Teresa de Jesús es doctora de la
Iglesia y maestra de espirituales, está reconocida como una de las grandes místicas
de todos los tiempos, pero ha elegido un modo muy sencillo para enseñar
y compartir su experiencia: conversar con quien desea crecer.
Era una mujer que se sentía hecha
para la relación, que disfrutaba comunicando y que, a la vez, luchaba con las palabras, inmensas e insuficientes,
para poder decir lo que quería. Por eso, había escrito: «¡Oh Dios mío, quién
tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras
como lo entiende mi alma!». Quería nuevas palabras, para decir algo del
infinito amor que había descubierto.
Y para tanta grandeza, prefería un
camino llano, para que fueran muchos los que lo transitaran. Por eso, Teresa
conversaba. Quería «engolosinar» y a eso animaba a sus hermanas, cuando
les pedía que aprendieran a conversar para «despertar a alguna alma
para este bien»: el bien de vivir con el «amigo verdadero» que es Dios.
La escritora estadounidense, M.
Wheatley decía que «la conversación humana es la forma más antigua y
más fácil de cultivar las condiciones necesarias para cambiar, personal y
comunitariamente, en las organizaciones y a nivel planetario». Teresa había
experimentado algo de eso: que conversar puede hacer abrir los ojos, reorientar
los caminos y abrir puertas selladas.
De joven, lo había comprobado en
sí misma. Contaba que entre las agustinas del convento adonde la llevó su
padre, para que se formase y madurase, había una monja cuya conversación caló
en ella y decía: «Comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta
monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y
santa… Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho
la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas».
Teresa tenía capacidad innata para
la amistad, para crear lazos, para establecer redes de comunicación. Después de esta experiencia, a través
de un largo camino, fraguará en ella la conciencia de que su don para la
comunicación era una responsabilidad y lo pondrá al servicio de Dios y de las
gentes.
Una buena parte de la conversación
que lleva entre manos Teresa, al escribir sus grandes obras, tiene que ver
con todo esto: con el imperioso deseo de comunicar lo que ha entendido, de
clarificarlo también, y de compartir el camino que ha recorrido.
Sus textos están llenos de
expresiones que reflejan la conversación: «Yo os digo… diréisme», «os diré,
trataré, os pido yo… si decís que… ¿qué pensáis?». Y de recomendaciones, para
animar a conversar, a tener trato unos con otros, los buenos amigos de Dios.
Decía: «Grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto» y aún añadía que quien
mucho conversa con esos buenos amigos, crece y avanza más deprisa en el camino
del amor.
Una de las primeras hijas de
Teresa, María de san José, reconocía que la conversación de la «Madre» era lo
que la había movido a comprometer su vida en el seguimiento de Jesús:«Tratando
a nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían a las piedras con su
admirable vida y conversación, y lo que me hizo ir tras ellas fue la suavidad y
gran discreción de nuestra buena Madre».
Ya no es solo Teresa, va a generar
un estilo, un modo de vivir en permanente diálogo, es decir, en disposición de
escuchar y de comunicarse. Quien conversa con ella, aprende a conversar: con
Dios y con los demás.
Cuando habla del «amigo de
amigos», dice: «Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en
viéndole, como con quien tenía conversación tan continua». Y aunque siga
refiriéndose a este amigo, puede extenderse a toda buena compañía lo que poco
antes había escrito: «Una compañía santa no hace su conversación tanto
provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con
ella, que seamos como ella».
Por todo eso, la maestra
se sienta a conversar con quien quiere avanzar en la amistad con Dios y
aconseja procurar «amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo».
Después, dejará para todos los creyentes una consigna clara: conversar es
tender puentes, es un modo de enseñar, de compartir la sabiduría y de crear
comunión. Por eso, escribe:
«Procurad ser afables y entender
de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación
y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de
la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más
conversables».
Gema Juan