sábado, 8 de agosto de 2015

SÍ PUEDES

Quiero ser capaz de dar comida a quien tiene hambre.
Quiero ser capaz de dar de beber a quien tiene sed.
Quiero poder calmar las penas de quien está intranquilo

Quiero ofrecer reposo a quien está cansado
Quiero abrir mis puertas y ofrecer amor a quien está solo
Quiero ser tu hermano, Señor.
Quiero ser realmente hermano de todos.
Quiero atreverme a ir a visitar a quien está en la cárcel.
Quiero saber cuidar a quien está enfermo.
Quiero acoger a quien viene de cerca o de lejos,
sea blanco o negro, que eso nunca me importe
Quiero estar dispuesto a tender mi mano
a todo el que la necesite.
 Quiero ser tu hermano, Señor.
 Quiero ser realmente hermano de todos.
Pero yo solo no puedo.
Ayúdame, Señor, dame el amor que necesito

para poder amar a los demás como tú los amas. 
Fuente: Reflejos de luz

El Estado Islámico secuestra a 230 civiles, entre ellos a 60 cristianos

El grupo yihadista Estado Islámico (EI) secuestró a 230 civiles, entre ellos a unos 60 cristianos, en una ciudad del centro de Siria que había tomado, indicó este viernes una oenegé.
Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), los civiles fueron secuestrados el jueves en la ciudad de Al Qaryatain, de la que el EI se apoderó el miércoles.
"Daesh secuestró a por lo menos 230 personas, entre ellas al menos 60 cristianos, durante una batida en Al Qaryatain", explicó el director del OSDH, Rami Abdel Rahman, usando el acrónimo en árabe del EI.
Muchos de estos cristianos habían huido de la provincia de Alepo, en el norte de Siria, para refugiarse en Al Qaryatain.
Según Abdel Rahman, el EI buscaba a los rehenes por "colaboración con el régimen" y sus nombres figuraban en una lista. Las familias que intentaron huir o esconderse fueron localizadas por los yihadistas, añadió.
Antes de la guerra, la ciudad de Al Qaryatain tenía 18,000 habitantes, entre ellos musulmanes sunitas y cerca de 2,000 católicos sirios y cristianos ortodoxos.

Según un testimonio en Damasco, ya sólo quedan unos 300 cristianos en la ciudad.

EL PAN DE VIDA

Siempre me sorprendo al contemplar una concurrencia tan exacta de pasajes del Antiguo Testamento y del Evangelio como la que hoy se nos ofrece en la Liturgia de la Palabra de este domingo. Cuando esto sucede, se pone de manifiesto la clave de lectura que debemos aplicar siempre para comprender la Biblia, y es leerla desde el acontecimiento de Jesucristo.
Si el libro del Éxodo revela el nombre de Dios -“Yo soy”- y nos relata la experiencia del pueblo de Israel de haber sido alimentado de manera providente en la travesía del desierto - “El Señor dijo a Moisés: -«Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día” (Ex 16, 4)-, la expresión en labios de Jesús “Yo soy el pan de vida”, revela su identidad divina, y la permanente opción de ser, para los que creen, el alimento en la travesía de la existencia.
El salmista, como eco de uno de los fenómenos más sobresalientes que vivió el pueblo de Dios, al haber sido alimentado durante cuarenta años de forma gratuita, eleva la memoria a cántico de alabanza: “El señor hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste” (Sal 77).
Las palabras del discurso que Jesús pronuncia en Cafarnaúm: -«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» -«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.» (Jn 6, 32.35)-, me llevan a una consideración sobrecogedora.
El Creador, que al tercer día hizo germinar las semillas sobre la faz de la tierra, y que después se manifiesta en Jesús, como el sembrador que esparce la semilla sobre el campo, y según sea la tierra, así da fruto, del 30%, del 60%, del 100%, se convierte Él mismo en cosecha y en pan partido, pan tierno, en el que se entrega totalmente para dar la vida por todos los hombres.
Y ante la figura holística, circular, tan propia de la literatura oriental, no solo me encuentro con el Sembrador que se hace semilla, cosecha abundante, pan en la cena, entrega total, sino que me sobrecogen otras muchas figuras, como la del viñador, que se hace viña, vid, copa brindada; el pastor que se hace Cordero y gracias a su inmolación somos redimidos. Pero aún es mayor la revelación cuando contemplamos al Creador hecho criatura, a Dios hecho hombre, para que el hombre alcance la filiación divina.
Quienes comen y beben del banquete del Señor, de su Cena Pascual, reciben vida y prenda de salvación eterna, si participan con fe en la Eucaristía.

No nos queda otra respuesta que el agradecimiento, la adoración y la entrega, porque como diría Santa Teresa de Jesús: “Amor saca amor”. O como nos dice san Pablo: “Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana” (Ef 4, 24)
Ángel Moreno de Buenafuente

Atracción por Jesús

 El evangelista Juan repite una y otra vez expresiones e imágenes de gran fuerza para grabar bien en las comunidades cristianas que han de acercarse a Jesús para descubrir en él una fuente de vida nueva. Un principio vital que no es comparable con nada que hayan podido conocer con anterioridad.
Jesús es «pan bajado del cielo». No ha de ser confundido con cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una luz, una esperanza, un aliento vital... que vienen del misterio mismo de Dios, el Creador de la vida. Jesús es «el pan de la vida».

Por eso, precisamente, no es posible encontrarse con él de cualquier manera. Hemos de ir a lo más hondo de nosotros mismos, abrirnos a Dios y «escuchar lo que nos dice el Padre». Nadie puede sentir verdadera atracción por Jesús, «si no lo atrae el Padre que lo ha enviado».

Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma de este pan, vivirá para siempre».

Si, en nuestras comunidades cristianas, no nos alimentamos del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del cristianismo. Por eso, nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien nuestra relación con Jesús el Cristo.

Si, en la Iglesia, no nos sentimos atraídos por ese Dios encarnado en un hombre tan humano, cercano y cordial, nadie nos sacará del estado de mediocridad en que vivimos sumidos de ordinario. Nadie nos estimulará para ir más lejos que lo establecido por nuestras instituciones. Nadie nos alentará para ir más adelante que lo que nos marcan nuestras tradiciones.

Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Pero, entonces, Jesús no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.

José Antonio Pagola