jueves, 29 de diciembre de 2016

Jesús es esperanza de paz. Buscar a Jesús en el silencio de un Sagrario o en el sufrimiento de los pobres


VER
En varias partes del mundo hay conflictos y guerras. En Siria, entre israelíes y palestinos, en diversas regiones de Africa, en Venezuela, y en tantos otros lugares, con mayor o menor intensidad. Pero lo mismo sucede entre nosotros. En Oxchuc y Chenalhó, no han podido tomar plena posesión como presidentas municipales dos mujeres, a pesar de que las autoridades federales les han confirmado en sus puestos. No es cuestión de género, sino que hay divisiones internas en sus comunidades, que tornan muy peligrosa, incluso sangrienta, su reinstalación. Es lo que queremos evitar. Pero el interés por el dinero, por administrar los recursos públicos, impide cualquier negociación y acuerdo. No hay la paz social que anhelamos en esos lugares. Y con bloqueos carreteros, que dañan tanto a las propias comunidades y al turismo, presionan para quedarse con el poder.
Tampoco hay paz en muchos hogares. ¡Cuánto sufren los hijos con el alcoholismo de un papá, o con la violencia intrafamiliar! Hay hermanos que no se hablan, por inconformidades internas con las herencias. ¡Cuánta guerra, subterránea o abierta, entre los candidatos de partidos políticos! Entre los mismos seguidores de Jesús, hay ataques fundamentalistas, usando hasta la misma Biblia para destrozarnos. Y ¡cuántos corazones rotos por odios y resentimientos, incapaces de perdonar!
En cambio, cuando descubrimos a Jesús y lo sentimos cercano, la vida cambia por completo. Así me lo escribió un encarcelado, ahora que visité el Centro de Readaptación Social No. 5 de Chiapas, como acostumbramos hacer muchos obispos y sacerdotes en las fiestas navideñas: “Como nunca, entiendo de manera literal lo que significa no ser libre a causa del pecado. Tenemos muchas cárceles: vicios, excesos, alejamientos, rencores, enfermedades, pobreza, hambre, indiferencia, y sólo cuando estás en la cárcel y te dicen que alguien llegará para darte la libertad, tu corazón despierta y comienza a albergar una luz en su interior: esperanza… En Navidad, damos gracias a Dios que nos libera, que puso su vista en nosotros y nuestra necesidad… Por eso, para quienes no somos libres, este día es un día de alegría, porque hoy nace Dios, y por eso es un día feliz”.
PENSAR
El Papa Francisco, con ocasión de la Navidad, nos invita a volver los ojos a Jesús. Si lo aceptamos y procuramos vivir su Evangelio, no sólo encontraremos paz y esperanza para nosotros, sino que las contagiaremos a los demás:
“Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre; existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida, porque Dios está entre nosotros.
Estamos llamados a convertirnos en hombres y mujeres de esperanza. Pero qué feo es cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”; un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y, ante su corazón, solo hay un muro. ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración para que Dios nos dé cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén. Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva” (14-XII-2016).
“Para encontrarlo, hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida” (24-XII-2016).
ACTUAR
Si piensas que esto son sólo bellas palabras, consuelos baratos, sentimentalismos ocasionales, haz la prueba de acercarte a Jesús y verás cómo cambia tu corazón. Encontrarás la paz que necesitas, suceda lo que sucediere, y serás constructor de paz a tu alrededor. Búscalo en el silencio de un Sagrario y en el sufrimiento de los pobres. Tu vida será diferente.
Felipe Arizmendi Esquivel
Zenit

29 de diciembre: Tomás Becket, arzobispo y mártir


El 29 de diciembre de 1170 murió asesinado el arzobispo de Canterbury; la noticia recorrió la cristiandad provocando asombro y estupor. El rey Enrique de Plantagenet fue el enemigo mortal y, con toda probabilidad, el instigador del crimen de Estado. El Papa Alejandro III elevó a Tomás a los altares solo a dos años de su muerte.
Nació en Londres en 1118 de burgueses padres normandos y los canónigos regulares de Merton se encargaron de iniciarlo en los libros. Reveses económicos de la familia le llevan a trabajar al servicio de un pariente londinense y, con veinticuatro años, a servir al arzobispo Teobaldo de Canterbury. Es ahí cuando comienza su carrera eclesiástica acumulando beneficios y prebendas antes de montarse en el arcedianato. Varias veces es enviado con encargos al Vaticano y adquiere el hábil manejo de un diplomático, llegando incluso a inclinar al papa Eugenio III a favor de Matilde, la madre de Enrique Plantagenet.
El rey es descrito como un hombre de estatura corta, ancho de espaldas, cabeza redonda, enérgico, hábil diplomático, organizador nato y con frecuentes arrebatos de cólera. Eligió a Tomás Becket como brazo derecho suyo; lo hace Canciller –después del rey, la primera autoridad del reino ampliado a media Francia por la dote de Leonor, su mujer, que aporta Aquitania–. Becket es alto, delgado, pálido, de nariz larga y porte noble. Entre los dos se da una profunda y seria amistad.
Bien difícil era descubrir en él al clérigo. Becket, el consumado político, negociador y apasionado de la caza como deporte, conquistó el condado de Toulouse, mostrándose en el campo de la pelea como un consumado estratega, soldado valiente que sobresale por su arrojo frente al enemigo. Pero no todo es la apariencia; hubo también días largos y tranquilos de retiro para cuidar el espíritu en Merton, donde se oían los chasquidos de las disciplinas sobre su cuerpo y se conocían sus vigilias nocturnas pasadas en oración. Ah, y cosa importante, nunca se le pudo poner un pero a su comportamiento moral en la corte.
El año 1162 marca una época nueva con la muerte del arzobispo Teobaldo. Enrique II ve la ocasión para tener en sus manos la Iglesia y el Estado juntos; bastará con nombrar para la sede de Cantorbery a su Canciller. Ante semejantes planes, Tomás le contesta: «Pronto perdería yo el favor de Vuestra Majestad y el aprecio con que me honráis se cambiaría en odio. Porque yo no podría acceder a vuestras exigencias en punto a derechos de la Iglesia». Se mostró tan rotundo e intransigente el amigo Canciller al acoso del rey que hizo necesaria la intervención del legado Enrique de Pisa para acabar con la resistencia. Inmediatamente lo ordenan sacerdote y lo consagran obispo.
Como primera autoridad eclesiástica debe ahora intervenir en los asuntos propios de su cargo anteponiéndolos a su afición personal y a los compromisos de sus antiguas amistades. Se pone sobre el tapete aquello de los tributos injustos tanto tiempo soportados por el pueblo, y el problema de los tribunales competentes para juzgar las faltas de los clérigos; también hay que dar fortaleza y claridad a los prelados débiles. Y sí que sale el monje, el riguroso asceta que vive pobreza para sí y derroche para los pobres; renuncia al cargo de Canciller provocando una reacción de disgusto en el rey, y comienzan a barruntarse tormentas más que borrascas porque el propio Enrique se ve tan acorralado por su antiguo servidor que recurre a la petición de restablecer las «antiguas costumbres».
Tira y afloja con la real conclusión verbal de admitir componendas con la redacción de un documento que firmará Tomás con la cláusula de salvar los «derechos de la Iglesia». Pero los dieciséis artículos que el rey presenta suponen un total sometimiento de la Iglesia a Enrique y llevan a la separación de Roma; el arzobispo no estampará su sello. Está firme en su decisión y comenzará la represalia del rey apoyada por algunos obispos que medran o son débiles. Es la ocasión de la célebre frase del arzobispo al rey: «Después de Dios, mi único juez es el papa». Y claro que el papa tuvo que intervenir cuando Tomás se escapó camuflado de fraile desde Sandwich a Francia para pasar destierro por seis años que dieron tiempo suficiente para ser admirado por Luis VII y el papa Alejandro III en cuyas manos puso su anillo en señal de renuncia a la sede que, por supuesto, no fue aceptada.
El monasterio cisterciense de Pontgny lo conoció orante, sacrificado y dedicado a la expiación. Desde allí mandó cartas claras a los amigos y conocidos –al mismo papa por considerar algunas de sus actuaciones demasiado condescendientes– clarificando la situación personal y la de Inglaterra. Pero el rey no desiste de su intento denigratorio atacando a los familiares, amigos y deudos con confiscación de bienes y destierro al tiempo que amenaza con apoderarse de todos los monasterios cistercienses si sigue el actual dando cobijo a su ilustre súbdito.
Nombrado legado, se ve en la necesidad de excomulgar a los obispos que se pasaron al rey inglés. Hay movimiento diplomático por ambas partes; la mala fe de Enrique es conocida por el Papa, que se plantea si lanzar o no la pena de entredicho sobre el reino, medida que provoca el miedo real y culmina con una ceremonia teatral en Normandía, el 1170, con el aparente arrepentimiento del rey y la posibilidad de la vuelta a su sede de Tomás entre la aclamación del pueblo, la intriga de los obispos excomulgados, los nobles sin las posesiones tomadas a la Iglesia y el rey limitado a los asuntos civiles sin dominar al clero y sin poseer los bienes eclesiásticos. En medio de este clima caliente, fue asesinado por un grupo de nobles del rey entre el altar de la Virgen y de San Benito en la catedral de Canterbury.
Se le considera como uno de los hombres que supo mantener la lealtad a su rey soberano y ser, al mismo tiempo, campeón de los derechos de la Iglesia y del honor de Dios. Cuando recuerdo la figura distante en el tiempo de Sir Thomas Moro, veo que no es infrecuente este raro producto en el pueblo inglés. La tumba de Becket fue centro de atracción de peregrinaciones durante toda la Edad Media e, incluso después de la Reforma, nunca dejaron los ingleses de admirar a este mártir inglés coherente con sus compromisos hasta la muerte, terco, impasible, testarudo y puntilloso con su deber; quizá sea porque de algún modo se sientan reflejados en su flema.
¿Por qué razón el rey Enrique VIII mandaría arrojar al Támesis las cenizas de Tomás Becket después de decapitar a Moro?
Infomadrid

Carta del arzobispo: Contempla la familia en Belén


«Estamos llamados a trabajar en favor de la familia, pero hemos de poner en el centro el amor, es decir, el carisma mejor. Frente a la realidad de la división, de la ruptura, hemos de hacer todo los posible para que las situaciones que engendran enfermedad a la familia desaparezcan»
Este viernes, 30 de diciembre, celebramos la Jornada de la Sagrada Familia. Muchas veces os he repetido que la familia es el tesoro más importante de un pueblo, es patrimonio de la humanidad. Pero es cierto que tiene afecciones, y que hay que poner todos los medios para curarlas y promover que cambie la vida y la historia de los hombres. La familia es sanadora de la humanidad, es imagen de Dios en su misterio más último, pues no es soledad sino familia. El Sínodo de los Obispos, fruto del cual el Papa Francisco nos regaló la exhortación Amoris laetitia, es una manifestación clara de que la Iglesia desea salir a los caminos por los que camina la familia y encontrarse con todas las realidades que esta vive. Solo así podemos ayudar. Este viernes, en la catedral de la Almudena, desde las 11:00 horas oraré con cada familia y recibiré a quienes lo deseen, para concluir con una Misa a las 19:00 horas.
La Iglesia es Madre que no se desentiende de sus hijos. Así lo hizo el Señor. Y su Cuerpo que es la Iglesia tiene que seguir sus pasos. ¡Qué proyecto más excepcional es la familia cristiana! Tiene una vigencia particular en un momento en el que la crisis fundamental de nuestra civilización es de concepción de la persona. En la encíclica Laudato si, el Papa Francisco nos decía que la crisis ecológica es una crisis antropológica. La familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios para la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia.
Desde esta alianza de amor es desde donde se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fraternidad, junto con el compromiso de los dos por una sociedad mejor. ¡Qué fuerza tiene entender que el matrimonio es una realidad de amor! Y el amor crece, se consolida y se profundiza. El amor es una realidad dinámica. En el matrimonio cristiano sabemos que su gracia sacramental acompaña dinámicamente este crecimiento. Urge que profundicemos en el sentido originario del amor para recuperar su verdad y que este sea el eje fundamental del matrimonio y de la familia. El Papa Francisco desea recuperar el sentido originario del amor y por eso nos propone el himno de la Primera Carta a los Corintios.
Estamos llamados a trabajar en favor de la familia, pero hemos de poner en el centro el amor, es decir, el carisma mejor. Frente a la realidad de la división, de la ruptura, hemos de hacer todo lo posible para que las situaciones que engendran enfermedad a la familia desaparezcan. El ser humano necesita de casa, hospital, nido, que sepa dar esa medicina necesaria para hacer que la familia sea lugar de crecimiento, de humanización, que oferta todo aquello que necesita el hombre para salir a este mundo y construir la vida y la historia sin que nada lo amenace.
En este camino es muy importante dejarse «envolver por el amor de Dios». Estamos en Navidad y la Sagrada Familia adquiere un protagonismo especial. ¿Estáis dispuestas, queridas familias, a vivir según lo que dice san Pablo que es el amor?
El amor es paciente, servicial, no alardea, ni es arrogante. ¿Qué significa esto en nuestra vida? Que el amor no se deja llevar por impulsos y evita agredir, que tampoco exige que las relaciones sean celestiales. Que no podemos colocarnos en el centro. Que siempre tenemos una reacción dinámica y creativa con respecto a los demás. Que experimento lafelicidad de dar. Que no hay lugar para sentir malestar por el bien del otro; que valoramos sus logros. Que nunca quiere aparecer como superior a los demás; que no se agranda ante los otros.
El amor no obra con dureza ni busca su interés, ni se irrita, ni lleva cuentas del mal, ni se alegra de la injusticia. ¿Qué consecuencias tiene esto en nuestra vida? Hay que sanar el orgullo. Nuestra lógica no puede ser sentirse más que los otros; no puede reinar la lógica del dominio. Nunca es duro en el trato pues detesta hacer sufrir a los demás. Nunca se detiene en las limitaciones del otro: sabe bien que el egoísmo, las tensiones y los conflictos atacan con violencia y hieren la comunión.
El amor se goza con la verdad, disculpa, cree, espera, soporta. ¿Qué consecuencias tiene en nuestras relaciones? Hay que alegrarse con el bien del otro y para ello es necesario que reconozcamos su dignidad. No podemos condenarnos a vivir con poca alegría; hemos de descubrir que se es más feliz dando que recibiendo. Hemos de ser contraculturales, que se traduce en ser personas que disculpamos todo, que tenemos confianza en el otro. El amor que confía, deja en libertad al otro, renuncia a controlarlo todo. Por otro lado, el amor no desespera del futuro; amor a pesar de todo.
Hay una página del Evangelio en la que contemplo lo que la Sagrada Familia provoca en quienes van a visitarla inmediatamente después de haber nacido Jesús. En el Evangelio de San Mateo se describe el anuncio a los pastores (cfr. Mt 2, 8-20). Sabéis muy bien que los pastores en el pueblo judío no eran hombres de gran prestigio, más bien eran marginados, e incluso en muchas ocasiones vivían de la rapiña y el robo, no eran hombres de fiar. Pero en la noche santa, aquellos pastores viven una experiencia singular, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» y fueron invitados a ir a Belén. «Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño Jesús acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño». ¿Qué contemplan aquellos pastores? ¿Q ué provocan Jesús, María y José en ellos y en nosotros?
1. Jesús: Contempla a hombres necesitados de amor, de sentido a la vida, de vivir haciendo el bien. Tú también eres pastor, en alguna ocasión o circunstancia lo hemos sido. Haciéndose Niño nos manifiesta, en la pequeñez, la grandeza de Dios y la belleza del hombre que se deja tocar por su ternura y amor. Nos provoca a vivir en la verdad de lo que somos: hijos de Dios y hermanos de entre los hermanos. Nos provoca a que descubramos que Dios nos ama. Se hace hombre y desea pasar por todas las etapas en las que se fragua la existencia humana. Con su silencio de niño recién nacido que no sabe, ni puede hablar, nos está enseñando a vivir con los otros incondicionalmente. Es Dios que ama y calla. Escucha lo que dicen quienes contemplan, en este caso los pastores, y cómo se admiran todos. Se muestra y se revela a los sencillos y pequeños.
2. José: Contempla a un hombre de fe. Vive para Jesús y María. También en tu vida surgen miedos. A san José le había paralizado y atenazado el miedo, al tener la noticia de que su mujer iba a tener un hijo sin vivir con Ella. Pero escucha a Dios que le dice a través del ángel: «No tengas miedo». Es en la escucha de Dios donde se quitan los miedos y donde se genera y engendra esperanza. En la escucha de Dios, José encontró la dichosa salida como dice san Juan de la Cruz. Nunca quedemos en la duda; fiarnos de Dios, establecer una confianza con Él, es todo un camino para vivir la familia.
3. María: Contempla a la mujer que nos enseña como buena Madre a dar los pasos que son más necesarios para un encuentro profundo con Dios y hacer posible y viable con alegría y gozo la familia. Ella da permiso a Dios para que entre en su vida y designios. Tiene una conversación que le hace ver con claridad que «nada hay imposible para Dios». Quizá María percibe esta realidad en aquellos pastores que cambian su vida por unas palabras muy sencillas: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». María toma una decisión que cambia la historia. Dejemos que entre Dios en nuestra vida. Hagámoslo al estilo y manera de nuestra Madre: «aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra».
La Familia de Nazaret espera que sigas sus huellas. Ten presentes siempre las provocaciones que te hace esta familia. Cada miembro te pide algo diferente, responde con prontitud y alegría. Ama con el amor mismo de Dios, que se aprende contemplándolo y pasando largas horas de conversación con Él.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid
Alfa y Omega

Luz para alumbrar a las naciones.



Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-35
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”, a quien has presentado ante todos los pueblos: “luz para alumbrar a las naciones” y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción - y a ti misma una espada te traspasará el alma - para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Palabra del Señor.

Catequesis del Papa: “Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe”


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
San Pablo, en la carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abrahán, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza. De él el apóstol escribe: «Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones» (Rom 4,18); “esperando contra toda esperanza”: es duro esto, ¿eh? Esto es fuerte: no hay esperanza, pero yo espero. Y así nuestro padre Abrahán. San Pablo se está refiriendo a la fe con la cual Abrahán creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo. Pero de verdad era confiarse esperando “contra toda esperanza”, era tan imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, porque él era anciano – tenia casi cien años – y su mujer era estéril. No lo ha logrado. Pero lo ha dicho Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: y él cree.
Confiando en esta promesa, Abrahán se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en este “imposible” hijo que Dios habría debido donarle no obstante que el vientre de Sara fuese como si estuviera muerto. Abrahán cree, su fe se abre a una esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, hace capaz de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para ir en la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abrahán, de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha dejado su casa, su tierra y sus amigos. Todo. Y ha salido, ha llegado al país que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se necesitaban meses, años. El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre de Sara permanece cerrado en su esterilidad.
Y Abrahán, no digo que pierde la paciencia, sino se queja ante el Señor. Y esto aprendemos de nuestro padre Abrahán: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces yo escucho, cuando confieso: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es Padre”. Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno. Se queja ante el Señor y Abrahán dice así: «Señor, respondió Abram, […] yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (Gen 15,2-6).
La escena se desarrolla de noche, afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abrahán esta la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredar todo.
Abrahán se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abrahán se siente solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?
Y además, ya este reclamo suyo es una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abrahán continúa creyendo en Dios y esperando en algo que todavía podría suceder. Al contrario, ¿para qué interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas? La fe no es solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. La fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin “pías” apariencias. “Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y aceptar las contradicciones.
Abrahán pues, en la fe, se dirige a Dios para que lo ayude a continuar esperando. Es curioso, no pide un hijo. Pide: “Ayúdame a continuar esperando”, la oración de tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el heredero, sino un hijo, nacido de Abrahán, generado por él. Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece puntos de apoyo a Abrahán, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar en la palabra del Señor y continuar esperando.
Y aquel signo que Dios dona a Abrahán es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es todavía una promesa, es todavía algo de esperar para el futuro. Dios saca afuera de la carpa a Abrahán, en realidad de sus visiones restringidas, y le muestra las estrellas. Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abrahán deben convertirse en el signo de la fidelidad de Dios.
Es esta la fe, este el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debemos recorrer. Si también a nosotros nos queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar en Dios. No hay una cosa más bella. La esperanza no defrauda. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)