domingo, 19 de marzo de 2017

«Sabemos quién es Jesús, ¿pero nos hemos encontrado personalmente con él?»



«¡Este Evangelio es precisamente para nosotros! No solo para la samaritana, ¡es para nosotros!», aseguró el Papa al comentar el pasaje evangélico de este domingo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, tercero de Cuaresma, nos presenta el diálogo de Jesús con la Samaritana (cfr. Jn 4,5-42). El encuentro sucedió mientras Jesús atravesaba Samaria, región entre Judea y Galilea, habitada por gente que los judíos despreciaban, considerándola cismática y herética.
Pero precisamente esta población será una de las primeras en adherir a la predicación cristiana de los Apóstoles. Mientras los discípulos van a la aldea a procurarse algo de comer, Jesús se queda en un pozo y pide que le de beber a una mujer, que había ido allí para sacar el agua. Y de este pedido comienza un diálogo. ¿Cómo es que un judío se digna de preguntar algo a una samaritana? Jesús responde: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber’» tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». Un agua que sacia toda sed y que se transforma en fuente inagotable en el corazón de quien la bebe. (v. 10-14)
Ir al pozo a sacar agua es fatigoso y aburrido; ¡sería bello tener a disposición una fuente fluyente! Pero Jesús habla de un agua diversa. Cuando la mujer se da cuenta que el hombre con el que está hablando es un profeta, le confía la propia vida y le presenta cuestiones religiosas. Su sed de afecto y de vida plena no ha sido apagada por los cinco maridos que ha tenido, es más, ha experimentado desilusiones y engaños. Por eso la mujer queda impresionada por el gran respeto que Jesús tiene por ella y cuando Él le habla incluso de la verdadera fe, como relación con Dios Padre «en espíritu y en verdad», entonces intuye que aquel hombre podría ser el Mesías y Jesús – cosa rarísima – lo confirma: «Soy yo, el que habla contigo» (v. 26). Él dice de ser el Mesías a una mujer que tenía una vida así desordenada.
Queridos hermanos, el agua que dona la vida eterna ha sido esparcida en nuestros corazones en el día de nuestro Bautismo; entonces Dios nos ha transformado y llenado de su gracia. Pero puede darse que este gran don lo hemos olvidado, o reducido en un mero dato del registro civil; y quizás estamos en búsqueda de «pozos» cuyas aguas no nos sacian la sed. Cuando olvidamos beber agua, vamos en búsqueda de pozos que no tienen agua limpia. Entonces, ¡este Evangelio es precisamente para nosotros! No solo para la samaritana, ¡es para nosotros! Jesús nos habla como a la samaritana. Cierto, nosotros ya lo conocemos, pero quizás todavía no lo hemos encontrado personalmente, sabemos quién es Jesús, pero quizás no lo hemos encontrado personalmente, hablando con Él, y todavía no lo hemos reconocido como nuestro Salvador. Este tiempo de Cuaresma es la ocasión buena para acercarnos a Él, encontrarlo en la oración en un diálogo corazón a corazón, ver su rostro en el rostro de un hermano o de una hermana sufriente. De este modo podemos renovar en nosotros la gracia del Bautismo, refrescarnos en la fuente de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu; y así descubrir también la alegría de volvernos artífices de reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana.
La Virgen María nos ayude a tomar constantemente de la gracia que brota de la roca que es Cristo Salvador, para que podamos profesar con convicción nuestra fe y anunciar con alegría las maravillas del amor de Dios, misericordioso y fuente de todo bien.
Palabras después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Quiero asegurar mi cercanía a la querida población del Perú, duramente golpeada por devastadoras inundaciones. Rezo por las víctimas y por los que participan en las operaciones de socorro.
Ayer, en Bolzano, fue proclamado Beato Josef Mayr-Nusser, padre de familia y miembro de la Acción Católica, quien fue martirizado por negarse a unirse a los nazis, por fidelidad al Evangelio. Por su gran estatura moral y espiritual, es un modelo para los fieles laicos, especialmente para los padres, que hoy recordamos con gran afecto, y aunque es la fiesta litúrgica de San José, se celebrará mañana porque hoy es domingo. ¡Atodos los papás saludémoslos con un gran aplauso!
Dirijo un cordial saludo a todos ustedes, peregrinos de Roma, de Italia y de diversos países. Saludo a las comunidades neocatecumenales venidas de Angola y de Lituania, así como a los responsables de la comunidad de Sant’ Egidio de África y de América Latina. Saludo a los fieles italianos de Viterbo, Bolgare, San Benedetto Po, y los estudiantes de Torchiarolo.
A todos les deseo un buen domingo. No se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo! y ¡Hasta la vista!

La fuente interior – III Domingo de Cuaresma



Éxodo 17, 3-7: “Tenemos sed: danos agua para beber”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Romanos 5, 1-2. 5-8: “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo”
San Juan 4, 5-42: “Un manantial capaz de dar la vida eterna”

Le llama “río perdido” y corren muchas leyendas sobre su conformación. Lo cierto es que un precioso río que se alimenta de las multicolores aguas de las Lagunas de Montebello, después de serpentear entre las montañas, los pinos y la hermosura de la sierra, de repente se adentra en unas enormes cavernas y desaparece entre las piedras del cauce. La belleza impresionante de las grutas y el cauce seco que absorbe las aguas en su interior dan lugar a las más disparatadas leyendas. El espectador queda admirado y parece imposible que las cristalinas aguas se pierdan en la nada y permanezcan sólo rocas y pedruscos que conforman el caudal, como si la tierra las tragara. ¿Es posible que se pierda el enorme caudal y no quede nada?
De un precioso caudal nos habla el Evangelio de este día y de la importancia de la fuente interior. Nos hace acercarnos a un Jesús que rompe todos los esquemas y a una mujer que se deja seducir por las palabras de un extraño para encontrar la belleza en su propio corazón. Los signos que nos presenta San Juan van más allá de una bella narración y cada objeto se transforma en una enseñanza: el cansancio y la sed de Jesús que se sienta en el brocal del pozo, el cántaro de la samaritana agrietado y reseco como su alma. La sed, el agua, los maridos, el lugar de la adoración… parecerían palabras que bordean y esquivan el verdadero problema y que Jesús con gran delicadeza va encaminando hasta llegar al punto central: el manantial interior. Nada se podrá entender, y nada podrá solucionarse, si en el interior de la persona sólo se encuentra el vacío, la ambición, el ansia de poder. Podrán disfrazarse las intenciones, se buscarán pretextos para la lucha, se recurrirá a las diferencias de los pueblos, pero siempre se tendrá que llegar al corazón de la persona para descubrir si tiene su verdadero manantial o si tiene que estarse surtiendo de exterioridades y apariencias.
Si caminando por las atestadas calles de nuestras ciudades, tratamos de descubrir qué hay detrás de los rostros herméticos de las personas que con prisas, preocupaciones y un desentendimiento de lo que sucede en el exterior, parecen dirigirse a un lugar seguro, no es difícil percibir una sensación de desencanto y frustración. No es sólo la constatación de una crisis económica que no logramos solucionar, no es sólo la violencia que nos desestabiliza y nos hace sentir impotentes, va mucho más allá… crece el miedo social, la actitud defensiva y agresiva, la impotencia y el vacío. Es como si estuviéramos tocando fondo y quisiéramos refugiarnos detrás de una máscara o detrás de nuestras cuatro paredes. Pero aún allí nos llega la nostalgia, la náusea y el aburrimiento. Los suicidios, las drogas, el alcohol, la ambición desordenada, el refugio en los celulares, la pornografía y los desenfrenos, no son sino expresiones de este vacío que se quisiera llenar con cosas exteriores, pero continúa el corazón agrietado y sediento en busca de verdad y de amor. Para muchos sería la condena del hombre moderno y la llegada a su exterminio, pero para Jesús es el momento de la oportunidad, el tiempo favorable cargado de posibilidades. Porque cuando el hombre se ha reconocido necesitado, cuando ha visto que las seguridades exteriores no llenaban su corazón, se puede estar dispuesto a la búsqueda de realidades superiores. Jesús percibe esta sequedad en el corazón de la samaritana y le ofrece “el agua que da vida”. Jesús también percibe las grietas de nuestros ansiosos corazones y nos ofrece “el agua viva” para que no volvamos a tener sed.
“¿Por qué siendo tú judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”, la pregunta de la samaritana esconde su miedo a abrirse al Otro, y se escuda en argumentos religiosos, políticos y sociales, para manifestar su rechazo a quien es diferente. Jesús no cae en la trampa y continúa el diálogo superando las barreras que han impuesto los egoísmos de los hombres y ofrece una nueva forma de vivir, una nueva relación y una aceptación sin importar las diferencias. Samaritanos y judíos se habían enzarzado en discusiones y pleitos, y ponían como pretexto el lugar de adoración de Dios, como si Dios fuera alguien externo y se ocupara más de su propio culto. Jesús rompe esta cadena de violencia y descubre que más allá de los sacrificios externos, Dios habita y reside en el corazón de cada persona. Cada uno se convierte en santuario de Dios y aquella samaritana, mujer, pecadora y despreciada, es también templo de Dios. No se alimentará de veneros externos, sino tendrá en su interior un pozo que le dé el agua de la vida. La coraza que escondía sus heridas y disfrazaba sus complejos de persona aplastada, herida y deprimida, ha desaparecido y ahora no lo tiene que superar ni con agresiones, ni con falsos amores, ni con apariencias hipócritas. Puede abrir su corazón y descubrir que en el fondo encuentra su propio pozo de agua viva: el amor incondicional de Dios que la acepta, la quiere y le proporciona un manantial de vida.
Jesús ofrece el don de Dios, no juzga a la persona, mira el interior de la samaritana y ahí le manifiesta todo su amor. No es la belleza exterior, ni siquiera la bondad de aquella mujer vacía, lo que lo hace amarla. La ternura del Padre que ama a todos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, lo impulsa a manifestar su misericordia, respeto y cariño a quien sólo había recibido migajas. Y al amar Jesús, libera; al ofrecer el don de Dios, salva; y al aceptar su pequeñez, reconoce la dignidad de la persona. Por eso aquella samaritana, levantando la cabeza y caminando con gran seguridad, se dirige a sus hermanos para ofrecer de su propio manantial una esperanza de vida: “Vengan a ver… ¿no será éste el Mesías?”. Supera sus propios miedos, está reconstruida y puede ahora dirigirse con toda seguridad a sus hermanos. Quien tiene un manantial en su interior siempre desborda fecundidad e irradia amor. Ya no quiere a los hombres egoístamente para sí, es capaz de ofrecer una Buena Nueva y dirigir sus sentimientos a un nuevo amor. Ha entendido que la felicidad no se encuentra en la acumulación egoísta de posesiones para sí, sino en la construcción de la felicidad de los demás, y contribuye a que descubran una nueva vida.
Este tercer domingo de Cuaresma, permitamos que Jesús descubra nuestro interior, que mire nuestro corazón agrietado, que restaure nuestras heridas y complejos. Reconozcámonos santuarios de Dios y descubramos nuestro propio manantial.
Señor Jesús, mira nuestra sed infinita de felicidad, de pan y cariño, de liberación total, de fraternidad y justicia, de solidaridad y derechos humanos, y concédenos descubrirte en lo profundo de nuestros deseos, para saciarnos de Ti. Amén.
Zenit

19 de marzo: san José, esposo de la Virgen María


Padre adoptivo, porque su paternidad sobre Jesús no es la común natural y de algún modo hay que llamarla, aunque la adopción nos suene solo a cosa legal y eso es poco, bien poco, para la clase de paternidad que ejerció, y que al no tener igual no se inventó la palabra que con propiedad indique su condición.
Padre nutricio le llaman otros, porque tienen la parte de verdad que expresa una de las obligaciones anejas a la paternidad, la de alimentar a la prole, pero se ve que esto es solo un detalle en comparación con la totalidad. También es común llamarle putativo por ser conceptuado ante los paisanos como padre verdadero, al vivir fielmente las obligaciones del mejor de los padres sin que nada indujera a pensar que no lo era. Es el esfuerzo de la teología, de la piedad, de la expresión de la fe que no deja de recalcar que no es padre de Jesús –el Verbo hecho hombre, engendrado por Dios, y por eso tiene la naturaleza de Dios– al modo como los demás lo son de sus hijos al engendrarlos según la naturaleza humana. El Evangelio, testigo parco en palabras, afirma: Cuidó de la sagrada familia en Belén, Egipto y Nazaret.
Esposo casto, no necesariamente viejo, ni siquiera mayor. El espíritu cristiano que intenta resaltar incluso plásticamente otro tesoro imperdible, el de la virginidad perpetua de su esposa, la Virgen María, lo pintó viejo y hasta el más lerdo entendió el mensaje y así lo dejó; pero lo normal, lo más lógico, lo más noble y digno es que buscaran Joaquín y Ana para su hija doncella todo un doncel, viril, apuesto, noble, trabajador y tiernamente capaz de asumir las responsabilidades del nuevo hogar. Pensar de otro modo sería indignidad.
Tampoco se le dice nunca carpintero, solo lo llaman así –faber lignanus– los apócrifos, esos libros piadosos, pero no inspirados, que disfrutan presentando como real la imaginación de lo posible y que la Iglesia nunca aceptó en su Canon. Sí que fue artesano.
José pertenecía a la estirpe davídica y su familia procedía de Belén, la ciudad de David. Así queda Jesús perfectamente entroncado con la familia real que portaba, dentro de la tribu de Judá, el estandarte de las profecías que habían de cumplirse en la posteridad.
Encantador en sus reacciones. Figura amable y desconcertante por su humildad a pesar de ser tanta su grandeza.
José contempló el inefable misterio del nacimiento de Jesús en Belén y quedó admirado con la maravillosa visita de los pastores y magos adorantes.
Presentó a Jesús en el Templo a la usanza judía, rescatándolo con el modo acostumbrado por los pobres.
Fue defensor de Jesús y de su Madre, cuando la matanza cruel de los inocentes; dispuso marchar a Egipto, sin tardanza y con la valentía de quien ha asumido una responsabilidad. El regreso de Egipto tuvo lugar quizá en el año 4, después de la muerte de Herodes. José no lo tuvo fácil.
Jesús se quedó en el Templo con doce años y esta es la última aparición de José en los Evangelios.
Varón justo y silencioso. Fiel a Dios que se apoyó en él hasta el punto de entregarle su familia. Probablemente muerto ya en el Calvario, y quizá incluso antes de las bodas de Caná.
San José es venerado por la Iglesia ortodoxa (el primer domingo después de Navidad para la oriental) y por la Iglesia católica, apostólica, romana. Pero es inexplicablemente tardío el culto occidental. La devoción de tres santos del tiempo de la Reforma y Contrarreforma: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco de Sales contribuyeron a extender y popularizar su devoción. No aparece en el misal romano hasta el siglo XV, con Sixto IV (m. 1481). Hasta Gregorio XV, en 1621, no fue su fiesta universal. Incluido en el canon Romano por el papa Juan XXIII, ya en la segunda mitad del siglo XX.
Hoy es el santo más y mejor tratado, con lógica aplastante; su ambiente, su atmósfera habitual es la santidad. Por eso es Patrono de la Iglesia universal, porque nadie la defenderá mejor. Patrono de los carpinteros y artesanos. Patrón de la buena muerte, sin duda asistido por Jesucristo y en presencia de la Virgen. Custodio de los seminarios, ¡quién mejor para dar protección a los chicos que un día van a ser otros Cristos!. Patrón ¡cómo no! de los padres de familia que le miran para aprender a agradar a Dios ante tanto desvío, ignorancia, autosuficiencia, para aprender de él a respirar en los ambientes de trabajo un aire limpio menos egoísta; sí, le piden ayuda para bien gobernar con mano firme el timón de la barca de su casa y poder acertar a llevarla a buen puerto cuando la ven tan bamboleada por vientos racheados que presagian zozobra o desvío.
Si existiera un hagiómetro para medir o pesar a lo humano el grado de santidad, sería con la lógica de los mortales el primero de los santos. Miembro de pleno derecho de la llamada y tan invocada trinidad de aquí abajo.
Vara florida. Silencio en el evangelio, ni una palabra, solo referencias; quizá sea intencionado para dejar que hable lo insondable de la contemplación, del embeleso, lo sublime de su vida. Prestó ese servicio –aún más eficaz que oculto– al proyecto divino de la redención humana. Aunque no siempre entendiera o comprendiera la voluntad de Dios, José la cumplió y basta.
Archimadrid.org

Los seminaristas darán testimonio por las parroquias este domingo

Este domingo, 19 de marzo, se celebra el Día del Seminario con el lema Cerca de Dios y de los hermanos. La diócesis de Madrid cuenta con 135 seminaristas, que visitarán distintas parroquias aportando el testimonio de su vocación. Además, con motivo de esta jornada, el cardenal Osoro presidirá una Misa a las 10:30 horas en Santa Teresa Benedicta de la Cruz (c/Senda del Infante, 22). Concelebrarán el padre Ángel Camino, vicario episcopal, y el párroco, José Millán Calvo, entre otros sacerdotes. La celebración podrá seguirse por La 2 de TVE.
Un chico metido en los porros, un abogado, un joven con novia, el vecino de abajo...
«Si sientes la llamada de Dios no la acalles, merece la pena dar la vida por Cristo y por el Evangelio»: estas palabras de Juan Pablo II en Cuatro Vientos en el año 2003, «me atravesaron como un rayo», dice Aitor de la Morena, hoy director del colegio arzobispal de Madrid. Algún tiempo antes, Aitor estuvo coqueteando con las drogas, y hasta hubo una temporada en la que «pasaba sobrio solo los primeros cinco minutos del día, hasta que encendía el primer porro, antes de ir a la universidad». Pero la llamada la tenía, aunque se resistió a ella durante mucho tiempo: nueve años. Hasta que un día «reconocí que mi corazón es para Dios. Me tiré al suelo de mi habitación llorando y le dije: “Señor, después de nueve años, te digo Sí”».
El testimonio de Aitor forma parte de del vídeo que la Fundación de Crónica Blanca ha realizado para la Delegación de Pastoral Vocacional de Madrid, con motivo del Día del Seminario. En él, curas de diferentes generaciones cuentan la historia de su vocación.
A muchos jóvenes les llega la llamada al entrar en contacto con otros sacerdotes, como le pasó a Pedro Pablo con un sacerdote nuevo que llegó nuevo a su parroquia: «Me fascinó por entero, no sé muy bien por qué»; o a Pablo, que, siendo abogado y después de haber tenido novia, conoció a un cura «tan alegre y tan entregado, que disfrutaba tanto con la gente y con la celebración de la Misa, que deshizo la imagen lúgubre que tenía de lo que era un sacerdote»; o de una manera más rocambolesca a Sergio, que vivía justo debajo de un piso en el que vivían algunos seminaristas, y que para poder usar Internet llamaba a sus vecinos de arriba para que le dejasen conectarse.
Luego llega la hora de la decisión, un momento que recuerda con humor Felipe Asterio, porque por tres veces fue al Seminario y por tres veces se quedó en la puerta sin atreverse a entrar..., hasta que se decidió. A Pablo le llegó el momento cuando comprendió que «a mí ganar dinero y trabajar no me llenaba».

AGUA



Una de las razones del Tiempo de Cuaresma es que sirva para la gran preparación para la Pascua, fecha en la que los catecúmenos recibirán el bautismo, y todos los cristianos renovaremos las promesa bautismales.
En la travesía cuaresmal, tiempo con resonancias de la cuarentena de años que tardó el pueblo de Israel en llegar desde Egipto, tierra de esclavitud, al país de la promesa, se nos acompañará con textos bíblicos que hacen explícita referencia al agua como evocación profética del sacramento de iniciación cristiana.
Ya al inicio, se bendecirá la ceniza con agua, lo que nos recuerda nuestro propio origen: estamos hechos del polvo del suelo amasado por las manos artesanas del Creador, como vasos de barro en manos del Alfarero divino.


El paso del Mar Rojo, la roca del desierto, golpeada por Moisés y convertida en manantial, el paso del Río Jordán, la fuente de Eliseo, el oasis de Jericó, la piscina Probática, la piscina de Siloé o el pozo de Jacob en Samaría son figuras que profetizan el agua bautismal, de la que nacemos como hijos de Dios.

Durante los días de Cuaresma, a medida que avancemos, se nos presenta la contemplación de la Pasión de Cristo, y en los relatos evangélicos se alude al manantial de vida, que es el costado abierto del Salvador, del que brota sangre y agua.
Es tiempo propicio de practicar la limosna, y Jesús nos anuncia que hasta un vaso de agua que demos en su nombre no se quedará sin recompensa.
El agua es vida, y el árbol que se planta junto a la corriente no teme la sequía. El justo es como el árbol al borde de la acequia, y el agua es la confianza que lo mantiene siempre en manos de Dios; por eso no vacila.
El agua purifica, lava las manchas, y el sacramento del agua perdona los pecados. El salmo Miserere (Sal 50), que se reza en tantos lugares como expresión penitencial, suplica: “Rocíame con el hisopo, y quedaré limpio, lávame y quedaré más blanco que la nieve”.
Es tiempo de purificación y de ejercer la hospitalidad. En Oriente, el vaso de agua que se da al huésped es señal de amistad. Es tiempo de reavivar la gracia recibida en el bautismo, de saber leer todo lo que nos sucede en clave de fe, y ver en las cosas materiales, hasta en el agua, los signos del amor de Dios.
Ángel Moreno de Buenafuente.

A gusto con Dios



La escena es cautivadora. Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob. Pronto llega una mujer a sacar agua. Pertenece a un pueblo semipagano, despreciado por los judíos. Con toda espontaneidad, Jesús inicia el diálogo con ella. No sabe mirar a nadie con desprecio, sino con ternura grande. «Mujer, dame de beber».
La mujer queda sorprendida. ¿Cómo se atreve a entrar en contacto con una samaritana? ¿Cómo se rebaja a hablar con una mujer desconocida? Las palabras de Jesús la sorprenderán todavía más: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda tú misma me pedirías a mí, y yo te daría agua viva».
Son muchas las personas que, a lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios sin apenas advertir lo que realmente estaba ocurriendo en su interior. Hoy Dios les resulta un «ser extraño». Todo lo que está relacionado con él les parece vacío y sin sentido: un mundo infantil cada vez más lejano.
Los entiendo. Sé lo que pueden sentir. También yo me he ido alejando poco a poco de aquel «Dios de mi infancia» que despertaba, dentro de mí, miedos, desazón y malestar. Probablemente, sin Jesús nunca me hubiera encontrado con un Dios que hoy es para mí un Misterio de bondad: una presencia amistosa y acogedora en quien puedo confiar siempre.
Nunca me ha atraído la tarea de verificar mi fe con pruebas científicas: creo que es un error tratar el misterio de Dios como si fuera un objeto de laboratorio. Tampoco los dogmas religiosos me han ayudado a encontrarme con Dios. Sencillamente me he dejado conducir por una confianza en Jesús que ha ido creciendo con los años.
No sabría decir exactamente cómo se sostiene hoy mi fe en medio de una crisis religiosa que me sacude también a mí como a todos. Solo diría que Jesús me ha traído a vivir la fe en Dios de manera sencilla desde el fondo de mi ser. Si yo escucho, Dios no se calla. Si yo me abro, él no se encierra. Si yo me confío, él me acoge. Si yo me entrego, él me sostiene. Si yo me hundo, él me levanta.
Creo que la experiencia primera y más importante es encontrarnos a gusto con Dios porque lo percibimos como una «presencia salvadora». Cuando una persona sabe lo que es vivir a gusto con Dios, porque, a pesar de nuestra mediocridad, nuestros errores y egoísmos, él nos acoge tal como somos, y nos impulsa a enfrentarnos a la vida con paz, difícilmente abandonará la fe.
Muchas personas están hoy abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Si conocieran la experiencia de Dios que Jesús contagia, lo buscarían. Si, acogiendo en su vida a Jesús, conocieran el don de Dios, no lo abandonarían. Se sentirían a gusto con él.
José Antonio Pagola

SABEMOS QUE JESÚS ES VERDADERAMENTE EL SALVADOR DEL MUNDO



  1. Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42):
  2. En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
  3. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
  4. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
  5. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
  6. La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
  7. Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
  8. La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
  9. Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
  10. La mujer le contesta: «No tengo marido».
  11. Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
  12. La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
  13. Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
  14. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
  15. La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
  16. Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
  17. En aquel pueblo muchos creyeron en Él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
  18. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo.»
  19. Palabra del Señor