperanza cristiana es sólida, es por eso qué no defrauda. Jamás, defrauda. ¡La esperanza no defrauda! No está fundada sobre aquello que nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en lo que nosotros podemos creer. Su fundamento, es decir, el fundamento de la esperanza cristiana, es lo que más fiel y seguro pueda existir, es decir, el amor que Dios mismo nutre por cada uno de nosotros. Es fácil decir: Dios nos ama. Todos lo decimos. Pero piensen un poco: cada uno de nosotros es capaz de decir, ¿estoy seguro que Dios me ama? No es tan fácil decirlo. Pero es verdad. Es un buen ejercicio, esto, decirlo a sí mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza. Y el Señor ha derramado abundantemente en nuestros corazones su Espíritu – que es el amor de Dios – como artífice, como garante, justamente para que pueda alimentar dentro de nosotros la fe y mantener viva esta esperanza. Y esta seguridad: Dios me ama. “Pero, ¿en este momento difícil? Dios me ama. ¿Y a mí, que he hecho esta cosa fea y malvada? Dios me ama”. Esta seguridad no nos la quita nadie. Y debemos repetirlo como oración: Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama.
Ahora comprendemos porque el Apóstol Pablo nos exhorta a vanagloriarnos siempre de todo esto. Yo me glorío del amor de Dios, porque me ama. La esperanza que nos ha sido donada no nos separa de los demás, ni mucho menos nos lleva a desacreditarlos o marginarlos. Se trata en cambio de un don extraordinario del cual estamos llamados a convertirnos en “canales”, con humildad y simplicidad, para todos. Y entonces nuestro presumir más grande será aquel de tener como Padre un Dios que no tiene preferencias, que no excluye a ninguno, sino que abre su casa a todos los seres humanos, comenzando por los últimos y alejados, para que como sus hijos aprendamos a consolarnos y a sostenernos los unos a los otros. Y no se olviden: la esperanza no defrauda.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)

La cripta de la catedral de la Almudena, una joya



La parroquia de Santa María de la Almudena es la más antigua de Madrid, heredera de la primera iglesia de la villa, Santa María, derribada en 1868. En el año 1883, el rey Alfonso XII puso la primera piedra para construir un nuevo templo dedicado a la Virgen de la Almudena y poder trasladar el cuerpo de su querida esposa Mercedes que descansaba en El Escorial. El proyecto fue encomendado a don Francisco de Cubas y Montes que diseñó una cripta con una fachada a modo de castillo que estaría bajo una grandiosa catedral que no pudo ejecutarse
La cripta de la catedral, inaugurada en 1911, es la actual parroquia de Santa María de la Almudena; y es una fabulosa iglesia desconocida por muchos madrileños. Posee una belleza sorprendente. Excepcionales columnas monolíticas y maravillosos capiteles tallados conforman una imagen que no nos deja indiferentes. El templo tiene una factura muy propia de su época, neorrománica, neogótica, y neobizantina. El proyecto catedralicio inicial era muy ambicioso, el marqués de Cubas trabajó junto con el pintor Isidoro Lozano diseñando los capiteles y adornos del templo. Muchos de los relieves de las capillas fueron ejecutados por Mariano Benlliure, y las vidrieras realizadas por la casa Maumejean. La iglesia posee unas admirables capillas funerarias de miembros de la burguesía de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. La capilla mayor destaca por su originalidad; concebida a modo de templete realizado en mármol y bronce y ejecutado por la casa Herraiz, carece de retablo, pero lo preside una imagen de la Virgen de la Almudena. Las cuatro columnas situadas en el presbiterio están rematadas por capiteles tallados con figuras que representan a la Virgen de la Merced, santa Cristina, san Idelfonso, y san Joaquín o san León Magno, advocaciones de los promotores del templo, y del Papa que vivió en el momento de su construcción, León XIII.
En la cripta también podemos contemplar la más antigua imagen de la Virgen que se conserva en nuestra ciudad, la Virgen de la Flor de Lis. La capilla del Santísimo, actual capilla de San Fernando, fue en el proyecto inicial capilla funeraria para la reina Mercedes. La iglesia, sin duda, merece ser visitada y así descubrir toda la belleza que tiene.
Cristina Tarrero
Alfa y Omega

Los niños de Alepo: «Nos emociona que alguien que no nos conoce piense en nosotros»


«Lo que más ilusión hacía a los niños de Alepo (Siria) era que alguien que no conocen pensara en ellos», nos cuenta el salesiano George Fattal, que repartió vuestras tarjetas a 800 niños de su centro
¡Misión cumplida! Los niños de Alepo ya tienen las tarjetas, textos y dibujos que les enviasteis. Para ellos, vuestro regalo ha sido muy importante. «Lo que más ilusión les hacía era que alguien que no conocen pensara en ellos y hubiera dedicado tiempo a escribirles», nos cuenta George Fattal, responsable del centro de los salesianos.
Para repartir las cartas a los 800 chicos que van a su oratorio, los salesianos organizaron una fiesta el 20 de enero. «Hubo para todos», y las que sobraron las repartieron a otros niños durante las fiestas en honor a san Juan Bosco, el último fin de semana de enero. «La fiesta fue preciosa –nos cuenta el padre Fattal–. Dimos una carta a cada niño de cada grupo. Les dijimos: “Mirad, estos niños de España han pensado en vosotros. Muchos tienen vuestra edad, y os han escrito una carta para que veáis que os quieren y rezan por vosotros. Ellos quieren la paz, igual que vosotros”».
«Después de repartirlas, todos los niños se me acercaron para enseñarme cómo era la tarjeta o la carta que habían recibido, y me decían “Mira lo que me han puesto”. Muchos saben algo de inglés, pero otros me pedían: “Padre, tradúceme esto”. Al final, cada uno se llevó la carta a su casa y sus padres también pudieron ver que no están solos aunque vivan en guerra».
Parada en el Líbano
Las cartas han tardado un poco más en llegar a su destino porque en su viaje tuvieron que hacer una parada en el Líbano, un país vecino de Siria. Antes de Navidad, nosotros se las entregamos al marista Carlos Mario McEwen. Él vive en el Líbano pero estaba de visita en España y se las llevó en su equipaje. Unos días después, le llegaron por correo las que habíais enviado al programa La hora feliz, de Radio María. En total, sumaban unas 5.000 cartas. A principios de enero, un marista viajó desde Alepo hasta el Líbano para recogerlas. Pero, para repartirlas, tuvieron que esperar a que los niños volvieran de vacaciones, a partir del 16 de enero.
Ese mismo día comenzó el reparto a los 175 niños que van al centro de los maristas. Los religiosos habían dedicado mucho tiempo a clasificar las cartas y ver cuál podía ser mejor para cada niño. El hermano George Sabé nos cuenta que, el día en que las repartieron, en la oración que hacen antes de volver a casa «rezamos dando gracias a Dios por los niños de España y confiándoselos a María» para que los cuide. También grabaron un vídeo dándoos las gracias en español y arameo. Pronto los podréis ver en la web alfayomega.es.
Un pantalón y una chaqueta
Desde antes de Navidad, en Alepo, «las cosas están más calmadas y los niños tienen más tranquilidad». Pero todavía les faltan muchas cosas. De hecho, en la fiesta de Don Bosco los salesianos han repartido a todos los niños del oratorio un pantalón y una chaqueta, y para ellos ha sido un regalo enorme.
Estos días, además, han tenido otra sorpresa: la visita del nuncio en Siria, el cardenal Zenari, y de monseñor Giampietro Dal Toso, un obispo enviado por el Papa Francisco para llevar algo de ayuda a la ciudad. «Estuvieron en el centro con nosotros y con los niños. Monseñor Dal Toso les dijo: “El Papa os quiere. Reza por vosotros. Me ha mandado que venga en persona a traeros su amor. Y me ha dicho que le lleve todos vuestros nombres para rezar por vosotros”», cuenta el padre Fattal.
María Martínez López
Alfa y Omega

COMENTARIO AL EVANGELIO DE SAN MARCOS (8,22-26) POR SAN JUAN PABLO II




«No hay duda sobre el hecho de que, en los Evangelios, los milagros de Cristo son presentados como signos del reino de Dios, que ha irrumpido en la historia del hombre y del mundo. “Mas si yo arrojo a los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios”, dice Jesús (Mt 12, 28). 

(...) En la predicación de los Apóstoles, de la cual principalmente toman origen los Evangelios, los primeros cristianos oían narrar de labios de testigos oculares los hechos extraordinarios acontecidos en tiempos recientes y, por tanto, controlables bajo el aspecto que podemos llamar crítico-histórico, de manera que no se sorprendían de su inserción en los Evangelios. 

Cualesquiera que hayan sido en los tiempos sucesivos las contestaciones, de las fuentes genuinas de la vida y enseñanza de Jesús emerge una primera certeza: los Apóstoles, los Evangelistas y toda la Iglesia primitiva veían en cada uno de los milagros el supremo poder de Cristo sobre la naturaleza y sobre las leyes. Aquél que revela a Dios como Padre Creador y Señor de lo creado, cuando realiza estos milagros con su propio poder, se revela a Sí mismo como Hijo consubstancial con el Padre e igual a Él en su señorío sobre la creación.

(...) Se puede, pues, decir que los milagros de Cristo, manifestación de la omnipotencia divina respecto de la creación, que se revela en su poder mesiánico sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las “señales” mediante las cuales se revela la obra divina de la salvación, la economía salvífica que con Cristo se introduce y se realiza de manera definitiva en la historia del hombre y se inscribe así en este mundo visible, que es también obra divina. 

La gente —como los Apóstoles en el lago—, viendo los milagros de Cristo, se pregunta: “¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 41), mediante estas “señales”, queda preparada para acoger la salvación que Dios ofrece al hombre en su Hijo.

Este es el fin esencial de todos los milagros y señales realizados por Cristo a los ojos de sus contemporáneos, y de todos los milagros que a lo largo de la historia serán realizados por sus Apóstoles y discípulos con referencia al poder salvífico de su nombre: “En nombre de Jesús Nazareno, anda” (Act 3, 6)».

(De la catequesis de San Juan Pablo II el 2 de diciembre de 1987)

EL CIEGO DE BETSAIDA






Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,22-26):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.

Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?».

Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».

Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

Palabra del Señor

Homilía del Papa: Cirilo y Metodio heraldos del Evangelio con coraje, oración y humildad

 «El verdadero predicador es el que sabe que es débil. Como cordero en medio de lobos: el Señor lo protegerá», señaló el Papa Francisco, en su homilía en la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta. En la fiesta de los Santos Cirilo y Metodio, Patronos de Europa, y con la Palabra de Dios del martes de la VI semana del Tiempo Ordinario, el Obispo de Roma hizo hincapié en que «el que está enviado a proclamar la Palabra debe hacerlo con franqueza y coraje, con la fuerza de la oración y con humildad».







Se necesitan «sembradores de la Palabra», «misioneros, verdaderos heraldos» para formar al pueblo de Dios, como fueron Cirilo y Metodio,  hermanos intrépidos y testimonios de Dios, que hicieron «más fuerte a Europa», de la que son Patronos. El Santo Padre, reflexionó sobre la primera lectura, evocando las figuras de Pablo y Bernabé, y sobre Evangelio de Lucas, evocando a los ‘setenta y dos discípulos enviados por el Señor, de dos en dos’
La Palabra de Dios no es una propuesta, se necesita coraje para hacer que penetre
El Papa Francisco subrayó la importancia de la franqueza, que incluye fuerza y coraje:
«La Palabra de Dios no se puede presentar como una propuesta –‘…, si te gusta… - o como una idea filosófica o moral, buena - … puedes vivir así…’. No. Es otra cosa. Se debe proponer con franqueza, con esa fuerza que la haga penetrar, como dice el mismo Pablo, hasta los huesos. La Palabra de Dios se debe anunciar con franqueza, con esta fuerza… con coraje. La persona que tiene coraje – coraje espiritual, coraje en el  corazón, que no está enamorada de Jesús, ¡de allí viene el coraje! -   ¿no? , dirá sí, algo interesante, algo moral, algo que hará bien, un bien filantrópico, pero allí no está la Palabra de Dios. Y esa palabra es incapaz de formar al pueblo de Dios. Sólo la Palabra de Dios proclamada con esta franqueza, con este coraje, es capaz de formar al pueblo de Dios».
Sin oración la Palabra de Dios se vuelve una conferencia
Con el capítulo 10 del Evangelio de Lucas, el Santo Padre señaló dos rasgos importantes en un ‘heraldo’ de la Palabra de Dios. Un Evangelio «un poco raro», dijo el Papa, citando la riqueza de elementos relacionados con el anuncio. «La mies es abundante y los obreros son pocos. Rueguen para que el Señor de la mies envíe obreros a su mies»… así, además del coraje, los misioneros necesitan «oración»:
«La Palabra de Dios se debe proclamar también con la oración. Siempre. Sin oración, podrá dar una linda conferencia, una linda instrucción: buena, buena.. Pero no es la Palabra de Dios. Sólo de un corazón en oración puede salir la Palabra de Dios. La oración, para que el Señor acompañe este sembrar la Palabra, para que el señor riegue la semilla para que germine la Palabra. La Palabra de Dios hay que proclamarla con la oración: la oración del que anuncia la Palabra de Dios».
El verdadero predicador tiene que ser humilde, de otro modo acaba mal

El Papa recordó la importancia de la humildad:
«El verdadero predicador es el que sabe que es débil, que sabe que no se puede defender solo. ‘Tú anda como un cordero en medio de lobos’… ‘Pero, Señor,  ¿para que me coman?... ‘¡Tú anda! ¡Éste es el camino!’. Y creo que es Crisóstomo el que hace una reflexión muy profunda, cuando die: ‘Pero si tú no vas como cordero, y vas como lobo en medio de lobos, el Señor no te protege: defiéndete solo’. Cuando el predicador se cree demasiado inteligente o cuando el que tiene la responsabilidad de llevar adelante la Palabra de Dios quiere hacerse el vivo: ‘¡Ah, yo me las arreglo con esa gente!’, entonces acabará mal. O negociará la Palabra de Dios con los potentes, los soberbios…»
Por lo tanto, «ésta es la misionariedad de la Iglesia y los grandes heraldos que han sembrado y han ayudado a crecer a las Iglesias en el mundo, han sido hombres con coraje, oración y humildad», concluyó Papa invocando la ayuda de los «Santos Cirilo y Metodio para proclamar la Palabra de Dios según estos criterios, como hicieron ellos»
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)

Papa: los pequeños resentimientos destruyen la fraternidad

La destrucción de las familias y de los pueblos comienza a partir de los pequeños celos y envidias, por lo que es necesario detener al inicio los resentimientos que suprimen la hermandad. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Una Misa que el Pontífice ofreció por el Padre Adolfo Nicolás, quien fue Prepósito General de la Compañía de Jesús desde el año 2008 y hasta el 2016, quien está a punto de regresar a Oriente donde seguirá trabajando. “Que el Señor – dijo Francisco – le retribuya todo el bien hecho y que lo acompañe en su nueva misión. Gracias, Padre Nicolás”. Asimismo participaron en esta celebración los miembros del Consejo de los Nueve Cardenales que se encuentran en la Ciudad del Vaticano con motivo de su XVIII reunión.
Hermandad destruida por las pequeñas cosas
El Papa comenzó su reflexión a partir de la primera Lectura, tomada del libro del Génesis, que habla de Caín y Abel. Y puso de manifiesto que por primera vez en la Biblia “se dice la palabra hermano”. Es la historia “de una hermandad que debía crecer, ser bella, y que termina destruida”. Una historia – observó Francisco – que comienza “con pequeños celos”: Caín está irritado porque su sacrificio no es agradable a Dios e inicia a cultivar aquel sentimiento dentro de sí. Podría controlarlo, pero no lo hace:
“Y Caín prefirió el instinto, prefirió cocinar dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento. Y crece. Crece. Así crecen las hostilidades entre nosotros: comienzan con una pequeña cosa, celos, envidia y después esto crece y vemos la vida sólo desde aquel punto y aquella brizna se vuelve para nosotros una viga, pero la viga la tenemos nosotros, pero está allí. Y nuestra vida gira en torno a aquello y aquello destruye el vínculo de hermandad, destruir la fraternidad”.
El resentimiento no es cristiano
Poco a poco se llega a estar “obsesionados, perseguidos” por aquel mal, que crece cada vez más:
“Y así crece, crece la hostilidad y se termina mal. Siempre. Yo me separo de mi hermano, éste no es mi hermano, éste es un enemigo, éste debe ser destruido, echado… y así la gente se destruye, así las enemistades destruyen a las familias, a los pueblos, ¡todo! Ese amargarse la vida, siempre obsesionado con aquello. Esto ha sucedido a Caín, y al final mató a su hermano. No: no hay hermano. Sólo yo existo. No hay hermandad. Sólo yo existo. Esto que ha sucedido al inicio, nos sucede a todos nosotros, la posibilidad; pero este proceso debe ser detenido inmediatamente, al inicio, ante la primera amargura, detenerse. La amargura no es cristiana. El dolor sí, la amargura no. El resentimiento no es cristiano. El dolor sí, el resentimiento no. Cuántas enemistades, cuántas desavenencias”.
La sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo
Participaron en esta Misa algunos nuevos párrocos, por lo que el Papa dijo: “También en nuestros presbíteros, en nuestros colegios episcopales: ¡cuántas rupturas comienzan así! Pero, ¿por qué a éste le dieron aquella sede y no a mí? ¿Y por qué a éste? Y… pequeñas cosas… rupturas… Se destruye la hermandad”. Y Dios pregunta: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”.  La respuesta de Caín “es irónica”: “No sé: ¿acaso soy yo el custodio de mi hermano?”. “Sí, tú eres el custodio de tu hermano”. Y el Señor dice: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el suelo”. Cada uno de nosotros – afirmó el Pontífice, incluyéndose en la lista – puede decir que jamás ha matado: pero “si tú tienes un sentimiento malo hacia tu hermano, lo has matado; si tú insultas a tu hermano, lo has matado en tu corazón. Matar es un proceso que comienza desde lo pequeño”. Así, sabemos “dónde están aquellos que son bombardeados” o “que son expulsados” pero “éstos no son hermanos”:
“Y cuántos poderosos de la Tierra pueden decir esto… ‘A mí me interesa este territorio, a mí me interesa esto pedazo de tierra, este otro… si la bomba cae y mata a doscientos niños, no es mi culpa: es culpa de la bomba. A mí me interesa el territorio…’. Y todo comienza a partir de aquel sentimiento que te lleva a separarte, a decir al otro: ‘Este es fulano, éste es así, pero no es hermano…’, y termina en la guerra que mata. Pero tú has matado al inicio. Este es el proceso de la sangre, y hoy la sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo. Pero todo está relacionado, ¡eh! Aquella sangre allá tiene una relación – tal vez una pequeña gota de sangre – que con mi envidia, mis celos yo he hecho salir, cuando he destruido una hermandad”.
Una lengua que destruye al prójimo
Que el Señor – fue la oración conclusiva de Francisco – nos ayude hoy a repetir esta pregunta suya: “¿Dónde está tu hermano?”, y que nos ayude a pensar en aquellos a los que “destruimos con la lengua” y “a todos aquellos que en el mundo son tratados como cosas y no como hermanos, porque es más importante un pedazo de tierra que el lazo de la hermandad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)