sábado, 20 de junio de 2015

Conversar. Teresa de Jesús

Teresa de Jesús es doctora de la Iglesia y maestra de espirituales, está reconocida como una de las grandes místicas de todos los tiempos, pero ha elegido un modo muy sencillo para enseñar y compartir su experiencia: conversar con quien desea crecer.
Era una mujer que se sentía hecha para la relación, que disfrutaba comunicando y que, a la vez, luchaba con las palabras, inmensas e insuficientes, para poder decir lo que quería. Por eso, había escrito: «¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma!». Quería nuevas palabras, para decir algo del infinito amor que había descubierto.
Y para tanta grandeza, prefería un camino llano, para que fueran muchos los que lo transitaran. Por eso, Teresa conversaba. Quería «engolosinar» y a eso animaba a sus hermanas, cuando les pedía que aprendieran a conversar para «despertar a alguna alma para este bien»: el bien de vivir con el «amigo verdadero» que es Dios.
La escritora estadounidense, M. Wheatley decía que «la conversación humana es la forma más antigua y más fácil de cultivar las condiciones necesarias para cambiar, personal y comunitariamente, en las organizaciones y a nivel planetario». Teresa había experimentado algo de eso: que conversar puede hacer abrir los ojos, reorientar los caminos y abrir puertas selladas.
De joven, lo había comprobado en sí misma. Contaba que entre las agustinas del convento adonde la llevó su padre, para que se formase y madurase, había una monja cuya conversación caló en ella y decía: «Comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa… Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas».
Teresa tenía capacidad innata para la amistad, para crear lazos, para establecer redes de comunicación. Después de esta experiencia, a través de un largo camino, fraguará en ella la conciencia de que su don para la comunicación era una responsabilidad y lo pondrá al servicio de Dios y de las gentes.
Una buena parte de la conversación que lleva entre manos Teresa, al escribir sus grandes obras, tiene que ver con todo esto: con el imperioso deseo de comunicar lo que ha entendido, de clarificarlo también, y de compartir el camino que ha recorrido.
Sus textos están llenos de expresiones que reflejan la conversación: «Yo os digo… diréisme», «os diré, trataré, os pido yo… si decís que… ¿qué pensáis?». Y de recomendaciones, para animar a conversar, a tener trato unos con otros, los buenos amigos de Dios. Decía: «Grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto» y aún añadía que quien mucho conversa con esos buenos amigos, crece y avanza más deprisa en el camino del amor.
Una de las primeras hijas de Teresa, María de san José, reconocía que la conversación de la «Madre» era lo que la había movido a comprometer su vida en el seguimiento de Jesús:«Tratando a nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían a las piedras con su admirable vida y conversación, y lo que me hizo ir tras ellas fue la suavidad y gran discreción de nuestra buena Madre».
Ya no es solo Teresa, va a generar un estilo, un modo de vivir en permanente diálogo, es decir, en disposición de escuchar y de comunicarse. Quien conversa con ella, aprende a conversar: con Dios y con los demás.
Cuando habla del «amigo de amigos», dice: «Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan continua». Y aunque siga refiriéndose a este amigo, puede extenderse a toda buena compañía lo que poco antes había escrito: «Una compañía santa no hace su conversación tanto provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con ella, que seamos como ella».
Por todo eso, la maestra se sienta a conversar con quien quiere avanzar en la amistad con Dios y aconseja procurar «amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo». Después, dejará para todos los creyentes una consigna clara: conversar es tender puentes, es un modo de enseñar, de compartir la sabiduría y de crear comunión. Por eso, escribe:

«Procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables».
Gema Juan

¿Por qué somos tan cobardes?

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Estas dos preguntas que Jesús dirige a sus discípulos no son, para el evangelista Marcos, una anécdota del pasado. Son laspreguntas que han de escuchar los seguidores de Jesús en medio de sus crisis. Las preguntas que nos hemos de hacer también hoy: ¿Dónde está la raíz de nuestra cobardía? ¿Por qué tenemos miedo ante el futuro? ¿Es porque nos falta fe en Jesucristo?
El relato es breve. Todo comienza con una orden de Jesús: «Vamos a la otra orilla». Los discípulos saben que en la otra orilla del lago Tiberíades está el territorio pagano de la Decápolis. Un país diferente y extraño. Una cultura hostil a su religión y creencias.
De pronto se levanta una fuerte tempestad, metáfora gráfica de lo que sucede en el grupo de discípulos. El viento huracanado, las olas que rompen contra la barca, el agua que comienza a invadirlo todo, expresan bien la situación: ¿Qué podrán los seguidores de Jesús ante la hostilidad del mundo pagano? No solo está en peligro su misión, sino incluso la supervivencia misma del grupo.
Despertado por sus discípulos, Jesús interviene, el viento cesa y sobre el lago viene una gran calma. Lo sorprendente es que los discípulos «se quedan espantados». Antes tenían miedo a la tempestad. Ahora parecen temer a Jesús. Sin embargo, algo decisivo se ha producido en ellos: han recurrido a Jesús; han podido experimentar en él una fuerza salvadora que no conocían; comienzan a preguntarse por su identidad. Comienzan a intuir que con él todo es posible.
El cristianismo se encuentra hoy en medio de una «fuerte tempestad» y el miedo comienza a apoderarse de nosotros. No nos atrevemos a pasar a la «otra orilla». La cultura moderna nos resulta un país extraño y hostil. El futuro nos da miedo. La creatividad parece prohibida. Algunos creen más seguro mirar hacia atrás para mejor ir adelante.

Jesús nos puede sorprender a todos. El Resucitado tiene fuerza para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Solo se nos pide fe. Una fe que nos libere de tanto miedo y cobardía, y nos comprometa a caminar tras las huellas de Jesús.
José Antonio Pagola

Tormenta

Coincide este domingo con la entrada del verano en el hemisferio norte, un cambio de estación, para muchos un tiempo de descanso, de cambio de actividad, de nuevas relaciones, circunstancias que se han podido desear, pero que cuando llegan, no siempre definen un tiempo sereno y pacífico, sino que cabe, como describe la Palabra de este día, que sobre él se cierna la tormenta, el huracán y la crisis.
Los que estudian los comportamientos humanos, suelen ofrecer estadísticas curiosas, en las que se señalan incidencias de violencia, tristeza, hasta depresión, como efecto del tiempo vacacional. No obstante la posible tormenta, la primera lectura afirma que “el Señor habló a Job desde la tormenta” (Jb 38, 1).
¡Cuántas veces un momento recio desahoga la tensión y libera la mente de fantasmas! Además, según la enseñanza que hoy nos ofrece la Liturgia de la Palabra, la secuencia no termina en el fragor del trueno o del huracán, sino que pasa la fenomenología atmosférica y acontece la experiencia del sosiego y de la calma, efecto del poder del Señor. “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:-«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» (Mc 4, )
Si observamos otros pasajes bíblicos, el relato parece que obedece a un canon. Así se describe la travesía del Mar Rojo, cuando los israelitas llegaron al borde del mar, al atardecer, vieron venir sobre ellos los ejércitos de Faraón, creyeron morir, y gracias a la intervención divina, se abrieron las aguas, pasaron a pie enjuto, y al amanecer se vieron a salvo a la otra orilla.
Si la tormenta puede ser símbolo de crisis, también se puede contemplar como manifestación del poder del Creador, y ver en el rayo, en el trueno, en el relámpago, y en el chaparrón la fuerza divina. El salmista canta: “Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano. Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto” (Sal 106).
Más allá de una interpretación referida a efectos atmosféricos, el relato bíblico se puede aplicar a los acontecimientos humanos, a los procesos personales, que tantas veces atraviesan por situaciones dramáticas, en las que se cree que no hay remedio o que acontecerá lo peor, y después todo se resuelve felizmente.
Una actitud creyente es saber esperar, y aunque surja de nosotros el grito de auxilio, sabernos acompañados por la Providencia divina, que permite que lleguemos al límite de nuestras fuerzas para que se vea más claramente su intervención, y que no es nuestra pericia la que resuelve la tormenta, sino el favor del Señor

 Ángel Moreno de Buenafuente