El Evangelio que hemos escuchado nos dice que Jesús, además
de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los
envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades (cf. Lc 10, 1-9. 17-20). Él vino a traer al mundo el amor de Dios y
quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso
constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y
los preparó para la misión, para “ir”. El método misionero es claro y sencillo:
los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de
significado: «Paz a esta casa» (v. 5). No es sólo un saludo, es también un don:
la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre
ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la
beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas,
paz en sus corazones, paz en su Nación. ¡Paz!
En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la
experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor
resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia,
envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de
los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros
de Jesús; a veces les han cerrado las puertas. Hasta hace poco, también las
puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la
prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la
libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían
todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo
y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los
primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos
escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el
territorio de la actual Albania.
Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de
durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir
que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes,
religiosos, fieles laicos, ministros de otras religiones, pagaron con la vida
su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de
la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino
que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido! Me acerco
espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del
martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las
flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha
estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha
guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el
antiguo pueblo de Israel, como hemos escuchado en la Primera lectura (cfr.
Primera Lectura). El águila, representada en la bandera de su País, los invita
a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda,
sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles.
Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un
tiempo de nuevo protagonismo para todos los miembros del pueblo de Dios: todo
bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la
sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el
anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos
de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para
todos. Hoy he venido para darles gracias por su testimonio, y también he venido
para animarlos a hacer crecer la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor.
No olviden el águila. El águila no olvida el nido, vuela alto. ¡Vuelen alto!
¡Vayan hacia arriba! He venido a involucrar a las nuevas generaciones; a
nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo, a
Dios, al Evangelio, al encuentro con Dios, al encuentro entre ustedes como ya
lo hacen y con el cual dan testimonio a toda Europa.
En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas
consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral, que es
una acción de servicio, y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la
Iglesia en la sociedad. En particular, me dirijo a los jóvenes. ¡Había tantos
en el camino del aeropuerto! ¡Este es un pueblo joven! Muy joven. Y donde hay
juventud hay esperanza. Escuchen a Dios, adoren a Dios y ámense entre ustedes
como pueblo, como hermanos.
Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por todo
el ejemplo de tu fidelidad. No se olviden del nido, de su historia lejana,
también en las pruebas; no olviden las heridas, pero no se venguen. Vayan hacia
adelante trabajando sobre la esperanza de un futuro grande. Muchos de tus hijos
e hijas han sufrido, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio
sostenga tus pasos de hoy y tus pasos de mañana en el camino del amor, en el
camino de la libertad, en el camino de la justicia y sobre todo en el camino de
la paz. Así sea.