Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia del día nos presenta otra página del Sermón de la montaña, que encontramos en el Evangelio de Mateo (Cfr. 5, 17-37). En este pasaje, Jesús quiere ayudar a quienes lo escuchan a realizar una relectura de la ley mosaica. Lo que fue dicho en la Antigua Alianza, ¿era verdad? Sí, era verdad, pero no era todo: Jesús ha venido para dar cumplimento y para promulgar, de modo definitivo, la ley de Dios, hasta la última jota. Él manifiesta sus finalidades originarias y cumple los aspectos auténticos, y hace todo esto su predicación y más aún con el ofrecimiento de sí mismo en la cruz. Así Jesús enseña cómo cumplir plenamente la voluntad de Dios y usa esta parábola, ¡eh!; con una “justicia superior” con respecto a la de los escribas y de los fariseos (Cfr. v. 20). Una justicia animada por el amor, por la caridad, por la misericordia, y, por tanto, capaz de realizar la sustancia de los mandamientos, evitando el riesgo del formalismo. El formalismo: esto puedo, esto no puedo; hasta aquí, puedo, hasta acá no puedo… No: más, más, más.
De manera especial, en el Evangelio de hoy Jesús examina tres aspectos, tres mandamientos: el homicidio, el adulterio y el juramento.
Con respecto al mandamiento “no matar”, Él afirma que es violado no sólo por el homicidio efectivo, sino también por aquellos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, incluidas las palabras injuriosas (Cfr. v. 22). Ciertamente, estas palabras injuriosas no tienen la misma gravedad y culpabilidad del asesinato, pero se ponen en la misma línea, porque son sus premisas y revelan la misma malevolencia. Jesús nos invita a no establecer una jerarquía de las ofensas, sino a considerarlas todas dañinas, en cuanto movidas por la intensión de hacer el mal al prójimo. Y Jesús da el ejemplo. Insultar: pero, nosotros estamos acostumbrados a insultar, es como decir “buenos días”. Y esto está en la misma línea del matar. Quien insulta al hermano, mata en su propio corazón al hermano. Por favor, ¡no insultar! No ganamos nada…
Otro cumplimiento es aportado a la ley matrimonial. El adulterio era considerado una violación al derecho de propiedad del hombre sobre la mujer. En cambio Jesús va a la raíz del mal. Así como se llega al homicidio a través de las injurias, las ofensas y los insultos, del mismo modo se llega al adulterio a través de las intenciones de posesión con respecto a una mujer diversa de la propia esposa. El adulterio, como el robo, la corrupción y todos los demás pecados, son concebidos primero en nuestro ámbito íntimo y, una vez realizada en el corazón la elección equivocada, se ponen en práctica en el comportamiento concreto. Y Jesús dice: el que mira a una mujer que no es la propia con ánimo de posesión, es un adúltero en su corazón. Ha comenzado el camino del adulterio. Pensemos un poco sobre esto: los pensamientos malos que vienen en esta línea.
Además, Jesús dice a sus discípulos que no juren, en cuanto el juramento es signo de la inseguridad y de la falsedad con que se desarrollan las relaciones humanas. Se instrumentaliza la autoridad de Dios para dar garantía de nuestras vicisitudes humanas. Más bien estamos llamados a instaurar entre nosotros, en nuestras familias, en nuestras comunidades, un clima de transparencia y de confianza recíproca, de modo que podamos ser considerados sinceros sin recurrir a intervenciones superiores para ser creídos. ¡La desconfianza y la difidencia recíproca siempre amenazan la serenidad!
Que la Virgen María, mujer de la escucha dócil y de la obediencia feliz, nos ayude a acercarnos cada vez más al Evangelio, para ser cristianos ¡no “de fachada”, sino de sustancia! Y esto es posible con la gracia del Espíritu Santo, que nos permite hacer todo con amor, y así cumplir plenamente la voluntad de Dios.